27.6.24

Enzo Traverso: Que hay una deriva genocida está a la vista de todos... pero aquí nos encontramos ante un choque entre dos almas del racionalismo occidental. Por un lado, la Corte Penal Internacional que pide la detención de los dirigentes israelíes acusados de crímenes de guerra y exterminio y la Corte Internacional de Justicia de la ONU que advierte del peligro de genocidio, son una de las máximas expresiones en el ámbito jurídico, del legado dejado por la Ilustración... En el otro lado está el orientalismo, la idea de Occidente como raza y civilización superior que debe dominar el mundo... El laboratorio israelí es un modelo de futuro mundo global como mundo colonizado de segregación y apartheid, de jerarquía de derechos. Lo que está en juego en Israel, tiene un alcance que va mucho más allá de Oriente Próximo

 "Esta entrevista de Chiara Cruciati, redactora adjunta del manifiesto, con Enzo Traverso tuvo lugar el 16 de junio en el marco del festival Contrattacco, organizado por Edizioni Alegre. Al acto, de dos horas de duración, asistieron cerca de 200 personas. He aquí la transcripción de la entrevista, revisada por los autores.

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El 8 de junio de 2024, una operación israelí para liberar a cuatro rehenes mató a 276 palestinos. En los días siguientes se conocieron detalles sobre cómo se llevó a cabo la operación, en el corazón del campo de refugiados de Nuseirat. Sin embargo, en los medios de comunicación occidentales y en las declaraciones públicas de los dirigentes políticos se habló de "éxito". La narrativa de la ofensiva israelí lleva meses subrepresentando, cuando no ocultando, los crímenes de guerra israelíes, pero esta vez se ha alcanzado un nuevo clímax: llamar "éxito" a una masacre. Una masacre ampliamente anticipada por los líderes europeos, que tras el 7 de octubre declararon su apoyo "incondicional" a Israel, dando efectivamente su bendición a cualquier forma de reacción.

En Gaza ante la Historia dedicas un valioso capítulo al orientalismo, más fuerte -escribes- que el legado de la Ilustración. Valorar de forma diferente una vida y una comunidad sobre la base de la supuesta superioridad moral y cultural del mundo occidental blanco es un rasgo esencial del orientalismo. Sin embargo, ¿podemos leer también en ello una deriva necropolítica y, por extensión, fascista?

 En primer lugar, gracias por la invitación a este diálogo. Me gustaría decir de entrada que no he escrito este breve ensayo como estudioso de Oriente Medio. No podría explicar las raíces de este conflicto ni analizar sus actores y su dimensión geopolítica. Mi objetivo es más bien reflexionar críticamente sobre las categorías con las que se lee el conflicto en el mundo occidental, que me parecen reveladoras de una cultura, de una visión del mundo.

 El orientalismo, elaborado por el gran erudito Edward Said, no murió de hecho con la descolonización, sino que impregna nuestros esquemas mentales y sigue guiando la lectura que los medios de comunicación occidentales hacen de este conflicto. El episodio que acaba de mencionar es asombroso: en Israel asistimos a un país que celebra la liberación de cuatro rehenes a costa de 276 vidas palestinas. Que los medios de comunicación occidentales hayan definido esa masacre como un "éxito" me parece una expresión flagrante de orientalismo, es decir, de cómo nuestros criterios de lectura y juicio implican una desigualdad fundamental en la definición del valor de la vida humana. El valor de las vidas israelíes, que ahora forman parte de Occidente, es mucho mayor que el de las vidas palestinas. Occidente es racionalidad y el mundo no occidental fanatismo ideológico; Occidente progreso y el mundo no occidental, es decir, Oriente, oscurantismo y atraso. Por un lado está el desarrollo, por otro la ignorancia. El mundo occidental es blanco, europeo en su matriz y Oriente es un universo indistinto, racialmente diverso y jerárquicamente inferior.

