"La gran atención de los mayores medios de información en los países
situados a los dos lados del Atlántico Norte, en su cobertura del
aniversario de la elección del candidato republicano Trump al cargo de
Presidente de EEUU se ha centrado en la figura del Presidente Trump, que
antes de ser elegido Presidente era uno de los empresarios más
importantes en el negocio inmobiliario de aquel país, uno de los más
especulativos de la economía estadounidense.
A pesar de no haber nunca ocupado un cargo electo antes de ser elegido, conocía bien el funcionamiento del Estado (tanto federal, como estatal y municipal) pues en gran parte su éxito como empresario había dependido de sus conexiones políticas, incluida “la compra de políticos”.
El sistema electoral, de financiación predominantemente privada, favorece lo que en EEUU se llama “la compra de políticos” que pasan a representar los intereses de los que los financian. En realidad, Trump es un personaje bastante representativo del mundo empresarial especulativo de EEUU, que conjuga una enorme ignorancia de la política internacional, un desdén hacia el mundo intelectual y mediático con el cual se encuentra altamente incómodo, una hostilidad hacia el establishment federal y una gran astucia política.
Es profundo conocedor de los gustos y opiniones de amplios sectores de las clases populares blancas con los que comparte un lenguaje lleno de estereotipos que le hace enormemente popular entre sus bases electorales. Su comportamiento aparentemente errático, que rompe todos los moldes de la respetabilidad burguesa, le convierte en un personaje carismático entre su electorado, que es, en su mayoría, de clase trabajadora y clase media de raza blanca, que comparte sus opiniones y prejuicios. (...)
A pesar de no haber nunca ocupado un cargo electo antes de ser elegido, conocía bien el funcionamiento del Estado (tanto federal, como estatal y municipal) pues en gran parte su éxito como empresario había dependido de sus conexiones políticas, incluida “la compra de políticos”.
El sistema electoral, de financiación predominantemente privada, favorece lo que en EEUU se llama “la compra de políticos” que pasan a representar los intereses de los que los financian. En realidad, Trump es un personaje bastante representativo del mundo empresarial especulativo de EEUU, que conjuga una enorme ignorancia de la política internacional, un desdén hacia el mundo intelectual y mediático con el cual se encuentra altamente incómodo, una hostilidad hacia el establishment federal y una gran astucia política.
Es profundo conocedor de los gustos y opiniones de amplios sectores de las clases populares blancas con los que comparte un lenguaje lleno de estereotipos que le hace enormemente popular entre sus bases electorales. Su comportamiento aparentemente errático, que rompe todos los moldes de la respetabilidad burguesa, le convierte en un personaje carismático entre su electorado, que es, en su mayoría, de clase trabajadora y clase media de raza blanca, que comparte sus opiniones y prejuicios. (...)
Trump no salió del aparato del Partido
Republicano ni de los círculos políticos de Washington, lo que le hace
una figura muy atípica en el mundo político estadounidense. De ahí la
animosidad de gran parte de los mayores medios de comunicación, que le
dedican una enorme atención mediática muy orientada hacia
desacreditarle, lo cual acentúa más su popularidad, no tanto entre la
población general (donde es muy baja), sino entre la población que le
vota, que odia al establishment político-mediático del país.
Todas las encuestas destacan la gran lealtad de sus bases electorales, habiéndose establecido una alianza de sectores importantes del mundo empresarial relacionado con el capital especulativo (sector inmobiliario y capital financiero) y amplios sectores populares, de raza blanca, cohesionados y unidos por una ideología caracterizada por dos componentes básicos.
Todas las encuestas destacan la gran lealtad de sus bases electorales, habiéndose establecido una alianza de sectores importantes del mundo empresarial relacionado con el capital especulativo (sector inmobiliario y capital financiero) y amplios sectores populares, de raza blanca, cohesionados y unidos por una ideología caracterizada por dos componentes básicos.
¿Cuál es la ideología de lo que ha venido a llamarse erróneamente como Trumpismo?
