"Las coaliciones son fáciles de realizar cuando van a la contra, cuando se hace oposición, cuando el propósito común es derribar algo o a alguien. Un ejemplo evidente es la animadversión que el presidente del Gobierno genera en sectores heterogéneos de la sociedad española, que van desde la derecha tradicional hasta antiguos socialistas, pasando por los afines a Vox.
Una de las clases que más suelen mostrar en privado, y a veces también en público, su deseo de que se marche Sánchez es ese conjunto de profesionales bien pagados que trabajan en empresas relevantes o en sectores con capital simbólico. En las grandes consultoras, renombrados despachos de abogados, sectores de los medios de comunicación, algunas firmas de energía, entre los directivos de dentro y de fuera del Ibex, y en general, en la versión española de lo que llaman la profesional managerial class (la clase de los profesionales gestores), el humor es contrario a Sánchez. Hay distintas razones en esta clase que apoyan su distancia con el presidente del Gobierno: su intención de subir los impuestos, el desagrado con la persona, los elementos ideológicos, su incomprensión de ciertas necesidades económicas, el desgaste que supone un gobierno de coalición de estas características y algunas más. Parte de estas clases siempre han sido hostiles al socialismo, otra lo es a Sánchez, otra simplemente está molesta con su gestión.
Los motivos del descontento son compartidos, en mayor o menor proporción, por esa derecha política que está batallando contra Sánchez. Y a este panorama se le añaden otras élites españolas, como las situadas en el ámbito jurídico, en parte de la alta administración del Estado o en el sector diplomático.
Sin embargo, los propósitos compartidos por este bloque antiSánchez disimulan las diferencias existentes dentro de él, que hasta la fecha eran relativamente manejables, pero que, con la victoria de Trump y el crecimiento en Europa de opciones afines, llevarán a contradicciones notables.
El coste de despreciar a Trump
Las clases de éxito profesional son, aunque no lo parezcan, las más presionadas con la victoria del actual partido republicano. Recordemos que son justo ellas las principales defensoras, y las principales beneficiarias, del orden basado en reglas y estándares, de las interconexiones entre las grandes ciudades, de la época de la globalización feliz. Toda esa ideología que abogaba por la extensión universal del liberalismo, apoyada en un entramado de instituciones internacionales, relaciones comerciales e instancias jurídicas, gracias al cual el mundo prosperaría y los conflictos entre naciones se limarían, tenía en este tipo de profesionales sus principales abogados. Ahora están más puestas en cuestión que nunca.
J.D. Vance y Elon Musk, el libertario tecnológico, son las dos puntas de lanza con las que Donald Trump ha atacado a las élites gestoras
Hay que recordar que el Trump político nació contra ellos. El próximo presidente estadounidense entiende a la perfección el malestar generalizado con esas clases que miran por encima del hombro porque lo ha sufrido desde su posición privilegiada. Trump es hijo de ricos, pero se dedicaba a la construcción. Puede haber tenido éxito, pero su brillo era escasa intensidad frente al mundo de las finanzas, consultoría, servicios jurídicos y los medios de comunicación globales. Además, cultivó un perfil estrafalario y pertenecía más a la clase de las celebrities que a la de los gestores. Por tanto, no era apreciado en los círculos de verdad relevantes. No hay más que ver a Obama burlándose de él en un acto público en 2011 para comprender la mirada de superioridad que ha soportado. De modo que podía comprender claramente el malestar del hombre común contra las clases ricas de las costas, y lo ha utilizado. Su combate es justo contra ellas, lo que llama el pantano, la ciénaga, el blob. Por eso, las dos personas más importantes de las que se rodeó en su campaña fueron J.D. Vance, el vicepresidente que defendía al hombre común, y Elon Musk, el libertario tecnológico. Dos perspectivas que complementan el asalto frente a esas élites. Y esa es la gran sustitución que se ha fraguado en la campaña.
El programa trumpista es una impugnación directa y en todos los órdenes al programa de esas clases gerenciales. No más neoliberalismo globalista, no más orden internacional basado en reglas, no más apertura, ni a los bienes extranjeros ni a los inmigrantes. EEUU le ha respaldado.
