"El horizonte de una guerra civil en Estados Unidos ha sido tratado por diversos autores desde que se evidenciara el potencial desestabilizador de la división del establishment, unido a los descontentos populares y a la aparición de líderes como Donald Trump dispuestos a pescar en rio revuelto. Ahora ese escenario ha llegado al cine. En este artículo, Chris Orlet examina la cuestión a propósito de la película Civil War de Alex Garland estrenada este mes:
'Uno de los juegos de salón más populares en Estados Unidos en este
momento podría llamarse: ¿Cómo será la próxima guerra civil
estadounidense? Entre los muchos escenarios que se barajan está el
dramatizado en la próxima película de suspense Civil War, del director
Alex Garland (en los cines el 12 de abril). En la película de Garland
vuelven a haber dos ejércitos estadounidenses enfrentados: las fuerzas
militares de Estados Unidos frente a las «fuerzas occidentales»
separatistas lideradas por Texas y California. ¿California? dirá usted.
¿No querrá decir Texas y Florida?
La Confederación
Texana-Californiana de la película ha hecho que muchos críticos se
rasquen la cabeza, pero la composición de los bandos enfrentados tiene
poco que ver con el argumento. La política de la película es opaca a
propósito. Garland no ha dicho por qué eligió a estos dos estados
particularmente antagónicos para unir sus fuerzas, pero parece obvio que
ha sido un intento del director para asegurar que su película fuera
apolítica y, por tanto, comercialmente viable.
Si la premisa de
la película de Garland no es en absoluto la de la próxima guerra civil
estadounidense, ¿existe algún escenario que al menos tenga sentido en
nuestro clima político contemporáneo?
Desde luego, no se trata de
las conocidas líneas de batalla entre Estados rojos (republicanos) y
azules (demócratas). A diferencia de la división geográficamente
conveniente entre Estados Unidos y la Confederación en la década de
1860, las líneas divisorias ideológicas y políticas de hoy se extienden
por todo el territorio de los 48 estados e incluyen estados que cambian
constantemente de color, del rojo al púrpura y al azul. Por no hablar de
los focos urbanos de liberalismo incluso en los estados más rojos.
El autor Stephen Marche ofrece otra perspectiva en The Next Civil War: Dispatches from the American Future.
Predice que el país pronto se dividirá en cuatro naciones separadas:
Norte, Sur, Texas y California. Habría sido una película más realista
que la de Garland, pero es poco probable que la geografía desempeñe un
gran papel en la próxima contienda civil. Puede que Estados Unidos esté
dividido, pero lo está por edad, educación, raza y religiosidad, no por
una versión del siglo XXI de la línea Mason-Dixon.
En cuanto a la
secesión, no apuestes por ella. Los tejanos seguirán divagando sobre
Texit, pero incluso el Tribunal Supremo de Donald J. Trump ha señalado
que tal movimiento sería ilegal. El periodista Dan Solomon examinó
metódicamente la probabilidad de secesión de Texas en un reciente
artículo en Texas Monthly y, tras entrevistar a muchos destacados
juristas y expertos militares, llegó a la conclusión de que la
posibilidad era extremadamente remota. Mientras tanto, encuestas
recientes sugieren que la mayoría de los tejanos ni siquiera quieren la
secesión.
Entonces, ¿qué podemos esperar? ¿Otra Pax Americana?
No,
si Trump se queda corto en las elecciones presidenciales de este año.
Muchos expertos predicen que si Trump pierde las elecciones de noviembre
y, como la última vez, se niega a admitirlo, estallará una ola de
violencia extremista que hará que el asalto al Capitolio del 6 de enero
de 2021 en la capital de Estados Unidos parezca la hora del té con la
Reina. La violencia puede ser larga y continuada de una forma que
Estados Unidos no ha visto desde la época de los derechos civiles,
«Bombingham», en la que los residentes de Birmingham, Alabama,
soportaron 50 explosiones de dinamita entre 1947 y 1965.
Al menos ese fue el consenso de los numerosos expertos entrevistados el mes pasado por la revista Politico.
Es cierto que la pregunta se refería a si Trump fuera expulsado de las
urnas, no si perdiera las elecciones, pero viene a ser lo mismo.
