"El año pasado fue malo para los partidos políticos en el poder, pues
los votantes de todo el mundo se rebelaron contra los representantes del
statu quo. Fue un mal año para la izquierda, con la victoria de Donald
Trump en Estados Unidos y el avance del nativismo reaccionario en
Europa. Y fue un mal año para las mujeres en la política; como informó la BBC,
en el 60 por ciento de los países que celebraron elecciones en 2024,
descendió el número de mujeres en las asambleas legislativas.
Sin embargo, en un país no se cumplieron estas tendencias: México,
donde Claudia Sheinbaum, heredera del llamativamente disruptivo líder de
izquierda Andrés Manuel López Obrador, ganó la presidencia con una
victoria decisiva.
Sheinbaum, científica ambiental y judía laica, es en muchos sentidos
la antítesis de los líderes arrogantes que hacen que este momento de la
política mundial resulte tan agobiante. No me refiero solo a Trump y
Vladimir Putin, sino también a los nuevos tecnocaudillos de América
Latina, figuras como el salvadoreño Nayib Bukele y el argentino Javier
Milei, que combinan la política de extrema derecha con la actitud
posmoderna de los trolls de foros de internet.
En todo el mundo, el humanismo liberal se tambalea mientras las
fuerzas de la crueldad reaccionaria avanzan. Por eso Sheinbaum, quien ha
adoptado el lema de López Obrador “Por el bien de todos, primero los
pobres”, puede parecer una excepción luminosa al espíritu dominante de
machismo autocrático.
“Me siento muy orgullosa de ella”, me dijo la semana pasada en Ciudad
de México Marta Lamas, profesora de antropología y destacada feminista
mexicana, quien conoce a Sheinbaum desde hace años. “Ella es una luz en
esta terrible situación a la que nos enfrentamos: Putin, Trump”.
Lamas dijo que había temido una reacción sexista contra Sheinbaum, la
primera mujer en la presidencia de México, pero a los seis meses de su
mandato no hay señales de ello. Sheinbaum fue elegida con casi el 60 por
ciento de los votos. Hoy su índice de aprobación supera el 80 por
ciento. La semana pasada, Bukele, a quien le gusta llamarse a sí mismo
“dictador más cool del mundo mundial”, preguntó a Grok, el
chatbot de inteligencia artificial de Elon Musk, el nombre del líder más
popular del planeta, esperando evidentemente que fuera él. Grok
respondió: “Sheinbaum”.
Para quienes estamos impregnados de la política identitaria
estadounidense, puede resultar difícil comprender cómo una mujer como
Sheinbaum llegó a dirigir el undécimo país más poblado del mundo. Sus
padres, ambos de familias judías que huyeron de Europa, eran científicos
que habían participado activamente en el movimiento estudiantil
político de izquierda de la década de 1960. De niña, Sheinbaum se dedicó
a bailar ballet, una disciplina que aún se aprecia en su grácil postura
y en los numerosos videos de las redes sociales en los que baila danzas
folclóricas con sus seguidores. Investigó para su doctorado en
ingeniería energética en la UC Berkeley y compartió el Premio Nobel de
la Paz de 2007 por su trabajo en el Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas.
En resumen, forma parte de la intelligentsia cosmopolita
típicamente demonizada por los movimientos populistas. Pero, como me
dijeron una y otra vez en México, sus antecedentes intelectuales
significan poco a la luz de su relación cercana con López Obrador, con
quien había trabajado desde que era jefe de gobierno de Ciudad de
México, hace 25 años, y cuyo populismo económico le granjeó la devoción
duradera de muchos ciudadanos que habían sido ignorados.
Como presidente, López Obrador aumentó el salario mínimo y lo vinculó
a la inflación para garantizar que los trabajadores no quedaran
rezagados. Echó a andar programas sociales ambiciosos, incluidos
estipendios para los jóvenes que realizan formación laboral y, lo que es
más importante, transferencias monetarias universales para las personas
mayores. Según
el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social
de México, cinco millones de mexicanos salieron de la pobreza durante
los primeros cuatro años de su presidencia. (La pobreza extrema, sin
embargo, aumentó en casi medio millón).
En la antesala de las elecciones más recientes, en 2024, una encuesta
de Gallup reveló que los mexicanos eran más optimistas sobre la mejora
de su nivel de vida que en cualquier otro momento desde que Gallup
empezó a realizar encuestas en el país.
Algunos economistas mexicanos consideran insostenible el estado de
bienestar ampliado de su país, que Sheinbaum espera que siga creciendo.
