"(...) La credibilidad de Occidente
EL FIN DE LA SUPUESTA PRIMACÍA MORAL DE OCCIDENTE
A
medida que aumentan las tensiones en Oriente Medio y la posibilidad de
una guerra total se vuelve más realista, una consideración cultural
general puede parecer fuera de lugar, pero creo que es útil para evaluar
los acontecimientos a largo plazo.
En todos los grandes
conflictos en curso presenciamos una configuración de oposición bastante
clara, con algunos casos ambiguos: la cresta de oposición se da cuando
Occidente, culturalmente hegemonizado por EEUU, se opone a todo el mundo
que no está sujeto a él, directa o indirectamente.
En otras
palabras, se trata de una clara oposición según las líneas de poder, en
la que un «imperio» autoritario consolidado se opone a otros polos de
poder que no están sometidos (Rusia, China, Irán, etc.).
Pero
toda potencia siempre necesita una COBERTURA IDEAL, ya que requiere
cierto grado de consenso generalizado de sus subordinados: el poder
puede ejercerse mediante control y represión solo hasta cierto punto,
pero para la gran mayoría de la población debe ser válida una adhesión
ideal máxima.
La cobertura ideal de los polos de resistencia
antioccidental es variada. Salvo cierta desconfianza generalizada hacia
la idea de un «mercado autorregulado», no existe una ideología común
entre China, Rusia, Irán, Venezuela, Corea del Norte, Sudáfrica, etc. Su
única ideología común es el deseo de desarrollarse de forma autónoma, a
nivel regional, según sus propias líneas de desarrollo cultural, sin
interferencias externas.
Esto no los convierte necesariamente en
abanderados de la paz, ya que siempre existen heterogeneidades en sus
proyectos, incluso en el ámbito de las relaciones regionales, pero en
cualquier caso, hace que todos estos bloques sean refractarios a las
proyecciones globales agresivas.
Esto representa un límite en
términos de proyección de poder pura y simplemente respecto al bloque
occidental, que dentro o fuera del marco de la OTAN, continúa actuando
de forma concertada en todos los escenarios de conflicto. Así como en
Ucrania Rusia se enfrenta, no indirectamente, a las fuerzas del
Occidente unificado, lo mismo ocurre con Irán estos días (siguen
llegando a Israel suministros militares procedentes de Alemania y de
EEUU). En cambio, las alianzas y los vínculos de apoyo mutuo entre los
bloques de la «resistencia antioccidental» son mucho más ocasionales,
posiblemente con acuerdos bilaterales y limitados.
La
superioridad de la coordinación occidental en el uso de la fuerza, sin
embargo, va de la mano de otro proceso, eminentemente cultural, que nos
cuesta comprender desde el propio Occidente. Durante mucho tiempo, el
Occidente posilustrado se presentó al mundo y a sí mismo como la
encarnación de una racionalidad universalista, de una legalidad
internacional y, en general, de los DDHH.
La interpretación
opositora de Occidente como un espacio de razón y derecho, en
comparación con la «jungla» del resto del mundo, donde prevalecen la
violencia y el abuso, sigue siendo un elemento habitual en el
adoctrinamiento occidental actual: se repite en todas partes, desde los
medios hasta los libros de texto escolares.
La paradójica
situación reside en que el único elemento verdaderamente fundamental
para la unidad ideológica de Occidente no tiene nada que ver con la
razón ni con el derecho, sino con la idea de legitimidad que confiere la
FUERZA. La verdadera ideología de Occidente se forja, por un lado, en
la idea de la Fuerza anónima del capital, que se expresa, por ejemplo,
en los mecanismos de la deuda internacional, y, por otro, en la idea de
la Fuerza industrial-militar, justificada como el policía necesario para
«cumplir contratos» y «pagar deudas».
Lo paradójico de la
situación, entonces, es que Occidente se presenta al resto del mundo,
pero también internamente, de una forma que solo puede definirse como
mentalmente disociada.
Por un lado, se presenta como el defensor
de los débiles, los oprimidos, como el guardián global de los DDHH, como
el severo vigilante de las libertades, como la encarnación de una
justicia con reivindicaciones universales.