Se
espera un «marcado aumento del extremismo violento», advirtió Donell
Harvin, experto en seguridad nacional y educador. «La violencia es
probable pase lo que pase», afirmó Rachel Kleinfeld, de la Fundación
Carnegie para la Paz. Será «el comienzo de un nuevo desmoronamiento
sangriento», dijo Aziz Huq, profesor de Derecho de la Universidad de
Chicago. Habrá «protestas masivas de extrema derecha en las que
participarán vigilantes armados», afirmaron Steven Simon, profesor
visitante de prácticas en Estudios de Oriente Medio de la Universidad de
Washington, y Jonathan Stevenson, investigador principal del Instituto
Internacional de Estudios Estratégicos. Por otra parte, el ex gobernador
de Arkansas, Mike Huckabee, ha advertido de que si Trump pierde en
noviembre «serán las últimas elecciones estadounidenses que se decidirán
con papeletas y no con balas».
Aunque la base de Trump está
formada en su mayoría por blancos viejos y ligeramente racistas, esa
base tiene un núcleo antigubernamental muy inestable y militante
(pensemos en los patanes que intentaron secuestrar a la gobernadora de
Michigan, Gretchen Witmer, o en Cliven Bundy y su chusma, o en Timothy
McVeigh, del atentado contra el edificio federal de Oklahoma City en el
que fueron masacradas 168 personas). Estos fanáticos suelen tener
dinero, arsenales y serios complejos de martirio. Si Trump pierde las
elecciones de noviembre, extremistas similares contrarios al gobierno
federal intentarán sin duda desestabilizar el país aún más de lo que ya
está.
Según el Southern Poverty Law Center, en la actualidad hay unos 700
grupos extremistas antigubernamentales en Estados Unidos. Sólo los
movimientos milicianos cuentan con unos 50.000 aspirantes a Stonewall
Jackson. Eso es suficiente mano de obra para infligir una cantidad
sustancial de daño – aunque no lo suficiente como para librar una
verdadera guerra civil. Y aunque la mayoría de los extremistas
antigubernamentales carecerán de agallas para hacer algo más que sus
habituales quejas y rabietas en las redes sociales, un pequeño
porcentaje de ellos sí lo hará.
Si el presidente Joe Biden gana
las elecciones de noviembre, los estadounidenses de a pie deberían
prepararse para un aumento del terrorismo doméstico, un gran repunte de
las escaramuzas contra las tropas federales y los agentes federales, y
más escenas como el asalto al Capitolio del 6 de enero.
Los
extremistas antigubernamentales bien podrían lanzar campañas de
atentados similares a las que otros extremistas racistas y
antigubernamentales emprendieron durante el Verano Rojo de 1919 (en el
que se produjeron atentados terroristas de supremacistas blancos en más
de tres docenas de ciudades estadounidenses y en un condado rural de
Arkansas, y durante el Verano de la Libertad de Misisipi (cuando se
bombardearon o incendiaron 67 hogares, negocios e iglesias de negros).
Otros
escenarios de pesadilla podrían parecerse a los atentados de 2008 en
Bombay (India). Aquellos atentados fueron perpetrados por apenas diez
miembros de un grupo militante islamista radical, pero consiguieron
matar a 175 personas y herir a más de 300.
Más difícil de
predecir es lo que ocurrirá si gana Trump. Muchos expertos predicen el
fin de la democracia en Estados Unidos. Eso es poco probable. Los
dictadores con un fuerte culto a la personalidad no viven para siempre, y
cuando el hombre fuerte de España, Francisco Franco, o el de Chile,
Augusto Pinochet, finalmente estiraron la pata, una forma de democracia
fue finalmente restaurada en esas naciones. Aspirantes a Trump como
Marjorie Taylor Green y Jim Jordan nunca podrán calzarse las botas de
Trump.
Estados Unidos tiene una larga y sórdida historia de
violencia doméstica extremista. Cien años antes de la Guerra de la
Independencia, Nathaniel Bacon, un acaudalado político que vivía
exiliado en Virginia, encabezó una sangrienta rebelión contra el
gobierno de Virginia porque el gobernador se negaba a matar o expulsar a
los nativos americanos de sus valiosas tierras natales. Este tipo de
escenas se han venido sucediendo desde entonces. Los «patriotas» que
atacaron el Capitolio el 6 de enero se habrían sentido muy a gusto en la
turba de Bacon.
Los extremistas que atacaron Estados Unidos el
11-S creían que eran soldados de infantería en una justa guerra santa.
Si Trump pierde en noviembre, algunos extremistas nacionales estarán
convencidos de que ellos también son patriotas que luchan en una justa
guerra civil. Del mismo modo que nunca subestimaremos la potencia de
unos pocos soldados de Al Qaeda, no deberíamos subestimar la destrucción
que puede causar un pequeño porcentaje de apasionados perdedores."
(Chris Orlet, en blog de Rafael Poch, 18/04/24, fuente CounterPunch)
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