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21.12.23

“No es un fracaso, son tres fracasos ¡Chile fracasó!”... una extrema izquierda ingenua y demasiado juvenil redactó el primer borrador en 2022: “Había gente muy loca. Decían: ‘¡No hay que producir minería! ¡No hay que comer carne! Los indígenas son superiores a los blancos…’ Boludeces; esto se llama woke. Es identitarismo; no es marxismo”... Lo que se pidió en el estallido social, añade, era algo más básico. “La idea de la nueva constitución era un afán de una muy amplia clase media que decía: ‘cambiemos esto para que haya un estado social y democrático de derecho como en Europa’”... “Las reivindicaciones consensuadas en el estallido social eran un sistema de sanidad pública, pensiones dignas, educación gratuita, salarios dignos, protección laboral y bienes públicos como el agua (…), pero la constitución puso hincapié en protección de género, derechos etno-nacionales y cuestiones medioambientales”... después de acordar un texto muy razonable mediante una comisión de expertos, la extrema derecha lo cambió todo y el resultado es otro fracaso”...

 "Tal vez ha sido un viaje a ninguna parte. Pero el fracaso del proceso para aprobar una nueva constitución en Chile tras el plebiscito del domingo 17 de diciembre puede ser un alivio para el maltrecho Gobierno de Gabriel Boric, dos años después de la histórica victoria electoral de la izquierda chilena en diciembre de 2021.

El rechazo por el 55,8% de los votantes del borrador de una nueva constitución redactada por la ultraderecha chilena cierra el círculo esperpéntico del proceso de renovación constitucional en Chile, puesto en marcha tras las protestas del 2019, conocidas como “el estallido social”. Hay lecciones aquí para el resto del mundo.

El principio y el final de la historia son ejemplos de una polarización de la política que puede ser más de la superestructura que de la base.

Primero la izquierda chilena redactó una constitución tan vanguardista que habría sido la carta magna perfecta para una de aquellas comunidades anarquistas extragalácticas de las novelas de ciencia ficción de Ursula K. Le Guin. Fue rechazada por la mayoría de los chilenos en el plebiscito de finales del 2022.

Luego el péndulo se desplazó al otro extremo y la derecha católica conspiratoria, encabezada por José Antonio Kast, redactó una versión de una nueva constitución aún más conservadora y neoliberal que la actual, que fue impulsada durante la dictadura de Augusto Pinochet.

“No es un fracaso, son tres fracasos”, dijo Sergio Bitar, 82 años, ministro de Salvador Allende, encarcelado en un campo de concentración en la isla Dawson del estrecho de Magallanes tras el golpe pinochetista y ministro de los gobiernos de concertación de centroizquierda tras la vuelta de la democracia. “Michelle Bachelet intentó mandar al Congreso una nueva constitución durante su segundo gobierno (2014-2018) y fracasó; luego hemos tenido la constitución de la izquierda radical que ganó a todos los partidos existentes en las elecciones a la Convención constitucional del 2022; fracasó; y la tercera, después de acordar un texto muy razonable mediante una comisión de expertos, la extrema derecha lo cambió todo y el resultado es otro fracaso”, añade. “Puedes titular tu historia: ‘¡Chile fracasó!’”

Bitar es muy crítico con lo que considera una extrema izquierda ingenua y demasiado juvenil que redactó el primer borrador en 2022: “Había gente muy loca. Decían: ‘¡No hay que producir minería! ¡No hay que comer carne! Los indígenas son superiores a los blancos…’ Boludeces; esto se llama woke. Es identitarismo; no es marxismo”.

Lo que se pidió en el estallido social, añade, era algo más básico. “La idea de la nueva constitución era un afán de una muy amplia clase media que decía: ‘cambiemos esto para que haya un estado social y democrático de derecho como en Europa’”.

“El Frente Amplio cometió un error desde el inicio. Confundieron el estallido social con un proceso prerrevolucionario, pero ha girado contra ellos”, dijo en una entrevista la semana pasada en su domicilio en Santiago.

Rene Rojas, de la Universidad SUNY, en Binghamton, Estados Unidos, realizó una crítica similar tras el rechazo en el plebiscito de 2022: “Las reivindicaciones consensuadas en el estallido social eran un sistema de sanidad pública, pensiones dignas, educación gratuita, salarios dignos, protección laboral y bienes públicos como el agua (…), pero la constitución puso hincapié en protección de género, derechos etno-nacionales y cuestiones medioambientales”, escribió entonces.

Pero las reacciones de Bitar y Rojas al fracaso de la izquierda en la redacción de la nueva constitución pueden ser demasiado simplistas. A fin de cuentas, el feminismo, las reivindicaciones de derechos de las minorías y el antirracismo eran temas centrales para las protestas de 2019, cuyo emblema era precisamente la bandera mapuche.

