"Es moneda común referirse a la crisis económica como
un episodio que se está superando o que, incluso, ha pasado a la
historia. Este planteamiento autocomplaciente lo encontramos en los
dirigentes del Partido Popular, en la mayor parte de los gobiernos
europeos y en los responsables de las instituciones comunitarias. Y, por
supuesto, inunda hasta la saciedad los medios de comunicación.
Para respaldarlo, se presentan indicadores como el
crecimiento del Producto Interior Bruto, la reducción del déficit
público o la creación de empleo; sin el menor rubor, se ocultan o se
distorsionan otros, que apuntan justamente en la dirección contraria,
como el aumento de la desigualdad, la creciente precarización de las
relaciones laborales, la progresión de la desigualdad, la debilidad del
sector bancario o el alza de la deuda pública.
En estas líneas, siquiera de manera somera, queremos
entrar en este debate, poniendo sobre la mesa un asunto que la mayor
parte de los análisis omiten y que, sin embargo, es clave para entender
dónde estamos y qué desafíos nos esperan: la localización espacial de la
industria manufacturera.
Hay escasa información al respecto (las estadísticas
son incompletas y manifiestamente insuficientes), pero la disponible nos
habla de una tendencia a la concentración de la producción
manufacturera en pocos países, en un contexto donde las empresas
transnacionales redespliegan las cadenas globales de creación de valor;
reservando para los países y regiones dominantes aquellas actividades
–productivas, comerciales y financieras– de mayor contenido estratégico,
mientras que las periferias reciben las de menor complejidad y
contenido tecnológico. (...)
Estamos ante un asunto de gran trascendencia por
varias razones. La primera es que en la Europa realmente existente –¡tan
distinta de la presentada por la vacía retórica oficial!–, las
divergencias estructurales han aumentado y se han enquistado.
A pesar
del mil veces proclamado objetivo de la convergencia y de afirmar que
este representaba la quintaesencia del “proyecto comunitario”, las
brechas que separan a economías con dispares capacidades productivas y
competitivas se han ensanchado.
Esta circunstancia es relevante, en segundo lugar,
porque las disparidades productivas dentro de la UE han estado, junto a
otros factores, en el origen y desencadenamiento de la crisis,
bloqueando su superación.
Los superávits y los déficits por cuenta
corriente asociados a esas disparidades, y que se han disparado sobre
todo a partir de la introducción de la moneda única, colocaban a unas
economías, las que contaban con mayor potencial competitivo, en
posiciones acreedoras, mientras que las más rezagadas dependían de la
financiación externa. Este desequilibrio actuó como lanzadera de la
economía basada en la deuda.
Una deficiente gestión de la crisis, que ha golpeado
con especial virulencia a las economías meridionales, ha agravado estas
brechas estructurales. Los países que acumulaban grandes excedentes por
cuenta corriente continúan generándolos, mientras que la periferia ha
conseguido, al menos en parte, reabsorber sus déficits gracias al
estancamiento económico (y a la consiguiente desaceleración o reducción
de las importaciones) y a una feroz represión salarial.
Entretanto, los responsables comunitarios han
renunciado (simplemente, no está en la agenda) a una política dirigida a
promover la convergencia estructural (productiva, social y
territorial). (...)
En el informe de los cinco presidentes “Completing Europe’s Economic and
Monetary Union” se afirma incluso que la UE ha sido “un motor de
convergencia”. Palabras y retórica, en el acartonado lenguaje al que nos
tiene acostumbrada la alta burocracia comunitaria, que nada tienen que
ver con la realidad, sobre todo si nos referimos a la convergencia
estructural.
Porque una política coherente y comprometida con cerrar las brechas
necesita aumentar, de una manera sustancial, el presupuesto comunitario,
invirtiendo su actual tendencia a la reducción (en la actualidad,
apenas alcanza el 1% del Producto Nacional Bruto Comunitario), hasta
situarlo, como poco, en el 4%, y en un periodo razonable en el 8%. (...)
Nada de esto se contempla en las propuestas de gobernanza lanzadas
recientemente desde las elites europeas; ni la francesa, ni la alemana,
ni la de la Comisión Europea. En el corazón de estas propuestas están el
mercado, las grandes corporaciones, la industria financiera y las
economías más prósperas y competitivas.
El resultado, el conocido: un
espacio productivo europeo jerarquizado, más divergencias, más lejos de
una superación de la crisis." (Miguel Urbán / Daniel Albarracín / Fernando Luengo, CTXT, 10/01/18)
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