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20.6.25

El fracaso manifiesto de la política de Donald Trump es la última confirmación definitiva de que nada puede cambiar el rumbo de colisión del Occidente liderado por Estados Unidos, con el resto del mundo... todas las promesas trumpianas de apaciguamiento internacional y recuperación interna son inviables... Occidente, debido al largo proceso de toma del poder real por parte de las oligarquías financieras, ha alcanzado un nivel sin retorno en cuanto a la degeneración de su clase política... dado que quienes ejercen el poder están entre bastidores y no se les puede exigir ninguna responsabilidad, nos encontramos hoy, de hecho, en la situación de irresponsabilidad de las clases dirigentes más extraordinaria de la historia de Occidente... Así es como la crisis interna de la sociedad occidental, su progresiva pérdida de hegemonía económica y política, genera una tendencia completamente fuera de control hacia la degeneración perpetua de los comportamientos, el uso cada vez más descarado de la violencia, el doble rasero y la mentira instrumental. Israel es un ejemplo de ello... antes de la «distracción del Mossad» del 7 de octubre, Israel era un país hecho pedazos, dividido en dos durante años, incapaz de formar gobiernos que no fueran efímeros. La forma de salir de este estado de parálisis y crisis fue la adopción de una serie de continuos relanzamientos, primero hacia Gaza, luego hacia Líbano, Siria, Irán. Y me temo que las subidas no han terminado... Esta dinámica de intentar salir de un callejón sin salida mediante continuos relanzamientos es la misma práctica que vemos en Europa hacia Rusia... Europa ha perdido su competitividad, ha empobrecido y sigue empobreciendo a su propio pueblo, pone a todo el mundo en riesgo de guerra total e incluso la fomenta abiertamente... ni EEUU está gobernado por Trump, ni la UE por esos cuatro desbocados de la Comisión. Son sólo marionetas de ventrílocuo movidas por oligarquías multinacionales... La principal consecuencia de la manifiesta falta de confianza en el Occidente actual es que la palabra quedará en todas partes cada vez más en manos de las armas, de la violencia en el exterior y del control en el interior, porque es lo único que queda cuando las palabras han perdido su valor. Y este proceso degenerativo implicará a todos (Andrea Zhok)

"EL ANILLO DE GIGES Y EL HORIZONTE DE LA VIOLENCIA SIN LÍMITES

Tras la fría agresión de Israel contra Irán y la contundente respuesta iraní, y antes de que nuevos acontecimientos nos sobrepasen, ya se pueden hacer algunos balances. En particular, creo que se pueden hacer dos consideraciones.

La primera consideración a hacer es que el fracaso manifiesto de la política de Donald Trump es la última confirmación definitiva de que nada puede cambiar el rumbo de colisión del Occidente liderado por Estados Unidos con el resto del mundo. Trump nunca ha sido un caballo blanco movido por ideales de apaciguamiento, sino que se ha encontrado encarnando el papel de representante de esa América profunda a la que no le interesan las proyecciones internacionales de poder y a la que le gustaría arreglar las cosas en casa. La secuencia de fiascos de la administración Trump, desde las conversaciones ruso-ucranianas, pasando por los enfrentamientos de Los Ángeles, hasta el ataque israelí a Irán, muestran claramente cómo todas las promesas trumpianas de apaciguamiento internacional y recuperación interna son inviables. No creo que Trump haya engañado deliberadamente a su electorado. Creo, más sencillamente, que ni EEUU ni Europa están ya gobernados por la clase política que nominalmente los gobierna. Aquí ni siquiera se trata del Estado Profundo, porque estamos justo fuera del perímetro estatal, que solo sirve de árbol de transmisión de las decisiones que se toman en otros lugares.

Ahora bien, soy muy consciente de que cada vez que se introduce este tema de los «poderes ocultos», un montón de bobos que se creen listos empiezan a agitarse en sus sillas y a gritar conspiración. Desgraciadamente, que hoy en día el poder real viene a través del gobierno de los flujos de dinero y que la oligarquía que gobierna estos flujos ejerce su influencia desde detrás de las bambalinas son simples hechos, bastante obvios si se miran con atención.

A menudo nos maravillamos de la escasez cultural, de la miseria humana, de la flagrante contradicción de los personajes que aparentemente vemos en la cúspide del poder mundial. Que Trump es un personaje de Los Simpson, Baerbock una metedura de pata andante, Kallas la nada con rusofobia por doquier, Merz un eterno perdedor recuperado de la diferenciación política, Starmer un quaquaraquà* que cae mal incluso a quienes le eligieron, Macron el epítome de las comunidades BDSM, etc. etc. son cosas que están a la vista de todos, y que a menudo nos empeñamos en no ver porque verlo claro nos asustaría demasiado. Preferimos pensar que estas marionetas «tienen una estrategia». Pero no, no son más que marionetas. E incluso si alguien tiene una estrategia, está arriba moviendo las marionetas con hilos.

Occidente, debido al largo proceso de toma del poder real por parte de las oligarquías financieras, ha alcanzado un nivel sin retorno en cuanto a la degeneración de su clase política. El problema de todo esto es sólo uno: dado que quienes ejercen el poder están entre bastidores y no se les puede exigir ninguna responsabilidad, nos encontramos hoy, de hecho, en la situación de irresponsabilidad de las clases dirigentes más extraordinaria de la historia de Occidente: los que mandan no son en absoluto responsables de lo que hacen, ni formal, ni institucional, ni moralmente.

Y el ejercicio del poder al abrigo de la mirada de los demás conduce inevitablemente a la abyección, como recordaba Platón en la historia del Anillo de Giges.

Así es como la crisis interna de la sociedad occidental, su progresiva pérdida de hegemonía económica y política, genera una tendencia completamente fuera de control hacia la degeneración perpetua de los comportamientos, el uso cada vez más descarado de la violencia, el doble rasero y la mentira instrumental. Israel es un ejemplo de ello: antes de la «distracción del Mossad» del 7 de octubre, Israel era un país hecho pedazos, dividido en dos durante años, incapaz de formar gobiernos que no fueran efímeros. La forma de salir de este estado de parálisis y crisis fue la adopción de una serie de continuos relanzamientos, primero hacia Gaza, luego hacia Líbano, Siria, Irán. Y me temo que las subidas no han terminado: como un jugador que tiene que recuperar una gran suma, cada pérdida es una invitación a subir de nuevo la apuesta con la esperanza de cerrar la partida con un gran golpe final. A menudo, para los jugadores, este golpe final es en su propio cerebro, pero mientras tanto han extendido la miseria a su alrededor.

Pero Israel es sólo un ejemplo. Esta dinámica de intentar salir de un callejón sin salida mediante continuos relanzamientos es la misma práctica que vemos en Europa hacia Rusia. La secuencia casi increíble de errores (es decir, lo que serían errores si el interés de sus propios pueblos fuera el objetivo), continúa en un relanzamiento continuo. Europa ha perdido su competitividad, ha empobrecido y sigue empobreciendo a su propio pueblo, pone a todo el mundo en riesgo de guerra total e incluso la fomenta abiertamente

Todo esto se pensó inicialmente como un tributo al dominio estadounidense. Pero éste no es el caso. Incluso cuando EEUU empezó a retirarse, la UE siguió y sigue agravando la situación. Y es que, como decían, ni EEUU está gobernado por Trump, ni la UE por esos cuatro desbocados de la Comisión. Son sólo marionetas de ventrílocuo movidas por oligarquías multinacionales que llevan el Anillo de Giges.

Este panorama nos lleva a la segunda, breve, consideración. Puesto que la falta de fiabilidad, el doble rasero, la falta de responsabilidad y credibilidad de Occidente en bloque se percibe en todo el mundo (salvo en aquella parte de Occidente que aún bebe de la información más vendida de la historia), se deduce que el espacio de los acuerdos, de los pactos entre caballeros, del cálculo hecho fiable por el equilibrio de intereses, se ha desvanecido. Todo el mundo no occidental –y hoy Rusia e Irán están en primer plano, pero China está a la vuelta de la esquina– ya no cree ni una palabra de lo que viene de nuestros ventrílocuos, porque se han dado cuenta de que están tratando con actores y testaferros, máscaras que tienen que representar un papel para sus electores pero que tienen que responder a estrategias muy distintas para satisfacer al poder real que está entre bastidores.

Esta falta total de credibilidad de las clases dirigentes occidentales no es un crimen sin víctimas, no es algo de lo que podamos escapar con el proverbial encogimiento de hombros diciendo que «de todos modos, no caemos en la trampa». La principal consecuencia de la manifiesta falta de confianza en el Occidente actual es que la palabra quedará en todas partes cada vez más en manos de las armas, de la violencia en el exterior y del control en el interior, porque es lo único que queda cuando las palabras han perdido su valor. Y este proceso degenerativo implicará a todos, escépticos y crédulos, astutos y bocazas.

*(Ntd) Quaquaraquà o quacquaraquà es un término fonosimbólico en lengua siciliana que recuerda el sonido de un pato (o codorniz), ahora de uso común en lengua italiana, tanto con el significado de una persona particularmente habladora, pero carente de habilidad efectiva, y por lo tanto considerada poco confiable. En la jerga mafiosa el término «quaquaraquà» también se utiliza como sinónimo de «informante»."

14.4.25

Caerán sobre nuestra conciencia... ¿Qué ha pasado? Que los plutócratas que habían apoyado sin fisuras la victoria del emperador con la esperanza de ver satisfecha su insaciable codicia, vieron declinar sus ganancias y pusieron freno al dislate... Tras besarle el culo, porque algo de eso hay, hubo un alivio generalizado. Dejaremos de besárselo por tres meses... este respiro denota un declive ético alarmante... Netanyahu y Trump, sonrientes y hermanados por la crueldad... éste, incluyendo a miles de inmigrantes en la lista de muertos de la seguridad social para animarlos a que se autodeporten. Porque sin el dichoso número de la social security un inmigrante es, sin lugar a duda, un muerto viviente... el otro, generoso, asegurando que permitiría a los palestinos buscarse acomodo en otro país... Estados Unidos asiste de brazos caídos a la destrucción de cualquier contrapoder que modere el abuso, añorando aquella célebre fortaleza institucional capaz de parar los pies al poder abusivo. Ahí la tenemos, la denominada democracia más antigua del mundo regresando al territorio salvaje de los pioneros donde lo mejor que podía hacer un individuo era salvar su pellejo... No hay motivos para el orgullo... ya vemos cómo del jugoso debate arancelario van a quedar excluidas las criaturas que mueren bajo las bombas, los cooperantes asesinados a sangre fría, los niños mutilados o condenados a morir de hambre; fuera del foco se encuentran los enviados a cárceles aberrantes sin juicio previo, los condenados por error, los estudiantes y profesores que carecen de libertad para manifestar su repulsa, los inmigrantes que figurarán en una lista de zombis, los investigadores o agentes sociales que han de borrar cualquier perspectiva de género de su trabajo o verán esquilmados sus fondos si se refieren al cambio climático, las maestras que ya eliminan de sus programas la historia de la esclavitud, porque la nación debe narrarse como una historia de éxito... Todo sucede ante nuestros ojos en la era de la codicia (Elvira Lindo)

 "Un tarado narcisista pone patas arriba el comercio global y durante días el mundo contiene la respiración. En la viñeta, vemos a Mafalda, niña eterna, sentada al lado de la bola del mundo: la ha vendado y puesto el termómetro. A esperar. Las viñetas de Quino siguen vigentes; parecían para niños pero se trataba de un malentendido: iban dirigidas a adultos incapaces de vivir en armonía. Esta semana, nosotros adoptamos el gesto de la heroína argentina, desarmados esperábamos a que el maltrecho equilibrio mundial se restableciese o, ya de una vez por todas, quedara para el desecho. ¿Qué ha pasado? Que los plutócratas que habían apoyado sin fisuras la victoria del emperador con la esperanza de ver satisfecha su insaciable codicia, vieron declinar sus ganancias y pusieron freno al dislate. Es algo que estaba cantado: si algo puede parar el delirio de Trump es un mercado tambaleante. Tras besarle el culo, porque algo de eso hay, hubo un alivio generalizado. Dejaremos de besárselo por tres meses. Hemos firmado una preciosa tregua tácita, lo cual debería alegrarnos si no fuera porque este respiro denota un declive ético alarmante.