Vladimir Safatle, filósofo brasileño nacido en Chile, explica por qué esas cuestiones, supuestamente identitarias, son reivindicaciones universales. “Si hay algo que las protestas en Chile, en 2019, nos enseñan es que las luchas por el reconocimiento –feministas, indigenistas, antirracistas– son una parte necesaria y decisiva de la lucha de clases”. “Las derrotas por la flexibilización de los derechos de los trabajadores, por ejemplo, son derrotas para la lucha feminista (…). Lo que Chile muestra es que la lucha feminista consigue su fuerza máxima cuando expone su dimensiones de lucha de clase”, explica Safatle. “Esas luchas por el reconocimiento son fundamentales para la igualdad y la justicia social y no son luchas de identidad; son luchas universales. Este universalismo no existió hasta ahora. Solo, tal vez, en la revolución haitiana (1791-1804), la Comuna de París (1871) y los primeros años de la revolución rusa (1917). Todo lo demás estaba basado en formas de expresión que vienen del colonialismo. Chile 2019 fue muy interesante porque se vio una articulación entre diferentes reivindicaciones sociales”.

Puede ser peligroso hacer concesiones a una derecha centrada en el área de las guerras culturales, donde Kast sigue el ejemplo de Trump, Bolsonaro y, ahora, Milei. “Es contradictorio centralizar el debate en las minorías (ya sea de lo trans, la cuestión de la autodeterminación mapuche, etc.) como si no fuese precisamente el entramado mediático el principal beneficiado de esto para poder imponer su línea política”, analiza Miguel Alonso Santos tras una estancia en Chile. “Desde mi punto de vista, el artículo (de Rojas) lo que hace es reproducir este problema”.

Rojas y Bitar aciertan en algo. No se comunicó bien cuáles eran las prioridades de la nueva constitución. Por ejemplo, se debería haber hecho hincapié, respecto a la comunicación de los derechos constitucionales de los mapuche, en su reivindicación central por el agua como un bien público esencial para todos los chilenos, en un país azotado por la sequía en tiempos de cambio climático.

En cuanto a Boric, las críticas de Bitar pueden ser injustas. Jugó un papel de intermediario entre la izquierda más radical que había sido reforzada en las protestas y la socialdemocracia de los gobiernos de Ricardo Lagos y Bachelet. Para ganar las elecciones a la derecha de Piñera y al centroizquierda tradicional, en un ambiente de rechazo unánime en las calles, era necesario romper con el pasado.

La clase política “se envejeció y apareció este grupo de jóvenes diciendo: ‘¡Vamos a cambiar la educación y la salud!’ Pero no saben cómo hacerlo”, dijo Andras Uthoff, uno de los economistas del periodo de la Concertación que se incorporó al gobierno de Boric para diseñar la reforma de las pensiones. Boric en realidad se mostró pragmático desde el inicio de su gobierno, cuando nombró al frente de Hacienda al socialdemócrata Mario Marcel.

Si uno pasea por Santiago en estos momentos recorre una ciudad que no se parece en nada a aquel hervidero de ideas y rebelión de hace cuatro años, cuando la gente se lanzaba a la calle todos los días.

“Se perdió el impulso; ahora es la derecha la que tiene la iniciativa”, asegura Alejandro, peluquero en la Barbería Bonehead, teñido de rubio e indumentaria postpunk. “Yo aquellos días trabajaba cerca de la Plaza de La Libertad y salía casi todos los días a la protesta; venían de todos los sectores, pero ya no”, dijo. 

El eslogan entonces era “En Chile nació el neoliberalismo y aquí morirá”. Pero dos años después de la histórica victoria electoral del joven líder de la izquierda Gabriel Boric, elegido en la estela de aquella rebelión, el nuevo lema ya del desencanto podría ser “Contra Piñera vivíamos mejor”. “De haber ganado Kast tal vez habríamos vuelto a las calles”, dice el peluquero. 

Boric personifica el desencanto. Carente de una mayoría en el Congreso, el presidente no ha podido avanzar en sus dos políticas más emblemáticas: por un lado, una reforma tributaria para combatir la desigualdad; por otro, la reforma del sistema privado de pensiones creado en la era pinochetista, elogiado por los economistas liberales –entre ellos Javier Milei, el nuevo presidente argentino– pero no por la ciudadanía chilena, cuyas irrisorias pensiones se han esfumado con la inflación. Boric tampoco ha podido cumplir con sus promesas de corregir algunas de las injusticias del sistema de enseñanza y sanidad. Pero, tras dos años horribles, el presidente chileno puede haber tocado fondo. En las últimas encuestas, tras un éxito consensuado en la organización de los Juegos Panamericanos, Boric ya sube en popularidad. La derrota del borrador de constitución de la ultraderecha dejará apartada la cuestión constitucional y permitirá que el presidente recupere protagonismo.

