31.5.24

Mariana Mazzucato: La economía de la salud para todos... las inversiones en salud impulsan de hecho el crecimiento a largo plazo. La proporción de deuda a PBI es una ratio: si los gobiernos se centran en recortar la deuda (el numerador) y no implementan inversiones que fomenten el crecimiento futuro (el denominador), la ratio no disminuirá... y hasta puede aumentar. Afortunadamente, la política industrial ha vuelto ser bien recibida en el mundo y ofrece a los gobiernos la oportunidad de orientar sus estrategias de crecimiento en torno a la salud y otras prioridades críticas... El problema es que el cabildeo de la industria farmacéutica sigue limitando la fuerza de esas condiciones... Los gobiernos deben fijar condiciones más estrictas a quienes solicitan apoyo público para la innovación en salud, principalmente exigiendo que los productos y servicios sanitarios resultantes estén disponibles de manera amplia y asequible... Esto también es aplicable al diseño de las finanzas mundiales, los países con ingresos bajos y medios necesitan margen de maniobra fiscal para llevar adelante las inversiones críticas en salud... Tal vez la pandemia esté perdiendo fuerza, pero el mundo todavía enfrenta múltiples crisis interrelacionadas vinculadas con la salud, el clima y la creciente desigualdad entre países y al interior de ellos... En vez de buscar el crecimiento económico olvidándonos de las consecuencias, debemos orientar la actividad económica hacia las metas de la salud y el bienestar humanos, y a garantizar un ambiente sano y sostenible; hay que escapar del pensamiento económico profundamente viciado que permitió que la pandemia de la COVID-19 adquiriera las dimensiones que tuvo... Para que la salud para todos sea una de las principales prioridades —como corresponde— debe quedar reflejada en el diseño de las estructuras de finanzas públicas y las políticas económicas, industriales y de innovación

 "El mundo necesita con urgencia un nuevo marco mundial que enfatice la equidad y aproveche las lecciones de la pandemia de la COVID-19; sin embargo, la Asamblea Mundial de la Salud avanza y la incapacidad de sus estados miembros para lograr un acuerdo sobre pandemias parece cada vez mayor. De todas formas, el encuentro de este año ofrece algunas esperanzas, ya que los estados miembros votarán por una resolución sobre la «Economía de la Salud para Todos», basada fuertemente en el trabajo del Consejo de Economía de la Salud para Todos, que presidí, de la Organización Mundial de la Salud.

Si se aprueba la resolución, la OMS estará obligada a comenzar a implementar las recomendaciones del Consejo a través de su trabajo con los estados miembros. La resolución destaca los vínculos entre la salud y la economía, e identifica pasos específicos que la organización y los gobiernos pueden adoptar para fijar a la salud y el bienestar como prioridades transversales de las políticas. El Consejo convocó a los gobiernos de todo el mundo a invertir en la salud para todos, y a organizar sistemas económicos que valoren y financien a esa meta, e innoven y generen capacidad para hacerla realidad.

Moldear nuestras economías para reflejar el objetivo de la salud para todos es crucial para prevenir las pandemias futuras o, al menos, responder más rápidamente frente a ellas; pero exige que se alineen los objetivos de las políticas sanitarias, económicas, sociales y ambientales. Aunque serán los ministros de salud quienes voten en esta asamblea, no hay que pensar que son los únicos responsables; la salud para todos requiere un enfoque en el que participe la totalidad del gobierno, con especial atención de los ministros de finanzas y política económica.

Esto es especialmente cierto hoy día: la resolución urge a los estados miembros a enmarcar el gasto en salud como una inversión a largo plazo en vez de como un costo a corto, pero la austeridad volvió a muchos países y amenaza a los presupuestos de salud que ya están bajo presión debido al costo del servicio de la deuda y la inflación. No es una mera cuestión comunicacional, las inversiones en salud impulsan de hecho el crecimiento a largo plazo. La proporción de deuda a PBI es una ratio: si los gobiernos se centran en recortar la deuda (el numerador) y no implementan inversiones que fomenten el crecimiento futuro (el denominador), la ratio no disminuirá... y hasta puede aumentar.

Afortunadamente, la política industrial ha vuelto ser bien recibida en el mundo y ofrece a los gobiernos la oportunidad de orientar sus estrategias de crecimiento en torno a la salud y otras prioridades críticas. En vez de centrarse en sectores o tecnologías clave, una estrategia industrial moderna debiera hacerlo en audaces misiones sociales y ambientales que catalicen a su vez la inversión, la innovación y el crecimiento en los sectores económicos relevantes.

