"(Nora Volkow) Su trabajo ha sido fundamental para mostrar que la drogadicción
es una enfermedad del cerebro humano. Ha sido pionera en el uso de
técnicas de imaginería cerebral (RMN, SPECT, PET, etc.) para estudiar
los efectos de las drogas.
Sus estudios han mostrado los cambios en el
sistema dopaminérgico que afectan a las regiones del cerebro
involucradas en la motivación, el impulso y el placer, así como la
disminución de la dopamina en el cerebro que se da con la edad, entre
otros hallazgos sobre la neurobiología de la obesidad o del trastorno
por hiperactividad. (...)
Y, además, el sistema se está volviendo muy frío. Si tú llegas a
la sala de urgencias y no tienes seguro médico te pueden rechazar. Ese
es el extremo de la antimedicina. El horror.
Tengo una
duda: ¿por qué se han ido cambiando los conceptos de adicción, conductas
adictivas, drogodependencias, toxicomanías…, ¿cuál es el término
adecuado?
Bueno, se cambia constantemente. A mí me gusta
referirme al término «adicción» porque claramente connota un estado de
cierta severidad. Es el término que yo uso. El término de la American
Psychiatric Association es «trastornos por sustancias de abuso». El
problema es que si tú consumes, por ejemplo, con regularidad alcohol y
lo puedes controlar, esto entraría en «trastornos por abuso de
sustancias».
Entonces, no se diferencia a la persona que es alcohólica
de alguien que no tiene la enfermedad pero que, por circunstancias
diversas, bebe más de la cuenta. De ahí que prefiera hablar de
«adicción», ya que marca un estado de abuso severo y es donde la
intervención del médico debe ser agresiva. La otra requiere de
prevención para que el paciente no desarrolle la enfermedad.
Antes
se usaba el término «dependencia», pero yo lo he rechazado por la
sencilla razón de que ha convertido el debate sobre las adicciones en
algo muy confuso tanto para los médicos como para los pacientes, porque
tradicionalmente en la neurociencia y en la farmacología existe
claramente el principio del «síndrome de abstinencia» como un síndrome
representando dependencia física de la droga. Entonces, la gente no hace
distinción entre dependencia física y adicción.
Por ejemplo, cuando
lees artículos que señalan que el 50% de los pacientes que toman
opiáceos se vuelven adictos no es cierto. Tienen una dependencia física
que desaparece al cabo de pocos días de haber abandonado el tratamiento.
Esta confusión provoca que muchos pacientes no quieran someterse a
tratamientos con opiáceos por miedo a la adicción, cuando en verdad este
tipo de tratamientos, por regla general, lo que provocan es una
dependencia física muy fácil de controlar. De hecho, la dependencia
física se produce con la mayoría de fármacos si hay una interrupción
brusca del tratamiento. (...)
No entiendo por qué debe considerarse un estigma, ya que cuando nos referimos a que una persona sufre una adicción es como cuando decimos que una persona sufre un cáncer o sufre una depresión.
Siguiendo
con las consideraciones terminológicas, ¿qué te parecen las adicciones
sin sustancias, como la adicción al móvil, adicción a las compras…? Es
decir, ¿cómo ves el uso del término en estos contextos?
Usamos
el término de manera inadecuada. De hecho, a veces yo también digo «soy
adicta al chocolate». A veces utilizamos el lenguaje de una manera
extrema. Pero si planteamos si hay adicciones a conductas reforzadoras,
la respuesta es sí, claro. Cuando alguien dice que es adicta a las
compras o al móvil, por regla general no padece ninguna adicción. Es
como cuando hablábamos del alcohol; alguien puede beber varias copas
diariamente y no es un adicto.
El adicto, ya sea a la comida, al alcohol
o a las drogas, sigue un mismo patrón sintomatológico. Un consumo de la
sustancia más allá de lo que quisiera o tenía previsto, la
imposibilidad de controlarlo en el momento, la consistencia y sobre todo
la obsesión, el pensamiento obsesivo de cómo y cuándo va a consumir la
sustancia.
¿A qué te refieres cuando dices que al
mejorar los soportes sociales del adicto esto puede tener una
repercusión clara a nivel morfológico?
Para responderte
voy a cambiar la dirección de la pregunta. Lo que sucede es que sistemas
estresantes te disminuyen la concentración de los receptores
dopaminérgicos D2. Uno de los factores más negativos para el cerebro
humano son situaciones sociales de mucho estrés como, por ejemplo, la carencia afectiva.