Es el dinero, solo el dinero, el que nos salva o nos condena. Hemos entrado de tal manera en este juego perverso que durante los días de zozobra económica la foto más repugnante que asomó por la prensa mundial, Netanyahu y Trump, sonrientes y hermanados por la crueldad, pasó como sin pena ni gloria. El uno, generoso, asegurando que permitiría a los palestinos buscarse acomodo en otro país; el otro, magnánimo, incluyendo a miles de inmigrantes en la lista de muertos de la seguridad social para animarlos a que se autodeporten. Porque sin el dichoso número de la social security un inmigrante es, sin lugar a duda, un muerto viviente. Y Europa, esa Europa que me gustaría sentir a la manera apasionada y acrítica con que algunos la glosan, entregada en cuerpo y alma a la salud de los mercados, respondió una vez más distraídamente a un genocidio, el de Gaza, transmitido en directo; por su parte, Estados Unidos, donde parece que la ciudadanía comienza a mostrar inquietud por la posible recesión, siguió sin reaccionar ante la vulneración sistemática de los derechos humanos, asistiendo de brazos caídos a la destrucción de cualquier contrapoder que modere el abuso, añorando aquella célebre fortaleza institucional capaz de parar los pies al poder abusivo. Ahí la tenemos, la denominada democracia más antigua del mundo regresando al territorio salvaje de los pioneros donde lo mejor que podía hacer un individuo era salvar su pellejo.

No hay motivos para el orgullo. Todo sucede ante nuestros ojos en la era de la codicia, y la peor perspectiva es que solo en caso de que el poder económico vea en peligro el aumento de su ya colosal fortuna se reducirá el disparate, aunque ya vemos cómo del jugoso debate arancelario van a quedar excluidas las criaturas que mueren bajo las bombas, los cooperantes asesinados a sangre fría, los niños mutilados o condenados a morir de hambre; fuera del foco se encuentran los enviados a cárceles aberrantes sin juicio previo, los condenados por error, los estudiantes y profesores que carecen de libertad para manifestar su repulsa, los inmigrantes que figurarán en una lista de zombis, los investigadores o agentes sociales que han de borrar cualquier perspectiva de género de su trabajo o verán esquilmados sus fondos si se refieren al cambio climático, las maestras que ya eliminan de sus programas la historia de la esclavitud, porque la nación debe narrarse como una historia de éxito. Éxito, la palabra sagrada.

Y la Europa de los inquebrantables valores democráticos se quedará en el chasis si asume, como ya lo está haciendo, que la mejor defensa consiste en no perturbar el sueño de quien tiene la llave del tesoro, aun a costa de ignorar aberraciones que también caerán en un futuro sobre nuestra conciencia. Vaya si caerán."                ( Elvira Lindo , El País, 13/04/25)

14.12.24

Macron, un presidente luchando por sobrevivir a sus artilugios de político profesional, consigue la que sin duda será la joya de su corona republicana: reconstruir en cinco años, con un presupuesto ajustado en 800 millones, una catedral devastada que nos retrotrae al siglo XIII. El sueño cumplido de un narciso con su punto de megalomanía. Lo que no logra en la política lo consigue en un monumento secularizado que representa el Poder y la Tradición. En un país centralizado para bien desde hace siglos, hoy agotado y casi en almoneda, la apuesta de Macron no le servirá de mucho, salvo para un pie de página en la historia. Eso y decir “estoy vivo y cumplo”... En una sociedad francesa asustada de sí misma, endeudada hasta las cachas, como todas, ahí es donde aterrizó Trump en su condición de cónsul de un Imperio que puja por mantenerse, víctima también de su megalomanía... Que aterrizara en París para asentar su poder en un lugar y en un momento tan crítico para los europeos como inquietante para los suyos, es una jugada maestra, reconozcámoslo (Gregorio Morán)

 "En 1969, cuando Mario Vargas Llosa escribía grandes novelas y no había alcanzado todavía la categoría de farandulero aristocrático, nos fascinó a todos con un libro durísimo titulado “Conversación en La Catedral”. Una historia sobre el mundo en que habitaba un estudiante ya en la edad madura, Santiago Zavala, donde se recogía una pregunta que se haría célebre: “¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?”. La supuesta catedral peruana no era más que una taberna con un portón antiguo al modo de los viejos edificios religiosos. Lo traigo a capítulo porque la reinaguración del Notre Dame de Paris me evocó aquel texto que imagino ya debe estar perdido en la memoria de algún lector cancelado.

Hay espacios que el tiempo transfigura. Imaginar una catedral del medievo convertida en lugar de cita de los poderosos es algo que ni siquiera Napoleón consiguió cuando se hizo coronar emperador. En política nada se improvisa y cuando sucede algo en apariencia sorprendente no es más que una señal de que no hemos entendido bien las realidades cambiantes y hacemos el ridículo.

 (...) Macron, un presidente luchando por sobrevivir a sus artilugios de político profesional, consigue la que sin duda será la joya de su corona republicana: reconstruir en cinco años, con un presupuesto ajustado en 800 millones, una catedral devastada que nos retrotrae al siglo XIII. El sueño cumplido de un narciso con su punto de megalomanía. Lo que no logra en la política lo consigue en un monumento secularizado que representa el Poder y la Tradición. En un país centralizado para bien desde hace siglos, hoy agotado y casi en almoneda, la apuesta de Macron no tiene traducción al lenguaje de la política parlamentaria que le enfrenta al colapso. Un consuelo que no le servirá de mucho, salvo para un pie de página en la historia.

Eso y decir “estoy vivo y cumplo”, algo insólito en la política; no por lo del vivir sino en lo del cumplir, tratándose de un tribuno que dice y se desdice, que miente y discursea, que se equivoca y no asume sus fracasos. Como muchos, pero ahí queda el cumplimiento al que todos pronosticaban que tampoco esta vez consumaría. Habrá que pensar que los asesores de Donald Trump son bastante más avispados que nuestros expertos institucionales del “todo a cien”. Que aterrizara en París para asentar su poder en un lugar y en un momento tan crítico para los europeos como inquietante para los suyos, es una jugada maestra, reconozcámoslo. En un Notre Dame reconstruido, de un gótico limpio del polvo de los siglos, y de la calefacción (leña y carbón) que le pusieron en el XIX. En una sociedad francesa asustada de sí misma, endeudada hasta las cachas, como todas, ahí es donde aterrizó Trump en su condición de cónsul de un Imperio que puja por mantenerse, víctima también de su megalomanía.

¡Es la historia, idiota! Si no has entendido nada y necesitas que venga un magnate avasallador e ignorante como Donald Trump para explicártelo, es señal de que tenemos la sensibilidad política de los elefantes. Ahora que los paquidermos están prohibidos en nuestros circos habrá que complacernos en que se exhiban nuestros representantes institucionales. Volver a La Catedral-Taberna sin la posibilidad de hacernos la pregunta de Zavalita sobre cuándo se jodió el Perú."                 ( Gregorio Morán , Vox Populi,   

26.8.24

El fin de la modernidad... Este artículo sobre el Reino Unido es aplicable a toda Europa y es de lectura obligada... el gobierno de Starmer rara vez habla de progreso, futuridad o modernidad... ¿Por qué? Se podría pensar que es porque la modernidad ha fracasado. Lo vemos todos los días, ya sea en el legado del urbanismo moderno centrado en el automóvil... el programa espacial tripulado se agotó... pero hay otra razón por la que los laboristas no hablan de modernidad y optimismo: el estancamiento económico... El estancamiento económico nos muestra que el capitalismo actual (llámese neoliberalismo, rentismo o como se quiera) está fallando a la mayoría de la gente. Nuestra clase dirigente lo percibe, aunque sólo sea como un instinto visceral apenas articulado, y por eso no quiere hablar del futuro, sencillamente porque el capitalismo no ofrece mucho. Una de las principales razones por las que la derecha habla tanto de inmigración es que hablar de cualquier otra cosa -el cambio climático, el coste de la vida, el fracaso de los servicios públicos, la vivienda inasequible, la caída de los salarios reales, etc.- supondría cuestionar el capitalismo. Y eso no debe hacerse. La simplificación fiscal dejaría sin trabajo a abogados y contables; la ruptura de monopolios o las medidas para fomentar la creación de empresas serán resistidas por las empresas ya establecidas... La modernización hoy significa atacar a los ricos y poderosos. El centro-izquierda se resiste ante tal perspectiva. De ahí que se hable menos de modernidad... Pero esto tiene un coste. La pérdida de la esperanza... Esto amenaza con socavar la legitimidad del orden existente y, como vimos con los disturbios racistas, la reacción a esto podría no adoptar una forma racional (Chris Dillow)

 "Recientemente, he estado escuchando mucha Radiotelevisión de Servicio Público, un efecto secundario de lo cual ha sido recordarme una diferencia grande y en gran parte pasada por alto entre este gobierno laborista y el de Tony Blair.

Lo que quiero decir es que gran parte del trabajo de la RSP celebra el progreso y la modernidad. Su último single es Electra («el futuro de volar»); una canción anterior se llamaba (I believe in) progress; y han hecho álbumes sobre la fundación de la BBC y la carrera espacial.

Esta invocación a la futuridad y la modernidad llama nuestra atención, sin embargo, sobre el hecho de que eso es precisamente lo que Starmer no está haciendo. Como escribe Nesrine Malik en un aclamado artículo, «el rasgo más débil de Starmer es su incapacidad para pintar una visión entusiasta de nuestro país moderno».

Lo que supone, por supuesto, un enorme contraste con Blair, que en los años 90 apenas podía abrir la boca sin hablar de modernización, no sólo del partido laborista, sino del Gobierno y la economía: «La modernización de la seguridad social... es un pilar central de la construcción de una Gran Bretaña moderna»; “aplicación moderna de los valores progresistas”; “un sistema educativo moderno y un NHS moderno”; y así sucesivamente. Una recopilación de sus primeros discursos se titulaba New Britain: my vision of a young country (Nueva Bretaña: mi visión de un país joven). Y aún hoy cree -quizá más por fe que por evidencia- que la IA puede transformar el gobierno. Alan Finlayson escribió en Making Sense of New Labour que:

 ' Si hay una sola palabra que pueda captar la esencia del proyecto social y político del Nuevo Laborismo es «modernización».'

En esto, Blair seguía el camino de sus predecesores. Harold Wilson habló célebremente del «calor blanco» de la revolución tecnológica en la que los tecnócratas modernos sustituirían a los aristócratas anticuados como gobernantes de la industria. Y uno de los motivos de Thatcher para reformar los sindicatos era precisamente dar a los directivos el poder de modernizar la economía.

Sin embargo, con una o dos excepciones (a las que me referiré más adelante), el gobierno de Starmer rara vez habla de progreso, futuridad o modernidad.

¿Por qué? Se podría pensar que es porque la modernidad ha fracasado. Lo vemos todos los días, ya sea en el legado del urbanismo moderno centrado en el automóvil que dejaron hombres como Konrad Smigielski o Robert Moses o en el hecho de que muchas de las mejoras de Blair en los servicios públicos se revirtieron posteriormente.

Y, de hecho, los RSP nos recuerdan los fracasos de la modernidad. La altura de miras de los fundadores de la BBC contrasta terriblemente con la contaminación intelectual actual que suponen Jeremy Vine o Laura Kuenssberg; el programa espacial tripulado se agotó; y el Electra de Amelia Earhart se estrelló.

 Los fans del difunto James C Scott (entre los que me cuento) pensarán que hay una buena razón para el fracaso de lo que él llamaba «alta ideología modernista». Los planificadores, decía, tenían mucha menos omnisciencia de lo que creían; las personas no eran meros peones a los que se podía mangonear; y las sociedades y las ciudades eran demasiado complejas para controlarlas de arriba abajo:

    Si me pidieran que resumiera en una frase las razones de estos fracasos, diría que los creadores de estos planes se consideraban a sí mismos mucho más inteligentes y previsores de lo que realmente eran y, al mismo tiempo, consideraban a sus súbditos mucho más estúpidos e incompetentes de lo que realmente eran. (Seeing Like A State, p 343).