Aún más importante: el ajuste económico llega a su fin. La inflación ha bajado del 15% al 4,8%. Y el déficit fiscal ya está bajo control. Tras una recesión en 2022, se ven brotes verdes concretos. Hay esperanza también de que Chile pueda beneficiarse como proveedor de las materias primas esenciales –cobre, litio e hidrógeno verde– para la transición energética.  

Queda por ver si Boric puede aprovechar una economía más boyante para recuperar el apoyo de los que más han sufrido la inflación en un país cuyo salario mínimo es de 420 euros. En Vitacura, junto a un concesionario de BMW, Mercedes y algún que otro Maserati, se celebran las bodas de la élite en el restaurante Aurora. El vigilante del aparcamiento nos explica el problema: “Yo pago ya casi todo mi salario en alquiler y los alimentos han subido tanto que a veces no puedo comer”. Dentro del restaurante se celebraba una boda con exquisitos platos lujosos."                     (Andy Robinson , CTXT, 20/12/23)

10.5.23

Del dominio de la izquierda al auge de los herederos de Pinochet: claves del triunfo de la ultraderecha en Chile... se abren las puertas para que se constitucionalicen las AFP (administradoras de fondos de pensión, régimen previsional privado) y las isapres (prestadoras privadas de salud)... un aspecto decisivo: la prensa tradicional y los canales de televisión, “todos de derecha”, y el poderío económico de los conservadores para enmarcar el debate público. Boric ha tenido enormes problemas para que sus argumentos llegaran con claridad en ambos procesos constituyentes, el fracasado y el actual

 "En septiembre de este año se cumplirán 50 años del golpe de Estado contra el socialista Salvador Allende. La dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) sentó un hito en el mundo en cuanto a un ensayo de apertura económica draconiana apoyado sobre un régimen represivo que dejó más de 3.000 asesinados y desaparecidos. Después de tres décadas de democracia y cuatro años de protestas históricas que parecían enterrar los resabios de aquel período atroz, los chilenos han otorgado a los herederos políticos del pinochetismo la llave para redactar una nueva Constitución.

Las elecciones del domingo para elegir los 50 consejeros constituyentes dejaron 23 asientos al ultraderechista Partido Republicano (PR), liderado por el reivindicador de Pinochet José Antonio Kast. La alianza gobernante de izquierda Unidad para Chile se ha quedado con 16 escaños y Chile Seguro, conformado por los partidos de derecha Renovación Nacional, Unión Demócrata Independiente y Evolución Política, ha obtenido los restantes 11 asientos. 

 Con esa configuración, la suma del PR y Chile Seguro -formaciones con muchos puntos en común- se garantiza quórum suficiente para sesionar y aprobar el texto. Por sí solo, el PR tendrá poder de veto en caso de un improbable acuerdo entre la derecha tradicional y el bloque de izquierda.

Razones del cambio

Este puerto de llegada luce irreconocible en el contraste de octubre de 2019, cuando millones de chilenos se volcaron a las calles en las mayores movilizaciones desde el fin de la dictadura, o con las masivas protestas contra la desigualdad educativa protagonizadas por estudiantes secundarios y universitarios en los 15 años previos. 

 Parecía llegar a su fin el régimen político de la transición entre un bloque de centroizquierda, conformado por los partidos Demócrata Cristiano, Socialista, Radical y Por la Democracia; y otro conservador, de los partidos surgidos con el pinochetismo Unión Demócrata Independiente (UDI, derecha dura) y Renovación Nacional (centroderecha). (...)

En octubre de hace cuatro años y hasta que llegó la pandemia, buena parte de los 19,6 millones de chilenos se volcaron a las calles. Reclamaban cambios radicales en aspectos de su vida cotidiana como el derecho a la salud, a la jubilación, al transporte y a la educación, todos ellos administrados en gran medida por empresas privadas. Las afirmaciones de la esposa del entonces presidente conservador Sebastián Piñera, Cecilia Morel, dejaron en evidencia la visión de parte de este sector de la sociedad: “Es como una invasión alienígena”.

Al Chile Despertó de octubre de 2019 le siguió, pasado el pico del coronavirus, la elección de una convención constituyente en la que arrasó la izquierda no tradicional. Y luego, en diciembre de 2021, la consagración del joven Gabriel Boric como presidente, un líder estudiantil con ideas, lenguaje, marco cultural y fisonomía alejados de la “casta” dirigencial que había dominado la vida política.

