"E s domingo por la mañana y un grupo de vecinos de Trigueros del Valle
(Valladolid) se ha saltado la misa de 12.00 para pasear a sus mascotas
por las inmediaciones de la Plaza Mayor. Es tal su predilección por
perros y gatos que el Ayuntamiento los ha declarado vecinos no humanos.
Sí, ciudadanos bajo tutela municipal que tienen derecho a vivir con
dignidad, sin sufrimiento. “De hecho, ya le hemos retirado un perro a un
pastor, por maltrato”, explica Pedro J. Pérez Espinosa, el alcalde, del
PSOE.
(...) ha sido el primer municipio español en conceder la vecindad a las
mascotas. Todo un indicio de que la manera de tratar a los animales de
compañía está cambiando radicalmente. Incluso se les considera un
miembro más de la familia al que se cuida, viste y mima. En ocasiones,
hasta límites insospechados.
Dice el filósofo Fernando Savater que la
mascota acaba siendo un “reflejo del narcisismo del dueño”. Su humanización
tampoco es un fenómeno nuevo: se ha dado a lo largo de los siglos. Lo
que sí es noticia es que un tercio de los españoles considera ya a su
perro o gato más importante que a sus amigos, según la Fundación Affinity, que promueve el papel de los animales en la sociedad.
¿De dónde nace esta fiebre por las mascotas? El psicólogo estadounidense Harold Herzog, autor del libro sobre animales Some we love, some we hate, some we eat (Algunos
a los que amamos, odiamos y comemos), lo explica así: “Cada vez estamos
más solos. Las personas se casan tarde o no lo hacen, tienen pocos
niños o viven más años.
Esa soledad se acrecienta en las urbes, tan
alejadas de las comunidades rurales, donde la gente conoce a sus vecinos
y vive rodeada de familia”. Esa pérdida de contacto con el campo y la
aparición de una fauna urbana, compuesta principalmente por mamíferos
domesticados, han creado un imaginario en el que “la naturaleza es buena
y pacífica”, según el filósofo francés Francis Wolff.
Los dibujos animados, el cine y la publicidad han
potenciado esta imagen. “En un mundo regido por el sentimentalismo,
hemos acabado convirtiendo a las mascotas en una especie de dioses
buenos”, añade Savater. “No olvidemos que un animal no te traiciona, un
amigo sí.
Tampoco te juzga. Le da igual que seas una limpiadora o el
presidente del Gobierno”, defiende la profesora Blanca Lozano desde su
despacho en la Facultad de Sociología de la Universidad Complutense de
Madrid, decorado con pósteres de perros. Pero el amor por los animales,
llevado al límite, puede llegar a comprometer su bienestar como especie.
“Hay que ser consciente de que podemos ocasionarles daños físicos y
psicológicos. Hace poco, una señora me dijo que a su perro le sentaba
mal el cocido”, señala Carmen Castro, psicóloga especializada en
comportamiento canino.
“Cuando uno empieza a decir esas cosas, deberían
saltar las alarmas”. Ella no sienta a sus pacientes en un flamante
sillón de cuero. Su consulta es un terreno baldío a las afueras
de Getafe donde corretean una veintena de perros. Una de las
principales dolencias que sufren sus pacientes es ansiedad por separación. “Estamos tan pendientes de ellos que cuando les dejamos solos lo pasan fatal”. (...)
Una mañana otoñal, Isabel María Pérez, estudiante de contabilidad y
finanzas, viene a Hydra a recoger a su perro. Llevan 15 días separados
por prescripción médica. La joven, de 21 años, no aguantaba el
comportamiento agresivo de Darko. “Como cualquiera, humanicé al
perro. Le tratábamos como si fuera el rey: comía en la mesa con
nosotros, dormía bajo nuestra cama. Cuando no conseguía lo que quería,
empezaba a ladrar. Y asustaba a la gente”.
Según la Fundación Affinity,
los problemas de comportamiento se han convertido en uno de los motivos
más recurrentes de abandono en España. Solo el año pasado, las sociedades protectoras recogieron a casi 138.000 perros y gatos.
“Resulta básico entender las necesidades de cada especie”, recuerda
Alex Kacelnik, profesor de ecología del comportamiento animal de la
Universidad de Oxford.
Y aún más cuando se trata de un ejemplar exótico.