Es cierto que Scott exagera, pero no deja de tener razón.

Pero los laboristas no parecen entenderlo. Una de las raras excepciones modernistas del programa del partido es el plan de construcción de nuevas ciudades. Y su distanciamiento de las protestas callejeras antifascistas denota una desconfianza en la acción popular descentralizada. Ambos reflejan un rechazo rotundo del pensamiento de Scott.

Para bien o para mal, por tanto, no podemos atribuir el retroceso laborista de la modernización a las ideas escocesas.

En su lugar, sugiero que hay otra razón por la que los laboristas no hablan de modernidad y optimismo: el estancamiento económico.

 Las matemáticas básicas nos dicen que si la economía crece un 2% al año, su tamaño se duplicará al cabo de 35 años. Eso no sólo significa que tendremos más cosas. Significa que la economía (y por tanto la sociedad) será diferente: el crecimiento económico, como decían Eric Beinhocker y Joseph Schumpeter, es un proceso de destrucción creativa y de aumento de la variedad.

Una economía en crecimiento, por tanto, conlleva cambios, lo queramos o no, por lo que debemos mirar hacia un futuro diferente. En una economía estancada, sin embargo, hay menos necesidad de hacerlo. Sí, John Stuart Mill escribió que un estado estacionario tendría «tanto margen como siempre para todo tipo de cultura mental y progreso moral y social», pero los recientes disturbios racistas demuestran que era demasiado optimista.

Pero detrás del declive de la modernidad hay algo más que meras matemáticas. El estancamiento económico nos muestra que el capitalismo actual (llámese neoliberalismo, rentismo o como se quiera) está fallando a la mayoría de la gente. Nuestra clase dirigente lo percibe, aunque sólo sea como un instinto visceral apenas articulado, y por eso no quiere hablar del futuro, sencillamente porque el capitalismo no ofrece mucho. Una de las principales razones por las que la derecha habla tanto de inmigración es que hablar de cualquier otra cosa -el cambio climático, el coste de la vida, el fracaso de los servicios públicos, la vivienda inasequible, la caída de los salarios reales, etc.- supondría cuestionar el capitalismo. Y eso no debe hacerse.

 Sí, los laboristas no son tan aprensivos como la derecha. Pero aun así, tiene un problema. Y su reticencia a articularlo es una de las razones de su silencio sobre la modernidad.

Es que incluso los planes más centristas para relanzar el progreso económico y el crecimiento de la productividad requieren un ataque a los intereses creados, a lo que Joel Mokyr llamó las «fuerzas del conservadurismo». La simplificación fiscal dejaría sin trabajo a abogados y contables; recortar el precio de la vivienda o trasladar los impuestos a la tierra perjudicaría a los propietarios; una política de competencia más dura, la ruptura de monopolios o las medidas para fomentar la creación de empresas serán resistidas por las empresas ya establecidas; y los Nimbys se opondrán al gasto en infraestructuras y a la construcción de viviendas.

 La modernización hoy, por tanto, significa algo muy diferente de lo que significaba en tiempos de Thatcher y Blair. Entonces significaba atacar a los sindicatos y a los pobres; hoy exige atacar a los ricos y poderosos. El centro-izquierda se resiste ante tal perspectiva. De ahí que se hable menos de modernidad.

Pero esto tiene un coste. Aunque la modernización ha decepcionado a menudo incluso en sus propios términos, ha ofrecido algo: esperanza. Y eso es lo que falta ahora. Tenemos una política sin alegría que ofrece poco optimismo para la acción individual o colectiva. Esto amenaza con socavar la legitimidad del orden existente y, como vimos con los disturbios racistas, la reacción a esto podría no adoptar una forma racional."

( Chris Dillow, Brave New Europe, 25/08/24, traducción DEEPL, enlaces en el original)

15.8.24

Desde 2008 hemos entrado en una crisis de ciclo largo que está aún lejos de resolverse... pero que ha ido conmocionando cada epígrafe de nuestro mundo como una onda sísmica que anima decenas de terremotos por contagio... En este escenario, en el que poco queda a salvo, algunos actores han encontrado el papel de su vida... Ver a Elon Musk utilizar el altavoz que se compró a golpe de talonario para proclamar una inevitable guerra civil nos debería advertir tanto de la obviedad de su piromanía como de la exasperante lentitud de los bomberos... Puede que esta lentitud no sea más que pereza. Es verdad que en el verano de 2024 han sucedido muchas cosas, casi ninguna de ellas buena, tanto como que todas nos han importado cada vez menos. No hay pellizco moral en el análisis, tan sólo constatación de que no damos más de sí (Daniel Bernabé)

"Hubo un tiempo, creo recordar, en que en verano la actualidad parecía detenerse o, mejor dicho, el ámbito de la política echaba el freno. (...)

Lo que se detenía, realmente, era una versión particular de la política, una que se dejaba arrastrar por la inercia de lo conocido cuando parecía que todo iba a ser igual siempre. (...)

Este verano, ya unos cuantos antes, ha sido diferente. Salvo, quizás, por el paréntesis olímpico, nada ha parado. El atentado contra Trump, pasando por la retirada de Biden, los disturbios en Reino Unido o el asesinato de Haniya en Teherán, son hechos que nos indican que cuando la bicicleta del presente se lanza a tumba abierta por la pendiente no hay pausas que valgan frente a su avance. Estamos seguros de su endiablada velocidad, no así del lugar donde se encuentra la meta.

(...) desde 2008 hemos entrado en una crisis de ciclo largo que está aún lejos de resolverse. Una crisis que en su inicio fue económica pero que ha ido conmocionando cada epígrafe de nuestro mundo como una onda sísmica que anima decenas de terremotos por contagio. Una vez que sucede el primer movimiento ninguna estructura conocida queda al margen del temblor.

En este escenario, en el que poco queda a salvo, algunos actores han encontrado el papel de su vida. Como las enfermedades oportunistas, que medran cuando el sujeto cuando está débil por una dolencia preexistente, aprovechan para atacar sin reparos ni piedad a la sociedad que les marcaba los límites. Ver a Elon Musk utilizar el altavoz que se compró a golpe de talonario para proclamar una inevitable guerra civil nos debería advertir tanto de la obviedad de su piromanía como de la exasperante lentitud de los bomberos.

 Puede que esta lentitud no sea más que pereza, una que viene tras acostumbrarnos a lo inédito, tras haber digerido mal las múltiples conmociones de estos últimos años y haber deducido que por mucho que la tostada se caiga, al final, como en las películas, lo hará por el lado bueno. Es verdad que en el verano de 2024 han sucedido muchas cosas, casi ninguna de ellas buena, tanto como que todas nos han importado cada vez menos. No hay pellizco moral en el análisis, tan sólo constatación de que no damos más de sí."      ( Daniel Bernabé , InfoLibre, 13/08/24)

5.7.24

La evolución política del viejo continente demuestra el colapso moral de su sistema... Las elecciones al Parlamento Europeo, las de Francia y Gran Bretaña, ilustran la dimensión de la euromiseria... Estamos asistiendo al colapso del sistema político europeo, como ocurrió con la ola parda de los años treinta del pasado siglo... Los Faure, Hollande, Glucksmann, Starmer, Scholz, son típicos ejemplares de la “izquierda de derechas”: sostenedores del capitalismo neoliberal, atlantistas y cómplices de la repugnante masacre de Israel... Cada vez se hace más claro que la Unión Europea, ese conglomerado de viejas potencias coloniales y países periféricos, todos ellos vasallos del imperio de Estados Unidos, gobernado por la Comisión, la OTAN y el Banco Central Europeo, forma parte del problema. Su enfermedad es irremediable. Su evolución demuestra el colapso moral de su sistema político. El contraste entre su discurso de valores y democracia y su miserable realidad es tan crudo y flagrante para el resto del mundo que permite cuestionar su pretendida superioridad moral sobre las denostadas oligarquías sociales de Rusia y China (Rafael Poch)

 "La evolución política del viejo continente demuestra el colapso moral de su sistema

Las elecciones al Parlamento Europeo, las de Francia y Gran Bretaña, ilustran la dimensión de la euromiseria. En el país con la mas rica tradición social de Europa, donde la vida casi siempre fue mucho más llevadera y libre que en el resto, se disputa un regreso a Vichy. En la Gran Bretaña de rancia tradición parlamentaria e imperial, el cambio de figuras pronosticado por la derrota conservadora no cambia ni un ápice el asunto. La situación en Alemania, por citar otro país de peso, va en la misma línea. Estamos asistiendo al colapso del sistema político europeo, como ocurrió con la ola parda de los años treinta del pasado siglo.

Incluso en el caso de que en Francia venciera el “Frente Popular”, no estaríamos ni a mitad del camino. La mitad de ese frente está compuesto por miembros del Partido Neoliberal Unificado Europeo (“socialistas” y verdes), grandes responsables de haber llevado al país a su situación actual. Los Faure, Hollande, Glucksmann, Starmer en Gran Bretaña, Scholz y Baerbock en Alemania, son típicos ejemplares de la “izquierda de derechas”: sostenedores del capitalismo neoliberal, atlantistas y cómplices de la repugnante masacre de Israel. Y hace años que sabemos que no se puede ser de izquierdas si se apoya el belicismo imperial y el orden socioeconómico neoliberal, garantía de injusticia y desigualdad estructural. El resto, la genuina socialdemocracia de la France Insoumise de Melenchon (ridículamente tachada de “izquierda radical”) está siendo tan demonizada por el periodismo tóxico de los magnates, que incluso si el tal milagro de una victoria se produjera, el callejón sin salida está servido. Unicamente la aparición de ese “pueblo” que invoca el reclamo “Frente Popular” podría cambiar las cosas en Francia.

En su dramático artículo ¿Quién defenderá a los niños bombardeados y hambrientos de Gaza en las elecciones del Reino Unido?, Jonathan Cook, expone el estado de la cuestión: Who will champion Gaza’s bombed and starved children in the UK elections? (substack.com)

En los últimos nueve meses, las bombas israelíes han matado oficialmente al menos a 15.500 niños palestinos, así como a otros 22.000 adultos. El número real de muertos es sin duda mucho mayor. Gaza, bombardeada hasta la Edad de Piedra por un liderazgo político y militar israelí que lleva mucho tiempo prometiendo que su objetivo es la destrucción, perdió hace meses la capacidad de contar adecuadamente sus muertos.

Save the Children reveló esta semana que hay otros 21.000 niños desaparecidos, de los cuales se calcula que al menos 4.000 están enterrados bajo los edificios derrumbados.

La semana pasada, meses después de que aquel enero en el que su alto tribunal dictaminara la plausibilidad de un genocidio, una comisión independiente creada por la ONU concluyó que, desde el 7 de octubre de 2023, Israel había aplicado en Gaza «una estrategia intencionada para causar el máximo daño», incluido «un ataque intencionado y directo contra la población civil» que equivalía a una política de «exterminio«. Chris Sidoti, investigador de la ONU, declaró que su investigación había demostrado que el ejército israelí es «uno de los ejércitos más criminales del mundo».

Los crímenes de guerra cometidos por Israel contra niños no tienen parangón en los tiempos modernos, y superan a los cometidos el año pasado en la República Democrática del Congo, Myanmar, Somalia, Nigeria y Sudán juntos”, dice Cook.

Israel”, continúa, “lleva décadas ocupando Gaza y 17 años bloqueando el enclave, negando a los niños de allí lo esencial de la vida, la libertad y una infancia. Israel los ha dejado, junto con sus familias, pudrirse en lo que ha equivalido a un gigantesco campo de concentración. Ahora, los está matando de hambre colectivamente dentro de su jaula después de que Hamás se sublevara en una brutal revuelta de un día el 7 de octubre. Los niños de Gaza están siendo castigados por la negativa de Hamás a seguir sirviendo indefinidamente como guardias de campos de concentración”.

