"Siempre se supo que Macri gobernaba para los ricos y que su modelo
económico desembocaría en una gran crisis. La primera afirmación quedó
corroborada por la redistribución regresiva del ingreso perpetrada en
los últimos dos años. La segunda comenzó a verificarse con la corrida
cambiaria de la última semana.
Está temblando un modelo neoliberal asentado en enormes
desequilibrios externos y fiscales solventados en el endeudamiento
externo. Todos imaginaban que la financiación iba a durar hasta el 2019,
pero el fin de la película se adelantó en forma imprevista.
Wall Street anunció en marzo que no aceptaría más bonos. El gobierno
maquilló esa negativa con un engañoso anuncio de mayor financiación
local, pero los capitales golondrinas captaron de inmediato el
significado de la sequía. Emitieron la orden de retirada y comenzó la
incontenible trepada del dólar.
La financiación se ha cortado por la desconfianza de los acreedores.
Intuyen la futura insolvencia del deudor argentino. Por eso las
calificadoras bajaron el pulgar, el riesgo país aumenta y la prensa
especializada describe escenarios dramáticos.
La fragilidad del sector externo es el punto más crítico del esquema
actual. Los bancos retiraron los créditos, al notar la ausencia futura
de los dólares requeridos para sostener el endeudamiento. Observan la
magnitud el déficit externo, que el año pasado superó los 30.000
millones de dólares (5% del PBI).
El bache central se localiza en la esfera comercial. El desbalance de
8.000 millones del 2017 marcó un récord histórico. Ha sido generado por
las fantasías librecambistas del oficialismo, que abrió el mercado a
todo tipo de importaciones.
Mientras que en el mundo impera una dura negociación de aranceles,
Argentina se ha transformado en un depósito de cualquier excedente. Para
colmo, las exportaciones se frenaron, como resultado de la apreciación
cambiaria que genera el ingreso de capitales especulativos.
El desbalance en el plano financiero es igualmente dramático. La
salida de divisas acompaña a Macri, desde el mismo día que imaginó la
incumplida la lluvia de dólares.
La remisión de utilidades ha sido tan
sostenida como la fuga de capital. Ese drenaje es congruente con la
eliminación de todas las regulaciones a la actividad financiera. Los
controles en el circuito bancario fueron desarmados, con la misma
velocidad que se anuló la obligación de liquidar los dólares de la
exportación.
En la misma desprotección se asienta la bicicleta financiera de los
fondos que lucran con la altísima rentabilidad de los bonos argentinos.
Las delirantes tasas de interés que aseguran ese negocio, destruyen
cualquier posibilidad de inversión productiva. El malgasto de las
divisas ha incluido también el despilfarro en el turismo. Esa hemorragia
fue incluso celebrada por varios ministros como un maravilloso ejemplo
del “retorno al mundo”.
El agujero fiscal es también impresionante. Bordea el típico
porcentual del PBI (6-7%), que tradicionalmente precipitó los grandes
terremotos de la economía. El gobierno resalta la envergadura de ese
déficit y lo presenta como un mal ajeno que debe administrar.
Con gestos
de compasión, afirma que debió mantenerlo para financiar el gradualismo
y evitar mayores sacrificios de la población. Pero oculta que todos los
desequilibrios derivan del modelo en curso y no del ritmo de su
implementación. Si hubiera apretado el acelerador del mismo combo
neoliberal, el desastre sería infinitamente superior.
Cuando los funcionarios despotrican contra la costumbre de gastar más de lo que ingresa,
ubican todas las desgracias en el primer componente. Olvidan que la
recaudación quedó seriamente afectada por la reducción de los impuestos a
los exportadores. Tampoco señalan que el blanqueo no revirtió la
evasión. Argentina figura en el quinto puesto mundial de ese flagelo y
la moda oficial de proteger patrimonios en empresas “off shore”, ilustra
quiénes son promotores de la estafa al fisco.
El oficialismo también olvida registrar cómo el pago de intereses
deteriora las cuentas públicas. Sólo en el primer trimestre del año esas
erogaciones aumentaron 107% en comparación al 2017.
El modelo neoliberal genera descalabros que el gobierno no puede
encarrilar. El desastre en curso no fue desencadenado por la nueva
alícuota del impuesto a las ganancias sobre los títulos, sino por la
aterrorizada reacción del Banco Central. En pocos días incineró varios
manuales de política monetaria. Recurrió a todos los instrumentos
conocidos para frenar una corrida y no acertó con ninguno. Incluso apeló
infructuosamente al judicializado mercado del dólar futuro.
