"No soy monárquico.
De hecho, no conozco a nadie con
dos dedos de frente que lo sea, sobre todo si por monarquía se entiende
lo que se entendió durante siglos.
Pero no creo que la república sea la
solución a ninguno de nuestros problemas, y sospecho que Pablo Iglesias
tampoco lo cree, aunque escriba artículos como ¿Para qué sirve hoy la monarquía? (El País, 22-11-2018), donde sostiene que nuestra democracia sería
mejor si fuese una república, con el único argumento de que entonces se
accedería a la jefatura del Estado “por elecciones y no por
fecundación”.(...)
En los años treinta, la última vez que se planteó
seriamente en España el dilema entre monarquía y república, monarquía
significaba dictadura y república significaba democracia. Hoy eso no
ocurre, porque nuestra monarquía es democrática, es decir, una monarquía
basada en los principios republicanos y por tanto heredera en la
práctica de la última democracia de nuestro país, la II República: por
eso el Rey debería vindicar más a menudo la herencia republicana (como
hizo cuando homenajeó a los combatientes republicanos de La Nueve,
auténticos héroes de guerra que, integrados en la columna Leclerc,
liberaron en 1944 el París ocupado por los nazis).
(...) ¿trocar sin más la monarquía por una república serviría para convertir
España en un país más libre, más justo, más igualitario y más próspero? A
menos que convirtamos la república en una solución mágica, sentimental y
embustera, como el Brexit, la respuesta no puede ser sí.
El verdadero
dilema en España no es república o monarquía, sino mejor o peor
democracia, y la calidad de una democracia, hoy, no depende de si es una
monarquía o una república. Y esto lo sabe Iglesias (...)
Lo que sí sé es que, como votante de izquierda, me desmoraliza que el
líder de un partido de izquierda fomente problemas ficticios en vez de
intentar resolver problemas reales." (Javier Cercas, El País Semanal, 13/01/19)
"(...) resulta más beneficioso que de uno se hable mal, si se habla mucho.
Esto
se vio con Berlusconi y se ve ahora con Trump. Su éxito consistió, en
gran medida, en que lograron que la prensa girara en torno a ellos, que
les diera permanente cobertura para alabarlos y sobre todo para
denostarlos.
Ambos montaron espectáculo y armaron escándalos, y los
periódicos, las televisiones, las radios y las redes sociales, incluidos
los serios (bueno, si es que una red social puede ser seria), se
ocuparon hasta la saciedad de sus salidas de pata de banco y de sus
bufonadas.
Esto es, les concedieron más importancia de la que tenían, y
al dársela no sólo los hicieron populares y facilitaron que los
conocieran quienes apenas los conocían, sino que los convirtieron en
efectivamente importantes. (...)
Llegados a donde han llegado tanto Trump como Salvini (el máximo poder
en sus respectivos países), ahora ya es inevitable: demasiado tarde
para hacerles el vacío, que habría sido lo inteligente y aconsejable al
principio. Cuando quien manda dice atrocidades, éstas no se pueden dejar
pasar, porque a la capacidad que tenemos todos de decirlas, se añade la
de llevarlas a cabo.
Si mañana afirma Trump que a los musulmanes
estadounidenses hay que meterlos en campos de concentración, o que hay
que privar del voto a las mujeres, no hay más remedio que salirle al
paso y tratar de impedir que lo cumpla.
Pero a esas mismas propuestas,
expresadas hace dos años y medio, convenía no hacerles caso, no
airearlas, no amplificarlas mediante la condena solemne. (...)
Como es imposible que esta regla básica se ignore, hay que preguntarse
por qué motivo los medios y los partidos en teoría más contrarios a Vox
llevan meses dándole publicidad y haciéndole gratis las campañas.
Veamos: ese partido existe hace años y carecía de trascendencia.
Un día “llenó” con diez mil personas
(bien pocas) una plaza o un recinto madrileños. Eso seguía sin tener
importancia, pero la Sexta —más conocida como TelePodemos, raro es el
momento en que no hay algún dirigente suyo en pantalla— abrió sus
informativos con la noticia, le regaló largos minutos y echó a rodar la
bola de nieve.
En seguida se le unieron otras cadenas y diarios, de
manera que, aunque fuera “negativamente” y para criticarlo, obsequiaron a
Vox con una propaganda inmensa, informaron de su existencia a un montón
de gente que la desconocía, otorgaron a un partido marginal el
atractivo de lo “pernicioso”. Y así continúan desde entonces.
Se
esperaba que en las elecciones andaluzas Vox consiguiera un escaño y le
cayeron doce. Inmediatamente Podemos (en apariencia la formación más
opuesta) agigantó el aún pequeño fenómeno, llamando a las barricadas
contra el fascismo y el franquismo que nos amenazan. Lo imitaron otros,
entre ellos el atontadísimo PSOE.
Los independentistas catalanes se
frotaron las manos y lanzaron vivas a Vox, porque eso les permitía hacer
un pelín más verdadera su descomunal mentira del último lustro, a
saber: “Vean, vean, España entera sigue siendo franquista”.
Los
columnistas más simples se lanzaron en tromba a atacar a Vox, y a
pedirnos cuentas a los que ni lo habíamos mencionado. No sé otros, pero
yo me había abstenido adrede, para no aumentar la bola de nieve creada
por la Sexta, que ya no sé si es sólo idiota o malintencionada. ¿Hace
falta manifestar el rechazo a un partido nostálgico del franquismo,
nacionalista, xenófobo, misógino, centralista y poco leal a la
Constitución, amén de histérico? Ça va sans dire,
en cierta gente se da por supuesto.
Si Vox estuviera en el poder, como
lo están sus equivalentes Trump, Salvini, Maduro, Orbán, Bolsonaro,
Ortega, Duterte y Torra, habría que denunciarlo sin descanso. Pero no es
el caso, todavía. Un 10% de apoyos en Andalucía sigue siendo algo
residual, preocupante pero desdeñable. Ahora bien, cuanto más suenen las
alarmas exageradas, cuanto más se vea ese 10% como un cataclismo, más
probabilidades de que un día acabe siéndolo.
Y como es imposible
—repito— que se desconozcan el adagio de Wilde y sus variantes, no cabe
sino preguntarse por qué la Sexta, Podemos, Esquerra, PDeCat y otros
medios y partidos desean fervientemente que Vox crezca sin parar,
mientras fingen horrorizarse." (Javier Marías, El País Semanal, 13/01/19)
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