Y por otro lado,
adopta constantemente dobles raseros sensacionalistas («pueden ser hijos
de puta, pero son nuestros hijos de puta»), rompe promesas hechas
(véase el avance de la OTAN hacia el Este), fomenta cambios de régimen
(lista interminable), miente internacionalmente sin vergüenza y sin
disculparse jamás (la ampolla de Powell), usa la diplomacia para bajar
la guardia del adversario y luego golpearlo (las negociaciones de Trump
con Irán), también ejerce internamente todas las formas de vigilancia y
represión que considera útiles (pero siempre «por una buena causa»),
etc. etc.
Lo que es a la vez terrible y desestabilizador es que
hemos internalizado tanto esta forma de «doblepensar» que podemos seguir
produciendo un discurso público de neurodelirio en el que, para
permitir que las mujeres iraníes caminen serenamente con el pelo suelto,
nos parece razonable bombardear sus ciudades. O bien tiene sentido, y
no se percibe ningún doble rasero, justificar cómo un país que obliga a
circuncidar y lleno de bombas atómicas clandestinas bombardea
preventivamente a otro para evitar que, tarde o temprano, posiblemente,
este último también tenga algunas.
El verdadero y gran problema
que Occidente pagará en las próximas décadas es que toda su gran
tradición cultural, su racionalismo, universalismo, su apelación a la
justicia, a la ley, etc., ha demostrado ser pura palabrería, disfraces
verbales incapaces de construir una civilización donde se pueda confiar
en las palabras.
Desde fuera de esta tradición, solo se puede
llegar a una simple conclusión: toda nuestra charlatanería, nuestras
apelaciones al rigor científico, a la verdad, a la razón y a la justicia
universal, en última instancia, no valen la palabrería con la que se
expresan. Son meras tapaderas para el ejercicio de la Fuerza (el
«Ideenkleid» marxista).
De nada sirve decir que no siempre ha
sido así, que no es necesariamente así; nuestra pérdida de credibilidad
frente al resto del mundo es colosal y difícil de recuperar (solo podría
ser recuperable si esas apelaciones a la razón y a la justicia
demostraran que tienen las riendas del poder en las democracias
liberales occidentales; pero estamos a años luz de esa posibilidad)." (Andrea Zhok, La Haine, 28/06/25, fuente Ariannaeditrice.it)
Artículo 129 de la Constitución española: Los poderes públicos... establecerán los medios que faciliten el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción - Implantar la democracia económica en España es constitucional
14.7.25
La interpretación de Occidente como un espacio de razón y derecho, en comparación con la «jungla» del resto del mundo, donde prevalecen la violencia y el abuso, sigue siendo un elemento habitual en el adoctrinamiento occidental actual... La paradójica situación reside en que el único elemento verdaderamente fundamental para la unidad ideológica de Occidente no tiene nada que ver con la razón ni con el derecho, sino con la idea de legitimidad que confiere la FUERZA. La verdadera ideología de Occidente se forja, por un lado, en la idea de la Fuerza anónima del capital, que se expresa, por ejemplo, en los mecanismos de la deuda internacional, y, por otro, en la idea de la Fuerza industrial-militar, justificada como el policía necesario para «cumplir contratos» y «pagar deudas»... Occidente se presenta al resto del mundo, pero también internamente, de una forma que solo puede definirse como mentalmente disociada. Por un lado, se presenta como el defensor de los débiles, los oprimidos, como el guardián global de los DDHH, como la encarnación de una justicia con reivindicaciones universales... Y por otro lado, adopta constantemente dobles raseros... hemos internalizado tanto esta forma de «doblepensar» que podemos seguir produciendo un discurso público de neurodelirio en el que, para permitir que las mujeres iraníes caminen serenamente con el pelo suelto, nos parece razonable bombardear sus ciudades... El verdadero y gran problema que Occidente pagará en las próximas décadas es que toda su gran tradición cultural, su racionalismo, universalismo, su apelación a la justicia, a la ley, etc., ha demostrado ser pura palabrería, disfraces verbales incapaces de construir una civilización (Andrea Zhok)
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