Digo erróneamente, pues no es Trump el
que ha creado esta ideología, sino al revés: la ideología
antiestablishment ampliamente extendida en amplios sectores de las
clases populares es la que ha posibilitado la victoria de Trump.
Tal ideología se caracteriza por dos componentes típicos del
antiestablishment presentes entre grandes sectores de las clases
populares, a los cuales hay que añadir un tercer componente, este sí,
específico de Trump.
El primero es, como ya he subrayado, un
antiestablishment federal, basado en Washington, al que se le percibe
como instrumentalizado por el Partido Demócrata, cuyas políticas
públicas supuestamente han favorecido sistemáticamente a las minorías
afroamericanas (y, en menor lugar, a las latinas), a costa del propio
bienestar de las clases populares de raza blanca.
En esta ideología se
percibe a este establishment federal como también utilizado por las
grandes empresas industriales, que a través de los Tratados de Libre
Comercio, están deslocalizando puestos de trabajo bien pagados de la
manufactura a países con salarios mucho más bajos. Esta exportación de
puestos de trabajo está dañando el bienestar de la clase trabajadora
blanca, que ocupaba la mayoría de estos buenos puestos.
El segundo componente de esta ideología (íntimamente relacionado con la
anterior) es un profundo nacionalismo, que, en parte, idealiza el pasado
de EEUU, y que quiere recuperar aquel mundo en el que se vivía mejor.
Este nacionalismo está basado en una lectura profundamente errónea de la
política exterior de EEUU, que ve al gobierno federal motivado por un
deseo de promover la libertad y la democracia a nivel mundial.
De esta
lectura se derivan las propuestas de este tipo de nacionalismo que cree
que el gobierno de EEUU debería abandonar su “altruismo” y dar más
atención a los intereses de EEUU sobre todos los demás. (...)
El énfasis de Trump en el exitoso eslogan “America First” (“poner a EEUU
primero”) es un intento de revitalizar la economía estadounidense,
centrándose en crear puestos de trabajo en el país. (...)
A estos dos componentes hay que añadirles un tercero, que es
característico de la ideología dominante en la Administración Trump: la
visión empresarial de que el Estado debe dirigirse y gestionarse como si
fuera una gran empresa, siguiendo los cánones de la cultura empresarial
que domina la clase corporativa (the Corporate Class) de EEUU. En esta
ideología hay también un elemento elevado de aprovechamiento personal y
familiar de sus negocios particulares. (...)
No es la primera vez que un hombre de
negocios llega a ser Presidente de EEUU. Pero es nueva la manera en que
Trump gobierna este entramado utilizando lo público para el
enriquecimiento privado, sin rubor y con todo el descaro.
El gran error de enfatizar tanto la figura de Trump
El enorme énfasis en la figura de Trump
dificulta la comprensión de lo que ocurre en EEUU, pues lo más
preocupante de la situación política de EEUU no es que un personaje como
Trump se haya convertido en el Presidente de EEUU, sino que casi la
mitad del electorado estadounidense le votara, cosa que continuará
ocurriendo a no ser que se conozca por qué tal sector del electorado
blanco (que constituye el mayor porcentaje de población perteneciente a
la clase trabajadora estadounidense) votó por Trump. Sin comprender esta
realidad, y sin actuar sobre las causas de este hecho, Trump y
personajes como él continuarán siendo elegidos por muchos años. (...)
En la última encuesta sobre popularidad
del Presidente Trump, publicada en el New York Times (14 de enero de
2018), el dato más llamativo es que mientras su popularidad está
descendiendo en grandes sectores de la población, permanece en cambio
enormemente alta entre los que lo votaron.
Y aquí está el dato más
importante que se ignora constantemente. De ahí que la pregunta más
importante que debería hacerse, y no se hace, es ¿por qué la mayoría de
la clase trabajadora estadounidense blanca (que es la mayoría de la
clase trabajadora) votó a Trump?
¿Por qué ganó las elecciones el candidato Trump?
