"Algo cambió el domingo en la política latinoamericana. La foto asusta:
casi 50 millones de brasileños y brasileñas votaron por un proyecto
abiertamente fascista. (...)
El refortalecimiento de la derecha pura y dura ya se venía acentuando
con los Macri, Piñera, el propio Temer, Mario Abdo, Iván Duque y varios
más. Pero la irrupción de una ultraderecha troglodita que logra
conquistar una enorme base social -un experimento que se instaló en EEUU
con Trump y que se extiende en Europa- es un emergente novedoso en
América Latina que nos alborota los diagnósticos. Y enciende todas las
alarmas. (...)
¿Cómo se gestó este fenómeno político, sociológico y hasta religioso llamado Jair Messias Bolsonaro?
Tras el golpe institucional que destituyó a Dilma en 2016 y la
paupérrima gestión de Michel Temer, quedó en evidencia la putrefacción
del sistema político y se impuso un sentido común de rechazo a la clase
dirigente. De hecho, los principales castigados de la elección del
domingo fueron los dos principales partidos del establishment: el PSDB,
cuyo candidato Geraldo Alckmin no llegó al 5%, y el MDB de Temer que
postuló a Henrique Meirelles y obtuvo un magro 1,2%.
Pero este
proceso tuvo como condimento central una fuerte campaña de satanización
mediática y judicial contra el PT, que permitió asociar la epidemia de
corrupción unilateralmente a esa fuerza política y justificar
socialmente la irregular prisión y proscripción de Lula.
En ese
marco emerge este ignoto ex militar desbocado que logra capitalizar la
implosión de los partidos de derecha y centro-derecha, la consolidación
de ese fuerte sentimiento anti-PT y la aguda crisis económica que
potenció el hastío. Como la política aborrece el vacío, Bolsonaro
aparece como el candidato antisistema –pese a que hace 28 años ejerce
como diputado- que promete resolver esta crisis multidimensional a
fuerza de mano dura y prédica mesiánica.
Y de ser un legislador
marginal, que ganó fama cuando juró por el militar que torturó a Dilma,
se convirtió en el efecto más siniestro de esta democracia agonizante.
El fundamentalismo religioso
No
se pueden entender esos 50 millones de votos sin la militancia activa
que desplegó la poderosa Iglesia Universal del Reino de Dios. La fuerza
evangélica neopentecostal -que juega cada vez más en el terreno político
en toda la región- ataca en tres frentes simultáneos: en el Congreso,
donde “la bancada de la Biblia” controla la quinta parte de la Cámara de
Diputados; en la prensa masiva con su multimedio Record, el segundo del
país achicándole distancias a la Rede Globo; y en las barriadas
populares, donde tiene una penetración territorial que no logra ningún
partido.
Quizá parte del ascenso abrupto de Bolsonaro se explique
por el despliegue de miles de pastores haciendo campaña furiosa por el
ex militar en los días previos a la votación.
Las otras tres patas de la mesa
Otro
factor clave en la construcción de consenso alrededor de Bolsonaro
fueron los grandes medios, que terminaron aceptando al mal menor ante la
irreversible polarización con el PT y el fracaso de los candidatos del
orden. Las fake news antipetistas se multiplicaron en las últimas
semanas e hicieron estragos en las redes sociales.
Algo similar pasó
con el poder empresarial y financiero, que también cerró filas con
Bolsonaro. No es para menos: su gurú económico es Paulo Guedes, un Chicago boy que asegura un rumbo ultraliberal.
Por
último, el creciente poderío del llamado “Partido Militar”, que este
domingo cuadruplicó su presencia al ritmo de la debacle de la política
tradicional. Además de Bolsonaro y su compañero de fórmula, el inefable
general Hamilton Mourão, al menos 70 candidatos militares fueron electos
y tres disputarán gobernaciones estadales en segunda vuelta.
Los límites del progresismo
También
al PT se merece reflexionar sobre su responsabilidad en la
despolitización de la sociedad brasileña y en la creación del
Frankenstein Bolsonaro. Durante 12 años faltó audacia para avanzar en
transformaciones raizales, como hubiera sido la tan reclamada reforma
política o una ley que limitara la concentración mediática.
Y sobre
todo, no se profundizó en el empoderamiento popular y la formación
político-ideológica, facilitando el terreno para la diseminación de
valores retrógrados y autoritarios.
Y una vez fuera del Palacio de Planalto, el progresismo brasileño se
conformó en dar la pelea casi exclusivamente en el andamiaje
institucional. Salvo la gimnasia de movilización permanente de los
movimientos populares, la estrategia petista quedó atrapada en la
telaraña de un sistema democrático controlado por el golpista entramado
mediático, religioso, militar y financiero.
Tal vez en la
respuesta callejera de las mujeres brasileñas y su poderosa consigna
#EleNão se puedan encontrar algunas pistas de cómo enfrentar a los
profetas del odio y su monstruo Bolsonaro.
(Gerardo Szalkowicz, Periodista. Editor de Nodal. Colabora en diversos medios
como Tiempo Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Rebelión, 11/10/18)
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