Lo que Cook describe representa el principal escándalo internacional y humano de lo que llevamos de siglo. Pero no es tema para las elecciones que se celebran en Europa. No lo es para el nuevo directorio de guerra no electo, con la incompetente pero fiel a Estados Unidos Ursula von der Leyen al frente, el socialista Antonio Costa de comparsa y la estoniana Kaja Kallas dirigiendo una política exterior euro-americana que apoya el loco proyecto de Brzezinsky de disolver Rusia en diversos estados. Tampoco lo ha sido para los políticos laboristas apoyados por Murdoch que ganarán las elecciones. Su partido expulsó a su anterior líder, Jeremy Corbyn, precisamente por defender los derechos de los palestinos. Fue acusado de “antisemita” de la misma forma en que lo es en Francia Jean-Luc Melenchon, por el mismo delito y la misma corrupta toxicidad mediática. Para la mitad del “Frente Popular” francés ese escándalo tampoco es tema, más allá de la mera declaración de condena de las “masacres terroristas” de Hamas y del ritual llamamiento a “imponer un alto el fuego inmediato” y a respetar “la ordenanza de la Corte Internacional de Justicia que evoca sin ambigüedades un riesgo de genocidio”.

Es importante que no ganen los neofascistas de Vichy en Francia, pero eso no remediará la actual euromiseria expuesta por toda esa galería de políticos cómplices de la gran masacre de Palestina. Cada vez se hace más claro que la Unión Europea, ese conglomerado de viejas potencias coloniales y países periféricos, todos ellos vasallos del imperio de Estados Unidos, gobernado por la Comisión, la OTAN y el Banco Central Europeo, forma parte del problema. Su enfermedad es irremediable. Su evolución demuestra el colapso moral de su sistema político. El contraste entre su discurso de valores y democracia y su miserable realidad es tan crudo y flagrante para el resto del mundo que permite cuestionar su pretendida superioridad moral sobre las denostadas oligarquías sociales de Rusia y China, contra las que se arma en busca del tercer gran incendio bélico."                    (Rafael Poch, blog, 04/07/24)

15.5.24

Estados Unidos y su declive catastrófico... la Rand Corporation alerta que el país podría entrar en una “espiral descendente de la que pocas potencias en la historia se recuperaron alguna vez”... parte de una pregunta clave: ¿Qué ha llevado a la relativa caída de la posición de Estados Unidos en el mundo? han sido cuestiones internas, y no tanto por factores externos como el creciente desafío directo de China y la pérdida de poder e influencia sobre las naciones en desarrollo... los factores internos son la desaceleración del crecimiento de la productividad, el envejecimiento de la población, y la polarización del sistema político y un entorno informativo cada vez más corrupto. La falta de consenso no permite encontrar la forma de abordar los problemas y acelera la decadencia... por su parte, Todd considera que Occidente ya no es un modelo de democracia liberal sino una plutocracia, donde “los megaricos son la minoría más protegida”, y Estados Unidos, es “un imperio privado, una organización fundamentalmente militar cuya única ética es el poder y la violencia”... según él, Occidente está en una crisis terminal, a causa de tres factores: El declive industrial de Estados Unidos y el carácter ficticio de su PBI... el fuerte aumento de las tasas de mortalidad en Estados Unidos... y la decadencia intelectual, la desaparición de la ética del trabajo y una codicia masiva, cuyo nombre oficial es “neoliberalismo”

 "¿En qué punto puede detenerse una caída, descansar en una meseta o, incluso, encontrar la fuerza para volver a ascender? ¿En qué medida un país que ha llegado a ser el más poderoso del planeta puede evitar un declive catastrófico, una vez que ha comenzado su decadencia?

Esta pregunta ha empezado a aparecer insistentemente en algunos sectores del “deep state” estadounidense, cada vez más preocupados por las crecientes tensiones internas y, simultáneamente, por la pérdida de liderazgo de su país en el mundo. La respuesta que obtuvieron no fue nada alentadora.

El Pentágono encargó a la Rand Corporation, un laboratorio de estrategias y análisis al servicio del gobierno norteamericano, especialmente de las Fuerzas Armadas y de las agencias de inteligencia, una serie de estudios para medir la posición de Estados Unidos frente a China y el mundo. El resultado fue, un documento de 126 páginas, presentado el pasado 30 de abril, que básicamente alerta que el país podría entrar en una “espiral descendente de la que pocas potencias en la historia se recuperaron alguna vez”.

La Rand es un sofisticado centro de investigación con más de un mil 800 expertos (desde analistas de sistemas y politólogos hasta economistas y estrategas militares, siempre los más calificados de cada disciplina) dedicado a diseñar y desarrollar grandes proyectos para Washington. Hay múltiples ejemplos. La Rand aportó muchos de los principios utilizados para la creación de Internet, para programas espaciales, inteligencia artificial o, incluso, juegos de guerra. Sin embargo, uno de sus aportes más conocidos es el detallado plan Sobreextendiendo y desbalanceando a Rusia de 2019, proyecto que deja claro que Estados Unidos fue el que provocó la guerra de Ucrania cerrándole todos los caminos a Rusia.

La investigación requerida ahora por el Pentágono, sobre la actual crisis estadounidense y la posibilidad -o no- de revertir su decadencia estuvo dirigida por Michael J. Mazarr, politólogo, exdecano de la Escuela Nacional de Guerra, asistente senior en Defensa del Congreso estadounidense y asistente principal del comandante del Estado Mayor Conjunto. Mazarr, enfoca su análisis a partir de una pregunta clave: ¿Qué ha llevado a la relativa caída de la posición de Estados Unidos en el mundo?. “Hicimos una profunda revisión de la teoría política y de los textos que estudian el ascenso, el declive, el dinamismo, el estancamiento y la caída de las potencias en la historia. Estudiamos también el colapso social y las tendencias económicas. Identificamos un conjunto de casos y, en esta primera fase del estudio, revisamos en detalle: 1) la Roma antigua; 2) la dinastía Song de China (960-1279), el primer gobierno en la historia mundial que usó el papel moneda; 3) la Italia del Renacimiento; 4) el Imperio de Suecia o stotmaktstiden (“la era del gran poder”) en el siglo XVI y principios del XVII; 5) la España imperial; 6) Francia de los siglos XVIII y XIX; 7) el Imperio Otomano; 8) el Imperio Austrohúngaro 9) la era Meiji en Japón y 10) la Unión Soviética”, enumera Mazarr.

La conclusión fue lapidaria: “cuando las grandes potencias han perdido una posición de preeminencia o liderazgo debido a factores internos, rara vez han revertido esta tendencia”.

Casualidad o no, en enero de 2024, Emmanuel Todd, el historiador y politólogo francés que saltó a la fama por haber anticipado la caída de la Unión Soviética, publicó su último libro La derrota de Occidente donde anticipa y explica el irreversible derrumbe de Estados Unidos y Europa. 

Según él, Occidente ya no es un modelo de democracia liberal sino una plutocracia, donde “los megaricos son la minoría más protegida”. Estados Unidos, por su parte, es “un imperio privado, una organización fundamentalmente militar cuya única ética es el poder y la violencia”

La advertencia del ensayista francés encendió alarmas rojas. Si Todd, en su libro La caída final. La descomposición de la esfera soviética de 1976, predijo el colapso de la Unión Soviética (URSS) ¿estará anticipando otro acontecimiento histórico con su nuevo libro sobre Occidente?

“Fue al observar el aumento de la mortalidad infantil en Rusia entre 1970 y 1974, y la suspensión de la publicación de estadísticas sobre este tema por parte de los soviéticos, cuando me di cuenta de que el régimen no tenía futuro”, dijo sobre su libro de 1976. En su nuevo texto aplicó el mismo análisis para Estados Unidos y buscó 

“Todo el bloque occidental está en una crisis terminal. Estamos asistiendo a la caída final de Occidente y me baso en tres factores”, argumentó Todd:

1. El declive industrial de Estados Unidos y el carácter ficticio de su PBI. En ese país hay una insuficiente formación de ingenieros (y un descenso del nivel educativo en general) además de una merma de la industria productiva: ambas cosas se necesitan en caso de guerra.

2. Fuerte aumento de las tasas de mortalidad en Estados Unidos. Todd subraya los altos índices de suicidios y homicidios y la supremacía de un nihilismo imperial expresado en la obsesión por la Guerra Infinita.

3. La decadencia intelectual, la desaparición de la ética del trabajo y una codicia masiva, cuyo nombre oficial es “neoliberalismo”. Todd explica esto a partir del colapso del protestantismo. “Mi libro es básicamente una secuela de ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’ de Max Weber, explica. “En vísperas de la guerra de 1914, Weber creía con razón que el ascenso de Occidente era, en el fondo, el ascenso del mundo protestante. El protestantismo había producido un alto nivel de educación, sin precedentes en la historia de la humanidad, la alfabetización universal, porque exigía que cada fiel pudiera leer la Biblia. Por otra parte, la necesidad de sentirse elegido por Dios condujo a una ética del trabajo y a una fuerte moral individual y colectiva que produjo un considerable avance económico e industrial.”

Todd, agrega -además- un interesante análisis sobre la (supuesta) futura derrota de la OTAN. “Observamos que su mecanismo militar, ideológico y psicológico no existe para proteger a Europa Occidental, sino para controlarla”, escribe. Según él, la guerra de Ucrania conducirá a la derrota de esa alianza militar. “El histórico eje París-Berlín ha sido sustituido por el eje Londres-Varsovia-Kiev y eso es el fin de Europa como actor geopolítico autónomo.”

El informe de la Rand Corporation tiene un título optimista Las fuentes del renovado dinamismo nacional, pero las conclusiones, en la misma línea de lo pronosticado por el ensayista francés, sugieren un declive que requiere una “renovación nacional anticipatoria” muy difícil de lograr. Según el experto norteamericano Michael J. Mazarr la “espiral descendiente” de Estados Unidos se ha acelerado por cuestiones internas y no tanto por factores externos como el creciente desafío directo de China y la pérdida de poder e influencia sobre las naciones en desarrollo.

Dice Mazarr: “los factores internos que determinan la irreversibilidad de la pérdida de la hegemonía son: 1) la desaceleración del crecimiento de la productividad, 2) el envejecimiento de la población, 3) la polarización del sistema político y un entorno informativo cada vez más corrupto.”

El documento subraya el tercer punto: la falta de consenso (a menudo extrema), tanto en la sociedad como entre los líderes políticos, no permite encontrar la forma de abordar los problemas y acelera la decadencia. En un año electoral, cuando las contradicciones internas se exponen al desnudo y los desafíos económicos aumentan, solo puede esperarse que el declive de Estados Unidos se acelere. No será en esta década ni en la próxima, pero según los expertos su destino está escrito."

( Telma Luizzani, Jaque al neoliberalismo, 14/05/24,  fuente Correo del Alba)

19.4.24

La piedra angular en torno a la cual gira la actual catástrofe europea es estrictamente cultural... se ha convertido en una rama perdedora de las universidades estadounidenses... En teoría económica, han desaparecido todas las teorizaciones independientes de la síntesis neoclásica... A nivel cinematográfico, el modelo de entretenimiento desechable al estilo Hollywood es el único existente, y todos somos más conscientes de lo que sucede en las calles de San Francisco que de lo que sucede en nuestros propios hogares... el sector de las las ciencias humanísticas, convertido en una especialidad museística, en parques de atracciones especializados... Los problemas de costumbres, desde el racismo hasta la corrección política, han sido importados con fuerza a Europa, ocupando el centro de la escena... El imaginario «rebelde» de las nuevas generaciones está colonizado por la rebeldía individual, la rebeldía de los esclavos que se quejan de no ser traficantes de esclavos... estos paradigmas que hacen imposible para la mayoría de la gente siquiera imaginar una alternativa al mundo actual. Una vez perdida la batalla de la identidad cultural, todas las demás batallas se pierden antes de que se desplieguen las tropas (Andrea Zhok)

 "A partir de la crisis de las hipotecas de alto riesgo hemos sido testigos de una verdadera debacle de las clases dominantes europeas frente a la hegemonía estadounidense. Europa no ha logrado imponer ninguna política que presente características de autonomía significativa y desarrollo de un modelo independiente. Los canales de contacto internacional anteriormente desarrollados con China, Rusia y el mundo islámico se mantuvieron durante algunos años, para proceder a su rápido desmantelamiento a partir del punto de inflexión de la pandemia.

