"(...) Si hay alguien que ha sido elegido para protagonizar nuestra etapa es el nuevo presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron.
La razón es sencilla, es la victoria electoral de un candidato pro-UE
más importante desde que se inició la crisis hace ya casi diez años.
Pero además, Macron, reúne una serie de cualidades que le hacen
profundamente consustancial al ansia de seguridad reclamada por lo que
parece una mayoría de votantes, unos modos sosegados, un cariz moderno y
un discurso bastante cercano a los libros de autoayuda.
Macron maneja, en esencia, los mismos presupuestos económicos que
desembocaron en el desastre de 2008, más desregulación, más mercado y
más capitalismo anfetaminado. Pero eso da igual, porque para eso está el
sentido común, los asesores de imagen y la potencia discursiva de lo
consensuado, para que las mentiras que aún están frescas en el pudridero
vuelvan a la vida bajo una capa de chapa y pintura apresurada pero
efectiva.
Macron quiere que Francia piense y se mueva como una start-up.
Para qué queríamos más. Es evidente que nadie gana elecciones diciendo
que su país se debe parecer a una industria en Bangladesh o a una mina
de coltán africana, pero si dices start-up, a todo el mundo se
le viene a la cabeza algo actual, algo así como unos chicos jóvenes en
vaqueros teniendo ideas magníficas que les hacen ricos, que benefician
al resto de la sociedad y que, además, son compatibles con acabar tu
jornada laboral en una pista de skateboard después de haber participado
en algún tipo de actividad filantrópica.
Es la cuadratura del círculo,
por enésima ocasión, en la que se puede ser capitalista y ser buena
persona. Si los emprendedores han sido el eufemismo para enterrar en el imaginario colectivo el término de empresario, la start-up ha sido la pirueta óptima para vendernos que existe una nueva forma de hacer las cosas en el ámbito de la empresa y lo laboral.
Una start-up, que no es más que el anglicismo para denominar a un tipo muy particular de empresa emergente, es la mayor idea como bomba de humo
que a base de reportaje, opinión de experto y dato sesgado, se dibuja
como la visión esperanzada que nos devolverá el paraíso perdido. (...)
O dicho de otro modo, como montar una fábrica de coches o una empresa
de fabricación de ventiladores es caro, costoso y poco competitivo,
tengamos ideas, hablemos, compartamos nuestras experiencias y visiones
de futuro a ver si, en una de estas, damos con la fuente de la eterna
juventud.
¿Quién es el complemento perfecto para esta fantasmagoría? Lo
tecnológico.
No me entiendan mal. No el ensamblaje de teléfonos móviles
por miles de manos mal pagadas que lo mismo un día se revuelven y te
montan una huelga, lo tecnológico también como algo intangible y, a
menudo, como inútil necesidad creada a un tipo de consumidor sin
demasiados recursos pero abundante, es decir, el proletariado precarizado
de los países occidentales.
Nada de investigación en nuevos motores,
energías renovables o materiales de construcción inteligentes, sino
aplicaciones para móviles centradas en una falsa economía colaborativa
que mercantiliza cualquier aspecto de nuestro tiempo libre.
Ahora al finalizar nuestros trabajos mal pagados podemos seguir
trabajando haciendo portes para una multinacional de la distribución,
realquilando la habitación sobrante del pisito de sesenta metros
cuadrados o vendiendo basura inútil que compramos cuando pensamos que
los magníficos sueldos de mil euros iban a durar para siempre.
Es cierto
que, además de esto, existen otros campos en los que emprender y situar
tu empresa emergente, la mayoría de ellos tan útiles como el vino de colores con escamas de oro,
la negociación en bolsa ayudados del algoritmo del vasito o la búsqueda
rápida de decorados para bodas. Servilletas con forma de cisne. Todo
bien. (...)
Es decir, el gran plan de los (re)nuevos liberales como Macron o su diminuto presunto amigo Albert Rivera,
es poco más que una entelequia que mueve escaso dinero, vale para
emplear a poquísima gente y lo hace en partes muy concretas del
territorio. Eso si pensamos en términos de economía real, de bienestar
generalizado o de presente inmediato viable. Si lo hacemos en términos
de rédito electoral, de imagen, de empezar a vender la desregulación
laboral ya no como un ataque, sino como una oportunidad, quizá sí
podamos hablar de éxito.
Macron, Rivera, las start-ups y los cafés con sabor a
vainilla serán como la televisión de los noventa de la que les hablaba
al principio. Algo de lo que apartaremos la vista, con pudor y sonrojo,
dentro de veinte años, seguramente, eso sí, cuando seamos todos ya unidades de emprendimiento independientes
y estemos, felices y satisfechos, con la nueva fantasía que nos den de
comer por entonces. Desarrollamos sentido crítico, el problema es que lo
hacemos demasiado tarde." (Daniel Bernabé
, La Marea, 21/06/17)
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