"(...) Podríamos decir que los verdaderos ganadores de Maastricht fueron el
capitalismo líquido y especulativo de las finanzas que, mediante el
artículo 104 del tratado, consagró la prohibición de que los bancos
centrales financiaran a los gobiernos, una condición que solo ha
beneficiado a la banca privada; desde que se ratificó el Tratado de
Maastricht, se calcula que con esta medida los bancos europeos habrán
recibido anualmente alrededor de unos 350.000 millones euros en concepto
de intereses por la deuda asociada a la financiación de los estados.
Un
dinero que, en lugar de haberse dedicado a financiar el desarrollo del
cambio de modelo productivo europeo o políticas sociales, ha sido el que
ha alimentado la especulación financiera.
Precisamente, en los
intereses financieros y no en el gasto social se encuentra el verdadero
origen de la deuda de los países del sur, que las instituciones europeas
han querido combatir a base de recortar derechos y democracia.
Si bien es cierto que el Tratado de Maastricht apuntaba también a la
necesidad de promover la convergencia productiva y social, este objetivo
solo ha quedado en una mera declaración de intenciones, sepultada por
el rigor del pacto de estabilidad presupuestaria. (...)
Se suponía –también erróneamente– que se produciría una transición desde
la convergencia nominal a la estructural. Justo lo contrario de lo que
ha acontecido: las disparidades productivas y sociales entre los países
del norte y del sur, del centro y de la periferia se han ensanchado.
Las
medidas de signo estabilizador –acompañadas de las políticas de oferta y
estructurales antes mencionadas– han penalizado sobre todo a las
economías más rezagadas, caracterizadas por tejidos productivos y
posiciones competitivas más frágiles.
Porque sin ningún tipo de forma
democrática de compartir recursos o sin estrategia de desarrollo común,
la unión monetaria se ha convertido en un mecanismo perverso que drena
recursos de los pobres hacia los países ricos. (...)
En la Europa que surge del Tratado de Maastricht y que se consolida
con la implantación de la moneda única –en realidad, en la Europa que se
reconoce en el relato neoliberal que triunfó con la revolución
conservadora encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher o en el
“neoliberalismo progresista” de la Tercera Vía de Blair– encontramos más
empleo precario y más trabajadores pobres, más desigualdad y menos
equidad, unos salarios que se estancan o que apenas crecen, paraísos
fiscales que sangran las finanzas públicas permitiendo una evasión a
gran escala de multinacionales y multimillonarios, unas estructuras
tributarias cada vez más injustas y regresivas, donde la carga fiscal es
cada vez más soportada por las rentas medias y bajas.
Encontramos, en
fin, una Europa con unas instituciones cuya agenda ha estado determinada
por los lobbies empresariales y las economías más poderosas.
Realmente, Maastricht fue la primera gran alerta de cómo el
neoliberalismo imperante en la construcción de Europa que allí se ponía
en marcha no necesitaba la democracia, más bien le molestaba, y que, por
tanto, con el Tratado comenzaba su desmantelamiento real.(...)" (Miguel Urbán, Fernando Luengo, CTXT, 14/02/18)
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