"(...) Pero, en realidad, lo único que ha aplastado (Macron) son los partidos
tradicionales franceses, Los Republicanos del centroderecha y los
socialistas del centroizquierda.
Otro país más en donde el sistema
político tradicional, carcomido por la corrupción y la estafa
programática, se hunde ante la desconfianza generalizada de los
ciudadanos que buscan algo distinto. Pero sin gran entusiasmo. Porque el
dato más importante es un nivel de abstención histórico (...)
Pero ¿qué más da?, dicen cínicos y politólogos, lo que cuenta son los
escaños según el sistema establecido. Ese pragmatismo ciego separa la
política de la sociedad. Porque al sesgar decisivamente la voluntad
popular (o el rechazo a aceptar cualquier opción) parece difícil abordar
reformas como las que pretende Macron sin el apoyo de un 84% de los
ciudadanos (el 24% de votantes con el que ganó las presidenciales se
traduce en un 16% de los electores).
Seguir sin rectificar el proceso de
integración europea, tras unas elecciones presidenciales en las que el
49,7% ha votado por partidos que cuestionan la Unión Europea, profundiza
en la línea autodestructiva del europeísmo de élites que huye hacia
adelante confiando en su capacidad institucional de acallar el
descontento popular.
No hubo Frexit porque Le Pen es demasiado fascista
para cualquier sociedad democrática y la Francia Insumisa aún demasiado
inmadura. Farage no ganó el Brexit, fueron los conservadores
euroescépticos. Pero la nueva izquierda francesa ya hizo su sorpasso a
los restos del PS (...)
Una y otra vez en la última década, en parte porque la crisis
económica acentuó la crisis de legitimidad política, los partidos
tradicionales retroceden espectacularmente o se hunden. Con dos
excepciones: una, el laborismo de Corbyn, que resurge a partir del
regreso a sus raíces históricas; la otra, la democracia cristiana de
Merkel, cuya erosión se ralentiza por el apoyo suicida de los
socialdemócratas. Veremos en septiembre.
Macron es casi el
arquetipo de lo que las élites financieras y tecnocráticas están
buscando en Europa como respuesta a la crisis política. Un líder joven,
brillante, formado a la vez en la tecnocracia del Estado (Escuela
Nacional de Administración) y en la finanza global (Rothschild), con
energía y ambición, honesto, con una historia romántica en su vida
personal, y que no tiene reparos en arremeter contra el Partido
Socialista que le inició en la política y contra los gastados políticos
de derechas que hasta ahora gestionaban los intereses de la gran
finanza.
Y claramente antipartidos políticos, aunque tuviera que crear
uno propio para entrar en las reglas del juego. Pero se cuidó de darle
como nombre sus propias iniciales, EM, En Marcha, que es lo primero que
se les ocurrió a sus publicistas. Claro que tras las presidenciales le
añadió la apostilla de La República, para quitarle a la derecha (Los
Republicanos) hasta el nombre.
En cuanto a los socialistas no le
hizo falta enterrarlos porque el primer ministro, Valls, ya los había
declarado difuntos, haciéndose eco de lo que el presidente Hollande
había insinuado un año antes en su famoso libro de autodestrucción
política.
A partir de ahí, todo fue fácil: escoger a profesionales
apolíticos, vírgenes de corrupción, al tiempo que abrió las puertas a
todo tránsfuga de los partidos tradicionales que fuera aprovechable,
liquidando el poco capital humano que aún les pudiera quedar.
¿Para
hacer qué? Neoliberalismo económico y autoritarismo político. Prioridad a
la reforma laboral, o sea la precarización del empleo y la congelación
de salarios, la cantinela de los medios empresariales para asegurar el
crecimiento económico, sin que la evidencia empírica lo demuestre, más
bien lo contrario, por contracción de la demanda y pérdida de
productividad de trabajadores ocasionales.
Y endurecimiento de las
medidas autoritarias de mantenimiento del orden so pretexto de la lucha
contra el terrorismo. Macron está convencido de que el miedo al
terrorismo es el caldo de cultivo del FN. Y que para la mayoría de la
población restringir la inmigración, vigilar a la minoría musulmana
(cinco millones y medio) y dejar manos libres a la policía son medidas
insoslayables que legitimarán a un líder protector del orden.
Y, sobre
estas bases, quiere relanzar la integración de Europa, superando las
reticencias del nacionalismo francés, mediante una alianza estrecha con
Merkel. Ambiciosos proyectos para tan escasa base social.
Francia
siempre se ha caracterizado por ser una sociedad rebelde frente a un
sistema político cerrado sobre sí mismo, con partidos clientelistas y
patrimonialistas del Estado. Tras el histórico movimiento social de Mayo
de 1968, matriz de cambios ideológicos, un mes después De Gaulle obtuvo
la mayoría absoluta en las elecciones.
Pero tan sólo un año después se
estrelló en un referéndum y tuvo que jubilarse. Macron es demasiado
joven para eso. Pero pronto se dará cuenta de que la voz de la calle no
puede ahogarse con policía y publicidad." (Macronismo: el fin de los partidos, de Manuel Catells, La Vanguardia, en Caffe Reggio, 17/06/17)
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