"Donald John Trump, 45º y actual presidente de Estados Unidos, ha sido
considerado en muchos círculos ilustres como una anomalía que no puede
durar. Pero es hora de mirar la realidad. Visto a través del lente de
quienes sufrieron mermas en sus ingresos y temen el futuro, Trump está
aquí para quedarse y es un resultado, no una causa.
En sus dos años de gobierno, Trump no perdió ninguna de sus batallas.
Ha cambiado el discurso político en todo el mundo, ha establecido
nuevos estándares de la ética en la política, ha dado un nuevo
significado a la democracia y su base electoral no ha disminuido en
absoluto.
Sus críticos son los medios de comunicación (que una gran
mayoría de los estadounidenses ve con desagrado), la élite (que es
odiada) y los profesionales (que se considera se benefician a expensas
del segmento inferior de la clase media).
En la actualidad, es marcada
la brecha que existe con el mundo rural, con las zonas
desindustrializadas de Estados Unidos, con los mineros con sus minas
cerradas, etc. Además, los estadounidenses blancos se sienten cada vez
más amenazados por los inmigrantes, las minorías, las corporaciones y
las industrias, que han venido usando a los gobiernos en su beneficio. (...)
No olvidemos que Trump fue
elegido por el voto de la mayoría de las mujeres blancas, en un país
que es la piedra angular del feminismo.
Reconozco que esto podría generar algunas reacciones airadas. (...)
Pero la triste realidad es que esas élites ya no son más que el 20 % de
la población, en el mejor de los casos. Y en cuanto a los asuntos
internacionales, sin dudas está por debajo del 10 %.
Las noticias
televisivas son la única fuente de información sobre asuntos
internacionales en casi el 80 % de los casos. Los periódicos
generalmente son solo locales, a excepción de unos pocos (WSJ, NYT, WP,
LAT, en total menos de diez), y su número de lectores equivale al 35 %
de la población.
Solo hay que viajar al interior de Estados Unidos para
descubrir dos hechos sorprendentes: es muy raro encontrar a alguien que
sepa algo de geografía e historia y todos están convencidos de que
Estados Unidos ha estado ayudando a todo el mundo y que nadie lo
agradece.
Una investigación del NYT determinó que los estadounidenses
están convencidos de que su país ha gastado al menos el 15 % de su
presupuesto en asistencia y filantropía. En realidad, en las últimas
décadas, este monto no ha superado el 0,75 %. (...)
El país está dividido en dos mundos. Algo similar ocurre en todos los países. (...)
Por lo tanto, Trump tiene un electorado fácil y cautivo compuesto por firmes creyentes. (...)
Y no podremos entender por qué es así a menos que repasemos la
historia de la política estadounidense, que de hecho es paralela a la
historia política de Europa. Entonces, lo siento, pero tendremos que
entrar en un largo análisis, y esto es algo que falta en los medios
actuales.
Debemos dividir la política estadounidense, de un modo aproximado, en
tres ciclos históricos.
En el primero (1945-1981), desde el final de la
segunda guerra, la clase política estaba convencida de que la prioridad
era evitar una nueva guerra mundial. Para ello, se debían construir
instituciones para la paz y la cooperación y las personas debían
conformarse con su estado y su destino. (...)
El segundo ciclo va de 1981 hasta 2009, la presidencia de Obama.
Reagan, en nombre del mundo corporativo, comenzó la ola neoliberal.
Empezó por cerrar el sindicato de los controladores de tráfico aéreo y
siguió con el desmantelamiento de gran parte de la red social y de
bienestar construida en las cuatro décadas previas, eliminando
regulaciones, permitiendo la libre circulación de capitales, creando el
libre comercio irrestricto, etc.
Eso condujo a la deslocalización de las fábricas, la declinación de
los sindicatos y su capacidad de negociación y una reducción muy
dolorosa de la participación de la fuerza laboral en la riqueza. Pasó
del 70 % en 1979 al 63 % en 2014 y desde entonces sigue bajando. Las
desigualdades sin precedentes se han tornado normales y son aceptadas. (...)