Durante la pandemia asistimos a una coordinación de estrategias «sanitarias» lideradas por las autoridades estadounidenses (NSA, FDA) que involucraron a los países de la OTAN, la Commonwealth e Israel, es decir, todas las principales ramas del poder estadounidense, en un modelo común.

Con la guerra ruso-ucraniana, Europa aceptó condiciones de compromiso que significaban una subordinación total del aparato productivo europeo a las necesidades estadounidenses. La destrucción del North Stream 2 fue el sello simbólico de ello. La desindustrialización, que hasta ahora sólo se había iniciado en el sur de Europa en favor del norte de Europa –con la justificación de las “necesidades de austeridad”– ahora también ha comenzado a involucrar a la antigua locomotora alemana.

Que Europa no era capaz de imaginarse a sí misma como un modelo alternativo al americano desde hacía algún tiempo estaba claro desde los años 1990. Pero, durante casi dos décadas, el desafío del neoliberalismo de base europea consistió en creer que podía ser un competidor real de Estados Unidos; es decir: en creer que podía superar a Estados Unidos en su juego favorito, el mercado capitalista.

Y en cierto momento Europa descubrió que las aborrecidas soberanías, derrocadas en nombre de la globalización del mercado, eran la única fuente de autonomía y dirección incluso en un contexto capitalista. Porque Estados Unidos, que nunca dio crédito al cuento de hadas de la superación de las soberanías, impuso lo suyo a una Europa que se ha transformado en una aglomeración de lobbies privados injertados en instituciones sin carácter ni columna vertebral.

Uno puede verse tentado a leer la debacle de las clases dominantes europeas en términos de corrupción o chantaje. Uno observa los estragos de los altos representantes de las naciones europeas, que sacrifican sus intereses y venden a su propio pueblo, e imagina que el personaje X ha recibido una gran transferencia bancaria o el personaje Y está bajo chantaje. Pero estos casos, que ciertamente existen, no explican en absoluto el carácter radical de la catástrofe.

La piedra angular en torno a la cual gira la actual catástrofe europea es estrictamente cultural.

Es a nivel cultural que Europa, en su conjunto, se ha convertido en una rama perdedora de las universidades estadounidenses. Desde la década de 1990, cualquier reclamo de autonomía cultural europea prácticamente ha desaparecido.

En el nivel de la teoría económica, han desaparecido todas las teorizaciones independientes de la síntesis neoclásica, teorizaciones que quedan como notas a pie de página o capítulos obsoletos de la historia.

A nivel lingüístico, la atención a la lengua materna y a la riqueza de otras lenguas europeas ha sido sustituida por el inglés de conserjería, que ahora representa el codiciado pico de la «internacionalización» (esto se puede ver muy bien en la oferta educativa de Bachillerato y en el ámbito universitario).

A nivel cinematográfico, el modelo de entretenimiento desechable al estilo Hollywood es el único existente, y todos somos más conscientes de lo que sucede en las calles de San Francisco que de lo que sucede en nuestros propios hogares.

Todo el sector de las «Geisteswissenschaften», de las ciencias espirituales o humanísticas, ha sufrido una involución en el sentido de una especialidad museística que las transforma de gimnasios ciudadanos a parques de atracciones especializados, estrictamente inofensivos para los que están en el poder.

Los problemas de costumbres que ya hace tiempo que arrasan en Estados Unidos, donde se llevan cociendo desde hace cuarenta años (basta con mirar a cualquier clásico de Clint Eastwood), desde el racismo hasta la corrección política, han sido importados con fuerza a Europa, ocupando el centro de la escena.

El imaginario «rebelde» de las nuevas generaciones está colonizado por la rebeldía individual, la rebeldía de los esclavos que se quejan de no ser traficantes de esclavos (ver la música rap y el trap).

Etcétera, etcétera.

Si el problema fuera sólo corrupción y chantaje, bastaría con un debilitamiento de la voz del amo (que podría estar a la vuelta de la esquina) y Europa podría iniciar un proceso de emancipación.

Desafortunadamente, el verdadero problema es la introyección total de los paradigmas culturales del maestro, esos paradigmas que hacen imposible para la mayoría de la gente siquiera imaginar una alternativa al mundo actual. Una vez perdida la batalla de la identidad cultural, todas las demás batallas se pierden antes de que se desplieguen las tropas."               ( Andrea Zhok , El Viejo Topo, 19/04/24) 

18.2.24

Cuando los célebres disidentes descubren que la hierba no es más verde al otro lado... Ai Weiwei se suma a una larga lista de disidentes como Aleksandr Solzhenitsyn y Liu Xiaobo, que se desencantaron con Occidente... "Crecí en medio de una fuerte censura política, ahora me doy cuenta de que en Occidente se está haciendo exactamente lo mismo"... Refiriéndose a la suspensión de dos profesores de la Universidad de Nueva York por comentarios relacionados con Gaza, añadió: "Esto es realmente como una revolución cultural, que intenta destruir a cualquiera que [tenga] actitudes diferentes, ni siquiera una opinión clara. Así que creo que es una pena que esto haya ocurrido en Occidente, tan ampliamente en las universidades, en los medios de comunicación, en todas partes. En las universidades o en el sector político, en todas partes, no se puede hablar de la verdad"

 "Tras criticar a Israel por su operación militar de tierra quemada en Gaza y defender los derechos humanos de los palestinos, el artista disidente chino Ai Weiwei vio cómo en noviembre se cancelaba abruptamente la exposición que tenía prevista desde hacía tiempo en la famosa galería Lisson de Londres. Preguntado el fin de semana en el programa británico de actualidad Sunday Morning, el artista de 66 años lo comparó con la censura política en China.

    "Crecí en medio de una fuerte censura política", dijo. "Ahora me doy cuenta de que en Occidente se está haciendo exactamente lo mismo".

Refiriéndose a la suspensión de dos profesores de la Universidad de Nueva York por comentarios relacionados con Gaza, añadió: "Esto es realmente como una revolución cultural, que intenta destruir a cualquiera que [tenga] actitudes diferentes, ni siquiera una opinión clara. Así que creo que es una pena que esto haya ocurrido en Occidente, tan ampliamente en las universidades, en los medios de comunicación, en todas partes. En las universidades o en el sector político -en todas partes- no se puede hablar de la verdad".

Es un fenómeno recurrente. Famosos disidentes de Estados enemigos de Occidente descubren que el otro bando no es mucho mejor e incluso puede ser peor en algunos aspectos.

Sería casi desgarrador que disidentes -como Aleksandr Solzhenitsyn, el novelista de la era soviética- se dieran cuenta de que no eran bienvenidos criticando a Occidente, y que su verdadero valor no estaba en decir la verdad tal y como ellos la veían, sino sólo en servir a la propaganda occidental contra sus propios gobiernos.

 Liu Xiaobo

Liu Xiaobo murió en una prisión china. A pesar de que en Occidente se le idolatraba, Liu Xiaobo se dio cuenta muy pronto de que no era lo que se esperaba de él tras una breve estancia en Nueva York para cursar estudios en la Universidad de Columbia al principio de su carrera, en 1988-89. 

De hecho, abandonó su generoso alojamiento en Columbia para apoyar a los manifestantes de la plaza de Tiananmen. Esa decisión selló su destino. Si se hubiera quedado, probablemente habría disfrutado de un cómodo exilio, con un puesto académico bien remunerado, en Estados Unidos. Pero no fue ésa la vida que eligió. En un ensayo escrito sobre su experiencia en Estados Unidos, se criticaba a sí mismo y a su falsa idolatría de la cultura occidental.

 Abarcaba un amplio abanico de temas, pero cuando hablaba de los valores trascendentes y de por qué Lu Xun, el gran novelista chino moderno, murió desesperado -porque el arraigado naturalismo chino ateo de Lu prohibía cualquier valor trascendente-, Liu podría haber revelado más sobre sí mismo de lo que creía.

No sé si sus críticas a Lu fueron justas o acertadas. Pero su discurso sobre los pecados y la redención, sobre la obsesión por uno mismo, el orgullo y la necesidad de sacrificio, presagiaba el resto de su trágica vida. Era casi cristiano.

 Está claro que si Liu hubiera nacido occidental, habría sido un feroz crítico de la cultura occidental, pero como nació chino, su disidencia siguió su propio y trágico curso nacional. El ensayo, a pesar de su atención hiperconsciente a los propios estados de ánimo y actitudes del autor, típica de gran parte del discurso intelectual chino del siglo XX, es profundamente conmovedor y merece la pena leerlo.

Escribió: "Mi posición era la de un nacionalista estrecho que intentaba utilizar la cultura occidental para reformar China. Sin embargo, mi crítica de la cultura china se basaba en una versión idealizada de la cultura occidental. Pasé por alto, o evité a propósito, las limitaciones de Occidente, incluso aquellas debilidades de las que ya era consciente. Por tanto, era incapaz de realizar un examen crítico de mayor nivel de la cultura occidental, que se centrara en las debilidades de la propia humanidad".

Fue despiadado con su falsa idolatría de Occidente.

"Todo lo que pude hacer fue 'congraciarme' con la cultura occidental, glorificándola de una manera bastante desproporcionada con la realidad, como si no sólo tuviera la llave de la salvación de China, sino que contuviera todas las respuestas a los problemas del mundo", escribió.

"Pero ahora, mirando más allá, es evidente que mi idealización de Occidente era una forma de hacerme pasar por un auténtico Mesías. Siempre desprecié a las personas que se arrogaban el papel de salvadores; ahora me doy cuenta de que, ebrio de la noción de mi propia beneficencia y poder, estaba desempeñando -conscientemente o no- un papel que detestaba... Sé que la cultura occidental puede utilizarse en la actualidad para cambiar China, pero no puede salvar a la humanidad a largo plazo. Porque las debilidades de la cultura occidental ponen de relieve los defectos congénitos de la humanidad".

La presunción de superioridad de los occidentales siempre estuvo ahí, incluso cuando ejercían una autocrítica racional, a diferencia de los no occidentales, a los que se suponía incapaces de ello.

"Por muy estridentes que sean en su crítica al racionalismo los occidentales, por mucho que los intelectuales occidentales intenten negar el expansionismo colonial y el sentido de superioridad del hombre blanco, cuando se enfrentan a otras naciones, los occidentales no pueden evitar sentirse superiores", escribió.

    "Incluso cuando se critican a sí mismos, se obsesionan con su propio valor y sinceridad. En Occidente, la gente puede aceptar con calma, incluso con orgullo, las críticas que se hacen a sí mismos, pero les resulta difícil soportar las críticas que vienen de otros lugares. No están dispuestos a admitir que la crítica racionalista del racionalismo es un círculo vicioso de autoengaño. Pero entonces, ¿quién puede encontrar una herramienta crítica mejor?".

Aleksandr Solzhenitsyn

En sus memorias escritas en el exilio en Estados Unidos, Solzhenitsyn se quejaba de "un Occidente incomprensivo y cada vez más hostil", no sólo al imperio soviético, al que se oponía, sino al espíritu ruso que creía encarnar.

"La insana dificultad de la situación es que no puedo aliarme con los comunistas, los carniceros de nuestro país, pero tampoco puedo aliarme con los enemigos de nuestro país", escribió.

    "Y en todo este tiempo no tengo ningún terreno que me apoye. El mundo es grande y no hay adónde ir. Aquí, en Estados Unidos, no soy verdaderamente libre, sino de nuevo enjaulado".

A los estadounidenses les puede parecer extraño, incluso descortés por su parte. ¿No era Estados Unidos el nirvana de la libertad humana? Pero el escritor ruso distinguía entre independencia y libertad. Estados Unidos era enorme, y en los bosques de Vermont, él y su mujer podían encontrar independencia, pero no verdadera libertad.

