2.1.19

En estas cuatro décadas, lo que hemos visto es cómo una pequeña parte de la pirámide social, la superior, ha estado acumulando poder y recursos, que ha quitado al 80% restante. Esa es la derecha. La izquierda tiene que apostar por que la mayoría de la sociedad consiga esos recursos y ese poder que están siéndole hurtados. Sin este elemento, lo demás es distracción, porque el capitalismo contemporáneo funciona así. Creer que las mujeres salvarán al progresismo es lo mismo que creer que las clases obreras votarán de forma automática a los partidos de izquierda. El voto a la Lega o el de Bolsonaro no han sido mayoritariamente masculinos ni de lejos...

"(...) El libro que publicas, que ya va por la segunda edición, se titula El tiempo pervertido. Derecha e izquierda en el siglo XXI. Figuras tan dispares como Emmanuel Macron, Marine Le Pen o Klaus Schwab dicen que la derecha y la izquierda ya no existen: ¿tú qué piensas?

Desde mi perspectiva, la izquierda y la derecha siguen existiendo, como remarco en el subtítulo del libro. Hay variaciones, pero continúan vivas. Los partidos de derecha e izquierda sistémica están perdiendo influencia o desapareciendo, emergen nuevas fuerzas y el eje izquierda/ derecha está siendo sustituido por el de global/nacional. 

No hay más que ver el mapa europeo para constatarlo. En ese terreno la izquierda tradicional está perdiendo, ya que, o se ha hecho liberal, y por lo tanto es muy frágil frente a la derecha, o es culturalista, y ahí ganan los socialdemócratas ahora reconvertidos en globalistas.

Mi perspectiva es otra: la derecha lleva 40 años ganando, desde la llegada de Thatcher y Reagan al poder, hasta el punto de que sus postulados han sido asumidos como necesarios para el sistema. En estas cuatro décadas, lo que hemos visto es cómo una pequeña parte de la pirámide social, la superior, ha estado acumulando poder y recursos, que ha quitado al 80% restante. 

Esa es la derecha. La izquierda tiene que apostar por que la mayoría de la sociedad consiga esos recursos y ese poder que están siéndole hurtados. Sin este elemento, lo demás es distracción, porque el capitalismo contemporáneo funciona así; puede que invoque asuntos culturales o de civilización, pero el único resultado real es que nos está quitando poder y recursos a los demás. 

Pero lo mismo estoy equivocado, y la derecha y la izquierda no existen, como dicen Macron y Schwab, o ser de izquierdas consiste en atacar a Soto Ivars en Twitter.  (...)

Reprochas a la izquierda una cierta ingenuidad por pensar en las mujeres como un sujeto histórico de cambio que necesariamente va a beneficiarla políticamente. Y ves en el origen de esta ingenuidad un cierto automatismo en el traslado de la “lucha de clases” a la “lucha de sexos”. No sé si sabías que este argumento lo repite mucho Marion Maréchal Le Pen…

Reconociendo que la derecha populista hace algunas críticas punzantes a la izquierda, precisamente porque parte de  su éxito radica en que las críticas a la izquierda sean atinadas, lo que digo es algo más sencillo. 

Hay una perniciosa inercia, instigada desde los demócratas estadounidenses y que ha impregnado a las fuerzas progresistas occidentales, que tiende a creer que las mujeres serán la fuerza electoral del futuro, que con ellas se frenará el fascismo y que son quienes se pueden oponer a los Trump y los Bolsonaro de este mundo. 

 Hay que pelear por muchos asuntos que defiende el feminismo, pero por una cuestión de justicia, no por estrategia. Creer que las mujeres salvarán al progresismo es lo mismo que creer que las clases obreras votarán de forma automática a los partidos de izquierda. Llevamos muchos años viendo que no es así. Y con las mujeres igual.

 El voto a la Lega o el de Bolsonaro no han sido mayoritariamente masculinos ni de lejos. Lo que ocurre es que a parte de esta izquierda le conviene apoyarse en esta clase de temas porque así no se ve impelida a enfrentarse a las dinámicas capitalistas, lo cual es siempre es más complicado. Plantar cara al poder tiene mucho coste, y hay que tener valor para hacerlo.

En el libro atacas duramente el optimismo progresista de autores como Steven Pinker: ¿por qué es tan peligroso?