Reagan tenía su contraparte en Europa, Margaret Thatcher, quien desarmó
sindicatos, ridiculizó el concepto de comunidad y bienes y objetivos
comunes (no hay sociedad, solo hay individuos), seguida parcialmente por
Gerard Schroeder en Alemania.
La globalización era la nueva e
indiscutible visión política, lejos de las rígidas ideologías que
crearon el comunismo y el fascismo y que fueron responsables de la
Segunda Guerra Mundial. El mercado beneficiaría a todos, resolvería
todos los problemas. Los gobiernos debían mantenerse alejados y permitir
que el mercado hiciera todo el trabajo.
A Reagan le siguió Bush padre, George H. W. Bush, quien de alguna manera
moderó las políticas de Reagan. Si bien él inició la guerra con Iraq,
no invadió todo el país. Y le sucedió un presidente demócrata, Bill
Clinton, que no cuestionó toda la globalización neoliberal, sino que
intentó manejarla, demostrando que la izquierda (en términos
estadounidenses) podía ser incluso más eficiente que la derecha.
Para
dar solo un ejemplo, fue Clinton quien completó la desregulación del
sistema bancario, derogando la Ley Glass-Steagall, que establecía una
separación entre los bancos comerciales y los bancos de inversión. Esto
hizo que miles de millones de dólares pasaran del ahorro a las
inversiones, o la especulación.
Como resultado, los bancos actualmente
consideran que la actividad de los clientes es menos lucrativa que las
inversiones y las finanzas se han convertido en un sector totalmente
separado de la producción de bienes y servicios. (...)
Además, se ha convertido en un sector sin ninguna ética. Desde la
crisis financiera de 2008, los bancos han pagado la agónica cantidad de
321.000 millones de dólares en multas por actividades ilegales.
La convicción de Clinton de que la izquierda podía tener éxito
también tuvo su contraparte en Europa, como Thatcher con Reagan. Fue
Tony Blair, quien fue capaz de construir un diseño teórico para explicar
la sumisión de la izquierda a la globalización neoliberal. Se llamaba
la Tercera Vía y, en los hechos, era una posición centrista que trató de
conciliar la economía de centro derecha con las políticas sociales de
centro izquierda.
Pero quedó claro que la globalización neoliberal estaba de hecho
beneficiando solo a unos pocos y que el capital sin regulaciones se
estaba convirtiendo en una amenaza. Las injusticias sociales iban en
aumento y legiones de personas en las zonas rurales sentían que las
ciudades se estaban apropiando de todos los ingresos, pensaban que la
élite las ignoraba y los trabajadores desempleados, la clase media
empobrecida, ya no sentía lealtad hacia la izquierda, que ahora era
considerada como representativa de la élite y los profesionales.
En
Estados Unidos, el Partido Demócrata, que ahora estaba también en la
visión neoliberal con Clinton, comenzó a cambiar su agenda de la
economía a los derechos humanos, defendiendo a las minorías, los
afroamericanos, los inmigrantes y abogando por su inclusión en el
sistema.
La pelea ya no era entre las corporaciones y los sindicatos. Y
Obama fue el resultado de esa pelea, y fue el campeón de los derechos
humanos también como herramientas en los asuntos internacionales. De
hecho, aunque tuvo una agenda brillante sobre los derechos humanos, hizo
muy poco en el frente social y económico, más allá de la ley nacional
sobre la salud. (...)
Esto condujo a una nueva situación en la política estadounidense. Los
que quedaron fuera vieron la defensa de su identidad (y su pasado) como
la nueva pelea, ahora que la división tradicional entre izquierda y
derecha había menguado. La identidad religiosa, la identidad nacional,
la lucha contra el sistema y los que son diferentes se convirtió en
acción política. Debemos señalar que el mismo proceso ha tenido lugar en
Europa, en una situación cultural y social totalmente diferente.
Los
que quedaron fuera abandonaron el sistema político tradicional, para
votar por aquellos que estaban en contra del sistema y prometían cambios
radicales para restaurar las glorias del pasado. Su mensaje era
necesariamente nacionalista, porque denunciaban que todos los sistemas
internacionales solo respaldaban a las élites, que eran los
beneficiarios. También era necesario encontrar un chivo expiatorio, como
los judíos en los años treinta.