La respuesta a esa pregunta es, en realidad, sumamente fácil de
responder si uno analiza lo que ha ido pasando en EEUU desde la elección
del Presidente Reagan en los años ochenta, con el surgimiento y
expansión del neoliberalismo (que es ni más ni menos que la ideología de
la clase corporativa -The corporate class- formada por los propietarios
y gestores de las grandes empresas del país) y que se ha convertido en
dominante, no sólo en los círculos financieros y económicos, sino
también en los círculos políticos y mediáticos que aquéllos dominan,
controlan e influencian. (...)
El mejor dato que ilustra este hecho es
que el porcentaje de las rentas derivadas del trabajo ha ido
descendiendo de una manera muy marcada en EEUU desde 1979, pasando de
representar un 70% de todas las rentas en 1979, a un 63% en 2014. Este
descenso ha sido a costa de un enorme aumento en las rentas derivadas
del capital durante el mismo período.
Este descenso de las rentas del trabajo
no habría podido ocurrir sin el cambio del Partido Demócrata (partido
que se definía en los años treinta del siglo XX como el Partido del
Pueblo), el cual, a partir del Presidente Clinton, se convirtió también
en partido neoliberal (pasando a ser la versión light del neoliberalismo
del Partido Republicano). (...)
Los cambios en el Partido Demócrata
Esta reconversión implicó el
distanciamiento de la clase trabajadora blanca hacia el Partido
Demócrata. Subrayo blanca, porque la raza juega un papel clave en la
vida política en EEUU. El Partido Demócrata había sido el instrumento de
las clases populares frente al mundo empresarial representado por el
Partido Republicano.
Pero el acercamiento del Partido Demócrata al mundo
empresarial, diluyó esta relación e identificación de manera tal que
las políticas públicas del Partido Demócrata se distanciaron más y más
de su intervencionismo con sensibilidad de clase social, orientándose
más y más a la integración de los sectores discriminados -minorías y
mujeres- en la estructura de poder. De esa manera, las políticas
identitarias pasaron a ser las que establecieron los parámetros del
conflicto, entre las derechas, en contra de tales políticas y las
izquierdas, a favor de ellas.
La victoria del Presidente Obama, un
afroamericano, era una victoria de estas políticas identitarias. Para
culminar su éxito, solo faltaba la victoria de Hillary Clinton, una
mujer. Pero tanto la izquierda como la derecha institucional gobernante
aplicaron políticas de clase (políticas neoliberales) que afectaron
negativamente al bienestar de las clases populares (la mayoría de las
cuales pertenecen a la raza blanca), hasta tal punto que la esperanza de
vida de la clase trabajadora blanca ha ido disminuyendo como
consecuencia de un gran deterioro de su calidad de vida.
Es, pues, lógico y predecible que las
clases populares de raza blanca se rebelaran y apoyaran a los candidatos
antiestablishment (Bernie Sanders y Donald Trump). Bernie Sanders,
socialista, y Trump, un personaje de ultraderecha. En la presentación de
la realidad electoral estadounidense se ignora u oculta que la gran
mayoría de las encuestas señalaban que Sanders hubiera ganado las
elecciones a Trump en el caso de que hubiese ganado las primarias del
Partido Demócrata.
El establishment del Partido Demócrata, sin embargo,
lo destruyó, consiguiendo que no fuese electo en esas primarias, ganando
en su lugar Hillary Clinton, la persona que representa el establishment
político de Washington, del cual ha sido figura prominente desde que su
esposo ganó las elecciones a la Presidencia en el año 1992. Su elección
en las primarias del Partido Demócrata dejó a Trump como única
alternativa para canalizar el enfado contra el establishment
político-mediático. (...)
