"Israel ha fracasado en la Franja de Gaza; ha sido incapaz de cumplir
sus objetivos de guerra. Pero esto no es nuevo. El ejército israelí
lleva décadas sin conseguir una victoria estratégica contra sus rivales,
ya sea en Gaza o en Líbano. Sus triunfos militares se traducen en
derrotas políticas, ya que es incapaz de convertir sus éxitos tácticos
en el plano militar en una nueva relación de fuerzas que le permita
imponer sus objetivos políticos. En este contexto, la doctrina Dahiya
cobra un marcado peso.
Los pensadores militares israelíes han sido incapaces de encontrar una respuesta a este desafío, librando durante años una guerra de contrainsurgencia de baja intensidad centrada en mantener una ocupación permanente y controlar las capacidades de la resistencia palestina. Esta era la lógica que subyacía bajo la estrategia de “cortar el césped” que ha sido el pináculo de la política de seguridad de la era Netanyahu.
La Operación Inundación Al-Aqsa hizo estallar este cálculo al demostrar que la ocupación era insostenible y obligó a Israel a enfrentar esta realidad, reajustando su estrategia. Fue aquí cuando la doctrina Dahiya pasó a un primer plano.
La segunda guerra de Líbano
En 2006, el ejército israelí se lanzaba a la aventura contra Hezbolá en un nuevo intento de desarticular a la organización chií del sur de Líbano después de que esta capturase a varios soldados israelíes. Sin embargo, el intento de realizar una operación rápida y limpia resultó en una guerra de 34 días en la que las fuerzas israelíes se empantanaron en su avance y sufrieron demasiadas bajas.
La guerra, que fue considerada como el primer fracaso operacional del Tzahal –las Fuerzas de Defensa de Israel–, sumió al país en una profunda crisis que le obligó a una revisión doctrinal. Desde los años 1990, con el fin de la Guerra Fría y el proceso de paz de Oriente Medio, se había puesto el acento sobre la superioridad tecnológica, la recopilación de inteligencia muy precisa y la capacidad del poder aéreo para derrotar al enemigo con un despliegue limitado que no recaía en la conquista del territorio.
Israel, que ya no se enfrentaba a fuerzas estatales, sino a guerrillas irregulares, se adaptó a este escenario de contrainsurgencia aplicando estas ideas, que reposaban sobre la asunción de que gozarían de libertad para penetrar el entramado guerrillero. En el escenario palestino el objetivo era lograr un desgaste paulatino con el fin de agotar al adversario a través de acciones tácticas a pequeña escala, en lo que se conoce como “cortar el césped”.
Es así como, en la Segunda Intifada, desorganizando la filas de los insurgentes, lograron deshacer la endeble unidad interna. Cuando tocó aplicar estas lecciones contra Hezbolá, la estrategia inicial del Tzahal se apoyó exclusivamente en el uso de su fuerza aérea, pero hallaron que está era insuficiente para desarticular el fuego de cohetes, pequeño y móvil.
La sofisticación del entramado defensivo preparado por Hezbolá, que reposaba sobre el apoyo en una amplia base de masas fuertemente cohesionada en torno a los principios de la organización, hicieron que las incursiones terrestres israelíes se estrellasen. Incapaces de tener la suficiente capacidad de maniobra y enfrentados contra una fuerza fortificada en asentamientos defensivos, estas operaciones se tradujeron en fracasos, con derrotas de relieve como el intento de tomar Bint Jibeil.
Hezbolá aplicó una estrategia de repliegue defensivo sobre sus bastiones que hizo imposible la toma de estas posiciones mediante ofensivas tácticas centradas en la superioridad tecnológica. Hezbolá fue capaz de concentrar sus capacidades y mantener la movilización de sus factores militares y sociales, pues a diferencia de los palestinos la fuerza libanesa contaba con plena libertad al haber tejido todo un entramado social como “Estado dentro del Estado” que no podía ser penetrado por los israelíes.