Los inmigrantes eran perfectos, porque
traían miedo, pérdida de la identidad tradicional, una amenaza en un
período de gran desempleo. El nuevo mensaje político de los recién
llegados era para elevar a los que quedaron fuera, a los que sentían
miedo, a los que habían perdido toda confianza en la clase política, y
prometía devolverles su soberanía, rechazar a los intrusos y sacar del
poder a las viejas élites, los profesionales de la política, para
conseguir personas reales.
Desde el final de la crisis del 2008 (que generó una situación social
y económica aún más deteriorada), esos partidos, llamados populistas,
comenzaron a crecer y ahora casi dominan el panorama político. En
Estados Unidos, los republicanos del Tea Party, legisladores radicales
de derecha, pudieron cambiar el Partido Republicano desplazando a los
conservadores llamados compasivos, porque tenían una preocupación
social.
En Europa, los medios se sorprendieron al ver a los trabajadores
votar por Le Pen en Francia. Pero la izquierda había perdido toda
legitimidad como representante de los grupos de menores ingresos; el
cambio tecnológico hizo desaparecer las identidades sociales, como la de
los trabajadores. Y en tiempos de crisis, no había capacidad de
redistribución. La izquierda está en medio de una crisis de identidad,
de la cual no saldrá pronto.
Volvamos ahora a nuestros tiempos.
En noviembre de 2016, para el
asombro universal (y el suyo propio), Trump fue electo presidente. Y
solo cuatro meses después, en marzo de 2017, el Brexit fue un rudo
despertar para Europa. Los resentidos y los temerosos acudieron a las
urnas para sacar a Gran Bretaña de Europa. El hecho de que la campaña
estuvo plagada de falsedades, algo reconocido por los ganadores después
del referéndum, fue irrelevante.
¿Quién estuvo en contra del Brexit? El
sistema financiero, las corporaciones internacionales, las grandes
ciudades como Londres, los profesores universitarios… en otras palabras,
el sistema. Más que suficiente.
Hemos agrupado deliberadamente a Estados Unidos y la UE para mostrar que la globalización tuvo un impacto global. (...)
Y ahora pasemos a Trump. Con todas las consideraciones anteriores, ahora
puede entenderse por qué se lo debería considerar un síntoma y no una
causa. Pero su personalidad juega un papel significativo. Tengamos en
cuenta que no ha perdido ninguna batalla importante desde que asumió el
poder. Ha podido conquistar el control total del Partido Republicano,
que ahora es, de hecho, el Partido de Trump.
En las primarias para las
elecciones de noviembre (todos los escaños de la Cámara y el 50 % del
Senado), intervino para apoyar a los candidatos que le gustaban, y sus
oponentes perdieron en todos los casos. En Carolina del Sur, Arrington,
una legisladora estatal local, le ganó a un oponente mucho más fuerte,
Mark Sanford, después de un tweet de Trump. Ella declaró en su discurso
de aceptación: Nuestro partido es el partido Trump.
Él sabe
perfectamente lo que piensan sus votantes y siempre actúa de manera de
fortalecer su apoyo, más allá de lo que haga. Se conoce su sexismo, ¿y
ahora está involucrado en un escándalo con una estrella porno? Traslada
la embajada en Israel a Jerusalén y ahora cuenta con el apoyo de los
evangélicos, un grupo protestante muy numeroso y puritano, que son una
fuente importante de votos.(...)
Trump se ha negado a dar a conocer sus ingresos e impuestos, y no se ha
separado de sus negocios de manera formal. En Estados Unidos, esto
generalmente es suficiente para presentar la renuncia. Ha sacado de su
gabinete a todos los representantes de las finanzas y la industria que
puso a su llegada (para ser aceptado por el establishment), y los que
puso en su lugar son todos halcones de derecha, muy eficientes, y
ninguno de ellos es un tonto, desde Bolton hasta Pompeo.