Señalan que López Obrador no aumentó los impuestos a los ricos para
pagarlo, sino que recurrió al gasto deficitario y a severos recortes en
otras partes del gobierno. El crecimiento económico general fue lento
durante su presidencia, y el sistema de salud se deterioró
precipitadamente.
Carlos Heredia, economista mexicano de izquierda y antiguo asesor de
López Obrador, critica al expresidente por repartir dinero en lugar de
invertir en educación y, sobre todo, en salud. “En lugar de establecer y
mejorar un sistema que funcione y que pertenezca a los usuarios”, dijo
Heredia, “lo que tenemos es un desastre”.
Pero sean cuales sean los argumentos en contra de las transferencias
de dinero como medida política, son una política excelente. El dinero en
los bolsillos de la gente es sencillamente más tangible que incluso las
mejoras más sabias a los servicios públicos. Francisco Abundis,
director de la empresa de investigación de la opinión pública
Parametrics, me dijo que al dar dinero a la gente, el gobierno de López
Obrador también les dio una medida de autoestima, un sentimiento de ser
vistos y valorados por su gobierno. Las personas jubiladas, dijo,
ganaron independencia y mejoraron su estatus dentro de sus familias
gracias a su capacidad de contribuir.
“Era una cuestión de dignidad, el papel que desempeñan”, dijo.
Durante la presidencia de López Obrador, dijo Abundis, aproximadamente
uno de cada cuatro adultos mexicanos había recibido ayuda del gobierno,
pero ese apoyo también beneficiaba a sus familiares, de modo que el 48
por ciento de las personas que acudieron a las urnas el año pasado
dijeron que habían recibido dinero del gobierno.
Los votantes mexicanos, pues, no buscaban un cambio el año pasado.
Sin embargo, los presidentes del país solo pueden desempeñar un mandato
de seis años. Al no poder contender por la presidencia de nuevo, López
Obrador ungió a Sheinbaum, una mujer conocida por su férrea competencia y
su lealtad intensa, como su sucesora, y su trayectoria la impulsó al
cargo.
No es sorprendente que algunos políticos de izquierda en Estados
Unidos se hayan aferrado a Sheinbaum como un singular símbolo de éxito
progresista. Su ascenso parece una prueba de que el camino a la victoria
consiste en oponerse a las élites económicas arraigadas y ofrecer
beneficios materiales concretos a quien tiene dificultades. En otras
palabras, es un dato que respalda la política de personas como Bernie
Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez.
Cuando hablé con el representante por California Ro Khanna en enero,
describió la victoria de Sheinbaum como “un ejemplo de que la política
de la clase trabajadora funciona”. En un foro para candidatos de
izquierda a la alcaldía de Nueva York celebrado el mes pasado, el
socialista democrático y fenómeno de las redes sociales Zohran Mamdani
generó entusiasmo cuando prometió tomar “una página del manual de
vecinos como Claudia Sheinbaum en México, quien ha demostrado lo que se
puede ganar cuando se está dispuesto a luchar”.
Durante el primer mandato de Trump, la joven y liberal primera
ministra neozelandesa Jacinda Ardern fue considerada en ocasiones como
la “anti-Trump”.
Ahora, dijo Waleed Shahid, estratega demócrata progresista, Sheinbaum
ocupa un lugar similar en el imaginario de la izquierda, como una mujer
“inteligente, integradora y socialdemócrata” que ofrece una alternativa
al gobierno brutal de los oligarcas.
Obviamente, México es diferente de Estados Unidos en demasiados
aspectos como para enumerarlos, y sería simplista suponer que lo que
funciona en ese país se podría trasladar al norte de la frontera. Pero
en Estados Unidos, como en tantos otros lugares, hay una revuelta contra
un estilo de política —a menudo abreviado como neoliberalismo— que
confiere demasiado poder a los mercados, cediendo la capacidad del
gobierno para promover el florecimiento colectivo.
Dado que esta revuelta ha conducido, en Estados Unidos y en otros
lugares, a un panorama desagradable, a veces puede parecer que nuestras
únicas opciones son el neoliberalismo o la barbarie. Sheinbaum es una de
los pocos líderes mundiales que ofrecen la esperanza de un camino
distinto.
En el caso de México, se trata de una esperanza frágil; el país tiene
una economía endeble y está asediado por la violencia del narcotráfico.
Trump ha favorecido la popularidad de Sheinbaum, pero sus políticas aún
podrían causar estragos, aunque México se haya librado hasta ahora de
lo peor de sus aranceles. Si su presidencia tiene éxito a pesar de todos
estos desafíos, será una fuente de inspiración en un mundo cada vez
menos inspirador.