Cuando dirigí el Consejo enfaticé que la innovación se basa en la inteligencia colectiva y no surge espontáneamente de una única empresa; en todo el mundo la innovación en salud se beneficia enormemente gracias a la inversión pública (para las vacunas de ARNm contra la COVID-19, EE. UU. invirtió aproximadamente USD 31 900 millones en fondos públicos —y este es tan sólo un ejemplo de muchos—).

Sin embargo, a menos que la innovación se rija por el bien común, es posible que sus beneficios no se difundan de manera amplia; para garantizar que los riesgos y recompensas se compartan adecuadamente debemos adoptar un nuevo enfoque en la colaboración público-privada. Los gobiernos deben fijar condiciones más estrictas a quienes solicitan apoyo público para la innovación en salud, principalmente exigiendo que los productos y servicios sanitarios resultantes estén disponibles de manera amplia y asequible.

El problema es que el cabildeo de la industria farmacéutica sigue limitando la fuerza de esas condiciones; en las negociaciones en curso por el acuerdo de pandemias, por ejemplo, los grupos de presión han logrado bloquear medidas importantes vinculadas con los derechos de propiedad intelectual.

Como sostuve anteriormente, esos derechos no deben estar estructurados de manera tal que protejan los beneficios monopólicos o inhiban el acceso a innovaciones sanitarias vitales (por ejemplo, bloqueando su producción oportuna y asequible, o limitando la transferencia de conocimiento y tecnología). En una emergencia sanitaria como una pandemia todos —y todas las economías— sufren en última instancia si no se da máxima prioridad al acceso equitativo a las pruebas, vacunas y productos de salud capaces de salvar vidas. En el caso de la COVID-19 se estima que murieron 14 millones de personas y la economía mundial perdió aproximadamente USD 14 billones (millones de millones).

La negociación del acuerdo de pandemias pone de relieve la necesidad de diseñar instrumentos de política orientados a misiones: si la meta es evitar amenazas sanitarias catastróficas, el acuerdo debe orientarse en torno a ella... y eso implica enfatizar la equidad. Esto también es aplicable al diseño de las finanzas mundiales, los países con ingresos bajos y medios necesitan margen de maniobra fiscal para llevar adelante las inversiones críticas en salud. El acuerdo de pandemias hace alguna referencia a la importancia de las medidas de alivio de la deuda, pero es necesario un compromiso mucho más fuerte —en línea con los requisitos de la Iniciativa Bridgetown, encabezada por la primera ministra de Barbados, Mia Mottley— para reformar los bancos multilaterales de desarrollo y garantizar que los países no sólo tengan acceso a la cantidad sino también a la calidad adecuada de financiamiento, y que una deuda insostenible no les impida llevar a cabo inversiones fundamentales a largo plazo en temas prioritarios climáticos, económicos y de salud.

Tal vez la pandemia esté perdiendo fuerza, pero el mundo todavía enfrenta múltiples crisis interrelacionadas vinculadas con la salud, el clima y la creciente desigualdad entre países y al interior de ellos. Tampoco estamos aprovechando las lecciones de los últimos cuatro años. Debido al cambio climático los brotes serán más frecuentes, pero el financiamiento para la preparación y respuesta contra epidemias sigue siendo insuficiente.

En vez de buscar el crecimiento económico olvidándonos de las consecuencias, debemos orientar la actividad económica hacia las metas de la salud y el bienestar humanos, y a garantizar un ambiente sano y sostenible; hay que escapar del pensamiento económico profundamente viciado que permitió que la pandemia de la COVID-19 adquiriera las dimensiones que tuvo.

La implementación de una economía de ese tipo no significa aspirar a un lujo, es una necesidad si deseamos evitar los costos en términos humanos y económicos de otra pandemia. Más allá de la adopción de la resolución, para esto será necesario el liderazgo de la OMS y de los delegados de los estados miembros. Para que la salud para todos sea una de las principales prioridades —como corresponde— debe quedar reflejada en el diseño de las estructuras de finanzas públicas y las políticas económicas, industriales y de innovación."

(Mariana Mazzucato, Profesora de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres, Revista de prensa, 30/05/24 . Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate)

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