Boric puso un pie en La Moneda y la ola se revirtió. Apenas pudo avanzar con sus objetivos redistribucionistas de la riqueza y se vio forzado a renovar el elenco de Gobierno una y otra vez. La Constitución redactada por la izquierda fue rechazada por amplio margen. Para ganar gobernabilidad, sumó a dirigentes del tradicional Partido Socialista a ministerios clave y movió la dirección de su gobierno al centro.

El Ejecutivo del Frente Amplio y el Partido Comunista afronta desde hace meses un debate enardecido por un agravamiento de las estadísticas delictivas pese a que Chile sigue exhibiendo, junto a Argentina, el índice de homicidios más bajo de Sudamérica. El presidente actúa a la defensiva y se limita a pulir los aspectos más filosos de medidas y leyes contra la inmigración y a favor de la mano dura policial que impulsa y logra aprobar la derecha.

Así se ha llegado al punto de que en diciembre los chilenos están llamados a las urnas para optar entre mantener la Constitución de Pinochet o aprobar un texto que será redactado por quienes reivindican el legado del dictador.

Los peligros de la ultraderecha

La relativa autarquía de la derecha para redactar el nuevo texto constitucional que reemplace el aprobado por Pinochet en 1980, con el único límite del referéndum obligatorio del 17 de diciembre próximo, abre las puertas para que “se constitucionalicen las AFP (administradoras de fondos de pensión, régimen previsional privado) y las isapres (prestadoras privadas de salud)”, advierte a elDiario.es desde Santiago Claudia Heiss, directora de la carrera de Ciencias Políticas de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile.

Si eso ocurre, se daría la paradoja de que lo que aparecía como un rechazo mayoritario a sistemas que generan desigualdad y desprotección, génesis del estallido social, termine consolidando un modelo que tiene a grandes capitales privados nacionales y extranjeros como amos y señores. Para Heiss, la demanda de protección sigue vigente, pero para Kenneth Bunker, director de la consultora privada Politico Tech Global, ha cambiado el escenario: “Había una narrativa que las isapres eran negativas para el país, pero ya en el anterior plebiscito, una mayoría dijo que, si la alternativa era la que le proponían, prefería lo actual”. (...)

Kast, como muchos políticos de su vertiente, rechaza la etiqueta de “ultraderecha” y afirma representar “el sentido común”. Ello no es óbice para que niegue que el régimen de Pinochet haya sido una dictadura, reivindique su legado económico, monte su campaña sobre el combate a los mapuches y se refiera a las protestas de 2019 como meros actos delictivos. (...)

Entre lo que prometía octubre de 2019 y el resultado de las urnas de mayo de 2023 hay un abismo. “Es un voto reactivo, con un componente de rechazo muy importante a lo establecido y que viene en piloto automático desde el estallido social. Creció el anhelo de orden y estabilidad y el Partido Republicano ha sabido alimentarse de un discurso que asocia las protestas sociales con la inseguridad. Para ellos son casi lo mismo. Se montaron sobre un problema existente que logró instalarse como excluyente. Esta elección fue mucho más por la inseguridad que por la Constitución”, sostiene Heiss, de la Universidad de Chile.

Según la Subsecretaría de Prevención del Delito, la tasa de homicidios cada 100.000 habitantes llegó a 4,6 en 2022, aunque otras estadísticas la ubican algo más alta. El indicador oficial creció, pero es similar al de Argentina, la mitad que el de Uruguay, un tercio que el de Brasil y mucho menor que el de Colombia, Venezuela y la mayoría de los países centroamericanos.

“En medio de una erosión social profunda, crisis de seguridad, economía que se descontrola, migración ilegal que avanza en el Norte (sobre todo, de venezolanos), el trade off de apoyar a un gobierno que hizo promesas sociales que no pudo cumplir es negativo”, dice Bunker. “Hoy, todos los indicadores sociales son peores que antes del estallido social”, resume el analista.

¿Se puede atribuir esa situación al contexto general como la guerra en Ucrania? “En parte, sí, pero Chile partió de una situación mejor que la de otros países y ahora está con inflación de dos dígitos y datos de violencia que están peor que nunca antes. Hubo actores políticos que lo permitieron”, argumenta el titular de Politico Tech Global.

Heiss apunta otro aspecto decisivo: la prensa tradicional y los canales de televisión, “todos de derecha”, y el poderío económico de los conservadores para enmarcar el debate público. El mandatario de izquierda ha tenido enormes problemas para que sus argumentos llegaran con claridad en ambos procesos constituyentes, el fracasado y el actual.