Muchos mexicanos progresistas consideran exasperante la romantización
extranjera de Sheinbaum, una proyección que dice más de la
desesperación estadounidense que de la realidad mexicana. Después de
todo, ella es la protegida de López Obrador, quien generalmente ven como
un análogo de Trump, no como un antídoto.
“El populismo de izquierda no es una alternativa democrática al
populismo de derecha”, dijo Carlos Bravo Regidor, analista político en
Ciudad de México. “Sigue siendo autoritario, pero es un autoritarismo
más digerible”.
Es importante señalar que López Obrador supervisó un importante
retroceso democrático, dirigiendo ataques contra los medios de
comunicación, los organismos de control
y, más recientemente, contra el poder judicial independiente de México.
Era una figura audaz y grandilocuente que se deleitaba insultando a sus
enemigos durante sus conferencias de prensa matutinas diarias, o
Mañaneras, que incluían un segmento regular llamado “¿Quién es quién en
las mentiras?” en el que señalaba a periodistas que no eran amistosos a
su gobierno.
Al igual que Trump, López Obrador se veía a sí mismo como la
encarnación de la voluntad del pueblo y a sus oponentes, tanto en la
política como en la sociedad civil, como fundamentalmente corruptos e
ilegítimos. Cuando el conocido periodista Carlos Loret de Mola publicó
una investigación sobre el estilo de vida opulento del hijo mayor de
López Obrador, el entonces presidente contraatacó y divulgó un gráfico
con los supuestos ingresos fastuosos de Loret de Mola. Utilizaba
información que, según Loret de Mola, procedía de registros fiscales
confidenciales.
El economista Luis de la Calle, exnegociador comercial mexicano,
tiene en su oficina una lista de dos páginas escritas a mano de
similitudes entre López Obrador y Trump, a quienes describe como “copias
calcadas”. Para liberales como él, la gran pregunta sobre Sheinbaum es
hasta qué punto seguirá el ejemplo de López Obrador.
“La verdadera prueba para ella”, dijo, “no va a ser en economía y
comercio, que son importantes, por supuesto. Veremos si está realmente
comprometida con los procesos democráticos y el Estado de derecho, la
igualdad ante la ley. Eso es lo que va a definir históricamente su
presidencia”.
Pero aunque De la Calle se muestra escéptico respecto a Sheinbaum,
reconoce que su carácter es muy distinto del de su mentor político. Es
una autodenominada “amante de los datos”,
una persona conocida por su atención a los detalles más que por una
cruzada ideológica. López Obrador se opuso a “la tiranía de los
expertos”, dijo de la Calle. “Ella es una experta”.
El exmarido de Sheinbaum, Carlos Ímaz, ayudó a fundar el izquierdista
Partido de la Revolución Democrática, o PRD, que López Obrador dirigió
durante tres años en la década de 1990. Pero Sheinbaum no llegó a
conocer a López Obrador sino hasta poco después de que se convirtiera en
jefe de gobierno de Ciudad de México en 2000, cuando la nombró jefa de
medioambiente, encargada de hacer frente a la notoria contaminación
atmosférica de la ciudad.
Impresionado por sus habilidades, la puso al frente de un importante
proyecto de infraestructuras: la construcción de un segundo piso en el
Periférico, una vía de circunvalación de Ciudad de México. Se convirtió
en una de sus aliadas más leales; en 2014, cuando formó su propio
partido populista, conocido como Morena, se fue con él. En 2018, el año
en que él fue elegido presidente, ella se convirtió en jefa de gobierno
de Ciudad de México.
A menudo, durante su campaña presidencial, Sheinbaum dijo que quería
construir el “segundo piso” de la revolución política de López Obrador.
Sin embargo, muchos se preguntaban si ella podría mantener su ferviente
apoyo sin su carisma desbordante. Al inicio de su presidencia, existía
la sensación generalizada de que estaba acorralada por la necesidad de
mantenerse fiel a él, incluso en áreas en las que se le consideraba
débil, como la política de seguridad.
López Obrador era reacio a enfrentarse a los cárteles del
narcotráfico, que se han infiltrado profundamente en la política
mexicana y que supuestamente habían canalizado dinero
a su fallida campaña presidencial de 2006. En una ocasión argumentó que
los grupos criminales “respetan” a la ciudadanía, e intentó hacer
frente a la epidemia de violencia del narco en el país mediante
programas para ofrecer a los posibles reclutas mejores opciones, una
política apodada “Abrazos, no balazos”.