Esta independencia de su entorno permitía al Partido de Dios –traducción al castellano de Hezbolá– ser ajeno a las presiones del Estado libanés, montando el movimiento de resistencia sobre las masas chiís. A su vez, Hezbolá fue capaz de mantener un perfil asimétrico y disperso, con gran movilidad, para un acoso constante sobre el norte del Israel.
Su fuerza de cohetes desgastó y desmoralizó a un ejército israelí incapaz de responder al plantear el enfrentamiento en el plano estratégico como si de una fuerza convencional se tratase. Estos ataques constantes de la organización libanesa sobre Israel tuvieron un gran impacto político y permitieron a la guerrilla reclamar la victoria.
La capacidad de disuasión del Tzahal quedó comprometida con un acuerdo que no cambiaba sustancialmente el equilibrio de fuerzas, a pesar del daño infligido a las capacidades de la milicia chií. Por esta razón, se constituyó la Comisión Winograd para depurar responsabilidades dentro del mando político y militar israelí. Una de sus conclusiones fue la siguiente:
“Israel inició una larga guerra, que terminó sin una victoria militar clara. Una organización paramilitar mucho más pequeña resistió con éxito contra una fuerza mucho mayor que disfrutaba de la superioridad aérea, de superioridad numérica y de ventajas tecnológicas. Los cohetes libaneses dirigidos contra la población civil israelí continuaron durante toda la guerra, sin que Israel pudiera detenerlos eficazmente. La vida en las regiones afectadas de Israel se vio gravemente alterada, y muchos civiles abandonaron sus hogares temporalmente o pasaron un tiempo en refugios. Cuando Israel inició una ofensiva terrestre a gran escala, ésta no se tradujo en avances militares. (…) Israel no logró sus objetivos políticos a pesar de sus éxitos militares”.
A la luz de estos resultados, el mando militar israelí reflexionó sobre cómo enfrentar a una fuerza irregular, intensificando las disputas internas en el ejército entre aquellos sectores que querían seguir los nuevos conceptos estructuralistas desarrollados desde Estados Unidos y aquellos apegados a la doctrina convencional enraizada en la propia historia militar de Israel.
La segunda guerra de Líbano duró 34 días y fue más larga que cualquiera de las guerras que libró Israel contra los Estados árabes en el siglo XX. De hecho, debido a la duración del conflicto, el Tzahal experimentó los mismos problemas de movilización de reservistas que históricamente temían cuando se enfrentaron con sus vecinos árabes. Además, el lanzamiento de cohetes de Hezbolá alcanzó un nivel de intensidad sin precedentes, tanto en cantidad como en alcance. El resultado fue que el Estado sionista sufrió más bajas en su territorio a causa de Hezbolá que a causa de cualquier esfuerzo anterior de las fuerzas convencionales árabes.
Este debate tomaba además un relieve de peso no sólo en el contexto de las nuevas fuerzas no convencionales e híbridas, sino junto al desarrollo que estaban teniendo entonces la nueva generación de cohetes de largo y medio alcance. La adquisición y generalización de estos nuevos sistemas por parte de los adversarios de Israel en la región haría emerger una nueva realidad en la que, junto al uso de tácticas de guerrilla, los centros de población israelíes pasarían a ser vulnerables, alterando el equilibrio estratégico.
La respuesta a esta realidad vino de Gadi Eisenkot, entonces comandante del Norte de Israel, que en el periódico Yedioth Ahronoth fórmula la llamada doctrina Dahiya: “lo que ocurrió en el barrio de Dahiya en Beirut en 2006 ocurrirá en cada pueblo desde el que se dispare a Israel. Aplicaremos sobre ella una fuerza desproporcionada y causaremos allí grandes daños y destrucción (…) Desde nuestro punto de vista, no son aldeas civiles, son bases militares. (…) Esto no es una recomendación. Se trata de un plan. Y ha sido aprobado”.
