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3.12.09

"En Afganistán, como en Colombia, el riesgo es el de perder la guerra por falta de tácticas adecuadas, de estrategias ad hoc contra un enemigo sui géneris que se alimenta precisamente de nuestras debilidades: el consumo de droga. La industria de la heroína en el mundo genera 65.000 millones de dólares (más de 43.000 millones de euros) al año, equivalentes a 4.000 toneladas de opio, de los que casi el 60% son consumidos en Europa y Estados Unidos. Afganistán satisface el 90% de esta demanda y hace poco o nada para impedir que la heroína llegue a nuestras ciudades. Las fuerzas del orden afganas interceptan un modesto 2% del contrabando de narcóticos anual, frente al 20% de Colombia. (...)

Es un error luchar sólo para evitar que Al Qaeda vuelva a adiestrarse en Afganistán, no es ése el verdadero peligro para Occidente. Lo que hay que temer es más bien la consolidación de la autoridad de los talibanes en un narco-Estado, un fenómeno que haría gravitar la producción y la exportación de opio con consecuencias desastrosas entre nosotros. El crimen organizado no espera otra cosa para poder vender heroína y meta-anfetamina a precios accesibles por todos los rincones de las metrópolis occidentales.

Pensar que los talibanes vuelvan a hacer de lacayos de Osama Bin Laden es sencillamente absurdo y peligroso. Son ya la parte integrante de una economía, la de la heroína, que, según Naciones Unidas, desde 2006 en adelante, les ha generado entre 200 y 400 millones de dólares al año, cantidad suficiente para hacer frente a los ejércitos más potentes de la tierra.

Hoy día los secuaces del mulá Omar no combaten para proteger a Al Qaeda sino para defender la fuente de su repentina riqueza. El narcotráfico les ha suministrado la legitimidad económica que el régimen talibán nunca ha poseído.

Un informe secreto del Pentágono citado por The Washington Post el pasado verano sostiene que los talibanes perciben un porcentaje por cada fase de producción de la droga, desde la siembra hasta la exportación de la heroína. Imponen tasas incluso sobre la importación de los agentes químicos requeridos para procesar en los laboratorios locales el opio en heroína. Lo hacen porque en realidad son ellos quienes han creado las condiciones para que esta industria se desarrollase. Y los cultivadores, los señores de la droga, los narcotraficantes y toda la nebulosa criminal que vive del narcotráfico en Asia Central son perfectamente conscientes de ello y les están agradecidos por ello. A ninguno se le ocurriría no pagar. Así es como el avance del Ejército de los talibanes ha removido todos los obstáculos al narcotráfico. El último informe de Naciones Unidas sobre la producción de opio habla precisamente de una correlación entre dicha producción y la reconquista territorial de los talibanes en Afganistán.

A diferencia de las FARC, que han quedado siempre al margen del narcotráfico, los talibanes ejercen una gran influencia sobre la industria del opio. Actúan como si ellos ya fueran el cártel de la heroína en Asia Central. Y muchos están convencidos de que esa ulterior metamorfosis está a la vuelta de la esquina. Desde 2006 han guiado la transformación del país de productor de opio a exportador de heroína. En opinión de los expertos de Naciones Unidas, con ese fin se han convertido en socios de negocios de segmentos del crimen organizado local. (...)

Sirva de advertencia la experiencia de México, un país que no produce cocaína pero que se ha convertido en un punto neurálgico de distribución del tráfico de droga procedente de Colombia. El cártel colombiano ya sólo se limita a exportar a México, desde donde se embolsa sus ganancias. De repartir la cocaína por el mundo se ocupa la criminalidad mexicana.

Los narco-talibanes están desarrollando un modelo similar, ya que exportan cada vez más a los países limítrofes: Irán, Pakistán, Rusia y repúblicas de Asia Central, y se embolsan sus ganancias a través de las organizaciones criminales locales. La tendencia es la de transformar a esas naciones en grandes consumidores y dividirse el botín. En Rusia, por donde transita la mayor parte de la heroína destinada a Europa, se consumen ya entre 75 y 80 toneladas al año. Nos lo confirma el número de toxicodependientes y de seropositivos en estas regiones, que, naturalmente, está en claro aumento. Según fuentes de Moscú, cada año mueren más rusos por la droga (cerca de 400.000 personas) que durante la guerra en Afganistán en los años ochenta." (LORETTA NAPOLEONI: El narco-Estado talibán. El País, ed. Galicia, Opinión, 19/11/2009, p. 33 )