Aunque la tasa de homicidios descendió ligeramente hacia el final de
su presidencia, siguió siendo excepcionalmente alta, con más de 30.000
asesinatos en 2023. En 2022, Reporteros sin Fronteras declaró que el
país era el más mortífero del mundo para los periodistas.
En las encuestas, los mexicanos calificaron mal a López Obrador en
materia de seguridad, pero varias personas me dijeron que sus
principales seguidores verían como una traición cualquier intento de
distanciarse de sus políticas. “La gente adora a López
Obrador”, dijo Lamas, profesora de antropología, quien fue asesora de
Sheinbaum durante su campaña a la jefatura de gobierno. “Vas a las
comunidades rurales y él es Dios. No te vas a pelear con Dios”.
Sin embargo, si al inicio el margen de maniobra de Sheinbaum era algo
pequeño, Trump lo ha ampliado. Sheinbaum se ha ganado elogios
generalizados, incluso de los críticos de López Obrador, por su hábil
manejo de las erráticas amenazas arancelarias de Trump.
Sheinbaum ha halagado a Trump sin parecer complaciente; él la ha
llamado “dura” y “mujer maravillosa”. A diferencia de los líderes
canadienses, que se han escandalizado por la beligerancia estadounidense
y han canalizado la furia de su población, ella ha sido estoica y
estratégicamente paciente al anunciar medidas de represalia. Utiliza con
frecuencia la expresión “cabeza fría”, y la gente también la utiliza
para referirse a ella.
“Ha sido increíblemente buena administrando el tiempo”, dijo Bravo
Regidor, el analista político. Trump, señaló, impuso inicialmente
aranceles del 25 por ciento a México y Canadá el 4 de marzo. Sheinbaum
anunció que tendría una llamada por teléfono con él dos días después y
que daría a conocer las contramedidas de México en un mitin luego de dos
días. Eso dio tiempo a que aumentara la presión de las industrias
estadounidenses afectadas por los aranceles, y el mismo día en que Trump
habló con Sheinbaum, declaró que los aranceles se retrasarían.
Aunque Trump pareció reconocer a Sheinbaum el mérito de la medida, no
está claro el papel que realmente desempeñó su conversación, ya que
Canadá también obtuvo una prórroga. Tampoco se sabe lo que ella podría
haber ofrecido a Trump a cambio. Pero al menos en México, parecía que la
llamada de Sheinbaum había funcionado muy bien. “No tenía una gran
mano, pero la que tenía la jugó bien”, dijo Bravo Regidor.
Desde entonces, Trump ha impuesto aranceles a las exportaciones
mexicanas que no están cubiertas por el T-MEC, el tratado comercial que
negoció con México y Canadá durante su primer mandato. Aun así, México
ha salido mucho mejor parado en sus relaciones económicas con el nuevo
gobierno de Trump que muchos otros países. El miércoles, cuando Trump
desencadenó una nueva ronda de los llamados aranceles recíprocos, tanto
México como Canadá fueron excluidos, para profundo alivio de México.
Héctor Cárdenas, presidente del Consejo Mexicano de Asuntos
Internacionales, predijo celebraciones oficiales, y aunque no había
votado por Sheinbaum, pensaba que se las había ganado.
“No sé si ‘triunfo’ es la palabra adecuada, pero es un resultado con
el que México puede vivir”, dijo. “Ahora, por supuesto, no sabemos lo
que vendrá la próxima semana”.
A Cárdenas también le ha impresionado la forma en que Sheinbaum ha
utilizado la presión de Trump en su favor para hacer frente al crimen
organizado. Existe un gran temor en México de que Trump pueda atacar
unilateralmente a los cárteles de la droga del país, una idea que cada
vez está más extendida en los círculos republicanos en Estados Unidos.
Trump ya emitió una orden ejecutiva que designa a los cárteles
extranjeros como organizaciones terroristas internacionales, y al
parecer está considerando declarar el fentanilo “arma de destrucción
masiva”.
“Hay más probabilidades de una acción militar estadounidense en
México que en ningún otro lugar del hemisferio occidental”, me dijo
Brian Finucane, asesor principal del International Crisis Group. Una
acción de este tipo prácticamente garantizaría un estallido nacionalista
en México, lo que haría imposible que Sheinbaum coopere con Estados
Unidos en materia de narcotráfico o migración.