 Los judíos han cruzado lo que W.E.B. Dubois llamó hace un siglo "la línea del color" y se han convertido en blancos, en parte integrante de Occidente, y la defensa de Israel se presenta como la defensa de la civilización contra la amenaza de una barbarie que hoy lleva el nombre de fundamentalismo islámico.

Esta "línea de color" es obviamente metafórica. La mitad de la población israelí está formada por judíos de origen de Oriente Medio o del Norte de África, étnicamente no diferentes de los palestinos. Los judíos de Europa Central y Oriental que emigraron a Alemania, Francia y Estados Unidos hace un siglo no eran considerados blancos, encarnaban una alteridad negativa contra la que se definían los nacionalismos europeos y las identidades nacionales de la época. Se produjo, por tanto, un cruce de la línea del color. No se trata de un fenómeno nuevo -los italianos que emigraron a Alabama a finales del siglo XIX y principios del XX fueron linchados como negros, y precisamente al adoptar los estereotipos raciales de la sociedad estadounidense los italoamericanos se convirtieron en "blancos"-, pero hoy adquiere dimensiones sorprendentes, que resultan chocantes décadas después de la descolonización. El orientalismo alcanzó su apogeo a finales del siglo XIX, en una época en la que Occidente dominaba el mundo y se veía a sí mismo como portador de una misión civilizadora. Hoy, Occidente ya no domina el mundo. Así pues, esta reproducción caricaturesca y grotesca de una cosmovisión orientalista no puede sino provocar una reacción de rechazo, de indignación.

Que hay una deriva genocida está a la vista de todos. Estamos dentro de una lista de genocidios occidentales que tienen una matriz orientalista, colonialista e imperialista, sobre esto creo que no hay duda, la diferencia concierne a la potencia de los medios de destrucción con los que se lleva a cabo este genocidio, incomparablemente superior a la de los genocidios coloniales del pasado. En cuanto al uso del término "fascista", sin embargo, yo sería más prudente. Ciertamente, los ultraderechistas o "posfascistas" a escala mundial están alineados con Israel, pero el orientalismo, el colonialismo y los genocidios coloniales preceden al fascismo. Por supuesto, también tienen un apéndice fascista: el genocidio italiano en Etiopía es la variante fascista de esta larga secuencia. Pero, ciertamente, la matriz no es exclusivamente fascista, sino occidental.

 Quisiera subrayar que aquí nos encontramos ante un choque entre dos almas del racionalismo occidental. Por un lado, la Corte Penal Internacional que pide la detención de los dirigentes israelíes acusados de crímenes de guerra y exterminio y la Corte Internacional de Justicia de la ONU que advierte del peligro de genocidio son una de las máximas expresiones, en el ámbito jurídico, del legado dejado por la Ilustración. En el otro lado está el orientalismo, la idea de Occidente como raza y civilización superior que debe dominar el mundo, y esta idea también es producto de la Ilustración. En resumen, nos encontramos ante una contradicción que la Escuela de Fráncfort denominó "dialéctica de la Ilustración", matriz a la vez de una idea universal de humanidad y de una idea de jerarquía de las razas y de supremacía de Occidente.

Hablando de cruzar la línea de color, existe un problema con la relación entre el gobierno israelí y los exponentes de los partidos de extrema derecha en Europa, pero también en Estados Unidos. Cada vez se habla más de un "Israel global" como modelo de ciudadanía desigual y de control social sobre la base de una seguridad racializada. Durante tantos años hemos hablado del "laboratorio palestino", ¿no deberíamos empezar a hablar del "laboratorio israelí"?

Soy incapaz de distinguir entre el "laboratorio de Israel" y el "laboratorio de Palestina". En mi opinión, son exactamente el mismo laboratorio que nos interroga y nos obliga a reflexionar sobre el destino de Israel y Palestina, sobre el futuro de Oriente Próximo. Un futuro que se juega en la definición de un horizonte global del siglo XXI. Sin embargo, también en este caso, yo sería muy prudente a la hora de utilizar la fórmula "Israel global", porque todos sabemos que cuando empezamos a hablar de sionismo, antisionismo, antisemitismo, Israel, entramos en un campo minado en el que cada adjetivo, cada matiz, se convierte en un pretexto para la explotación, la polémica, las interpretaciones.