Para Solzhenitsyn, la izquierda estadounidense estaba obsesionada con el marxismo abstracto, pero no con su práctica real. A la derecha sólo le interesaba cuando criticaba a los soviéticos, pero no cuando arremetía contra Occidente o Estados Unidos. Les molestaba especialmente que celebrara abiertamente su amor por Rusia y su profunda misión civilizadora espiritual.

Norman Podhoretz, uno de los primeros neoconservadores influyentes y partidario inicial, acabó denunciando su presunto antisemitismo y eslavofilia.

Solzhenitsyn anhelaba el renacimiento de Rusia y temía que, en la Guerra Fría, Occidente destruyera no sólo el malvado imperio soviético, sino también la Rusia espiritual y la contaminara con su capitalismo. No estaba muy equivocado.

A menudo he pensado que, si viviera hoy, sería alguien como Alexander Dugin, el ideólogo y filósofo ultranacionalista descrito a veces como "el cerebro de Putin", que en 2022 fue objeto de un atentado que acabó con la vida de su hija. De hecho, los dos hombres se parecían con sus barbas desaliñadas.

Hoy en día, Solzhenitsyn probablemente habría exaltado la unión sagrada e inquebrantable entre Ucrania y la Madre Rusia.Occidente debería aprender ya que celebrar a los disidentes de otros países, especialmente a aquellos con gran inteligencia e integridad, es un arma de doble filo."                

(Alex Lo, periodista en Toronto y Hong Kong, Brave New Europe, 12/02/24; traducción DEEPL)

31.10.23

Wolfgang Münchau: Putin consiguió unir a los europeos en el apoyo a Ucrania. Pero Israel y Palestina nos dividen... si la cuestión tiene esa importancia existencial para nosotros, ¿por qué la UE no tiene prácticamente ninguna influencia política en Oriente Próximo o en el norte de África? Mientras Europa trata de encontrar las palabras adecuadas, la verdadera diplomacia tiene lugar en otros sitios... Putin podría beneficiarse de una guerra que redefina la naturaleza del conflicto como una guerra entre Occidente y el resto... Lo que está ocurriendo es la culminación de décadas de complacencia geopolítica. No ha acordado ninguna estrategia de salida para la guerra de Ucrania... No se puede culpar a la UE por ser la UE. No es un Estado, no tiene los instrumentos de un Estado soberano, y sería un error fingir que los tiene

 "Si quieren conocer las preferencias de los europeos comprometidos con la política, pregúntenles cuál es su postura respecto a Israel y Palestina. Con toda probabilidad, los centristas —tanto de centroizquierda como de centroderecha— le dirán que apoyan a Israel. Los izquierdistas del ala dura apoyan a los palestinos. Y la extrema derecha odia a ambos. El conflicto entre israelíes y palestinos, que dura ya una década, ha sido durante muchos años uno de los temas que han definido la política en muchos países de la Unión Europea (UE).

Aunque ustedes no pertenezcan a las comunidades judía o musulmana, ni tengan vínculos con ellas, lo más probable es que mantengan opiniones firmes sobre el tema. Durante un tiempo, Vladímir Putin consiguió unir a los europeos en el apoyo a Ucrania. Pero Israel y Palestina nos dividen. Las discrepancias surgieron en la política de la UE dos días después del atentado terrorista de Hamás, cuando Olivér Várhelyi, comisario europeo responsable de las relaciones con los países vecinos, anunció la suspensión inmediata de la ayuda de la UE a Palestina. Su declaración provocó el rechazo de los Estados miembros y de los otros comisarios. Ahora la suspensión está suspendida.

La Francia Insumisa, la coalición de la izquierda francesa liderada por Jean-Luc Mélenchon, emitió una declaración en la que hablaba de “la ofensiva armada de las fuerzas palestinas dirigidas por Hamás”. Esto provocó una previsible reacción violenta en la Asamblea Nacional. Los ministros de Asuntos Exteriores de la UE no lograron ponerse de acuerdo sobre si pedir o no un alto el fuego. Estalla la guerra en Oriente Próximo y los europeos se enzarzan por una elección de palabras.

Sin embargo, me pregunto: si la cuestión tiene esa importancia existencial para nosotros, ¿por qué la UE no tiene prácticamente ninguna influencia política en Oriente Próximo o en el norte de África? La diplomacia de la UE se reduce por lo general a encontrar las palabras apropiadas para las declaraciones conjuntas: ¿aceptamos el derecho de Israel a responder incondicionalmente al ataque terrorista de Hamás? ¿O añadimos la frase “de acuerdo con el derecho internacional”? ¿O lo condicionamos a que Israel no provoque una escalada? Estos fueron los debates que mantuvo la UE en los días posteriores al ataque.

Mientras Europa trata de encontrar las palabras adecuadas, la verdadera diplomacia tiene lugar en otros sitios. Estados Unidos es la única potencia occidental con alguna influencia sobre el Gobierno de Israel. El turco Recep Tayyip Erdogan se ofreció a mediar [el jueves realizó unas declaraciones en las que se enfrentó a Israel]. Vladímir Putin también tiene aliados cercanos en la región. Y podría beneficiarse de una larga guerra que desvíe la atención de Ucrania y que redefina la naturaleza del conflicto como una guerra entre Occidente y el resto.

El contraste entre la falta de influencia de la UE y la importancia análoga de Oriente Próximo en nuestra política interior da a entender que hay algo en la política exterior de la UE que básicamente no funciona. La Unión Europea depende militarmente de Estados Unidos. A pesar de su tamaño y de su riqueza, no puede interrumpir unilateralmente la ayuda financiera a Ucrania. Sus ambiciones se reducen a un mercado único, una unión aduanera, una política agrícola y una moneda única.

Una ocasión en la que la UE sí utilizó sus poderes en aras de un objetivo geopolítico fue para imponer sanciones a Rusia. Sin duda, surtieron efecto, pero acabaron perjudicando más a la UE que al país exsoviético. Los dirigentes occidentales subestimaron la rapidez con que se ajustan las cadenas mundiales de suministro y lo difícil que resulta aislar a un país del tamaño de Rusia. Según las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rusia crecerá este año más que Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. ¿Recuerdan los exultantes comentarios de hace un año cuando los europeos se felicitaban por su solidaridad tras el ataque de Putin? ¿Y las vehementes declaraciones de que solo valdrá una victoria total?

Para algunos, la estrategia de la UE de utilizar el poder blando en geopolítica es una característica, no un defecto. Yo veo el poder blando como un eufemismo de diplomacia de talonario. Era muy apropiado para el suave clima geopolítico de los últimos 30 años. Pero la guerra de Ucrania ya ha puesto de manifiesto sus límites. Los países europeos se las han visto y se las han deseado para encontrar un equilibrio entre la petición de armamento por parte de Ucrania y el mantenimiento de sus capacidades defensivas. A diferencia de Estados Unidos, muchos países de la UE no tienen la capacidad, y mucho menos los nervios, para librar dos guerras subsidiarias al mismo tiempo.

Lo que está ocurriendo es la culminación de décadas de complacencia geopolítica. La UE está muy mal preparada para un regreso de Donald Trump, o para cualquier futuro presidente estadounidense que no sea Joe Biden. No ha acordado ninguna estrategia de salida para la guerra de Ucrania. Cuando llegue el momento de llegar a un acuerdo con Moscú, y de pagar los enormes costes de la reconstrucción de Ucrania, supongo que habrá menos europeos envolviéndose en la bandera de Ucrania que el año pasado. Los costes acabarán siendo más elevados de lo que dan a entender los cálculos actuales. Poca gente ha tenido en cuenta el impacto de los altos tipos de interés en cualquier programa de este tipo si se financia mediante deuda, como seguramente ocurrirá. Los grandes contribuyentes netos de la UE, como Alemania y Países Bajos, se convertirían en contribuyentes aún mayores. Muchos de los receptores netos, como Polonia y Hungría, se convertirían en contribuyentes netos.

No se puede culpar a la UE por ser la UE. No es un Estado, no tiene los instrumentos de un Estado soberano, y sería un error fingir que los tiene. Si la UE insiste en un modelo en el que la política exterior se gestiona sobre una base intergubernamental, como sucede hoy en día, no debería sorprendernos que su influencia se quede corta en relación con sus pretensiones.

Me viene a la mente una imagen de mi primera infancia: la de un libro infantil alemán de hace más de medio siglo. Uno de los personajes secundarios era un supuesto gigante que parecía enorme desde lejos, pero que se volvía más pequeño cuanto más te acercabas a él. La UE es el gigante imaginario de la geopolítica. No se acerquen demasiado."       (Wolfgang Münchau , El Paìs, 27/10/23)

9.8.23

La decisión era absurda... Margrethe Vestager, Comisaria europea de Competencia, decidió nombrar economista jefe de su dirección general a una estadounidense, Fiona Scott Morton, que había trabajado para la administración Obama, y en Apple, Amazon, Microsoft, Sanofi y Pfizer... Scott Morton trabajó con Obama en una administración claramente ineficiente en lo que se refiere al antitrust... El enfoque erróneo de Scott Morton fue nefasto en muchos sentidos: sectores más concentrados, salarios más bajos y precios más altos y mayores riesgos sistémicos.... cuando Biden llegó al poder, cambió por completo el enfoque, para revertir muchos de los errores de Obama... Y, en esa tesitura, lo que hace Europa es intentar traerse a Competencia a la persona con el enfoque erróneo... las políticas que los estadounidenses van desechando las recogemos nosotros... ocurre así en Competencia, en desarrollo industrial, y en la austeridad estricta; cuando EEUU desecha el neoliberalismo, Europa quiere conservarlo añadiendo inversión en defensa... da muchas pistas sobre cómo se pretende encarar el futuro económico de la UE... porque Scott Morton tuvo el apoyo de un buen número de economistas ortodoxos que la percibían como una opción adecuada; entre ellos figuraban varios premios Nobel, y también Luis Garicano, ahora en la fundación del PP. Es decir, buena parte de los causantes de los problemas europeos, de quienes promovieron los enfoques erróneos, de quienes difundieron ideas equivocadas de la globalización feliz que estamos pagando ahora, y cuyas fórmulas han dejado a Europa en el vacío, han sido los valedores de Scott Morton... las señales no son muy positivas

 "La decisión era absurda desde cualquier perspectiva posible. Margrethe Vestager, Comisaria europea de Competencia, decidió nombrar economista jefe de su dirección general a una estadounidense, Fiona Scott Morton, que había trabajado para la administración Obama, y a la que empresas como Apple, Amazon, Microsoft, Sanofi y Pfizer emplearon una vez que su desempeño institucional terminó. El Parlamento Europeo se rebeló de manera contundente contra la decisión de Vestager, y Francia puso el grito en el cielo. Finalmente, se dio marcha atrás y Scott Morton renunció al cargo.

Hubo dos argumentos que centraron el debate, la nacionalidad de la nombrada y su idoneidad para el cargo, dado que tendría que investigar a empresas para las que había trabajado. La primera fue objeto de muchas críticas, incluso se llegó a acusar a los reticentes de xenófobos, ya que lo que debería valorarse era la capacidad de Scott Morton, y no su lugar de nacimiento. También hubo quienes señalaron la ausencia de reciprocidad como argumento: EEUU nunca habría puesto al frente de su división antitrust a una europea. El fondo de este asunto era evidente: en una época donde la geopolítica es cada vez más relevante, situar a una estadounidense, que principalmente tendría que dedicarse a regular la acción de empresas estadounidenses en Europa, sonaba muy extraño. Claramente inadecuado, desde luego, pero también cargado de preocupante simbolismo.

 El segundo asunto tenía que ver con sus lazos personales con esas compañías, lo que añadía todavía más carga negativa. Las empresas más importantes, con más poder, y a las que Europa está intentando poner coto, son las tecnológicas, y Scott Morton había trabajado para varias de ellas. E igualmente ocurría con las farmacéuticas. No parecía buena idea, desde ningún punto de vista, que una persona con ese historial, y especialmente con las perspectivas que había manejado sobre Competencia, ingresara en un organismo con poderes reguladores que tendrán un peso evidente para los europeos en los próximos años. Las sombras de sospecha estarían permanentemente presentes.