La necesidad de mantener la relación de México con Estados Unidos le
ha dado a Sheinbaum el permiso para perseguir a los cárteles sin renegar
del enfoque de su predecesor. En diciembre, las autoridades mexicanas
incautaron más de una tonelada de fentanilo en el estado de Sinaloa, la
mayor redada de este tipo en la historia del país. En febrero, el país
envió a Estados Unidos a 29 presuntos narcotraficantes. “Nunca habíamos
visto una operación tan abrumadora y diaria contra los cárteles”,
declaró a The Associated Press un periodista de Sinaloa.
Queda por ver si el temperamento más tecnocrático de Sheinbaum
conducirá a una gobernanza más liberal. Justo antes de dejar el cargo,
López Obrador impulsó un cambio constitucional que, entre otras cosas,
convertía a los jueces en funcionarios electos, en lugar de designados.
Aunque ese cambio fue popular con la ciudadanía, en general, los
expertos jurídicos consideraron que la maniobra de López Obrador debilita el Estado de derecho; The Journal of Democracy lo describió
como “un último esfuerzo desesperado en su largo plan para socavar la
democracia en México”. Despojar a los jueces de su independencia,
después de todo, es una estrategia sacada directamente del manual de los
líderes autoritarios, que se ha utilizado en países tan diversos como
Turquía, Hungría e Israel.
Algunos en México esperaban
que Sheinbaum suavizara los cambios judiciales. En cambio, se apresuró a
llevarlos a cabo. Lamas cree que Sheinbaum habría preferido ir más
despacio en la remodelación del poder judicial, pero que hacerlo era
políticamente imposible, ya que era algo muy importante para López
Obrador.
“La conozco”, dijo. “Creo que ella quiere una reforma judicial, pero
no este año, en este momento con todos los problemas que está
enfrentando, problemas económicos, problemas relacionados a Trump. No
era el momento de hacerla, pero tenía un compromiso con López Obrador
para hacerla ahora”.
Queda abierta la pregunta de si, a medida que Sheinbaum acumule más
autoridad política, tendrá el deseo o la voluntad de detener el
desmantelamiento de las instituciones mexicanas que podrían ser
instancias de rendición de cuentas para ella y para futuros presidentes.
En el pasado, Estados Unidos ejerció presión diplomática sobre México
para que mantuviera cortes independientes y otras estructuras que
sustentan la democracia liberal. Pero la democracia liberal no es, por
decirlo matizadamente, una prioridad para el gobierno de Trump.
Y los partidarios de Morena con los que hablé se muestran desdeñosos y
un poco desconcertados por las acusaciones de que Sheinbaum está
traicionando los principios democráticos. “Es difícil decir que este
gobierno y el anterior no son democráticos, teniendo en cuenta la
popularidad que tienen”, dijo Vanessa Romero Rocha, abogada e integrante
de un comité gubernamental que evalúa a los jueces que se presentan a
las elecciones.
Una respuesta fácil es que la democracia significa algo más que
elecciones. Pero ese argumento solo es convincente si ya has aceptado
que la democracia liberal es un sistema superior, y cada vez está más
claro que mucha gente no lo hace. En las elecciones celebradas en todo
el mundo, estamos viendo lo poco que les importa a muchos votantes el
abstracto procedimentalismo liberal; están felices de ceder poder al
poder ejecutivo si creen que mejorará sus vidas.
Esta tendencia me parece trágica, pero no hay indicios de que vaya a
invertirse pronto. Dada esta realidad, deberíamos juzgar a los políticos
no solo por cómo acumulan poder, sino también por lo que hacen con él.
En Estados Unidos, la autoridad centralizada ha permitido a Elon
Musk, inspirado por Milei, llevar una metafórica motosierra a todo tipo
de programas federales, incluidos los que ayudan a los más vulnerables.
Sheinbaum, por el contrario, está intentando construir un sistema nacional de cuidados
para niños, personas con discapacidad y personas mayores, que alivie la
carga del trabajo no remunerado de muchas mujeres mexicanas. Los
progresistas estadounidenses deberían ser cautos a la hora de proyectar
en Sheinbaum su desesperación por una heroína. Pero al menos ahora
mismo, su tipo de populismo luce mucho mejor que las alternativas.
El año pasado, Bravo Regidor coescribió un ensayo
en The New York Review of Books sobre las “argucias constitucionales y
el desprecio por la ley” de López Obrador, en el que advertía que
Sheinbaum podría seguir sus pasos. Los temores de Bravo Regidor no se
han disipado del todo. Aun así, dice: “Si miras al resto del mundo, no
estamos tan mal”."
(Michelle Goldberg , The New York Times, 06/04/25)