La fórmula "Israel global" evoca incómodamente la vieja mitología antisemita de la conspiración global, de la conspiración judía internacional de Wall Street "dominada por banqueros judíos" que supuestamente extienden sus tentáculos por todo el planeta... No estamos en presencia de este "Israel global" y por tanto seamos cuidadosos en nuestras formulaciones para evitar malentendidos.

Israel es un laboratorio porque es uno de los lugares donde se está produciendo una recomposición de las élites a nivel político y una recomposición de la derecha internacional. Así lo indica el hecho de que la extrema derecha de toda Europa y la extrema derecha estadounidense sean las más extremistas en su apoyo a Israel sin hacer distinciones. A través de su apoyo a Israel, su identificación con Israel y el genocidio que Israel está llevando a cabo en Gaza, los ultraderechistas se están integrando en el establishment que hasta ahora los miraba con desconfianza. Uno de los vectores de esta transición es la revisión ideológica y cultural de la extrema derecha, que históricamente siempre ha sido antisemita pero que hoy se pone del lado de Israel, haciendo de la islamofobia uno de sus pilares identitarios. Los nuevos derechistas ya no son antisemitas; al contrario, son ostentosamente prosionistas y cada vez más xenófobos en un sentido islamófobo. Este es el proceso que se está produciendo y constituye una mutación genética porque, aunque bajo formas diferentes, el antisemitismo ha sido históricamente uno de los fundamentos de los nacionalismos europeos. El caso más emblemático, en cierto modo paradójico y casi grotesco, es el alemán: Alemania, el país donde se concibió y promulgó el Holocausto, se ha convertido en el país que hace de la defensa incondicional de Israel una raison d'état.

El laboratorio israelí es, pues, un modelo de futuro mundo global como mundo colonizado de segregación y apartheid, de jerarquía de derechos. Lo que está en juego en Israel tiene un alcance que va mucho más allá de Oriente Próximo.

En el capítulo "Violencia, terrorismo y resistencia", usted escribe: "Décadas de política memorialista centrada casi exclusivamente en el sufrimiento de las víctimas, destinada a presentar la causa de los oprimidos como el triunfo de la inocencia, han eclipsado una realidad que parecía evidente en otros tiempos. Los oprimidos se rebelan recurriendo a la violencia, y su violencia no es bella ni idílica, a veces incluso espantosa". A continuación da ejemplos históricos, para concluir lo inútil, si no contraproducente, que es no reconocer que Hamás -le guste o no- lucha contra una ocupación ilegítima. Se trata de un tema inquietante, que se desprende de la forma en que se narra a Hamás, pero que no se aparta de la forma en que se ha narrado en el pasado la resistencia armada palestina por parte de otros sujetos (Fatah, Frente Popular para la Liberación de Palestina) y de cómo se narran incluso otras formas de resistencia no armada: desde el boicot hasta el lanzamiento de piedras, los palestinos no parecen ser reconocidos como legítimos en ninguna forma de resistencia.

Se trata de una cuestión muy delicada porque todas las instrumentalizaciones ideológicas del debate occidental se centran en este punto. Quien se atreve a utilizar el término "genocidio" se convierte automáticamente en cómplice de Hamás. La cuestión es compleja y delicada, merece ser debatida y puede provocar diferentes posiciones. No soy pacifista, pero entiendo los argumentos de los críticos de Hamás adoptando este punto de vista.

