"La moción de censura me pilla lejos, aunque, probablemente, esto sea problema mío. (...)
Irene Montero, de la que no soy admirador, sorprendió con una gran intervención donde fue capaz de mantener por dos horas una dureza fría sin caer en la astracanada,
bajando a tierra los conflictos del país, esto es, poniéndoles caras y
contextos.
La respuesta, que ya se da tanto en redes sociales y medios
como en sede parlamentaria, fue la de un Rajoy que solo pasaba por allí o que veía todo como una exageración radical, mientras que sus diputados y periodistas —en una confusión que empieza a resultar dolorosa—
aludieron a la relación sentimental de Montero en un gesto que, además
de machista, está ya manido y carece por completo de interés. (...)
Iglesias sacó su lado pedagógico y tranquilo, en un intento de
quitarse el manto de extremista, que es eso que los señores que escriben
editoriales te echan por encima cuando sacas los pies de su tiesto. Le
vino bien porque así se desprende de cierta bravuconería que
le sale al saberse por encima, y probablemente estarlo, de gran parte
de la bancada popular.
Pero también le hizo perder algo de ese brillo
arrogante que hay que sacar cuando los torpes con pasta te miran por
encima del hombro confundiendo capacidades con posición.
Es el eterno problema, posiblemente irresoluble, de quien necesita
limpiar un campo de malas hierbas pero no puede permitirse incendiar el
bosque. De Rajoy, de nuevo, habría que destacar más las alabanzas
recibidas por hacer su trabajo que su trabajo en sí.
Parece, para los
cronistas de lo inevitable, que el paso del plasma y la madriguera a la tribuna
es de por sí digno de mención para dar figura de estadista a alguien
que, siendo inteligente, ha jugado a hacerse el tonto con gran maestría.
A mí, sin embargo, que no soy muy aficionado a la dialéctica como juego,
sobre todo si ésta es refranero más lugar común, me hizo levantar la
vista una frase del presidente.
“Ficción de miseria”, dijo Rajoy,
refiriéndose al bloque de cuestiones laborales y sociales que Iglesias
le planteó desglosando los problemas cotidianos a los que los
ciudadanos, concretamente esos que venden su fuerza de trabajo, se
enfrentan cuando carecen de él o están sumidos en la precariedad. (...)
Lo que no entiendo, ni admito, ni soporto, es que
alguien al que suponemos sobradamente informado sobre la situación del
país hable de ficciones de miseria. Porque lo peor de los discursos de
Iglesias y Montero no fue si ellos lo harían mejor —y perdonen la estupidez esa de gobernar para todos—
o si disponen de soluciones eficaces para hacer frente a los enormes
problemas que relataban, sino que, simplemente, todos esos problemas
eran tan ciertos como el paso de los días.
Las cifras económicas, que se pretenden infalibles e imparciales, no
suelen ser más que un arte para adaptar lo que ocurre a los intereses de
quien maneja el estudio.
Así, cuando Rajoy maneja sus cifras
construye ficciones de lujo y esplendor, que quizá sean ciertas para
esa parte pequeñísima de la población que decide sobre nuestras vidas
entre copas y miradas al escote de las azafatas en los palcos de los
grandes estadios, que quizá sea inaprensible para esos exitosos y
adaptados periodistas que comparten también miradas, copas y palco, pero
que resultan hirientes para quien sabe lo que es manejarse cada mes con
cifras en la cuenta del banco que nunca sobrepasan los tres dígitos y
que acaban al final del mes, a menudo, en dos o ninguno.
Lo que jode, y perdonen la expresión, no es si Montero es novia de
Iglesias, si su intervención fue tediosa para el repentino gusto
retórico de los analistas, si esta moción de censura es apropiada para
la estabilidad del país.
Lo que jode es vivir, efectivamente, en una inestabilidad constante,
dando tumbos como una peonza, incapaces de saber dónde nos caeremos
muertos no dentro de 30 años sino tan sólo de 30 días. Lo que jode es
escuchar hablar con soltura de la escasez a tu gente, a esa que no se
puede permitir el lloro porque las lágrimas no cotizan ni suman días
para el siguiente paro.
Lo que jode es ver la alegría por la aspiración conseguida al mileurismo
y que te entreguen un papel de menú del día y repares en que el precio,
unos 20 euros, corresponde a la ficción de seguridad con la que la
clase media pasa sus sobremesas mientras que a ti te toca manta y
bocadillo en el césped porque hasta en eso hay clases.
Lo que jode es
ver los anuncios de créditos rápidos protagonizados por señoras
andaluzas con acentazo que están en esa edad donde, en vez de disfrutar
de su jubilación, tienen que andar haciendo piruetas para echar una mano
a hijos y nietos.
Lo que jode es conocer a gente que mientras que se prepara una
oposición se saca unas perras con esta chamarilería posmoderna de hazme
una rebajita, guapi. Lo que jode es ver a alguien a quien quieres
comerse kilómetros y dolores y encima que te lo cuente con una media
sonrisa.
Y eso que ni se nos ha ocurrido citar a los que se quedan sin
casa, a los que tienen que ir a la beneficencia o a los que tapizan con
sus cuerpos entre cartones el centro de las grandes ciudades.
El ahora
qué, la Balsa de la Medusa cotidiana, joden, sobre todo, porque ya nos hemos acostumbrado a ellas, más que por abnegación porque no nos queda otra —mientras que sigamos siendo disciplinados aprendices del consenso—. Jode porque no son ficciones de miseria, jode porque son pedazos de realidad." (Daniel Bernabé, La Marea, 14/06/17)
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