Las distintas élites gestoras
Las clases gestoras no son uniformes. Entre ellas, en España, también las hay progresistas, personas que creen de verdad en la necesidad de la reconversión verde, en los derechos ligados a la identidad de género, en las sociedades multiculturales, en la urgencia de que la mujer alcance la igualdad en las empresas en la sociedad. Su visión, además, entronca de manera directa con el papel asignado a Europa en la época poscrisis: la UE tenía que apostar por las energías renovables, la reconversión digital, la formación de los trabajadores, la integración europea y las conexiones globales. Esta, sin duda, es la parte perdedora de esta época, ya que los tiempos internacionales no acompañan, y no solo por la victoria de Trump. No hay que olvidar que el triunfo del republicano es también consecuencia de la época.
Hay una parte de esas clases que aceptó el discurso progresista por conveniencia, ya que la diversidad daba una pátina de modernidad a las empresas, y porque no se podían resistir a las exigencias de su tiempo, de modo que abogaron discursivamente por la integración de la mujer en las cúpulas directivas, por la lucha contra el cambio climático, eran favorables a los derechos LGTBI y defendían a los inmigrantes, entre otras cosas porque les cuidaban a los hijos. Pero eran aspectos fácilmente integrables, porque no tocaban el fondo del asunto: el negocio y los dividendos. Es más, podían convertir esos elementos en una fuente de rentabilidad. Podían aceptar todo ese discurso mejor o peor, pero no les suponía un problema. Del mismo modo que tampoco lo supondría ahora acoger el discurso antiwoke de las derechas trumpistas si fuera necesario, ya que prima el pragmatismo: lo importante es la cuenta de resultados.
La ruptura del orden global vigente no significa menos interconexiones, sino un reparto diferente: habrá perdedores
Pero de lo que habla el programa trumpista es otra cosa, que es mucho más complicada de integrar: proteccionismo y aranceles, repatriación de la industria, reconversión del orden global en términos más favorables, EEUU primero. Esto va en contra de las creencias que las clases profesionales han defendido y de los valores por los que han abogado, lo que implica una reconversión mental complicada, pero también de una posición económica diferente, lo que conllevará un daño en las cuentas de resultados. Lo esperable es que, en esa mutación del orden internacional, EEUU se lleve un trozo mayor del pastel, lo cual deja a las élites nacionales europeas, incluidas las españolas, con una porción inevitablemente menor.
La ruptura del orden global vigente no significa menos interconexiones, que seguirán existiendo, sino un reparto diferente. Las clases gestoras son las más vinculadas con la globalización, porque son profesiones fundamentalmente mediadoras y prestan servicios de una u otra clase, sobre todo entre el capital internacional y los activos nacionales. Es esperable que el coste del nuevo mundo recaiga también sobre ellas. Los negocios pueden ser distintos a partir de ahora y habrá damnificados.
La recomposición
Todo esto es también un problema político. La coalición de las derechas para relevar a Sánchez contaba con aspectos espinosos, pero lo eran mucho más en la teoría que en la práctica. Había mucho de táctico, porque el PP no quería aliarse con Vox de manera clara, en parte para no perder voto, en parte para facilitar otras posibles alianzas. Sin embargo, la victoria de Trump puede generar complicaciones añadidas. Es muy difícil hacer valer ese programa que compagina el neoliberalismo económico, la posición claramente europeísta y la vinculación con el orden global con la mirada de las nuevas derechas: nacionalismo económico, el intento de debilitar a Bruselas y a las instituciones de la UE para devolver poder a los Estados y el antiglobalismo. Y Vox está aquí con ese programa, que saldrá reforzado por el crecimiento de las derechas internacionales.
Parecen dos opciones difícilmente compatibles. No es así, porque el pragmatismo impera. Hay un camino obvio de solución, poner más énfasis en el liberalismo económico, hasta llegar al libertarismo, y combatir lo woke: esa es la posición de Díaz Ayuso. El encaje entre la vieja derecha macrista y los libertarios dio como resultado en Argentina el gobierno de Milei. En EEUU salió peor: el candidato republicano de esas características que se promocionó para sustituir a Trump, Ron DeSantis, perdió toda posibilidad antes de que la campaña se iniciara. En Italia, el acuerdo entre la vieja derecha y la nueva puso en el gobierno a Giorgia Meloni. Son distintas piezas del mismo puzle, que está por ver cómo se sustancia en España. Pero es evidente que un Vox nacido contra esas clases gestoras, y que ha sido despreciada por ellas, se cobrará un precio elevado si es necesario para formar un futuro gobierno. Y más con la derecha internacional trazando nuevos planes a raíz de la victoria de Trump."
(Esteban Hernández , El Confidencial, 11/11/24)
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