Esta alianza del movimiento
antiestablishment (predominantemente de clase trabajadora y clases
medias de renta baja) con amplios sectores del capital financiero y
especulativo, profundamente contrarios al gobierno federal, se tradujo
en una gran diversidad de sensibilidades políticas dentro del equipo
Trump en la Casa Blanca, que ha generado una percepción de desorden que,
en realidad, era el conflicto entre aquellos que representaban el
movimiento antiestablishment liderado por el ideólogo de la altamente
exitosa campaña electoral del candidato Trump, Steve Bannon, y los que
representaban los intereses del capital financiero, liderados por Gary
Cohn, que fue presidente de Goldman Sachs (y que dirige el equipo
económico de la Casa Blanca y que es, por cierto, del Partido Demócrata)
y el sector inmobiliario (que dirige su yerno Jared Kushner).
Ese
conflicto se resolvió con la victoria del capital financiero e
inmobiliario sobre los representantes del movimiento antiestablishment,
cuando Steve Bannon tuvo que salir de la Casa Blanca. Es sintomático que
cuando se dio la noticia, la bolsa situada en Wall Street la aplaudiera
a rabiar.
Bannon había sido el ideólogo del
movimiento que promovió Trump en las primarias, movimiento que tiene una
ideología racista y machista extrema, que utiliza una narrativa, un
lenguaje y un discurso claramente de clase, denunciando la situación más
que preocupante del deterioro del bienestar de la clase trabajadora (y
muy en especial del sector manufacturero) que se ha visto afectada muy
negativamente por la movilidad de los sectores industriales a otros
países, facilitada por los Tratados de Libre Comercio, apoyados tanto
por el Partido Demócrata como por el Partido Republicano.
El abandono
del Partido Demócrata de políticas de sensibilidad de clase a favor de
las clases populares, centrándose en su lugar en las políticas de
identidad, favoreció el apoyo de las clases populares a la ultraderecha.
Bannon lo subrayó explícitamente cuando declaró en una ocasión que la
mejor estrategia para su movimiento era que “el Partido Demócrata ponga
todo su énfasis en los temas identitarios, y nosotros nos centraremos en
los temas económicos de clase”.
Como bien decía Gideon Rachman,
responsable de asuntos internacionales del Financial Times: “Bannon
deseaba que se reproduzca el racismo y la guerra entre las clases
populares blancas y el Estado federal, presentado como controlado por
los globalistas a nivel internacional y por las minorías a nivel
doméstico” (Financial Times, 23.08.17, pag.9)
Esta era la visión de
Bannon. Para Bannon era importante facilitar que los demócratas se
centren en la paridad de raza y género, permitiéndoles a él y al Partido
Republicano centrarse en el mejoramiento económico de las clases
populares, utilizando para ello un discurso parecido al de “la lucha de
clases” de antaño. Y aunque Bannon ha sido expulsado del establishment
trumpiano, su ideología permanece popular entre amplios sectores de la
clase trabajadora blanca estadounidense.
De ahí que lo que las fuerzas
progresistas deberían hacer en EEUU es romper esta dicotomía raza o
clase social, para convertirla en raza, género y también clase social.
Pero ello requiere un redescubrimiento de la importancia de las
categorías de clase social que no se detecta por parte de la dirección
del Partido Demócrata.
En realidad, tal dirección llegó incluso a acusar
al candidato Sanders de “racista” porque, aunque no ignoraba la
necesidad de corregir la discriminación de raza, se centraba en temas
como la explotación de clase social. Esta relación entre discriminación
de raza y género y explotación de clase es esencial para que las
izquierdas en EEUU vuelvan a recuperar su poder (y su proyecto
histórico).
Como ha ocurrido en la mayoría de países europeos, el
triunfo de la ultraderecha ha sido precisamente consecuencia del
abandono por parte de los partidos de izquierda de su orientación y
servicio a las clases populares, acercándose más y más a la clase
corporativa (The Corporate Class), estableciendo una complicidad con
ella, creándose un vacío que ha llenado la ultraderecha. El caso de
Francia, con el gran apoyo a la ultraderecha por parte de la clase
trabajadora, es el más significativo pero no es el único en Europa. (...)"
(Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 24 de enero de 2018, en www.vnavarro.org, 24/01/18)
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