Ha logrado
poner como directora de la CIA a una mujer, Gina Hastel, notoria
torturadora, con los votos de los demócratas. Se retiró de un tratado
muy estructurado con Irán (y otros cuatro países principales), para
llegar a un acuerdo totalmente incierto con Corea del Norte, lo que
genera problemas con Japón, aliado estadounidense por definición.
Ha
decidido ponerse del lado de Israel y Arabia Saudita contra Irán, porque
esta medida cuenta con el apoyo de un gran sector de Estados Unidos.
Una de las principales razones por las que no se entienden sus medidas
es porque (además del narcicismo) lo que lo mueve no son los valores,
sino el dinero.
A Trump le interesa el dinero, no los valores. Se ha
peleado con todos los aliados históricos de Estados Unidos y ahora está
planteando una guerra arancelaria con ellos, al mismo tiempo que
comienza otra con China, simplemente por dinero (...)
Pero, aunque es errático, no es impredecible. Todo lo que ha hecho fue
anunciado durante su campaña electoral. Y no cree que deba rendirle
cuentas a nadie. Ha creado una relación directa con sus electores,
pasando por alto a los medios. Según Fact Checker, desde que asumió el
cargo ha dicho 3.000 mentiras. A nadie le importa. Muy pocos son capaces
de juzgarlo. (...)
Trump sabe perfectamente lo que sus votantes sienten y piensan. Esto
alimenta su narcicismo. Después de la reunión con Kim, en la conferencia
de prensa, dijo: “No pienso que los presidentes anteriores hubieran
tenido la misma capacidad”. No tolera ninguna crítica o desacuerdo, como
bien sabe su equipo.
Como resultado, está rodeado de personas que dicen
a todo que sí, más que cualquier presidente anterior. Su asistente para
el comercio, Peter Navarro, declaró que debería haber un lugar especial
en el infierno para los líderes extranjeros que no están de acuerdo con
Trump, refiriéndose a Trudeau de Canadá. Al comienzo de su presidencia,
los rasgos de su personalidad fueron descritos por 1.500 psiquiatras
estadounidenses como patológicos.(...)
Considerando todo lo que ha hecho en menos de dos años en contra del
orden existente, nos hace pensar que el peligro real es que gobierne un
segundo término y se vaya recién en 2014. Para entonces, los cambios en
la ética y el estilo serán realmente irreversibles.
Hay muchos
candidatos en varios países que lo consideran un ejemplo político. Sin
dudas, podrá cambiar el mundo en el que hemos crecido y que, con muchas
fallas, ha sido capaz de generar crecimiento y paz. Es verdad que el
sistema político tradicional necesita una actualización radical y que no
parece poder hacerlo. Tenemos que volver a la división histórica e
inevitable entre los que quieren cambio y justicia y los que no lo
quieren.
Si bien es difícil prever cómo un mundo basado en el
nacionalismo y la xenofobia podrá vivir sin conflictos, ahora con la
fuerte suba del costo de los armamentos en todo el mundo, y con muchos
otros problemas globales, desde el cambio climático hasta la ausencia de
políticas para la migración, mientras que la deuda mundial ha subido en
diez años hasta alcanzar el 225 % del PNB, lo que sí sabemos es que el
mundo que ha salido de la Segunda Guerra Mundial basado en la idea de
paz y desarrollo, el mundo que está en nuestras constituciones, ese
mundo desaparecerá.
Y la democracia puede ser una herramienta perfecta
para legitimar a un dictador.
Es lo que está sucediendo en Rusia,
Turquía, Hungría, Polonia: un autócrata gana las elecciones. Luego
comienza a hacer cambios en la constitución, para tener más poder.
Un
tercer paso es ubicar a todos sus compinches en las instituciones,
reducir la independencia de la justicia, controlar los medios de
comunicación, y así sucesivamente.
El cuarto paso es actuar en nombre de
la mayoría, contra las minorías. Esto no es nuevo en la historia.
Hitler y Mussolini al principio fueron elegidos. Son muchos los “hombres
de la providencia” que cierran filas…" (Roberto Savio, other news, 20/06/18)
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