19.6.24

España está rozando un problema grave desde noviembre-diciembre del año pasado, cuando los jueces se manifestaron en la calle, vestidos de jueces, contra la amnistía... hay tres niveles de Lawfare: los jueces no hacen nada... los jueces hacen algo, pero poco. Son conscientes de que están siendo utilizados y hasta colaboran un poquito. Por ejemplo, alargan la instrucción... los jueces promocionan el lawfare, prevaricando... En España si la ley que aprueba la mayoría social no le gusta a los magistrados del Supremo que están elegidos a dedo por un partido político, la cambian. Desobedecen... Por las mañanas me encuentro una jueza que todos los días se levanta insultando: “hija de puta Irene Montero”, “cerdas las feministas” y así decenas de lueces... Esa unión entre Abascal, Ayuso y la cúpula judicial, que dicen lo mismo, que se protegen unos a otros, da la imagen de que la judicatura solo defiende a la mitad del país... puede ser una crisis de consecuencias inesperadas ,

" El profesor de Derecho Constitucional Joaquín Urías (Sevilla, 1968) presenta La justicia en el banquillo (Arpa, 2024) un pequeño manual para entender qué está pasando con un poder que parece haberse rebelado contra el poder ejecutivo y el legislativo en los últimos años. Exletrado del Tribunal Constitucional, Urías insiste a lo largo de la entrevista en que lo importante no es la ideología de las personas que administran la justicia, sino la ausencia de métodos para controlar su falta de imparcialidad.

(...) En esa militancia hemos visto a jueces que se han convertido en portavoces de determinada ideología.
Insisto, mi problema no son los casos individuales. El problema es cuando tú ves a miles de jueces en España apoyando a un juez que claramente, como mínimo, se ha equivocado o se ha dejado influir por su sesgo. No tenemos que asustarnos de que haya un juez que diga un disparate. El sistema puede vivir con eso, pero cuando miles de jueces apoyan al juez que ha hecho una barbaridad es cuando empezamos a tener problemas sistémicos. Yo creo que España, está rozando un problema grave, sobre todo desde lo que pasó en noviembre-diciembre del año pasado, cuando los jueces se manifestaron en la calle, vestidos de jueces, contra la amnistía. Eso yo creo que ha estirado las costuras del sistema. Creo que hay muchos jueces que se han dado cuenta y están dando marcha atrás.

El concepto de moda es lawfare. El jurista argentino Eugenio Raúl Zaffaroni pone a los medios en primer plano, dice que lawfare es solo una rama de las fake news.
En España tenemos un problema que es que hemos empezado a hablar de lawfare sin pararnos a definir de qué estamos hablando. Lawfare en sentido estricto es la utilización de la justicia para alterar los resultados políticos. Dentro del concepto hay varias tipologías. Hay cosas que se repiten en todos los casos y hay cosas que no. La utilización mediática y política es común a todos los casos de lawfare porque, muchas veces, a pesar de despertar dudas sobre la honorabilidad de alguien para tumbar un gobierno, hace falta que haya medios de comunicación que repitan esto y que lo amplifiquen. Eso siempre se da, lo que no se da siempre es la connivencia judicial.

¿Cómo funciona?
Yo en el libro diferencio tres niveles: hay un nivel en que los jueces no hacen nada. El ejemplo de Ada Colau: si una empresa de aguas, que tiene miedo de que Colau municipalice el agua, se inventa pruebas falsas y le pone trece querellas, los jueces no tienen más remedio que tramitarlas. Si llega una querella con apariencia de veracidad, tú tienes que investigar y, como son trece, eso lleva un tiempo: resultado, durante tres años esta señora está sometida a que haya medios de comunicación, diciendo ”vuelven a investigar“ y al final le hacen un daño, pero los jueces no han hecho nada más que ser instrumentos. Hay un nivel dos, en el que los jueces hacen algo, pero poco. Son conscientes de que están siendo utilizados y hasta colaboran un poquito. Por ejemplo, alargan la instrucción. Lo vimos en el caso de Mónica Oltra. Llega una denuncia, un juez dice yo aquí no encuentro nada, quiero archivar, y llega el Tribunal Superior de Justicia de Valencia y dice “investigue usted que seguro que al final algo encuentra” y prolonga cinco años una investigación que tenía que haber durado un año. En el caso ahora de Begoña Gómez, aplicando la doctrina del Tribunal Supremo, el juez no podía más que desestimar la denuncia de plano porque se basaba en rumores, no en documentos, rumores difundidos por la prensa. El Tribunal Supremo dice que en estos casos se archiva, pero el juez dice 'yo voy a investigar por si las moscas'. Estos jueces no están prevaricando, pero está, digamos, no están frenando el lawfare, están promocionándolo.