Ayuso, del CIDOB, pone el acento en un castigo que excede al gobierno de Boric y alcanza a la centroderecha y la centroizquierda, y se traduce también en el 21,5% sumado entre los votos nulos y blancos. “Son sectores no interpelados por quienes se opusieron al anterior referéndum, lo que sumado a una polarización mayor, hace más difícil llegar a una constitución de consenso”. Y agrega: “El voto nulo tiene dos lecturas, castigo o indiferencia. El de castigo es malo para partidos, pero el de indiferencia es peor”.(...)

 Pese al resultado negativo, Boric, de 37 años, podría encontrar un rumbo para enfrentar a un Kast que previsiblemente liderará a partir de ahora a toda la derecha, incluido su partido de origen, UDI, y Renovación Nacional. Ayuso remarca que los sectores de centroizquierda que se habían separado de su liderazgo o se mantuvieron críticos de su gobierno de entrada “han quedado anulados”.

“Boric es un líder con cierta credibilidad” y probablemente, “la izquierda más activa entiende que es lo máximo que va a conseguir”, añade. Una delicada cornisa por la que el presidente deberá recorrer sus próximos tres años en La Moneda."                (Sebastián Lacunza, eldiario.es, 08/05/23)

6.9.22

¿Adónde fue a parar el apoyo al proceso constituyente chileno? Una constitución establece unos marcos generales de derechos y deberes a desarrollar para todos, no diseña una ficción desde el imaginario de lo diverso... El problema de hacer una constitución con apellidos es que dejas abierta la puerta a que cada cual, cuando cambie la correlación de fuerzas, quiera imponer los suyos... una izquierda no ha votado a favor porque ha detectado estos problemas: buscar la diferencia antes que la igualdad

Daniel Bernabé @diasasaigonados

Una constitución nunca es neutra, es el producto de un equilibrio de fuerzas socioeconómico más que parlamentario. Desde ahí, una constitución establece unos marcos generales de derechos y deberes a desarrollar para todos, no diseña una ficción desde el imaginario de lo diverso.

Además una constitución debe ser perdurable en el tiempo, no ser susceptible de enmienda al instante. El problema de hacer una constitución con apellidos es que dejas abierta la puerta a que cada cual, cuando cambie la correlación de fuerzas, quiera imponer los suyos.

El resultado no es el triunfo de una derecha que, sin duda, ha votado en contra por inmovilismo, sino, atendido al referéndum derogatorio, el resultado de una izquierda que no ha votado a favor porque ha detectado estos problemas: buscar la diferencia antes que la igualdad.

2:30 a. m. · 5 sept. 2022
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"(...) Los votantes chilenos rechazaron una propuesta de 170 páginas y 388 artículos que habría legalizado el aborto, instaurado la atención médica universal, exigido paridad de género en el gobierno, otorgado mayor autonomía a los pueblos indígenas, empoderado a los sindicatos, fortalecido las regulaciones sobre la minería y brindado derechos a la naturaleza y los animales.

La carta magna propuesta habría consagrado más de 100 derechos, más que cualquier otra constitución en el mundo, entre ellos, el derecho a la vivienda, la educación, el aire limpio, el agua, la alimentación, la salud, el acceso a internet, las prestaciones de jubilación, la asesoría legal gratuita y los cuidados “desde el nacimiento hasta la muerte”.

Y habría eliminado el Senado, fortalecido los gobiernos regionales y permitido que los presidentes chilenos se postularan por un segundo mandato consecutivo.

El texto incluía compromisos para luchar contra el cambio climático y proteger el derecho de los chilenos a elegir su propia identidad “en todas sus dimensiones y manifestaciones, incluyendo las características sexuales, identidades y expresiones de género, nombre y orientaciones sexoafectivas”.

La ambición de la propuesta constitucional, y su inclinación decididamente de izquierda, desanimó a muchos chilenos, incluidos muchos de los que habían votado a favor de reemplazar la carta magna actual. Hubo una incertidumbre generalizada sobre sus implicaciones y costos, incertidumbre en parte alimentada por información engañosa: se afirmó que el documento habría prohibido la propiedad de vivienda y que el aborto sería legal en el noveno mes de embarazo.

 Los economistas estimaron que los cambios propuestos costarían del 9 al 14 por ciento de los 317.000 millones del producto interno bruto de Chile. Por mucho tiempo, el país ha sido uno de los países con menor gasto relativo en servicios públicos entre las principales democracias.

Muchos votantes se oponían particularmente a la definición de Chile como un Estado “plurinacional”. Esto significaba que 11 pueblos indígenas, que representan casi el 13 por ciento de la población, podrían haber sido reconocidos como naciones autónomas dentro del país, con sus propias estructuras de gobierno y sistemas judiciales. La propuesta se convirtió en una pieza clave de la campaña para rechazar la carta magna.

