"Donald Trump nunca se cansa de recordar sus hazañas, sean verdaderas o
imaginadas. “¡Gané… hasta en Wisconsin!” dijo, orgulloso, a comienzos
de julio, refiriéndose a las elecciones presidenciales de 2016. Esta
vez, para variar, no mentía.
Wisconsin, estado por antonomasia del Midwest, también es la
cuna del progresismo norteamericano. Fue allí donde, en 1854, se fundó
el Partido Republicano, entonces a la izquierda de los Demócratas. Y fue
allí donde se creó por primera vez un seguro social que protegía a los
obreros contra el desempleo o los accidentes laborales.
El estado
también fue pionero en la protección del medio ambiente; y Milwaukee, la
ciudad más grande del estado, tuvo un ayuntamiento socialista de forma
casi continua desde 1910 a 1960.
Cuando Franklin D. Roosevelt diseñó el
New Deal como respuesta progresista a la Gran Depresión, trajo a muchos
de sus arquitectos de la Universidad estatal en Madison, regida desde su
fundación por la filosofía de la “Wisconsin Idea”, que pone el conocimiento académico al servicio de la ciudadanía.
No sorprende, pues, que Wisconsin se haya encontrado en la diana de la
derecha estadounidense, empeñada en destruir de una vez por todas el
poder de los sindicatos y toda posibilidad de una hegemonía de la
izquierda. El ataque ha tenido éxito. (...)
Desde 2011, cuando el republicano Scott Walker asumió el puesto de
gobernador, escribe Kaufman, Wisconsin “ha vivido una de las mayores
decaídas del país de la clase media, mientras que su tasa de pobreza ha
llegado al nivel más alto en treinta años … y un once por ciento de la
población se ha visto disuadida de ejercer su derecho al voto”.
Walker se ha dedicado a minar el sector público. Entre 2011 y 2017,
por ejemplo, recortó más de mil millones de dólares en la partida de
escuelas y universidades. Pero su enemigo más acérrimo ha sido el
movimiento sindical.(...)
Su libro describe en detalle cómo el plan para destruir la
tradición progresista de Wisconsin ha seguido varias estrategias
simultáneas que se refuerzan mutuamente. Van desde el rediseño de mapas
electorales para garantizar victorias de derechas hasta la adopción de
leyes que relajan las normativas medioambientales, dificultan el acceso
al voto o limitan el poder de los sindicatos. Todo está impulsado por
una amplísima infraestructura nacional que cuenta con sus propios think
tanks y miles de millones de financiación por magnates industriales como
los Hermanos Koch. Pero además señala que este plan lleva mucho tiempo
en vigor: nace al menos cuarenta años antes de que Scott Walker asuma el
puesto de gobernador. ¿Ha habido algún esfuerzo paralelo, comparable,
de la izquierda durante estas casi cinco décadas?
Para nada. De hecho, los orígenes filosóficos de este proyecto de
derechas se remontan hasta los años treinta, cuando las políticas del
mismo Roosevelt despertaron la suspicacia de grandes magnates que nunca
aceptaron el New Deal –con su Seguridad Social, sus políticas de empleo,
sus leyes bancarias o sus inversiones públicas en infraestructura,
educación y en las artes–. Desde entonces se han opuesto ferozmente a
toda política que, a sus ojos, restringe la libertad empresarial.
Lo que es especialmente pernicioso es que esa supuesta libertad se
vincula al espíritu de la frontera que es un elemento esencial en la
mitología fundacional de este país. (...)
La infraestructura que ha construido la derecha es fortísima. Y está
hecha para durar. Aunque los Demócratas ganen escaños en el Senado y la
Cámara de Representantes en las elecciones mid-term en
noviembre, será una victoria pírrica mientras los republicanos sigan
teniendo esa enorme ventaja infraestructural y mientras no se
contrarreste la influencia del dinero en la política norteamericana.(...)
Además, la derecha es mucho más disciplinada que la izquierda. Para
dar un solo ejemplo: ALEC, el American Legislative Exchange Council, es
una organización fundada en los años 70 y financiada, entre otros, por
los Hermanos Koch. Entre otras cosas, diseña leyes estatales que ayudan a
erosionar el movimiento sindical, la protección medioambiental o el
sistema de educación pública. He asistido a varias de sus reuniones. Hay
muy poco desacuerdo.
Ves a un lobista de Exxon-Mobil al lado de un
joven libertario del Instituto Goldwater, reunidos con políticos,
diseñando leyes que después son adoptadas masivamente por aquellos
estados donde gobierna el Partido Republicano. Aunque no son medidas
diseñadas en aquellos estados —o deseadas por sus ciudadanos— logran
venderlas al electorado mediante toda una red adicional, con cantidades
infinitas de dinero, que se ocupa del framing del debate público.