Dahiya, que significa en árabe “suburbios”, designa comúnmente el nombre de un grupo de barrios chiís densamente poblados del sur de Beirut donde se encuentran las principales bases de poder de Hezbolá en la capital. Durante los primeros días de la guerra de 2006, fue blanco de ataques aéreos masivos de la Fuerza Aérea israelí. Repitiendo este patrón en el conjunto de Líbano, la doctrina Dahiya propone ignorar el carácter irregular de la guerrilla y golpearla como si fuera un Estado, es decir, como si todo Líbano estuviera controlado por Hezbolá. Así lo explicaba el periodista israelí Yaron London:
“Ahora, todo el Líbano es un puesto avanzado iraní (…) ya no hay necesidad de distinciones complicadas. El nuevo punto de vista de los estrategas israelíes es que el Líbano es un enemigo, y no un complejo rompecabezas de facciones, algunas de las cuales son enemigas mientras que las otras son víctimas de una situación que no controlan”.
Además, establecía claramente lo siguiente: “Hemos fracasado en nuestros sofisticados intentos de distinguir entre individuos inocentes y líderes pecadores. Hemos fracasado en el esfuerzo de distinguir entre “gente sencilla que también tiene padres e hijos” y quienes incitan a esa gente sencilla. Sin decirlo explícitamente, llegamos a la conclusión de que las naciones son responsables de los actos de sus dirigentes. En términos prácticos, los palestinos de Gaza son todos Jaled Meshal [entonces líder de Hamás], los libaneses son todos Nasralá y los iraníes son todos Ahmadineyad”.
La lógica subyacente tras esta perspectiva es muy simple: la fuerza militar debe devastar todos los puntos débiles de la sociedad enemiga incluyendo sus intereses económicos, centros de control civil, infraestructura estatal y comunicaciones antes de concentrarse en los combatientes enemigos. De este modo, se espera difuminar la amenaza militar y restaurar la capacidad de disuasión. La idea, por lo tanto, es aplicar un castigo colectivo al conjunto de la sociedad libanesa por las acciones de una milicia, por más costoso que pueda ser en términos de legitimidad, imagen y prestigio.
Así pues, el concepto Dahiya pretende aplicar un marco de disuasión con Hezbolá de la misma manera que Israel lo diseñó para los Estados árabes: disuadir a la organización libanesa comprometiéndose a una campaña de bombardeo rápida y a gran escala en suelo libanés. Como resultado, se puede argumentar que, tras esta valoración, la implicación estratégica más importante es que Hezbolá ya no se considera un actor no estatal contra el que funcionan las meras estrategias antiterroristas como las que proponía Estados Unidos.
Esta línea de pensamiento sigue la tradición militar de los fundadores del Estado de Israel, que llegaron a la conclusión de que el Tzahal tenía que diseñar una doctrina militar preventiva que les permitiera, en caso de escalada del conflicto, librar guerras en el suelo enemigo en vez de en su propio suelo. Esta postura ofensiva se basaba en efectos sorpresa y avances rápidos que evitarían las guerras de desgaste, ya que las fuerzas de reserva de Israel eran demasiado pequeñas para soportar un enfrentamiento prolongado y el territorio propio carecía de la profundidad estratégica necesaria para aceptar pérdidas territoriales.
Puede entonces concluirse que la doctrina Dahiya no es más que una extensión, bajo nuevas circunstancias, de la vieja doctrina militar israelí. Sin embargo, en las últimas dos décadas, bajo la dominación de la Cúpula de Hierro y otros sistema de defensa fija antiaéreos, Israel pudo seguir aplicando la doctrina de “cortar el césped”. Pese a todo, esa era parece haber llegado a su fin con el 7 de octubre.