Repito que no soy historiador de la cuestión palestina, ni estoy en condiciones de analizar los distintos componentes de Hamás o su evolución. Pero sí creo que al menos debemos evitar cometer los errores del pasado. Tengo edad suficiente para recordar la guerra de Vietnam y el trauma que supuso el descubrimiento del genocidio en Camboya. La primera conclusión que todos sacamos de aquella tragedia fue simple y obvia. Aunque movilizarnos contra la guerra de Vietnam era indispensable y correcto, podríamos haberlo hecho con una mirada crítica, evitando al mismo tiempo un apoyo incondicional. Por eso no tengo la menor duda en condenar el atentado del 7 de octubre, en calificarlo de erróneo, contraproducente, inmoral y atroz.

Creo que uno de los peores errores que se pueden cometer hoy en día es salir a la calle gritando que estamos del lado de Hamás. Por tanto, hay que evitar un alineamiento acrítico con Hamás. Pero, al mismo tiempo, el segundo error que hay que evitar es el paternalismo, que también tiene tintes racistas, que consiste en la pretensión de dar lecciones, de decidir, desde aquí, quién forma parte, y quién no, de la resistencia palestina o de explicarles cómo deben actuar. Esta es otra actitud que hay que evitar. Los palestinos necesitan nuestro apoyo, un apoyo auténtico, convencido pero también crítico. No necesitan ni apoyos ingenuos ni lecciones dadas ex cátedra.

Se trata también de recordar algo que pertenece a nuestra historia. Y de recordar que los métodos terroristas dirigidos contra civiles siempre han sido objeto de debate en el seno de los movimientos de liberación nacional, tanto en las revoluciones anticoloniales como en los movimientos de resistencia en Europa. El Frente de Liberación Nacional argelino utilizó la violencia contra los civiles. En mi libro, recuerdo la película de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel. Estos ataques contra civiles siempre han causado controversia. El CNA en Sudáfrica en la lucha contra el apartheid, el Vietcong en el sudeste asiático o incluso la resistencia en Europa han recurrido a ellos. Así que forman parte de nuestra historia. Decir que Hamás no forma parte de la resistencia por sus métodos terroristas es una tontería. Incluso Anthony Blinken, el Secretario de Estado estadounidense, después de condenar a Hamás al ostracismo, le pide que firme el acuerdo de alto el fuego que ha propuesto. Así que hay una gigantesca hipocresía en la estigmatización de Hamás, que, nos guste o no, es un interlocutor ineludible.

Dicho esto, Hamás es un movimiento fundamentalista y autoritario con rasgos de misoginia y homofobia. En una sociedad democrática, la izquierda palestina vería en Hamás un adversario al que combatir. Pero hoy no existe una sociedad palestina que viva en condiciones de libertad y democracia, hoy quienes luchan contra la ocupación israelí son los combatientes de Hamás y esto los define, objetivamente, como una fuerza de resistencia. De lo contrario, tendríamos que decir, con respecto a una página tan trágica y gloriosa como el levantamiento del gueto de Varsovia, que puesto que entre las fuerzas que organizaron ese levantamiento -el Bund, los comunistas, los socialistas, incluso algunos trotskistas, sionistas de derechas y componentes religiosos- también había movimientos que en 1948, cinco años después, promulgaron la Nakba y expulsaron a los palestinos, hay que condenar el levantamiento de Varsovia. Hay que estudiar los acontecimientos en su contexto histórico y sus circunstancias. O hay que condenar la Resistencia porque su componente hegemónico, el comunista, defendía un régimen totalitario como la URSS. Lo único que quiero decir es que criticar a Hamás no es en absoluto incompatible con el reconocimiento objetivo del papel que está desempeñando en la Resistencia palestina. Y esto no es en absoluto incompatible con la denuncia del atentado del 7 de octubre.

También hay que plantearse otra pregunta. ¿De dónde viene Hamás? Hamás es el producto de nuestra derrota. Es un movimiento fundamentalista que nació de la derrota de todos los proyectos socialistas, internacionalistas, universalistas, del nacionalismo laico y del panarabismo, y de todos los intentos de encontrar una solución pacífica que ha habido. Hamás es también, en gran medida, un producto de la política israelí que lo ha apoyado para crear conflicto dentro del frente palestino y poder decir que no tiene interlocutores para un acuerdo de paz.