Tener a un niño o un adolescente sin contacto social ni empatía ni
ningún cariño es altamente estresante. De ahí que hacer una intervención
terapéutica de soporte social pueda conseguir que los receptores
dopaminérgicos vuelvan a su estado normal. Cuanto más ocupados estén los
receptores D2 y más tengamos, menos riesgo de entrar en una adicción.
Otra de tus luchas profesionales ha sido que las adicciones sean vistas más como una enfermedad que como un vicio.
Correcto.
Sin
embargo, en nuestra cultura, no sé si cristiana o católica, todavía son
más vistas como vicios que como enfermedades. Debe de ser un trabajo
arduo…
Sí, en muchos lugares del mundo. Es raro el país
que no sea así. Por ejemplo, en Islandia las adicciones son una
enfermedad, como la diabetes. Y nadie hace juicios de valor ni te
recrimina si recaes, ni te expulsan de ningún programa. No hay estigma.
Es muy impresionante ver un funcionamiento así.
Para mí es obvio que las
adicciones son enfermedades del cerebro. Podríamos decir que es en el
momento en que las redes neuronales que nos motivan se vuelven
inflexibles. En el momento en que se pierde la flexibilidad neuronal, te
vuelves rígido y no puedes cambiar tus conductas.
¿Y dónde quedaría el vicio católico? El pecado capital…
Yo
no lo llamaría vicio. La persona adicta tiene la convicción de que si
no toma la sustancia no va a sobrevivir. Es como estar privado de agua
en situación extrema: el cerebro cambia completamente. Lo único que
cuenta es conseguir agua porque si no no vas a sobrevivir y tu
percepción cambia. Todo se reduce a ese objetivo inmediato. Entonces
llamar a eso vicio…
Lo mismo que decir que una
persona que no puede controlar las ansias de comer es un vicioso de la
comida… En fin… Tiene algo que ver con los pecados capitales, y cuando
se escribieron no había ningún conocimiento de que se debieran a una
patología.
Muy buen apunte, ciertamente.
La
referencia a los pecados capitales en las sociedades católicas te da un
argumento, pero la realidad es que el mayor rechazo a las adicciones se
ha producido en sociedades que no tienen nada de católicas. En países
de Oriente se encarcela a las personas con adicciones.
Sí, es percibido como una debilidad del carácter sin más…
Y que hay que castigar hasta el extremo. Por eso digo que va más allá de un problema religioso.(...)
No entiendo por qué debe considerarse un estigma, ya que cuando
nos referimos a que una persona sufre una adicción es como cuando
decimos que una persona sufre un cáncer o sufre una depresión.
Siguiendo
con las consideraciones terminológicas, ¿qué te parecen las adicciones
sin sustancias, como la adicción al móvil, adicción a las compras…? Es
decir, ¿cómo ves el uso del término en estos contextos?
Usamos
el término de manera inadecuada. De hecho, a veces yo también digo «soy
adicta al chocolate». A veces utilizamos el lenguaje de una manera
extrema. Pero si planteamos si hay adicciones a conductas reforzadoras,
la respuesta es sí, claro. Cuando alguien dice que es adicta a las
compras o al móvil, por regla general no padece ninguna adicción.
Es
como cuando hablábamos del alcohol; alguien puede beber varias copas
diariamente y no es un adicto. El adicto, ya sea a la comida, al alcohol
o a las drogas, sigue un mismo patrón sintomatológico. Un consumo de la
sustancia más allá de lo que quisiera o tenía previsto, la
imposibilidad de controlarlo en el momento, la consistencia y sobre todo
la obsesión, el pensamiento obsesivo de cómo y cuándo va a consumir la
sustancia.
¿A qué te refieres cuando dices que al
mejorar los soportes sociales del adicto esto puede tener una
repercusión clara a nivel morfológico?
Para responderte
voy a cambiar la dirección de la pregunta. Lo que sucede es que sistemas
estresantes te disminuyen la concentración de los receptores
dopaminérgicos D2. Uno de los factores más negativos para el cerebro
humano son situaciones sociales de mucho estrés como, por ejemplo, la carencia afectiva.
Tener a un niño o un adolescente sin contacto social ni empatía ni
ningún cariño es altamente estresante. De ahí que hacer una intervención
terapéutica de soporte social pueda conseguir que los receptores
dopaminérgicos vuelvan a su estado normal. Cuanto más ocupados estén los
receptores D2 y más tengamos, menos riesgo de entrar en una adicción.