La doctrina Dahiya en Gaza
La traducción de la doctrina Dahiya a Gaza ha sido paradigmática en cuanto a la lógica de la aniquilación que se impone. En 2014, con la operación Plomo Fundido, ya hubo acusaciones por organismos de la ONU de que Israel estaba utilizando las provisiones del castigo colectivo que prevé esta doctrina. Después del 7 de octubre, ha podido observarse esto de manera mucho más clara con el asedio sobre la Franja, el corte de todo suministro, el bombardeo masivo y la creación de “zonas de la muerte” donde cualquier persona es considerada objetivo militar legítimo.
El uso de la Inteligencia Artificial para acelerar el proceso de selección de objetivos de forma masiva, sin apenas revisión humana y sujeto a unos algoritmos que determinan por una serie de comportamientos humanos la probabilidad de que alguien forme parte de la resistencia palestina, reiteran en este propósito de aniquilación al que necesariamente apunta la doctrina contra una guerrilla. El objetivo es realizar el mayor daño posible, no la precisión, como ya declararon los portavoces del ejército israelí.
La doctrina Dahiya es una extensión de la vieja ecuación presente en el pensamiento militar israelí de que necesita adoptar una postura ofensiva, pero multiplicando la fuerza bruta empleada al introducir una mayor potencia de fuego en los factores operacionales. Esto se debe a una cuestión de diseño fundamental que puede parecer contraintuitiva, y es el hecho de que, a pesar de que Israel trate de negarlo, se enfrenta a una guerrilla, no a un actor estatal.
La racionalidad que aplica a un Estado y a un ejército regular impone unos factores sobre la capacidad de continuar el esfuerzo de guerra y mantener la moral que permiten que el enfrentamiento se desenvuelva en el campo militar convencional, con una distinción más clara entre lo civil y lo militar. Esto no se aplica a una guerrilla, pues su fuente de legitimidad no reposa sobre su reconocimiento como Estado soberano sujeto a normas de derecho internacional, sino sobre su capacidad de movilizar y fundirse con un movimiento de masas.
Su operatividad está determinada por la medida en que es capaz de confundirse entre las masas borrando está distinción, pues precisamente las moviliza para hacerlas partícipes del ejercicio de la violencia. En este sentido, se diferencia claramente de un ejército regular que se caracteriza por su escisión del resto de la sociedad, como fuerza de represión aparte y por encima del conjunto de la sociedad; he ahí que un ejército regular reclame para sí parte del monopolio “legítimo” de la violencia que detenta un Estado.
Es así que cuando hablamos de que la doctrina Dahiya aplica un castigo colectivo, su epifenómeno lógico en su enfrentamiento contra una guerrilla es una política de exterminio generalizado como el genocidio en curso dentro de la Franja de Gaza. Esto se explica por el hecho de que, en la medida en que Israel ha rechazado la opción de ganarse las “mentes y corazones” de la población ligada a la insurgencia, la única manera “quitarle el agua al pez” –las masas a la guerrilla– es mediante el exterminio.
Israel aplica en primer lugar una política de terror mediante bombardeos con los que obliga a la población a desplazarse, preparando el terreno para las operaciones militares terrestres, de forma que la fuerza insurgente no tenga dónde emboscarse. Las órdenes de “evacuación” bajo la amenaza de nuevos bombardeos sirven para reforzar el mensaje.
Esto está evidenciándose también en Líbano, donde la política de despoblamiento –limpieza étnica– mediante el bombardeo masivo del valle de Bekaa, la zona del río Litani y los suburbios de Dahiya tienen el objetivo de privar a Hezbolá de su apoyo entre las masas chiís. Así, con esto también se busca que la devastadora represalia israelí pueda volver a la población civil en contra de la milicia. Giora Eiland, general de división reservista del ejército israelí, uno de los teóricos de la doctrina Dahiya junto a Eisenkot –que se sentó en el gabinete de guerra de Gaza–, dejó claro cómo sería una tercera guerra de Líbano:
“Hay una manera de evitar la Tercera Guerra de Líbano y de ganarla si estalla (…): dejar claro a los aliados de Líbano y, a través de ellos, al gobierno y al pueblo libanés que la próxima guerra será entre Israel y Líbano y no entre Israel y Hezbolá. Esta guerra conducirá a la eliminación del ejército libanés, a la destrucción de la infraestructura nacional y al sufrimiento de la población. No se repetirá la situación en la que los residentes de Beirut (sin incluir el barrio de Dahiya) van a la playa y a los cafés mientras que los residentes de Haifa se sientan en refugios antiaéreos”.