¿Cuándo se produce la prevaricación?
El nivel tres son esos jueces que prevarican, como alguno que ha acabado en la cárcel porque se han inventado todo un caso. Como en el de Vicky Rosell. En algunos casos los jueces no intervienen, no les queda más remedio que actuar como tienen que actuar, hay otros que colaboran un poco y hay otros que se pringan.

El lawfare no es el único problema.
El lawfare es lo que más llama la atención, pero hay otras cosas que me preocupan más. Me preocupa más que no se persigan los abusos policiales, me preocupa que en España siempre que se castiga a alguien por una canción o por unos tuits, casualmente siempre son gente de izquierda o independentistas. Por una mera proporción si España está dividida en dos bandos ideológicamente, los delitos deben cometerse por los dos lados igual, que lo cometa siempre la gente de izquierda me preocupa. Que el delito de odio se esté utilizando para censurar las ideas disidentes de izquierda me preocupa, incluso más que que se vaya contra determinados políticos, que está mal y que es un atentado contra la democracia.

¿Si las actuaciones judiciales con relación al Procés hubieran tenido un desarrollo lógico no hubiera sido necesaria la Ley de Amnistía? ¿Se están matando moscas a cañonazos con esa ley?
A toro pasado es difícil decirlo. La sentencia del Supremo que condenó a los líderes independentistas es, como mínimo, discutible: se inventa un delito que nunca se había aplicado antes, que es el delito de sedición. Cuando dicen que la sedición consiste en una acción coordinada para que no se apliquen las leyes, eso se extiende a toda desobediencia civil. Cuando es un delito que nunca se había aplicado y se inventan una definición del delito para que una conducta entre en la nueva definición que te acabas de inventar, para casualmente aplicarlo en este caso, como mínimo es discutible. Pero bueno, me lo puedo tragar. Lo que no me trago es que cuando el Parlamento reformó la malversación y dijo: “Hay dos tipos de malversación, la que se castiga mucho cuando alguien utiliza mal el dinero público y se enriquece, y la otra, cuando no hay un enriquecimiento y esa se va a castigar mucho menos”. Es decir, se cambió la ley. Y, como el Supremo vio que eso va a beneficiar a algunos independentistas y no quiere que les beneficie, reinterpreta la ley en desobediencia al Parlamento. Y el Supremo dice entonces que va a entender a partir de ahora que cuando el delito lo cometa un político, siempre hay enriquecimiento, porque los políticos, aunque no se enriquezcan económicamente, si utilizan el dinero para su programa obtienen un enriquecimiento de “prestigio político”. Entonces, donde el Parlamento claramente ha querido decir una cosa, el Supremo cambia la ley. La ley en España no la hace el Supremo, ya que la democracia se basa en que la mayoría social elige a los diputados y los diputados que tienen el apoyo de la mayoría hacen las leyes. Entonces, si la mayoría social ha hecho una ley que quiere cambiar el delito de malversación, igual no te gusta, pero te aguantas y la aplicas.

¿Qué hacen en lugar de eso?
En España si la ley que aprueba la mayoría social no le gusta a los magistrados del Supremo que están elegidos a dedo por un partido político, la cambian. Desobedecen. Yo tengo la impresión que después de aquello muchos diputados en el Parlamento han dicho “para pacificar Cataluña la opción que se barajó que era cambiar el Código Penal es inútil, porque si cambiamos las leyes hay jueces que no las van a aplicar y que van a boicotear los cambios”. Y entonces se optó por la amnistía. La opción amnistía ha venido determinada por la conciencia de que tenemos un grupo de jueces nombrados por un partido político que se resisten a aplicar la ley y que no quieren respetar la voluntad de la democracia. No queda más remedio que la amnistía. Entonces, yo no sé si es matar moscas a cañonazos. Yo sé que la amnistía tiene que aplicarse de manera muy excepcional. No nos podemos acostumbrar. Pero también tengo la impresión de que al Parlamento no le habían dado más opción que la única forma de pasar página era con una Ley de Amnistía que creo que no ha quedado más remedio que aprobar.