Otra de tus luchas profesionales ha sido que las adicciones sean vistas más como una enfermedad que como un vicio.
Correcto.
Sin
embargo, en nuestra cultura, no sé si cristiana o católica, todavía son
más vistas como vicios que como enfermedades. Debe de ser un trabajo
arduo…
Sí, en muchos lugares del mundo. Es raro el país
que no sea así. Por ejemplo, en Islandia las adicciones son una
enfermedad, como la diabetes. Y nadie hace juicios de valor ni te
recrimina si recaes, ni te expulsan de ningún programa.
No hay estigma.
Es muy impresionante ver un funcionamiento así. Para mí es obvio que las
adicciones son enfermedades del cerebro. Podríamos decir que es en el
momento en que las redes neuronales que nos motivan se vuelven
inflexibles. En el momento en que se pierde la flexibilidad neuronal, te
vuelves rígido y no puedes cambiar tus conductas.
¿Y dónde quedaría el vicio católico? El pecado capital…
Yo
no lo llamaría vicio. La persona adicta tiene la convicción de que si
no toma la sustancia no va a sobrevivir. Es como estar privado de agua
en situación extrema: el cerebro cambia completamente. Lo único que
cuenta es conseguir agua porque si no no vas a sobrevivir y tu
percepción cambia. Todo se reduce a ese objetivo inmediato. Entonces
llamar a eso vicio…
Lo mismo que decir que una
persona que no puede controlar las ansias de comer es un vicioso de la
comida… En fin… Tiene algo que ver con los pecados capitales, y cuando
se escribieron no había ningún conocimiento de que se debieran a una
patología.
Muy buen apunte, ciertamente.
La
referencia a los pecados capitales en las sociedades católicas te da un
argumento, pero la realidad es que el mayor rechazo a las adicciones se
ha producido en sociedades que no tienen nada de católicas. En países
de Oriente se encarcela a las personas con adicciones.
Sí, es percibido como una debilidad del carácter sin más…
Y que hay que castigar hasta el extremo. Por eso digo que va más allá de un problema religioso.
Tu oposición a las sustancias que puedan ser fuente de adicciones
es clara. El caso concreto de la marihuana, el cannabis… Es un debate
inextinguible que crea todavía mucha controversia. En cualquier caso, tu
postura me parece muy fiable por los argumentos que la sustentan.
¿Crees que contra el alcohol también se debería actuar de la misma
manera que se ha hecho contra el tabaco?
Creo que las
campañas contra el tabaco han sido mucho más contundentes que contra el
alcohol. Como consecuencia de ello se han prevenido muchas muertes. El
problema del alcoholismo es que muchas muertes se asocian a accidentes
automovilísticos. Ha habido países que han conseguido disminuciones
importantes de la mortalidad causada por el alcohol en las carreteras.
Eso significa que hay medidas que sabemos que pueden ser muy útiles.
Otra medida que ha sido utilizada por muchos países es el aumento del
precio del alcohol. Pero, claro, la industria del alcohol se resiste a
esta medida, y hablamos de una industria poderosísima. Creo que se
podría aumentar los impuestos sobre el alcohol.
¿Serías partidaria de que se tomaran este tipo de medidas?
Yo
sería partidaria de que se tomaran todo tipo de medidas que protegieran
la vida de las personas que están influidas por el consumo excesivo del
alcohol.
En España, sin ir más lejos, las estadísticas señalan que un 79% de la población consume alcohol al menos una vez al año.
Pero
el alcohol deviene un problema cuando se consume en exceso o se consume
en situaciones de riesgo para uno mismo o para los demás, como en el
caso de la conducción. Es ahí donde hay que intervenir. Cualquier
estímulo reforzador que tengamos aumenta el consumo.
Es así en el 100%
de los casos. Por lo tanto, una de las maneras de atenuar el estímulo es
aumentar el precio de las bebidas alcohólicas. Con esta medida proteges
sobre todo a los jóvenes, que no tienen tanto poder adquisitivo y en
los que la problemática del alcohol ligada a los accidentes de tráfico
es altísima.
La medida de aumento del precio ha
funcionado en el tabaco. Hay cierta evidencia de que para gente que no
puede dejar de fumar el cigarro electrónico es positivo. Aunque haya
componentes químicos que no son beneficiosos, pero eso se puede mejorar.