Las cinco regiones donde la propuesta constitucional fue rechazada de manera más contundente se encuentran en el sur, donde el conflicto violento entre la industria maderera y los activistas indígenas ha durado años. (...)

Pero fue el comportamiento, muy difundido, de algunos de los constituyentes lo que podría haber ahuyentado aún más a los chilenos. Se dio a conocer que un miembro de la convención estaba fingiendo un diagnóstico de cáncer que había utilizado en su campaña electoral. Otro constituyente tomó una ducha con la cámara encendida durante una votación remota.

Patricio Fernández, un escritor de izquierda que fue miembro de la convención, dijo que lamentaba que esas noticias pudieran haber ayudado a perjudicar una oportunidad histórica para su país. (...)"    

(, corresponsal en Sudamérica, pasó la semana pasada en Chile, The New York Times, 04/09/22) 

 

 "Lo que hace un año parecía que sería un trámite para validar el proceso constituyente ha terminado siendo una dura derrota para las fuerzas progresistas chilenas, con el Rechazo arriba del Apruebo por casi 25 puntos porcentuales en un referéndum con voto obligatorio (a diferencia de elecciones anteriores) y participación récord. Diversos referentes del Rechazo salieron a festejar el triunfo contra el «revanchismo», el «octubrismo radical» y un texto constitucional «refundacional» y opuesto al «alma de Chile» y al «sentido común de los chilenos».

¿Cómo un proceso que comenzó con un nivel de apoyo pocas veces visto en la historia nacional terminó truncado? ¿Adónde fue a parar el apoyo al proceso constituyente?

 Este proceso constitucional comenzó el 15 de noviembre de 2019. Como resultado de un masivo estallido social en octubre de ese año, un acuerdo transversal de la política chilena fijó un calendario para la redacción de una nueva Constitución. El primer hito de este calendario fue un plebiscito en el que los chilenos votaron por aplastante mayoría, más de 78%, por terminar con la Constitución vigente en Chile, y decidieron que el órgano a cargo de redactar la nueva Constitución fuera una Convención Constitucional cuyos integrantes serían electos para ese fin. Estos resultados eran verdaderamente impresionantes, no solo en términos del porcentaje de votos, sino también por su distribución territorial. En solo cinco de las 346 comunas del país ganó el rechazo al proceso constituyente. (...)

Se estableció que la Convención Constitucional sería paritaria en género, con cuotas para pueblos originarios y, en sintonía con un fuerte sentimiento antipartidos de la movilización de octubre de 2019, con algunas facilidades para las candidaturas independientes. En particular, se les permitió a los candidatos no afiliados a partidos agruparse en listas equivalentes a las partidarias.

El resultado electoral para la Convención fue un golpe a las expectativas de quienes esperaban un retorno a la política preestallido social. Las dos coaliciones históricas tuvieron magros resultados. La derecha alcanzó un porcentaje paupérrimo de votos: 20%. Esto la dejó lejos de alcanzar el tercio de los convencionales y un potencial poder de veto. La coalición de centroizquierda vio a sus fuerzas de centro y más moderadas desplomarse. Quizás el ejemplo más notorio de esta crisis fue el de la Democracia Cristiana, que solo logró elegir a un militante de sus filas para la Convención Constitucional (el presidente del partido). Pero, por lejos, el hito más relevante de estas elecciones se produjo con un éxito contundente de los independientes ligados a la movilización social de 2019. De los 155 miembros de la Convención Constitucional, 103 no tenían militancia en la política tradicional. De este modo se terminó configurando una Convención con claras mayorías para los sectores progresistas y, en particular, para nuevas fuerzas políticas que emergieron desde el estallido social levantando banderas del feminismo, el indigenismo y un fuerte discurso antielite. 

El ánimo de la población respecto del proceso que comenzaría era muy alto. 52% describía la «esperanza» como la principal emoción que le generaba el proceso, seguida de «alegría», con 46%. ¿Qué pasó entonces con ese 78% de apoyo y la esperanza y alegría depositados en el proceso? Es probable que las fuerzas progresistas y de izquierda se pasen los próximos años intentando explicárselo.

Razones provisorias de la derrota

A medida que se liberen más datos y avance el debate, se podrá afinar más el análisis de lo que ocurrió. Por ahora, son tres las razones que parecen destacarse como explicaciones del resultado del 4 de septiembre: 

(1) El rechazo a la política de espectáculo en la Convención.

(2) La homologación de la convención con la política tradicional.

(3) La reacción de las identidades tradicionales ante la fuerza que tuvieron identidades subalternas en el proceso.