La crisis internacional no ha sido hasta ahora determinante del
temblor argentino. Persiste la liquidez financiera global y no se
observa una repetición del efecto tequila sobre las economías
latinoamericanas. Ciertamente el incremento de las tasas de interés de
Estados Unidos altera todas las inversiones en el mundo. Pero ese
reacomodamiento tiene por el momento efectos acotados.
Si Argentina padece ese resfrío como una grave neumonía es por el
pánico que suscita su alocado endeudamiento. El país encabezó en los
últimos dos años el tablero mundial de colocación de títulos y es
penalizado por ese descontrol. Pero el grueso de la población no es
responsable de ese desmanejo.
El culpable es Macri y los CEOs de su
gabinete, que engrosaron los caudales de la clase capitalista. Para
ocultar ese delito los comunicadores del oficialismo achacan a todos los
argentinos, un desfalco consumado por esa minoría de privilegiados. (...)
La decisión de volver al FMI confirma el dramatismo de la coyuntura.
Es una medida desesperada que sorprendió a los propios popes del Fondo.
Ilustra el pánico de un gobierno que busca blindajes a cualquier precio
para frenar la corrida. La decisión fue tan imprevista, que anunciaron
el retorno sin programa, ni cambio de ministro.
Los funcionarios peregrinan por Washington desconociendo las
condiciones de los préstamos que mendigan. En el contexto de bajas tasas
internacionales y cierta recuperación de la crisis del 2008, muy pocos
países recurren al FMI. Los que eligen esa salida no tienen otro
refugio. (...)
El FMI será durísimo con el país. De las tres variantes crediticias
que tiene disponibles sólo ofreció la versión más intragable. Descartó
la línea flexible (que recibieron Colombia y México) y la modalidad de
precaución (utilizada por Macedonia y Marruecos). A la Argentina sólo le
otorgarán el conocido stand by por un monto aún desconocido.
Los 30.000 millones dólares que pide el gobierno superan todo lo
asignado a los 13 países con planes de estabilización. La suma final
llegará igualmente a cuenta gotas, para evitar su rápida conversión en
divisas fugadas al exterior.
Cada porción utilizada de ese crédito será rigurosamente auditada por
los enviados del Fondo. Esa revisión simboliza el brutal retorno a los
años 90. Los expertos del FMI volverán a desembarcar trimestralmente
para constatar su insatisfacción y exigir mayores ajustes.
No hay ningún misterio en los reclamos inmediatos de esa delegación.
En diciembre pasado elaboraron un detallado ultimátum de reducción del
gasto social, con mayor flexibilidad laboral, reforma previsional y
despidos de empleados públicos.
La paulatina privatización del ANSES
(Administración nacional de Seguridad Social) y el drástico recorte de
los presupuestos provinciales figuran al tope de esa agenda. En las
conversaciones actuales habrían añadido un nuevo blanqueo y sobre todo
una mega-devaluación con recesión que permita efectivizar la mejora real
del tipo de cambio. (...)
En cualquier escenario el pacto firmado con el diablo del FMI empuja a
la economía argentina al precipicio. Ya se avizora el círculo vicioso de
ajustes que contraen la actividad productiva, deterioran la
recaudación, potencian el déficit fiscal y desembocan en nuevos ajustes.
El espejo de Grecia está a la vista, con eventuales elementos de
estanflación.
Los anticipos de ese cuadro despuntan en el nuevo piso de inflación
anual del 30%. Si la tasa de interés no baja rápidamente la recesión
será inevitable. El gobierno cortó 30.000 millones de pesos de la obra
pública, pero el FMI exigirá una paralización total. En los próximos
meses nadie recordará la ficción estadística de menor pobreza que
difundió el gobierno. Basta observar la pavorosa expansión de la
mendicidad en las calles, para observar cuál es el panorama social que
afronta el país. (...)
El retorno al FMI tiene un significado emotivo enorme. Recrea todo lo
sucedido en el 2001. Por eso ya se difunden tantas analogías con el
blindaje De la Rúa. Es imprescindible trasformar ese bagaje en rechazo
activo, movilización y propuestas alternativas. (...)" (Claudio Katz, Viento Sur, 14/05/18)
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