"(...) La alternativa de la deuda es la que se impone y no por casualidad. ¡A
quién le sorprende! Esta es, en definitiva, la clave del entramado de
intereses que ha gobernado nuestras economías desde hace décadas y que
las gobierna en la actualidad. (...)
Una cosa es que tanto el déficit público como la deuda aumenten como
consecuencia de la profunda recesión económica, de la pérdida de
capacidad recaudatoria de los gobiernos y de los programas de gasto
público puestos en marcha para hacer frente al COVID-19… y otra muy
distinta es montar toda una estrategia de intervención sobre la base del
endeudamiento, porque los canales de financiación alternativos están
cerrados o son manifiestamente insuficientes… o porque no se tiene el
coraje suficiente de explorar otras opciones.
Como siempre, como deberíamos saber de memoria, los mercados están
gobernados por las grandes corporaciones, por un reducido número de
empresas y milmillonarios que tienen su propia hoja de ruta, que casi
siempre es la que siguen, voluntaria o involuntariamente, por acción o
por omisión, los gobiernos. (...)
Para los prestamistas, que se frotan las manos ante este panorama, no
hay solidaridad que valga; la deuda permite colocar y rentabilizar los
capitales es un mercado gigantesco y están dispuestos a aprovecharlo. Es
cierto que los tipos de interés son muy bajos y posiblemente
permanecerán en esos niveles en el futuro, pero nada ni nadie puede
asegurar que esta situación de mantendrá en el tiempo. En todo caso, los
préstamos hay que devolverlos y en ese proceso de devolución se abre
una puerta para influir, condicionar y beneficiarse de las políticas de
las administraciones públicas.
La otra alternativa, la que apenas se explora y que, sin embargo,
debería convertirse en el nudo gordiano para salir de esta profunda
crisis, consiste en movilizar los recursos de los ricos, de los
titulares de grandes patrimonios y de las grandes corporaciones. Un
camino cerrado con candado durante las últimas décadas, tal ha sido el
poder de los de arriba, que han conseguido trasladar la carga fiscal a
las clases populares y a las pequeñas y medianas empresas, dando lugar a
una estructura tributaria profundamente regresiva. (...)
Recientemente, han visto la luz diferentes propuestas -exigir de la
banca el dinero de los rescates, aplicar un gravamen especial sobre las
grandes fortunas y patrimonios, gravar las transacciones digitales,
aplicar una tasa sobre las grandes empresas contaminantes, introducir un
impuesto sobre una parte de las transacciones financieras, limitar el
pago de dividendos a los grandes accionistas, controlar las
retribuciones de los altos directivos…-. Este es el camino.
El
denominador común de todas ellas es que miran en la dirección adecuada, a
los que atesoran poder y privilegios, y que los seguirán teniendo,
aunque se apliquen esas medidas… pero en menor medida. Hay que
redistribuir, no sólo porque es justo, no sólo porque es urgente
hacerlo, sino porque la deuda, finalmente, es la alternativa de las
elites. Está es, en mi opinión, la prueba del algodón de una política
progresista." (Fernando Luengo, Otra Economía, 12/05/20)
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