En una respuesta anterior has dicho que estamos al borde de la crisis sistémica en este campo. ¿Qué consecuencias tiene esa crisis?
El Poder Judicial tiene que tener apariencia de imparcialidad. La imparcialidad no existe o no se puede demostrar, pero la apariencia de ella sí. La sociedad tiene que percibir que los jueces cuando deciden, deciden simplemente aplicando la ley que ha aprobado el Parlamento y que la ideología del juez no determina las sentencias. Si la sociedad no percibe eso, entonces da igual aprobar leyes. Y entonces entramos en el caos. El final, no del Estado de derecho, sino el final de la democracia. Porque ¿de qué nos vale ganar las elecciones, aprobar leyes si al final no se van a aplicar? Entonces, la ciudadanía necesita saber que los jueces son imparciales. Lo que pasa en España es que tenemos jueces que dicen “hay una campaña en contra nuestra”. Es verdad. La mayor campaña de desprestigio de la judicatura la están haciendo los propios jueces cuando salen a manifestarse vestidos con la toga, cuando salen a apoyar a un tipo que ha dicho un disparate como García Castellón, cuando escriben en las redes sociales.

En el libro hablas también de ese abuso de Twitter.
Lo que está pasando en España es terrible. Yo tengo una lista en la que sigo a casi 200 cuentas de jueces. Por las mañanas miro la lista y me encuentro una jueza que todos los días se levanta insultando: “hija de puta Irene Montero”, “cerdas las feministas” y así decenas de ellos. Todos los días me levanto, veo jueces diciendo burradas, insultando y además retuiteando con entusiasmo, con alegría, todo mensaje o de PP o de Vox. Es una espiral: los jueces pierden imparcialidad; como mayoritariamente son conservadores, empiezan a dictar resoluciones no imparciales, conservadoras. Entonces reacciona la izquierda. Como los jueces se sienten atacados por la izquierda social y política, se refugian en la derecha. Es un error. En vez de refugiarse en su autonomía, se refugian en la derecha. Entonces, cuando Ayuso sale a defender a los jueces, los jueces dicen, “qué buena es Ayuso que nos defiende”. Entonces la izquierda los ataca más y ellos se juntan más. Esa unión entre Abascal, Ayuso y la cúpula judicial, que dicen lo mismo, que se protegen unos a otros, da la imagen de que la judicatura solo defiende a la mitad del país. Aunque haya centenares de jueces, la capa más baja que intentan cada día ser imparciales, al menos políticamente, e intentan aparentar neutralidad, entre los jueces tuiteros y los jueces que se están refugiando cada vez más en Abascal y en Ayuso, pues empezamos a perder.

Es un panorama difícil.
Va pasar que si llega un momento en que esos tipos siguen cada vez juntándose más —ya no se cortan en exhibir símbolos de estos dos partidos— la otra mitad de España va a perder la afección por la justicia y va a ser muy difícil que se mantenga el estado de derecho. No quiero ponerme apocalíptico, pero puede ser una crisis de consecuencias inesperadas. Me consta que cada vez hay más jueces que empiezan a decir que hay que dar marcha atrás, que cada vez hay más jueces que se molestan con los compañeros que están todo el día diciendo burradas en Twitter. La carrera judicial está dividida. Pero es verdad que hay unos que tienen mucha proyección. Entre los jueces con más seguidores en Twitter hay jueces de la cúpula, están los presidentes o los portavoces de algunas asociaciones que han decidido entregarle la justicia a una línea ideológica. O ellos mismos se alejan de eso aún sabiendo que van a ser insultados o vamos a acabar por no poder creernos a los jueces.

Da la sensación de que la izquierda no tiene ningún plan para la justicia.

En el tema de justicia la izquierda es muy cobarde. Igual que el gobierno de progreso no ha sido capaz en seis años de cambiar la Ley Mordaza, porque tienen miedo de qué va a decir la policía —y no han sido valientes para cambiar una ley que ha coartado el ejercicio de las libertades públicas—, tampoco han hecho una serie de reformas que son necesarias y no se están tomando porque la izquierda política tiene miedo de la crítica de los jueces.