Es ridículo, más que otra cosa. Es la negación de los males del presente a través de su comparación con un mundo irreal. Sí, ahora hay problemas, pero peor vivíamos en la prehistoria, esa clase de razonamientos estúpidos. Son del tipo, “Eh, negro, no te quejes, que peor vivías cuando eras esclavo”.

 Es como ir al entierro de una persona de 40 años que ha sido atropellada por un conductor borracho y decirles a los familiares que al fin y al cabo, la esperanza de vida antes era de 28 años y que deben sentirse afortunados. En fin, cuanto más sacan a relucir las diferencias con el pasado, más demuestran la imposibilidad de convencer mediante los logros presentes.

Y cuando no es el pasado, es Asia: “Alegraos, clases medias y obreras occidentales, porque vosotros sois más pobres y lo seréis aún más en el futuro, pero ahora hay más clases medias asiáticas y menos pobres allí”. Sin duda, es motivo de celebración: se llevan los trabajos donde sale mucho más barato para que los grandes accionistas consigan aún más beneficios. 

La paradoja es que lo que han ganado en la guerra de clases interna lo están perdiendo en la geopolítica: el auge chino es el resultado de esta estupidez de las élites occidentales.  (...)

Subrayas mucho la potencia política que tiene usar las armas ideológicas del adversario para dirigirlas contra sí mismo. ¿La meritocracia forma parte de esas ideas que pueden volvérsele en contra a lo que en el libro denominas la “cuarta oleada conservadora”?

La meritocracia forma parte de ello, pero no es más que un aspecto. Nuestro sistema traslada continuamente la idea de que quienes tienen éxito acumulan méritos para ello, que si ocupan una posición privilegiada es porque cuentan con talento. En realidad hay un conjunto de factores que influyen en el éxito, y el principal es el origen social, que es el que proporciona el capital, los contactos y la formación.

Pero, además de esto, nuestro sistema no premia el talento y el mérito, lo combate radicalmente. Su idea central es la obtención de la máxima rentabilidad, y eso no puede lograrse sin el control taylorista de los procesos laborales. Eso genera una notable contradicción entre las lógicas propias de la realización del trabajo y lo que se exige. 

Así que quien lo hace bien y tiene talento suele salir perdiendo. Del mismo modo, el CEO de una empresa que toma decisiones mirando al largo plazo suele ser despedido rápidamente. Es curioso que la ideología neoliberal hable tanto de liberar las trabas burocráticas cuando lo que ha hecho en la práctica es intensificarlas.  (...)

Por último: ¿qué tres cosas consideras que debería aprender la izquierda española del populismo norteamericano del siglo XIX?

La primera y más importante, una posición estratégica: golpeó donde más dolía. Su resistencia era real, porque estaba bien planteada e iba al núcleo del asunto. Podrían haberse perdido en cuestiones culturales, no en vano eran gente que venía de entornos religiosos, pero las utilizaron para enfrentarse al poder económicamente duro que les estaba arruinando, y fueron atrevidos en ese punto, proponiendo medidas necesarias y muy interesantes todavía hoy.

 En segundo lugar, la visión de clase que contenía, en la que equiparaba a todos los que salían perdiendo con el capitalismo de su época, lo que les permitía utilizar todas las armas discursivas a su disposición. 

En este aspecto, como en otros, la situación a la que los populistas del siglo XIX se enfrentaron es similar a la actual: grandes capitales convertidos en especulación financiera que construyen monopolios y oligopolios a partir de los cuales abaratar el trabajo, subir los precios y extraer rentas, y que se apoyaban en la corrupción política.

En un contexto como aquel, y como este, hay que saber leer bien la estructura de clases para organizar la resistencia, porque ahí reside una de las claves, la capacidad que tiene el poder para enfrentar a quienes poseen en realidad intereses comunes. 

El populismo del siglo XIX estuvo muy muy cerca de que su candidato fuese nombrado presidente de los EE.UU., y le faltó ese punto que podía haberle dado la simpatía que no tuvo de las clases obreras industriales del norte de Estados Unidos. 

Y este es un problema muy actual: somos muchos los damnificados, pero las tensiones entre clases que comparten intereses es mayor que las afinidades. Un poder que beneficia sólo a una pequeña parte de la sociedad únicamente puede mantenerse fragmentando y oponiendo las distintas resistencias."                  

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