Respecto a la política del espectáculo en la Convención, esta fue una de las características que dominaron el debate. A poco andar, la Convención Constitucional comenzó a perder apoyo, sobre todo entre los votantes de derecha, que veían con recelo una suerte de cónclave de activistas de causas progresistas. En definitiva, si para los activistas dejar de movilizarse, incluso desde las esferas del poder, era una traición, para algunos electores, en particular quienes valoraban el orden, una movilización sin fin era una pesadilla. (...)

  Para algunos de estos referentes, era importante presentar propuestas maximalistas, llamativas y simbólicas, aunque no contaran con los votos para ser aprobadas (por ejemplo, una convencional propuso disolver todos los poderes del Estado y reemplazarlos por órganos asamblearios). Los medios amplificaron estos actos performáticos y las propuestas más descabelladas, que fueron, además, reforzadas por campañas de desinformación en las redes sociales. (...)

Es posible que, paradójicamente, el uso y abuso de la política del espectáculo y las trifulcas testimoniales asemejaran más a los convencionales al Congreso y a la política tradicional, donde también abundan estas prácticas. En cualquier caso, ciertamente los alejaban de la imagen de representantes más eficaces que los políticos tradicionales en llegar a acuerdos y sacar adelante demandas ciudadanas. A su vez, en medio del proceso constituyente hubo una elección presidencial que significó un cambio de signo del gobierno. El nuevo gobierno estaba fuertemente asociado a la génesis del proceso constituyente, y en particular el presidente Gabriel Boric en su rol como diputado. Estar contra el proceso constituyente pasó a ser una forma de ser oposición al nuevo gobierno. Parte de la energía contra la institucionalidad política había pasado al lado del Rechazo.

Respecto de la reacción de identidades tradicionales, el primer artículo del propuesto texto constitucional consagraba a Chile como un «Estado social y democrático de derecho» y se afirmaba que además este Estado sería «plurinacional, intercultural y ecológico». Junto con la definición de Chile como un Estado plurinacional, se les reconocía algunos derechos colectivos a las comunidades indígenas y se instauraría un sistema de justicia indígena.

Después del juicio negativo sobre los constituyentes, la razón que más se repite entre los que apoyaron el Rechazo es la plurinacionalidad. En línea con esta visión, una vez entregado el texto constitucional, las dos propuestas peor evaluadas, según la encuesta Espacio Público-IPSOS, fueron el Estado plurinacional y la creación de un sistema de justicia indígena.

Así, el sector del Rechazo logró consolidar una base de apoyo en torno de identidades tradicionales de la chilenidad que se sentían amenazadas por la noción de plurinacionalidad. Esto se vio reforzado por algunas acciones y performances de convencionales, incluidos comentarios o acciones despectivas relacionadas con el himno, la bandera y demás símbolos patrios. (...)

El segundo plebiscito

De cara al plebiscito de salida, no hubo mayores sorpresas en el ordenamiento orgánico de las fuerzas políticas. Desde la Democracia Cristiana hacia la izquierda, todos los partidos se definieron por el Apruebo (aunque algunos liderazgos se rebelaron contra la posición oficial). Todos los partidos de la derecha se cuadraron con el Rechazo. Sin embargo, dentro de ambos campos había heterogeneidad.  (...)

una serie de encuestas que mostraban que no solo el Apruebo no lograba remontar la distancia con el Rechazo, sino que la gran mayoría de quienes estaban dispuestos a votar por el Apruebo consideraba necesario hacerle modificaciones al texto una vez aprobado. Bastante avanzada la campaña y con diferentes niveles de entusiasmo, estos partidos firmaron un acuerdo para llevar adelante esos campos posplebiscito. 

En definitiva, un plebiscito que tenía en la papeleta dos alternativas en realidad terminó teniendo cuatro opciones: aprobar, aprobar para reformar, rechazar y rechazar para renovar. Así, en una de las últimas encuestas públicas antes del plebiscito, realizada por Cadem, 17% de los encuestados se declaraba a favor de rechazar a secas, 35% de rechazar para renovar, 32% de aprobar para reformar y solo 12% de aprobar y aplicar el nuevo texto tal como salió de la Convención.

Este rechazo en el plebiscito de salida era muy distinto al del plebiscito de entrada. No solo era sustantivamente más significativo, sino que había penetrado en sectores de la sociedad más amplios que «las tres comunas». Según las encuestas, el Rechazo ganaba en todos los niveles socioeconómicos sin mayores diferencias y así se confirmó este 4 de septiembre. En comunas populares de la Región Metropolitana, donde el Apruebo debía arrasar, apenas logró victorias con pequeños márgenes.