La otra perspectiva

Pero quizá sea todavía más preocupante la tercera arista, la más significativa y sobre la que apenas se ha puesto énfasis, que arroja muchas dudas acerca de si se están encarando los tiempos con la visión que requieren. Scott Morton trabajó con Obama en una administración claramente ineficiente en lo que se refiere al antitrust. Fueron años en los que se profundizó en los males que aquejaban a la economía estadounidense, y al reparto de poder dentro de ella, y en los que se permitió que muchas firmas, empezando por las tecnológicas, acumularan un poder y una influencia excesivos, en la economía y en la política. La paradoja fue, para los demócratas, que aquello que crearon se les volvió en contra: las acusaciones acerca de interferencias rusas en sus elecciones, la difusión de noticias falsas y el papel ideológico que jugaron en la llegada al Capitolio de Trump y la polarización creciente fueron consecuencia de este nuevo poder que permitieron y alentaron.

 El enfoque erróneo de Scott Morton fue nefasto en muchos sentidos: sectores más concentrados, salarios más bajos y precios más altos y mayores riesgos sistémicos. La constatación de este cúmulo de despropósitos reside en que, cuando Biden llegó al poder, cambió por completo el enfoque y situó a Lina Khan al frente de la Federal Trade Commision estadounidense, el antitrust, una mujer con una perspectiva mucho más adecuada y mucho más aguerrida a la hora de defender un mercado más limpio y menos concentrado. Las tensiones en esa área son notables en EEUU, porque Biden está decidido a revertir muchos de los errores de la administración de Obama.

Y, en esa tesitura, lo que hace Europa es intentar traerse a Competencia a la persona con el enfoque erróneo. Suena a esos coches en malas condiciones que se enviaban a las colonias porque en las metrópolis ya no había quien los comprase. Suena a querer operar con las mismas fórmulas que en 2010 más de una década después. Suena a promover el declive en lugar de revertirlo.

Lo que ya no quieren, lo cogemos nosotros

Esto es preocupante en muchos sentidos. Más allá de tensiones entre los países y la Comisión, o la situación débil en que deja a Vestager, y a Von der Leyen (con la tensión entre esta y Manfred Weber en el seno del Partido Popular Europeo), da muchas pistas sobre cómo se pretende encarar el futuro económico de la UE.

 Recordemos que Scott Morton tuvo el apoyo de un buen número de economistas ortodoxos que la percibían como una opción adecuada; entre ellos figuraban varios premios Nobel, y también Luis Garicano, ahora en la fundación del PP. Es decir, buena parte de los causantes de los problemas europeos, de quienes promovieron los enfoques erróneos, de quienes difundieron ideas equivocadas de la globalización feliz que estamos pagando ahora, y cuyas fórmulas han dejado a Europa en el vacío en este tiempo, han sido los valedores de Scott Morton. Los estadounidenses han dejado bien claro que estamos en otra época, y fueron los primeros en proclamarlo, y los chinos saben muy bien el lugar que ocupan, y los europeos queremos regresar a 2010.

En ese contexto, las recetas que vienen, y de las que el nombramiento de Scott Morton formaba parte, suenan a una preocupante falta de perspectiva en la UE, en lo geopolítico, en lo estratégico y en lo económico. Parece que nos toca recibir los coches que ya no funcionan en las metrópolis: las políticas que los estadounidenses van desechando las recogemos nosotros; ocurre así en Competencia, en desarrollo industrial, y en la austeridad estricta; cuando EEUU desecha el neoliberalismo, Europa quiere conservarlo añadiendo inversión en defensa.

Todo esto es muy relevante, porque la acción del Gobierno que salga de las urnas va a estar determinada por lo que ocurra en el centro de Europa. Y, de momento, las señales no son muy positivas."               (Esteban Hernández , El Confidencial, 23/07/23)

14.7.22

¿Por qué la sociedad ha estado dispuesta a tolerar las mentiras y la inmoralidad personal de Boris Johnson? Porque el neoliberalismo ha conseguido destruir los valores sociales, hasta el punto de que el comportamiento antisocial e incluso sociopático ya no parece vulgar... A medida que el poder militar, económico y político del Reino Unido se ha derrumbado, también lo han hecho sus costumbres políticas, tanto para bien como para mal. Johnson no es más que un zurullo arrojado a la cima de la cloaca de la decadencia británica

 "(...) Se han escrito acres en los medios de comunicación sobre la mentira y la inmoralidad personal de Johnson, pero hay muy pocos esfuerzos serios para entender por qué tantos en la sociedad han estado dispuestos a tolerar esto. La respuesta es que el neoliberalismo ha conseguido destruir los valores sociales, hasta el punto de que el comportamiento antisocial e incluso sociopático ya no parece vulgar.

En una sociedad en la que la autoridad aprueba, y construye un sistema para permitir, fortunas personales de 200.000 millones de dólares o más mientras millones de niños en el mismo país están realmente hambrientos y mal alojados, ¿qué valores le dice la estructura sociopolítica a la gente? ¿Qué valor tiene la empatía? La ambición despiadada y el acaparamiento de recursos se aplauden, se fomentan y se presentan como el modelo a seguir.

Cada vez más, o eres parte de la élite o estás luchando.

En el Reino Unido, el sueño thatcheriano de la propiedad masiva se cancela abruptamente. La movilidad social y la meritocracia pasan de ser una oportunidad de ascenso social a gran escala para las multitudes, a convertirse en los Juegos del Hambre. Donde un número significativo de jóvenes ve su mejor oportunidad de bienestar financiero como la selección para Love Island, ¿cómo esperamos que les repugne que Johnson tuviera múltiples aventuras mientras su entonces esposa luchaba contra el cáncer?

Johnson es explícitamente un devoto de la teoría del gran hombre de la historia. Pero, de hecho, su sorprendente carrera política no es en sí misma más que un síntoma de la decadencia del Reino Unido, que pasó de ser una gran potencia imperial a la desintegración del Estado metropolitano (esto último, por supuesto, empezó a tener efecto formal en 1921).

El Brexit no fue más que una convulsión, ya que el Reino Unido pasó por el trauma psicológico de aceptar su cambio de estatus de gran potencia a estado europeo razonablemente superior. Hay un gran tratado por escribir sobre esto y la consecuente ola de nacionalismo populista inglés.

Se puede observar el uso constante por parte de los tories de la frase "líder mundial" en circunstancias risibles, el hecho de que incluso ayer Starmer sintiera la necesidad de comentar el colapso del gobierno mientras estaba plantado entre tres Union Jacks, el militarismo constante y la fetichización de las fuerzas armadas en la televisión, y el deseo de gloria reflejada luchando en una gran guerra hasta la sangre del último ucraniano.

La meticulosa recopilación de Peter Oborne sobre las mentiras de Johnson muestra lo peculiar que es que la crisis se produzca por una mentira comparativamente menor sobre el conocimiento de un mal comportamiento sexual, en la que Johnson por una vez no estuvo personalmente implicado. Pero es un error pensar que Johnson es único. El maravilloso libro de Oborne The Rise of Political Lying (El auge de la mentira política) relata el ataque masivo a las normas gubernamentales perpetrado por el charlatán Tony Blair.

Johnson es sólo una parte de un proceso. A medida que el poder de un Imperio se desintegra, también lo hacen sus costumbres. Desde la segunda guerra mundial, más de sesenta estados se han independizado del dominio británico. Los trozos rosas del mapa ("esta colonia es de donde viene tu tapioca") que me enseñaron con tanto orgullo en la escuela primaria se han ido reduciendo y encogiendo. Gracias a Dios, a los niños ya no se les enseña a cantar "Over the seas there are little brown children" que necesitan ser convertidos (a mí me lo enseñaron de verdad, no me estoy inventando nada).

A medida que el poder militar, económico y político del Reino Unido se ha derrumbado, también lo han hecho sus costumbres políticas, tanto para bien como para mal. Johnson no es más que un zurullo arrojado a la cima de la cloaca de la decadencia británica. (...)

El Reino Unido está sumido en la confusión sociopolítica desde 2016 y ahora está entrando en una profunda crisis económica. Estos mismos días son el fin de los tiempos del Reino Unido. ¡Alégrense! (...)"                       (Craig Murray es un ex diplomático británico, Brave new Europe, 07/07/22)

7.4.22

El mayor perjuicio de este entorno que define la innovación como la recreación del pasado mediante su adaptación al espectáculo, es que nos conduce hacia la incapacidad para pensar lo importante, es decir, lo estructural... Y estamos en un instante político, geopolítico y económico, en que necesitamos un pensamiento diferente desde un punto de vista puramente pragmático: con las fórmulas actuales no modificamos nada; empeoramos los problemas, porque nos han cambiado el escenario... La reducción de la política al espectáculo, con la consiguiente desaparición de lo estructural de escena, es especialmente grave en lo ideológico y en lo económico porque impide que lo nuevo de verdad aparezca: no puede haber innovación sin modificar las estructuras

 "Probablemente, el mayor problema político y económico de nuestra época consista en la incapacidad para pensarla en términos pragmáticos. Nos pasamos la vida poniendo nombres en inglés a viejas y malas prácticas que se vuelven más aceptables gracias a una nueva terminología, o utilizando eufemismos en economía y en política internacional para no llamar a las cosas por su nombre y, de esta manera, suavizar sus consecuencias. Nos pasamos la vida alabando la novedad y la innovación, pero solo para huir de la realidad. 

 Probablemente, haya sido el teórico cultural Boris Groys el que mejor haya definido la versión hoy dominante de la innovación. Para Groys, lo nuevo no se constituye a partir del descubrimiento de lo que estaba escondido o haciendo comparecer lo que nunca habíamos pensado, sino transmutando el valor de algo que era visto y conocido desde siempre. Aquello que era considerado profano, extraño, primitivo o vulgar se higieniza y reaparece en el primer plano cultural, cobrando un valor inesperado.

El 'gin-tonic' y el Benidorm Fest

Esta misma idea aparece en muchos movimientos culturales de nuestro tiempo. El festival de Benidorm y el de Eurovisión son también buenos ejemplos. Se trata de certámenes cuyo interés y prestigio había decaído, y gracias a una transmutación, en general ligada a una ideología lúdica, adquieren nuevo brillo, interesan a cada vez más gente y se convierten en tendencia inevitable. Pero ha ocurrido con muchas otras cosas, desde el 'gin-tonic', bebida obrera por excelencia décadas atrás reconvertida en artículo de prestigio, hasta el alimento cogido directamente de la huerta, hace décadas una cosa pobre y poco higiénica que ahora es símbolo de calidad, salud y respeto por la naturaleza.

 Sin duda, estas operaciones no dejan de contener elementos políticos, ya que son reconversiones que se toman como símbolo de modernidad y de comunión con lo popular, se convierten en algo totalmente actual y plenamente reivindicable, y por tanto generan un terreno idóneo para la guerra cultural. En el festival de Benidorm hemos visto cómo elementos poco valiosos en los tiempos de la innovación, como la música popular regional (en este caso gallega) suscitan adhesiones fervorosas, y cómo elementos que se ocultaban a la vista, como las tetas, son exhibidos y celebrados con alegría y energía, reconvirtiéndolos en fuente de orgullo. Es un tipo de transmutación que entronca claramente con la propuesta de Groys y que, como pasaba con los barrios gentrificados, se convierte en tendencia y, a la vez, en generación de ingresos.

Estas cuitas culturales se han convertido en el motor de buena parte de las discusiones sociales, en la medida en que ponen de relieve el eje fundamental desde el que todas ellas se desarrollan, el de la modernidad contra el pasado. Con un punto de vista peculiar, porque han servido para que quienes recuerdan el pasado sean llamados neorrancios por quienes recrean continuamente el pasado. Más allá de los gustos musicales de cada cual, que cada uno tiene los suyos, no deja de ser una paradoja que quienes celebran algo que estaba tan desprestigiado como los festivales de Benidorm o Eurovisión, los vean ahora como modernos y empoderadores mientras señalan como anticuados y retrógrados a quienes señalan que no hace tanto los salarios y las oportunidades laborales eran mejores.