El mismo Eiland, exjefe del Consejo de Seguridad Nacional israelí y asesor del ministro de Defensa, escribió artículos muy influyentes para la conducción de la guerra de exterminio de Gaza contra los palestinos. El 7 de octubre de 2023, Giora Eiland, describiendo la orden israelí de cortar el suministro de agua y electricidad a Gaza, escribió en un diario en línea:
“Esto es lo que Israel ha empezado a hacer: cortamos el suministro de energía, agua y combustible a la Franja (…) Pero no es suficiente. Para que el asedio sea efectivo, tenemos que impedir que otros ayuden a Gaza (…) Hay que decir a la población que tiene dos opciones: quedarse y pasar hambre o marcharse. Si Egipto y otros países prefieren que esta gente perezca en Gaza, es su elección.”
También ha repetido en ocasiones los beneficios que supondría para Israel la creación de una crisis humanitaria en Gaza, declarando que “el Estado de Israel no tiene otra opción que hacer de Gaza un lugar en el que sea temporal o permanentemente imposible vivir”, y que “la comunidad internacional nos advierte de un desastre humanitario en Gaza y de graves epidemias. No debemos rehuir esto, por difícil que sea. Al fin y al cabo, las graves epidemias en el sur de la Franja de Gaza acercarán la victoria (…) Es precisamente su colapso civil lo que acercará el final de la guerra”.
En este sentido propuso que “Israel necesita crear una crisis humanitaria en Gaza, obligando a decenas de miles o incluso cientos de miles a buscar refugio en Egipto o en el Golfo (…) Gaza se convertirá en un lugar en el que no podrá existir ningún ser humano”. En una entrevista en la radio Times el 12 de octubre de 2023, reiteró que el ejército debería:
“Crear una presión tan enorme sobre Gaza, que Gaza se convierta en una zona donde la gente no pueda vivir. La gente no puede vivir hasta que Hamás sea destruida, lo que significa que Israel no sólo deje de suministrar energía, combustible, agua, alimentos (…) como hicimos en los últimos veinte años (…) sino que impidamos cualquier posible ayuda por parte de otros, y crear en Gaza una situación tan terrible, insoportable, que puede durar semanas y meses.”
Además, haciéndose eco de las palabras del presidente Herzog, ha subrayado en repetidas ocasiones que no debe haber distinción entre los combatientes de Hamás y los civiles palestinos: “¿Quiénes son las mujeres “pobres” de Gaza? Son las madres, hermanas o esposas de los asesinos de Hamás (…) forman parte de la infraestructura que sostiene a la organización”.
De hecho, Giora Eiland lidera la reciente iniciativa presentada al gobierno y al parlamento israelí que propone “obligar a toda la población civil del norte a abandonar” y plantea que “quien permanezca allí será condenado legalmente como terrorista y sometido a un proceso de inanición o exterminio”. Este plan de limpieza étnica para vaciar el norte de los alrededor de los 300.000 palestinos restantes es conocido como “plan de los Generales”.
Según la emisora nacional israelí Kan, el primer ministro Netanyahu, en una reunión a puertas cerradas con el Comité de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knéset, dijo que el plan “tiene mucho sentido”. Esta es la conclusión lógica de la doctrina Dahiya: en la medida en que es incapaz de exterminar a una guerrilla que está fuertemente enraizada en la población, la única solución que encuentra el ejército israelí es el exterminio de esa misma población."
( Àngel Marrades , Other News, 03/10/24, fuente Descifrando la guerra)
No hay comentarios:
Publicar un comentario