¿Como cuáles?
La más evidente, con la que todo el mundo está de acuerdo, es cambiar el modo de acceso a la judicatura. Lo cuentas por ahí Y la gente no se lo cree: en España para ser juez, lo que tienes que demostrar es que sabes cantar. Y no es una broma, no es una boutade. Tienes que aprenderte 300 temas teóricos de memoria. 300 temas amplios. Que por cierto, de los 300, solamente hay uno que habla de derechos fundamentales, y de Constitución, otro. Tienes que aprender esos temas de memoria y el que gana la oposición es el que mejor canta tres temas elegidos al azar en 45 minutos cada uno. Entonces lo que te miden es el contenido, lo bien que vocalizas, lo bien que te mueves, lo bien que te ajustas al tiempo. Yo pongo un ejemplo de broma: si tú pusieras un sistema de jueces contorsionistas, al final se pasarían cinco años estirando y entrarían los mejores contorsionistas. El sistema sería limpio, sería transparente, sería justo. Pero al final, ¿qué tendríamos? Jueces contorsionistas. Bueno, pues ahora tenemos jueces cantarines. No hay examen teórico. No hay examen práctico. No vigilamos si los jueces saben aplicar la ley. No, no, no: solo vigilamos si saben recitarla bien. En Alemania, para convertirse en juez tiene que pasar dos años trabajando de abogado. En España, si tú antes de presentarte a juez, en lugar de estar cuatro años en casa encerrado aprendiendo a cantar, te lo pasaras de abogado, en una sala de juicios, viendo a un juez cuando es arbitrario, viendo cuando el juez se pasa contigo, sintiendo lo que es que te humille el juez... si te pasaras cuatro años así, a lo mejor cuando tú seas juez igual te lo tomas de otra manera.

En lugar de eso…
No se pide experiencia, no se controla que sepan aplicar las leyes. No se forma a los jueces. Después de que aprueban se les manda a la escuela judicial, a hacer un cursillo tres meses y no pueden suspender. Faltan mecanismos para medir o enseñar la imparcialidad. Lo he hablado con psicólogos. La imparcialidad se aprende. Quizá no a ser imparcial, pero a intentar controlar los sesgos cognitivos que tenemos todos. En España eso se considera una locura. Los jueces en España te dicen: “yo soy imparcial desde el día que aprobé la oposición”. Es esperpéntico. Un buen juez sabe que no es imparcial, y tiene que esforzarse a escribir para parecer imparcial, porque si tú asumes tus sesgos, vas a intentar corregirlos. Como ellos no lo asumen, escriben diatribas morales. El típico ejemplo se dio cuando absolvieron a Willy Toledo porque se cagó en Dios. El juez dijo que no había cometido un delito, pero escribió: “las expresiones que ha vertido son malsonante, groseras, inadmisibles, pero no son delito”. ¿Tú te imaginas un árbitro de fútbol que dijera esta jugada es feísima, pero no es penalti? Si no es penalti te callas y dejas jugar.

¿Cómo se aprende a ser imparcial?
Se puede introducir en el modo de acceso: cursos de formación, controles psicotécnicos, se puede desarrollar la empatía. La empatía no significa que perdones a alguien porque te dé pena. Los jueces siempre me dicen “yo ¿para qué tengo que ser empático?, yo aplico la ley por igual”. Empático es que tú puedas entender el tema de género sin sufrirlo en tus carnes, es decir, que tú asumas que en España las mujeres sufren más violencia que los hombres aunque tú no la sufras.

Más medidas.
Haría falta un gobierno que abra ya un grupo de trabajo que diga: se acabó la oposición, se acabaron los preparadores que cobran en negro. Tenemos jueces que no declaran a Hacienda todos los meses cientos y miles de euros. Quitamos los preparadores, quitamos las oposiciones de memoria, obligamos a que primero tengan un tiempo de práctica, después hagan un examen de aplicación, los obligamos a que reciban cursos, aprender de temas de empatía y de imparcialidad. Y ahí ya nos da igual que sean conservadores o no. Porque si este juez al final va a aplicar la ley democráticamente y va a aplicar la ley de manera imparcial, yo no me voy a enterar si es de izquierda o de derecha. ¿Hay un gobierno dispuesto a hacerlo? No, porque cuando tú empieces a hacer esos cambios, lo primero que te van a decir los jueces es que lo quieres hacer para colar a los tuyos. Es mentira, porque además no tienen a nadie que quiera ser candidato a jueces, pero no importa, el gobierno no tiene narices de afrontar esa crisis.

Con lo cual hay un poco de condena bíblica a que nada cambie.
A la derecha le va bien porque cuando un juez se escora, se escora para su lado. A la izquierda le va mal, pero no se atreve a cambiarlo. Por lo tanto estamos condenados. Nos quedan dos soluciones: una es aumentar la crítica en la calle. Que asumamos que los jueces no son infalibles y nos acostumbremos a criticar, con argumentos técnicos, las decisiones judiciales, que eso pasa también por simplificar el lenguaje. Y segundo, autocontención por su parte: el único sistema para controlar a un árbitro es otro árbitro y si no, que ellos mismos se limiten."                          (Entrevista a Joaquín Urías, Pablo Elorduy, El Salto, 16/06/24)

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