En fin, la creación actual literaria, cinematográfica y musical vive ancladas en esta permanente mirada hacia atrás para ver qué se puede actualizar, en este rebuscar una vez tras otra en los archivos, pero también ocurre con la política y la economía, y con consecuencias bastante graves.

La incapacidad para pensar lo importante

Como aspecto significativo, aunque no del todo relevante, hay que señalar que las grandes innovaciones en la política española de los últimos tiempos, las que trajeron los nuevos partidos, han consistido en traer a escena elementos desprestigiados, asumidos o sin valor, para llevarlos al centro del debate. Le ocurrió a Podemos con el Régimen del 78, y con la idea de que la derecha actual no es más que la continuación del franquismo por un nuevo camino; le ocurre a Vox cuando quiere volver a poner en el debate asuntos culturales como el divorcio, el aborto, las costumbres sexuales o la organización autonómica. Algo que se entendía superado, y que por tanto ya no tenía valor político, cobra nuevo interés gracias a su reactualización. Tampoco los partidos dominantes en España han escapado a esta tentación, y todo lo que ofrecen son las mismas fórmulas de hace diez o quince años, puestas en valor a través de la peligrosidad creciente de sus rivales. Todo lo nuevo que traen es la elevación de tono: del 'España se rompe' se ha pasado al 'Comunismo o libertad'. Mientras, la izquierda solo acierta a esgrimir la alerta antifascista. 

 Esta recuperación espectacular del pasado es notablemente perniciosa, y no tanto por su habilidad para enredarnos en discusiones culturales continuas, como por la incapacidad que arroja a la hora de pensar un mundo que está cambiando de manera profunda. El mayor perjuicio de este entorno que define la innovación como la recreación del pasado mediante su adaptación al espectáculo, es que nos conduce hacia la incapacidad para pensar lo importante, es decir, lo estructural. (...)

Lo que nos impide cambiar las cosas

Este permanente mirar atrás no hace más que borrar del mapa el pensamiento estructural, el que va al núcleo, a la raíz. Con una primera consecuencia, el ahogamiento de cualquier tipo de pensamiento crítico. Por decirlo en términos de Héctor G. Barnés, "hemos renunciado a que haya una alternativa, un canon y un contracanon, una visión de futuro que ponga en cuestión lo establecido como ocurrió tradicionalmente en la música popular". Y estamos en un instante político, geopolítico y económico, en que necesitamos un pensamiento diferente desde un punto de vista puramente pragmático: con las fórmulas actuales no modificamos nada; empeoramos los problemas, porque nos han cambiado el escenario. 

 Es cómodo, no obstante, porque permite seguir trasladando al plano cultural las discusiones, y seguir argumentando a partir de la tensión entre el pasado y el presente, entre lo moderno y lo antiguo. Mediante ese desplazamiento, todo aquello que da forma a nuestro mundo, lo que lo articula y estructura, desaparece de escena. Convertir en asuntos políticos un himno a la teta o una canción regional popular no deja de ser un entretenimiento, similar al causado por una polémica arbitral en un partido de fútbol o por la enésima ruptura de la relación de un par de famosos. Quizá atribuir tanta relevancia simbólica a unas cuantas canciones no sea más que una forma de compensar la impotencia política de quienes los esgrimen.

La reducción de la política al espectáculo, con la consiguiente desaparición de lo estructural de escena, es especialmente grave en lo ideológico y en lo económico porque impide que lo nuevo de verdad aparezca: no puede haber innovación sin modificar las estructuras. O, por decirlo de otra manera, esa continua repetición de lo mismo nos impide innovar de verdad. Esto es, cambiar las cosas."                         (Esteban Hernández, El Confidencial, 29/01/22)

15.2.22

Los políticos estadounidenses se dedican a tapar los problemas sociales causados por el capitalismo lucrativo... Para evitar el éxito de los críticos del capitalismo, los políticos del establecimiento de Estados Unidos promueven la ira popular contra una serie de "causas" relacionadas con el propio declive del capitalismo que no pueden admitir ni reconocer abiertamente... Esto se consigue culpando en voz alta y repetidamente a ciertos chivos expiatorios: los inmigrantes, China, Rusia, los negros y morenos, los laicistas, las mujeres y los liberales... Dado que Estados Unidos perdió sus guerras en Vietnam, Afganistán e Irak, estas guerras deben ser negadas, desplazando la culpa hacia hacia alguien. Lo mismo se aplica a la disminución de la capacidad de Estados Unidos para controlar la política de América Latina... la culpa de esa amenaza debe desplazarse a los chinos, a Rusia, aliada de China, o a los políticos estadounidenses anteriores... Irónicamente, el hecho de que las corporaciones capitalistas se beneficiaron enormemente al trasladar la producción a China, rara vez se menciona como causa de la amenaza a la hegemonía global de los Estados Unidos... del fracaso estadounidense ante el Covid, Se exime cuidadosamente de la culpa al motivo del beneficio que llevó a los productores de pruebas, máscaras y ventiladores, así como a los operadores de los hospitales, a invertir en otros lugares y no en la producción y el almacenamiento seguro de pruebas, máscaras y ventiladores

 "El declive del capitalismo estadounidense y de su posición imperial provoca temor entre sus principales políticos. Su respuesta, en gran parte, ha sido negar que se esté produciendo tal declive. Estos políticos lo hacen en parte actuando como si Estados Unidos siguiera en la posición dominante mundial que ocupaba en la segunda mitad del siglo XX. 

Así, para mantener esta ilusión, inician guerras en Oriente Medio, mantienen bases militares en docenas de países, intervienen en otros países a voluntad y describen a Estados Unidos como el garante mundial de la paz, la seguridad y la democracia.

Sin embargo, estos políticos estadounidenses también perciben lo que la población siente: que el declive del capitalismo y la hegemonía de Estados Unidos está ocurriendo realmente. Así que las repetidas negaciones, aunque reconfortan a los ciudadanos del país, no bastan para controlar la opinión popular y, por tanto, el sentido común. Los políticos de la corriente dominante, tanto en el establishment republicano como en el demócrata, trabajan para anticiparse y desviar estos sentimientos populares ante cualquier posibilidad de que evolucionen hacia una crítica sistémica.

Estos políticos, que han visto cómo los críticos del capitalismo estadounidense crecían en número y se hacían oír cada vez más en la última década, están convirtiendo lentamente los sentimientos populares relacionados con el declive del capitalismo en anticapitalismo. Los críticos, por su parte, culpan a los capitalistas y a sus sistemas establecidos de este declive.

Para evitar el éxito de los críticos del capitalismo, los políticos de la corriente principal de Estados Unidos promueven la ira popular contra una serie de "causas" relacionadas con el propio declive del capitalismo que no pueden admitir ni reconocer abiertamente. Su objetivo es desplazar la ira popular y redirigir el deseo de la gente de protestar contra el declive económico y social que les afecta debido a este declive del capitalismo. Esto se consigue culpando en voz alta y repetidamente a ciertos chivos expiatorios: los inmigrantes, China, Rusia, los negros y morenos, los laicistas, las mujeres y los liberales.

Los políticos de la corriente principal han dividido su trabajo en este sentido. Algunos políticos se centran en la negación del declive del capitalismo, y otros se centran en el desplazamiento y la desviación de la ira que siente la gente por el sistema que se desmorona. Algunos hacen ambas cosas. Pocos reconocen y aún menos admiten la contradicción que supone: lo que se niega no debe ser desplazado, o lo que se desplaza implica una admisión (no una negación) de que hay algo que necesita ser desplazado.

Dado que Estados Unidos perdió sus guerras en Vietnam, Afganistán e Irak, estas guerras deben ser negadas, desplazadas hacia alguien más, o quizás ambas cosas. Lo mismo se aplica a la disminución de la capacidad de Estados Unidos para controlar la política de América Latina, como demuestran Cuba, Venezuela, Chile y muchos otros países de la región. Del mismo modo, debido a que el rápido ascenso de China desafía la hegemonía global de Estados Unidos (después de haberlo negado durante mucho tiempo), el país es tratado ahora como una "amenaza". 

Así, la culpa de esa amenaza debe desplazarse a los chinos, a Rusia, aliada de China, o a los políticos estadounidenses que vinieron antes y no lograron prevenir o deshacerse adecuadamente de la amenaza. Irónicamente, el hecho de que las corporaciones capitalistas, los Estados Unidos y otros se beneficiaron enormemente al trasladar la producción y otras instalaciones relacionadas a China, rara vez se menciona como causa de la amenaza a la hegemonía global de los Estados Unidos.

El programa de los políticos estadounidenses de negar y desplazar es un préstamo del sector empresarial (como tantas otras cosas que hace el gobierno). Las empresas de combustibles fósiles con ánimo de lucro negaron durante mucho tiempo que la quema de estos combustibles cause el cambio climático o que sus prácticas monopolísticas desestabilicen y a menudo inflen los mercados mundiales. En otras ocasiones o lugares, estas corporaciones han culpado de las catástrofes climáticas y de la fluctuación de los precios de la energía a todo lo que se les ocurre que no sea a ellas mismas y a las organizaciones con ánimo de lucro que representan a la industria energética.

Los líderes políticos estadounidenses de los dos principales partidos fracasaron rotundamente a la hora de anticiparse, prepararse y afrontar con éxito la actual pandemia de COVID-19. Aunque los Estados Unidos representan alrededor del 4% de la población mundial, el país sufrió aproximadamente el 16% de las muertes por COVID-19 a finales de enero de 2022 (a pesar de su riqueza nacional y su desarrollado sistema de atención sanitaria). Muchos otros países, como Singapur y Corea del Sur, tuvieron mucho más éxito a la hora de frenar la propagación del virus. Una vez más, la política dominante en este tema se divide entre los que niegan y los que se desplazan.

 Los que niegan principalmente el fracaso relacionado con la gestión de la pandemia por parte de Estados Unidos lo hacen centrándose en las estadísticas de aumento y disminución del COVID-19 en relación con las infecciones y las muertes y celebrando los escasos progresos realizados en relación con las pruebas, el enmascaramiento y la vacunación de los estadounidenses, mientras evitan cuidadosamente cualquier comparación con los esfuerzos extranjeros para combatir el COVID-19. Varios desplazadores optan por culpar del creciente número de casos de COVID-19 al principal experto en enfermedades infecciosas del país, el Dr. Anthony Fauci, a los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, al ex presidente Donald Trump, al presidente Joe Biden o a los chinos. 

Un importante proyecto de desplazamiento hace hincapié en la oposición a los mandatos gubernamentales o privados (para enmascarar, vacunar o seguir otras directrices de salud pública) como una cuestión de libertad personal. Estos desplazadores trasladan irracionalmente la culpa del virus a los mandatos y a quienes los emitieron. 

Se exime cuidadosamente de la culpa al motivo del beneficio que llevó a los productores de pruebas, máscaras y ventiladores, así como a los operadores de los hospitales, a invertir en otros lugares y no en la producción y el almacenamiento seguro de pruebas, máscaras y ventiladores.

 El capitalismo estadounidense no produjo lo necesario para gestionar las pandemias que, como se sabe, amenazan a las sociedades de vez en cuando. Asimismo, está exento de culpa el motivo del beneficio privado que retrasó las inversiones en el desarrollo de vacunas y aún más la distribución mundial de las vacunas COVID-19. La negación y el desplazamiento funcionan bien para mantener al capitalismo fuera y alejado de la discusión pública, y para que no sea señalado como el problema a resolver. (...)

La negación y el desplazamiento sirven a la política dominante en las sociedades capitalistas. Los políticos que forman parte del sistema ocultan, en la medida de lo posible, la complicidad del capitalismo orientado al beneficio en la causa de los problemas sociales. Obstaculizan (o socavan activamente) las políticas públicas que podrían resolver estos problemas e ignoran los cambios sistémicos que podrían ser necesarios para resolver estas cuestiones inherentes que forman parte del sistema capitalista."            

(Richard D. Wolff is professor of economics emeritus at the University of Massachusetts, Brave New Europe, 28/01/22;  Traducción realizada con la versión gratuita del traductor www.DeepL.com/Translator)