 Desde hace meses existe una desconexión total entre la política y los medios de comunicación, por un lado, y la sociedad civil y los movimientos estudiantiles, por otro. Las movilizaciones en los campus de todo el mundo, en particular en Estados Unidos, han sido combatidas acusándolas de antisemitismo (tanto latente como manifiesto), cuando en cambio hemos asistido a un nuevo fenómeno: el retorno del discurso anticolonial en torno a Palestina, que de hecho ha desaparecido, sustituido en las últimas décadas por un discurso meramente humanitario y nunca político. Trabajando entre Francia y Estados Unidos, ¿qué puede decirnos de estos movimientos?

 He visto y participado en el movimiento de los últimos meses en Estados Unidos, el mayor movimiento contra la guerra que ha conocido este país desde la guerra de Vietnam, aunque todavía no ha alcanzado el mismo tamaño, pero tiene una amplitud considerable. Hay una oposición generalizada a la guerra y al genocidio en la sociedad, mucho más allá de los campus universitarios, que son la punta del iceberg. Joe Biden y otros líderes demócratas no pueden hablar en un lugar público sin que alguien intervenga para protestar izando una bandera palestina o gritando "Joe genocida". Es un movimiento que nace de una conciencia muy fuerte de que el genocidio en Gaza se está llevando a cabo con armas estadounidenses, de que los medios de destrucción en Gaza los proporciona principalmente Estados Unidos; de ahí el paralelismo con Vietnam, porque capta el hecho de que Estados Unidos, hoy como entonces, puede impedir la guerra. Por tanto, va más allá de la expresión puramente humanitaria de solidaridad con un pueblo que sufre. Gaza está sufriendo un genocidio del que uno se siente corresponsable y, por tanto, lucha para detenerlo.

 Este movimiento contra el genocidio en Gaza es muy amplio, pero dentro de él pueden distinguirse tres componentes básicos. En primer lugar, están los estudiantes de origen poscolonial, tanto estadounidenses (inmigrantes o hijos de inmigrantes) como jóvenes del sur global que vienen a estudiar a Estados Unidos. para estos estudiantes, manifestarse contra el genocidio en Gaza es ante todo una lucha contra las nuevas formas de colonialismo, su identificación con los palestinos es ante todo la identificación con un pueblo oprimido por el colonialismo y el imperialismo. Luego hay un segundo componente, que es mucho más fuerte en Estados Unidos que en Europa, y es el componente afroamericano: para muchos estudiantes afroamericanos este movimiento es una continuación, a otro nivel, del movimiento Black Lives Matter. Aquí, como podemos ver, volvemos a la discusión anterior sobre cruzar la línea de color. Los palestinos arrastran un conflicto que es una variante del conflicto racial y una jerarquía racial muy fuerte en Estados Unidos. Y luego hay un tercer componente, muy importante y muy visible, que es el judío. Principalmente alumnos pero no solamente, porque hay una participación muy importante de profesores judíos. 

No se trata de casos individuales, de algunas personalidades conocidas, se trata de asociaciones que están muy presentes con sus símbolos, especialmente Jewish Voice for Peace. Este componente judío contiene a su vez varias almas. Me gustaría mencionar al menos dos de ellas: el resurgimiento de una antigua tradición judía revolucionaria, la de aquellos que no se consideran judíos a nivel religioso y que, en muchos casos, rechazan el judaísmo como una forma de oscurantismo religioso pero que, siendo parte de una historia de siglos de discriminación, opresión y persecución, son sensibles a la causa de todos los oprimidos en nombre de un internacionalismo y un universalismo que tiene raíces muy fuertes en la tradición de la izquierda radical judía. El segundo componente podría calificarse de dreyfusiano. Durante la guerra de Argelia, muchos franceses -incluidos muchos israelitas- pensaron que esta guerra colonial deshonraba a la república y pisoteaba sus principios, como había ocurrido durante el asunto Dreyfuss. Hoy, muchos judíos estadounidenses (pero también franceses o italianos) no aceptan que un Estado que se proclama "Estado de los judíos" perpetre un genocidio en Gaza. Por eso salen a la calle diciendo "no en mi nombre".