En
Holanda, por ejemplo, han vaciado las cárceles. El 95% de delitos
estaban relacionados con el tráfico de drogas. Han convertido las
cárceles en casas para refugiados. No sé si crees que la despenalización
es una buena medida…
Hay dos conceptos. Una cosa es la
despenalización y otra la descriminalización. Yo estoy por esta segunda
opción. No encuentro bien que se penalice el consumo de drogas, pero,
por otro lado, estoy a favor de encarcelar a las personas que se dedican
al tráfico de drogas. La gente muere a causa de las drogas y me parece
bien que se persiga a aquellos que hacen negocio con sustancias
altamente mortíferas.
Por ejemplo, ahora mismo en Estados Unidos estamos
padeciendo la mayor epidemia de opiáceos de la historia. Se mueren
treinta y tres mil personas cada año a causa de los opiáceos. Es decir,
cada veinte minutos alguien muere por sobredosis. Uno de los
estupefacientes que está emergiendo en el tráfico es el fentanilo. No
solamente hablamos de heroína. Y el fentanilo es una droga muy poderosa y letal.
Cuando
alguien está traficando, está dañando directamente a otra persona. Así
que he luchado mucho para que no se penalice al consumidor pero sí creo
firmemente en que se debe penalizar al traficante.
¿Solo en el caso de los opiáceos y drogas duras o también en el caso del hachís o la marihuana?
Si
estás haciendo negocio con drogas, sí. Porque el traficante puede
decir, por ejemplo, yo no les vendo a adolescentes, pero les está
vendiendo a otras personas que, a su vez, pueden vendérselo a menores. Y
las drogas causan mucho daño.
¿Las drogas te parecen algo inherente al ser humano?
Nuestro
cerebro está diseñado para responder a estímulos reforzadores y también
el cerebro del perro, del ratón o el del elefante. Es la manera en la
que la biología se asegura de que activemos conductas que nos permitan
sobrevivir.
O sea, conseguir la comida nos motiva en ese sistema
reforzador del placer. Hay drogas que también motivan ese sistema
reforzador. Pero vemos actualmente en nuestras estructuras sociales que,
si bien se pueden desarrollar conductas compulsivas con relación a la
droga, también se pueden desarrollar con relación a otros estímulos,
como es el consumo excesivo de comida, la ludopatía o los videojuegos a
nivel extremo.
Son conductas reforzadoras. Así que siempre habrá
personas más vulnerables a este tipo de refuerzos, y afirmar que se
puede erradicar la adicción en todos los ámbitos me parece un tanto
utópico.
¿Qué se está haciendo para erradicar la
epidemia de opiáceos? Tengo entendido que ahora mismo en Estados Unidos
pueden adquirirse opiáceos con una sola receta durante todo un mes.
Bueno,
pienso que eso fue lo que abrió la puerta a la epidemia de opiáceos que
estamos padeciendo. La manera tan poco restrictiva de recetar opiáceos.
¿Y en qué poblaciones sucedió?
En
todas. Hace quince años me empecé a dar cuenta de que se estaba
disparando el consumo de opiáceos, sobre todo entre los adolescentes. Y
me pareció rarísimo. Como estudiante de Medicina y psiquiatra nunca
había visto ese consumo de opiáceos entre los adolescentes. Y el 11%
estaban consumiendo un tipo de opiáceos prescrito contra el dolor.
Y
entonces ya pensé que estaba sucediendo algo dramático. En Estados
Unidos hay doscientos cuarenta millones de prescripciones al año y te
das cuenta de lo absurdo de estas prescripciones. Así que la medida
propuesta fue que teníamos que educar mejor al médico en la prescripción
de opiáceos, ya que se había pasado de la no prescripción por miedo a
la adicción —y entonces a los pacientes con dolores severos no se los
trataba— a una permisividad absoluta con relación a los opiáceos. Y fue
así como se disparó la adicción.
Los opiáceos son muy reforzadores, te
hacen sentir muy bien. Y, así, los traficantes también ven un mercado
emergente y empiezan a negociar con heroína. La heroína ahora mismo es
mucho más pura y mucho más barata. Cuando los médicos se dan cuenta de
que no deben prescribir opiáceos tan abiertamente, los pacientes que
desarrollaron adicción cambian estos medicamentos por la heroína y se
introducen los sintéticos.
El panorama parece aterrador…
La
situación en Estados Unidos es muy grave. Y esto se produce en medio de
una gran crisis de valores. Recuerda un poco a lo que Inglaterra hizo
con China en la guerra del Opio. En el siglo XIX. Desde entonces ya
sabemos que, si quieres hundir un país, basta con darle drogas. (...)" (Entrevista a Nora Volkow,
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