"(...) un nuevo fantasma está atormentando Europa. Ya no se trata sólo del
fantasma del comunismo que destapó el Manifiesto de Marx en 1848 sino
del fantasma del fracaso de la globalización neoliberal, que ha regido
sin oposición desde la caída del muro de Berlín hasta la crisis
financiera de 2009.
Los gobiernos gastaron en 2008 la asombrosa cifra de 62 billones de
dólares para salvar el sistema financiero y casi la misma cantidad en
2009 (ver Britannica book of the year, 2017). (...)
Por supuesto, si los 117 billones de dólares se hubieran distribuido a
la gente, ese dinero habría provocado una notable expansión del
consumo, aumentando las manufacturas, los servicios y los fondos para
las escuelas, los hospitales, la investigación, etc. Pero los pueblos
quedaron totalmente marginados de las prioridades del sistema.
Bajo el gobierno de Renzi en Italia, 20 mil millones de dólares
fueron destinados a salvar cuatro bancos, mientras que los subsidios
para la juventud italiana podían calcularse ese mismo año en mil
millones de dólares en el mejor de los casos.
Por tanto, después de la crisis de 2008-2009 todo se desintegró. En
todos los países de Europa (con excepción de Portugal y España, que
ahora se ha puesto al día) surgieron partidos populistas de derecha y el
sistema político tradicional comenzó a desmoronarse.
Los nuevos partidos resultaban atractivos para los perdedores de la
globalización: los obreros cuyas fábricas habían sido trasladadas a
donde los costos fueran más bajos para maximizar las utilidades; los
pequeños tenderos desplazados por la llegada de los supermercados; los
que quedaron redundantes ante las nuevas tecnologías, como la Internet,
en el caso de las secretarias; los jubilados cuyas pensiones quedaron
congeladas para reducir el déficit nacional (en los últimos 20 años la
deuda pública se había duplicado a nivel mundial). Se había abierto una
nueva brecha entre quienes disfrutaban de la globalización y los que
fueron sus víctimas.
Es evidente que el sistema político estimó que debía rendir cuentas a
los ganadores y los presupuestos se inclinaron a su favor. Los centros
de población tuvieron prioridad porque ahora vivían en ellos el 63% de
los ciudadanos. Los perdedores se concentraban mayormente en el ámbito
rural, donde se hicieron muy pocas inversiones de infraestructura. Por
el contrario, con el pretexto de la eficiencia, se cortaron muchos
servicios: líneas de ferrocarril suspendidas y hospitales, escuelas y
bancos cerrados.
La gente se vio obligada a trasladarse con frecuencia varios
kilómetros para ir al trabajo y a utilizar un auto para ello. Un aumento
modesto de los precios del combustible provocó la rebelión de los
chalecos amarillos. No ayudó que de los 40 mil millones que obtiene el
gobierno francés de los impuestos a los recursos energéticos, menos de
la cuarta parte regresó a favor de la infraestructura del transporte o
de los servicios.
Las universidades, los hospitales y otros servicios en los centros de
población sufrieron mucho menos, fueron focos de excelencia donde no
faltó el transporte público, y una nueva brecha se abrió entre esas
poblaciones y las del ámbito rural, entre los que habían cursado
estudios y recibido instrucción y los que quedaban alejados y atomizados
en el interior.
Surgió una nueva brecha y el pueblo votó en contra del sistema de los
partidos tradicionales que los había ignorado. Este mecanismo fue el
que elevó a Trump al poder y provocó la victoria del Brexit en el Reino
Unido. Esta brecha está provocando la eliminación de los partidos
tradicionales y auspiciando el regreso del nacionalismo, la xenofobia y
el populismo. No está trayendo de vuelta a la derecha ideológica sino a
las derechas e izquierdas viscerales, con escasa ideología …
Todo esto debiera ser obvio …
El sistema está dirigiendo su atención a los perdedores por primera
vez, pero ya es demasiado tarde. La izquierda está pagando la drástica
ilusión de Tony Blair, quien, considerando que la globalización es
inevitable, decidió que sería posible dejarse llevar en la cresta de la
ola. Entonces, la izquierda perdió contacto con las víctimas y mantuvo
la lucha por los derechos humanos como su principal identidad que la
distinguía de la derecha.
Eso fue bueno para las ciudades, donde los gays y los LGBT, las
minorías (y las mayorías, como las mujeres) podían congregarse, pero
distaba de ser una prioridad para los del interior.
Mientras tanto, las finanzas continuaron creciendo, convirtiéndose en
sí mismas en un mundo que ya no estaba vinculado a la industria y los
servicios, sino a la especulación financiera. La política pasó a ser
subordinada. Los gobiernos rebajaron los impuestos a quienes escondieron
la increíble cantidad de 62 billones de dólares en paraísos fiscales,
según lo señala Tax Justice Network. Se estima un flujo anual de 600 mil
millones de dólares, el doble del costo de los Objetivos del Milenio de
las Naciones Unidas.
Además, los Papeles de Panamá, aunque sólo revelaron un pequeño
número de propietarios de cuentas, identificaron al menos a 140
políticos importantes de 64 países: el primer ministro de Islandia (que
se vio obligado a renunciar), Mauricio Macri de Argentina, el presidente
Petro Poroshenko de Ucrania, un grupo de socios cercanos de Vladimir
Putin, el padre de David Cameron, el primer ministro de Georgia, y así
sucesivamente.
No es de extrañar que los políticos hayan perdido su brillo y que ahora se los considere corruptos, inútiles o ambas cosas. (...)
Es obvio que el Reino Unido está cometiendo un suicidio, tanto en
términos económicos como estratégicos. Con un Brexit ‘duro’, sin acuerdo
alguno con la Unión Europea, podría perder al menos el siete por ciento
de su PIB. (...)
El hecho de que Westminsteer, la cuna de la democracia parlamentaria, no
sea capaz de alcanzar un compromiso es una prueba fehaciente de que el
debate no es político sino un choque de mitologías, como la idea de
retornar al antiguo Imperio Británico. Es semejante a la idea de Donald
Trump de reabrir minas de carbón. Contemplamos un pasado mítico como si
fuera nuestro futuro.
Esto es lo que propició la explosión de Vox en
España, por parte de quienes creen que la vida en la época de Franco era
más fácil y barata, que no había corrupción, que las mujeres se
quedaban en su lugar y que España era un país unido, sin los
separatistas de Cataluña y el País Vasco.
Corresponde a lo que Jair
Bolsonari está explotando en Brasil, presentando a la dictadura militar
como una etapa en que la violencia era limitada. Nuestro futuro es el
pasado …(...)" (Roberto Savio, Other news en español)
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