Son posiciones muy diferentes de las manifestaciones contra el gobierno de Netanyahu que tienen lugar hoy en Israel, dirigidas contra el gobierno pero encaminadas a poner fin a la guerra: no son manifestaciones contra el genocidio, son manifestaciones a favor de un alto el fuego, medida necesaria para la negociación y para la liberación de los rehenes. La izquierda en Israel es hoy muy minoritaria y marginada, pero en el mundo occidental existe un componente judío -no sólo antisionista- cuya voz tiene autoridad y puede despertar una antigua y noble tradición. Por eso también es absolutamente demagógica y escandalosa la actitud de gran parte de los medios de comunicación occidentales que califican de antisemita a este movimiento contra la guerra y contra el genocidio. Cabe señalar que los más ruidosos entre los que denuncian el supuesto antisemitismo de los estudiantes son los republicanos y los evangélicos, los mismos que afirman que Joe Biden manipuló las elecciones de 2020 y que los supremacistas blancos que asaltaron el Capitolio el 6 de enero son auténticos demócratas.

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[Al final del debate hubo una pregunta del público que reproducimos por su interés]:

Aprovechando que trabaja en una universidad, ¿cuál es el estado de la cuestión de la reivindicación política de la lucha palestina? La solución de "dos pueblos, dos Estados" me parecía anticuada hace algunos años, una solución que no resolvería el problema. ¿Qué pide entonces el movimiento de apoyo a Palestina?

 Es una cuestión muy interesante y muy importante. Desde luego, no tengo una receta para resolver el problema, pero en mi libro explico por qué ya no creo en la solución de los dos Estados. Esto no quiere decir que esté en contra del reconocimiento de un Estado palestino: sería un importante paso adelante y daría fuerza al movimiento palestino, pero hay una serie de países árabes, además de Estados Unidos y la UE, que están trabajando en el proyecto de un Estado palestino simulacro que en realidad sería un bantustán sometido al control militar y económico de Israel. Hoy en día, hablar de un Estado binacional parece completamente alejado de la realidad; parece una quimera, una utopía imposible, pero razonando desde una perspectiva histórica, no veo alternativa a un Estado binacional. A este respecto, también hay mucha demagogia y explotación en torno al lema "del río al mar": hoy en día, del Jordán al Mediterráneo sólo hay un Estado y en este Estado hay dos comunidades que tienen exactamente el mismo peso: 7 millones de israelíes y 7 millones de palestinos. Y no son dos comunidades separadas geográficamente en el espacio, son dos comunidades profundamente interpenetradas territorialmente.

 Por lo tanto, la idea de un Estado laico y democrático, basado en el reconocimiento de la existencia de dos naciones que tienen el mismo derecho a vivir, desarrollarse y cooperar, me parece la más razonable y obvia. Este Estado funcionaría a través de un fructífero y permanente intercambio mutuo sobre la base del reconocimiento de una completa igualdad de derechos entre judíos y palestinos en términos de lengua, cultura y afiliación religiosa. No veo otra alternativa a esto que no sea, por un lado, un Estado-fortaleza que se proclame a sí mismo "el Estado de los judíos" y, por otro, un Estado palestino fundamentalista que podría estar bajo la dirección de Hamás. Esta no es la solución del futuro, aunque hoy reconozco que es una perspectiva inviable."                        

(Enzo Traverso, Sinistra in rete, 27/06/24, traducción DEEYPL, enlaces en el original)

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