¿Qué es lo que mueve a la derecha? ¿Cuánto hay en su empeño
de ideología –conceptos, digamos, genuinos sobre el individuo, la
economía o la libertad– y cuánto de interés puro y duro?
Para mí, mucho de lo que parece ideología no deja de ser una máscara
para la codicia más desnuda, por más que los propios políticos han
llegado a confundir la máscara con lo que esconde. Nacieron con ciertos
privilegios que ahora se empeñan en proteger.(...)
Su libro resalta los errores tácticos cometidos en Wisconsin
por la campaña de Clinton y por el propio Obama, que dijo apoyar las
protestas contra la ofensiva antisindical de Walker pero que después
nunca apareció. Clinton no visitó el estado y no compró anuncios en
Wisconsin hasta una semana antes de las elecciones. Acabó perdiendo por
22.000 votos.
Para mí, esos errores garrafales nacieron de la enorme distancia que
existe estos días entre el liderazgo del Partido Demócrata y el
movimiento obrero. En cierto sentido, el Partido obedece simplemente a
sus donantes principales, que son empresariales y bancarios. No hay que
olvidar que los Hermanos Koch también donan a los demócratas.
Cierto, el Partido tiene un mensaje claramente progresista en cuestiones
sociales y raciales. Pero en lo económico es mucho más confuso.
Clinton, por ejemplo, decía públicamente que rechazaba un tratado de
libre comercio cuando en privado trabajaba por que se aprobara.
Cuando Obama no quiso personarse en Wisconsin durante la protesta
sindical, señaló no solo al movimiento que no le importaba lo que
estaban haciendo, sino que mandó una clara señal a Walker y compañía que
no iba a luchar por lo que, al fin y al cabo, es el núcleo electoral de
los demócratas: enfermeras, maestras, profesoras, gente trabajadora. (...)
Hillary no perdió en Wisconsin porque hubiera mucha gente que pasó de un
campo a otro: Trump ganó seis mil votos menos que Romney cuatro años
antes. No, lo que pasó fue que muchos demócratas se quedaron en casa. (...)
Los demócratas, por su parte, no entendieron hasta qué punto los pueblos
de Wisconsin se han quedado huecos, agotados. Son guetos rurales.
Wisconsin fue uno de los pocos estados que tenía zonas campesinas de
tradición progresista. Hoy la mecanización e industrialización de la
agricultura los ha dejado diezmados, fantasmales.
Las tasas de suicidio
entre los agricultores son muy altas. Ahora bien, en estos pueblos
empobrecidos, es probable que la maestra de escuela sea la única que
tiene sanidad, gracias a su contrato sindical. Pero esa desigualdad es
un caldo de cultivo para el resentimiento. En esas zonas, quizá
inesperadamente, Sanders ejercía una gran atracción.
En las primarias,
le ganó 71 de los 72 condados a Clinton. Cuando él quedó fuera, esos
votantes se pasaron a Trump que, como Sanders, criticaba al establishment.
Y mientras Trump azuzaba sentimientos nativistas y raciales, también
enfatizaba políticas tradicionalmente demócratas como la creación de
empleo y la protección de la Seguridad Social y la sanidad.
En su libro nos presenta a Randy Bryce, el obrero siderúrgico
sindicalista de Milwaukee que en noviembre será el candidato demócrata a
la Cámara de Representantes en el distrito que vota desde 1999 al
republicano Paul Ryan, mientras que Ryan ha anunciado que se retira.
(...) La imagen populachera también la invocan los republicanos. Hasta Trump,
con todos sus millones, proyecta un talante obrero. Pero Bryce lo
encarna de verdad. Cuando empecé a seguirle, le costaba llegar a fin de
mes, porque el trabajo siderúrgico depende mucho de las temporadas y
apenas hay en los inviernos.
Figuras como Bryce en Wisconsin, Beto
O’Rourke en Tejas o Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York representan
una nueva apuesta por la participación ciudadana: la idea, muy propia
del socialismo de Wisconsin, de que los que nos representan sea gente
común.
Esa idea no ha perdido su poder movilizador. Sanders tenía razón
en enfatizar la importancia de las multitudes y el entusiasmo. Es la
única arma que tienen los demócratas contra las arcas sin fondo de los
republicanos. (...)" (Entrevista a Dan Kaufman, autor del libro 'La caída de Wisconsin. La conquista conservadora de un bastión progresista y el futuro de la política norteamericana', Sebastián Faber, CTXT, 12/09/18)
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