“La gente ya vive hasta con arañas. Es curioso, porque cuanto más
alejado esté el animal de nuestra escala biológica, mayor dificultad
habrá de relacionarse con ellos”, argumenta Miguel Delibes de Castro,
exdirector de la Estación Biológica de Doñana.
La moda de pasear con un
cerdo vietnamita como el de George Clooney puede simbolizar un estatus
social. “El animal se concibe como algo tuyo, en propiedad. Y como
cualquier otro bien puede llegar a ser un indicador de riqueza”,
sostiene la antropóloga mexicana Ana Cristina Ramírez.
En países como Estados Unidos hay casi tantas mascotas (305 millones)
como número de habitantes (324 millones). Unos 75 millones de hogares
europeos viven con animales de compañía. Y en Latinoamérica, el boom
no ha hecho más que empezar: solamente Brasil, México, Argentina y
Chile contabilizan 200 millones, según la consultora Euromonitor. (Ver gráfico).
“En la mayoría de sociedades occidentales tenemos las necesidades
básicas garantizadas. La gente empieza a luchar por otras causas, como
puede ser la animalista”, piensa Jesús Zamora Bonilla, catedrático de la
ciencia de la UNED.
Los expertos en derecho animal sostienen sin embargo que es la propia ciencia la que ha constatado que los animales son seres sintientes, por lo que sí es necesario establecer unas normas más adaptadas a sus necesidades. Tratados como el de Lisboa
o el propio Código Civil de Francia ya los reconocen como “seres vivos
sensibles al dolor”.
España aún no ha dado ese paso, pero sí ha
endurecido las penas por maltrato en la última reforma del Código Penal.
El vertiginoso desarrollo de esta rama legal ha originado que ya
existan tribunales que han concedido el habeas corpus
(instrumento jurídico que reconoce el derecho a no ser privado de
libertad sin una acusación formal) a varios simios. La última en
conseguir ese derecho humano ha sido Cecilia, chimpancé de un zoo de Argentina. (...)
Los Gobiernos locales se enfrentan al desafío de
conciliar entre los que desean compartir los espacios urbanos con las
mascotas y los que no quieren ni oír hablar de tal posibilidad, cansados
de lo que consideran una imposición cada vez más invasiva.
En capitales como Berlín, donde habitan zorros,
mapaches y otro sinfín de especies por sus amplios espacios verdes, el
Ayuntamiento ya cuenta con un “oficial de la fauna salvaje”.
Derk Ehlert
ejerce este cargo con diplomacia. Su labor es mediar entre vecinos
humanos y… no humanos. “Recibimos muchas quejas por el ruido de los
zorros o por los destrozos que se producen en los jardines, pero en
general la ciudad es muy tolerante”, explica Ehlert desde Berlín. De las
cosas que más molestan a los urbanitas españoles son los ruidos de los
perros en las viviendas y, sobre todo, las plagas de excrementos
caninos. Un problema que las autoridades parecen haber renunciado a
afrontar. (...)
La capital de España se ha propuesto seguir el ejemplo de otras grandes
ciudades europeas y llevar la naturaleza al asfalto. Una de las medidas
de su ambicioso plan de biodiversidad será utilizar un terreno de la
Casa de Campo para el pasto de ovejas que acabará con los desbroces y
acercará los animales a la ciudad. (...)
El último de los partidos en sumarse al filón animalista ha sido Ciudadanos, que ha pedido al Gobierno central modificar el régimen jurídico de los animales de compañía para que dejen de ser considerados “bienes patrimoniales”. (...)
Por otro lado, el radicalismo de algunas campañas animalistas impide en
ocasiones entablar un debate sosegado para abordar esta compleja
relación entre humanos y otras especies. Negar esta nueva realidad
tampoco ayuda. Modelar a la mascota a nuestra imagen y semejanza, menos
aún.
“Si humanizar al animal quiere decir ponerle lacitos en el pelo,
poco aportamos a su bienestar”, dice Peter Singer, padre del activismo
animalista. ¿Se puede relacionar entonces esta lucha con el progreso del
humanismo? El filósofo francés Francis Wolff advierte: “Nunca hemos
sido tan sensibles al sufrimiento animal y tan indiferentes al
sufrimiento humano”. (María Hervás, El País Semanal, 04/12/16)
No hay comentarios:
Publicar un comentario