4.11.09

Afganistán y los narco-talibanes

"Un informe presentado a principios de septiembre al Congreso norteamericano advierte de que Afganistán podría convertirse en un narco-Estado. La dirección de esa metamorfosis está a cargo del poderosísimo cártel del opio, compuesto por antiguos señores de la guerra y por grupos criminales nacidos al día siguiente de la invasión del país hace ya ocho años. El modelo, por lo tanto, podría ser el colombiano, donde la actividad terrorista se ha convertido en instrumental para el negocio de la droga. Ello explica por qué Al Qaeda ha perdido su importancia y, según afirman los norteamericanos, está ya escasa de dinero.

Naciones Unidas teme que los réditos del narcotráfico se hayan hecho ya más importantes que la ideología y ello explicaría la desbordante corrupción presente en el país. Como sucedió en Colombia en los años 80, el cártel del opio compra a los políticos y de este modo consolida el control sobre el territorio nacional. A diferencia de las FARC, integradas plenamente en el narcotráfico hasta el punto de convertirse en su milicia armada, los talibanes mantienen su independencia, aun siendo instrumentos útiles para la consolidación de los feudos del opio. Paradójicamente, la guerra favorece la narcotización de Afganistán, puesto que impide al Gobierno legítimo instaurar su autoridad, crea las condiciones ideales para englobar en el narcotráfico a gran parte de la economía y facilita el contrabando hacia Occidente. (...)

Para comprender lo que pasa en Afganistán, así como para interpretar los documentos secretos de las cúpulas militares de las fuerzas de coalición, es preciso utilizar la lente de aumento del tráfico de drogas. Y a través de este telescopio se da uno cuenta de que el enemigo es hoy más fuerte que nunca y que su fuerza proviene de una serie de factores económicos. Para hacer frente a la coalición militar más potente del mundo es verdad que se necesitan hombres dispuestos a morir, pero también dinero para adoctrinarles, armarles, adiestrarles y protegerles.

El centro de la economía de guerra del enemigo lo ocupa el opio, del que Afganistán produce el 90% del mundo. Este año la producción ha caído un 10% y los cultivos se han reducido un 22%. Un pequeño porcentaje de agricultores ha aceptado producir trigo en lugar de opio, estimulados por la reducción de las diferencias de los precios. Gracias al aumento de las cotizaciones del trigo, la relación es ahora de 1 a 3, es decir, que una hectárea destinada al cultivo de opio vale tres veces su equivalente con cultivo de trigo, mientras que antes era de 1 a 10. A la vista de ello hay quien sostiene que estas modestas mejoras son atribuibles a las políticas de erradicación que persigue el Gobierno con el apoyo de las fuerzas de coalición. Se propende a pensar que se trata de una victoria, pero no es así.

La contracción es debida a una caída de la demanda mundial ligada a la competencia de los narcos colombianos. En Occidente, la cocaína a buen precio ha desplazado a la heroína. En cuestión de ganancias, aunque es probable que los señores de la droga afganos se encuentren con beneficios ligeramente inferiores a los de 2008, la contracción de la producción es superior a la de la demanda y por lo tanto se producirá un aumento del precio al por menor de la heroína.

Los norteamericanos sostienen además que los narco-talibanes y sus socios han acumulado 10.000 toneladas de opio ilegal, suficientes para satisfacer la demanda mundial durante dos años. Están sentados, en definitiva, sobre una bomba de relojería que podría proporcionarles cantidades ingentes de dinero además de desplazar a los narcos de la coca del mercado global.

Como en el modelo colombiano, en torno a la producción y al tráfico de la droga se desarrolla una economía de guerra que obliga a la población atrapada en su interior a formar parte de ella. La experiencia colombiana nos enseña que el masivo despliegue de tropas no funciona si antes no se exfolia el núcleo central. Para hacerlo se necesita atacar su savia vital, el tráfico de droga, lo que quiere decir que el problema de Afganistán no es local sino internacional. Aplicar a estas guerras las modalidades de la de Irak no nos aportará los resultados esperados, es mejor mirar a la experiencia colombiana. Y el tiempo aprieta, los occidentales están cansados de enterrar cadáveres." (Loretta Napoleoni: Afganistán y los narco-talibanes. El País, ed. Galicia, Opinión, 25/10/2009, p. 29)