 

Donde sí había diferencia era en el perfil ideológico de los votantes, con el Apruebo ganando holgadamente entre quienes se identificaban con la izquierda. El rechazo era mayoritario entre quienes se identificaban con la derecha, en el centro y entre quienes no se identificaban con el eje izquierda-derecha. También había una importante diferencia en los perfiles etarios, con el Apruebo victorioso entre los jóvenes de entre 18 y 30 años. El Rechazo ganaba en todas las demás edades. Es decir, a diferencia del plebiscito de entrada, la campaña del Rechazo había logrado conformar una alianza social y política más diversa que el Apruebo. 

¿Por qué ganó el Rechazo?

A estas alturas emergen dos grandes interpretaciones, que por cierto no son mutuamente excluyentes, para explicar la caída del apoyo al Apruebo y el alza del Rechazo: una primera pone el énfasis en el «votante mediano», que supone un quiebre abrupto con el ethos del estallido; otra, en la identidad reactiva tradicional que se consolidó contra la propuesta constitucional y que supone reconocer que el estallido tenía un componente claramente antielite pero no necesariamente «de izquierda».

En la primera interpretación, la votación del plebiscito de entrada y de los convencionales estuvo marcada por una impronta de disputa entre el pueblo y la elite. Esta configuración de la fuerza política borró en buena medida las distinciones entre izquierda y derecha y entre los distintos intereses y visiones que conviven en la ciudadanía. Sin embargo, según esta interpretación, el momento de disputa entre «arriba» y «abajo» ha concluido y, en su lugar, han vuelto las clásicas disputas entre la izquierda y la derecha. Es interesante, en este sentido, que según algunas encuestas al Rechazo se lo asociaba con el combate del narcotráfico y el crecimiento económico, mientras que al Apruebo se lo vinculaba con la redistribución de la riqueza a través de derechos sociales, atributos típicamente asociados con la derecha y la izquierda, respectivamente. 

Lo que implica esta perspectiva es que la Constitución actual estaría a «la derecha» del votante medio, mientras que la propuesta constitucional fallida estaría a su izquierda. Esto explicaría la fortaleza de las opciones de «rechazar para renovar» y «aprobar para reformar». En definitiva, en esta interpretación, el plebiscito se ganó en el centro del espectro político. Esta visión también supondría que el principal déficit del proceso constituyente fue la falta de acuerdos en algunos temas claves, como el sistema político, con la derecha de la Convención. En línea con esta visión, 77% de los encuestados declaró que prefería que los convencionales negociaran acuerdos, aunque implicara ceder en algunos temas y, a la vez, 61% percibía que los convencionales no habían cedido en sus posturas.

 La segunda perspectiva supone que se ha mantenido el ethos de disputa entre «arriba» y «abajo», pero que esta posición antielite encontró, a lo largo del proceso, su expresión de derechas. Es decir, los hechos que ocurrieron en el plazo de dos años le permitieron a la derecha disputar la rebeldía y, más aún, la indignación, que hasta ese momento había sido hegemonizada por la izquierda. En lugar de un fortalecimiento del centro moderado, ubicado en el medio entre las izquierdas y las derechas, lo que hubo es un reforzamiento y politización de identidades sociales tradicionalistas. 

Desde esta óptica, lo que refleja la fortaleza de las posiciones no polares («aprobar para reformar» y «rechazar para reformar») es que muchos ciudadanos tienen identidades sociales complejas que no mapean nítidamente en la actual disputa política. Como explica Lilliana Mason, cuando los adherentes de una posición política están nítidamente caracterizados por la homogeneidad social, hay una tendencia a la polarización afectiva. Por el contrario, la existencia de identidades complejas fomenta la despolarización. En otras palabras, es posible que para muchas personas sus identidades partidistas, de clase, de religión, de edad, de etnia o de lugar de residencia hayan «tironeado» en direcciones opuestas para este plebiscito. Esto empuja a las posiciones intermedias del debate.

Esta visión supone que el principal déficit del proceso constituyente fue la incapacidad de incorporar estas identidades tradicionales en el proceso simbólico de generar una nueva Carta Magna. En particular, habría faltado encontrar una manera de plantear el plurinacionalismo en el marco de un sentido patriótico inclusivo. Esto ciertamente es notorio en algunas de las declaraciones más destempladas de algunos convencionales y en algunas performances que, realizadas desde el poder, en lugar de rebeldía parecían ser discursos despectivos hacia las personas que tenían identidades nacionales tradicionales. Hay, también, normas constitucionales concretas que se podrían haber redactado de forma de hacer más explícita la igualdad en el marco de la diversidad. Por ejemplo, se podrían haber hecho más explícitos los bordes del sistema de justicia y de las autonomías indigenas.

La tercera es la vencida

Al parecer, existiría un consenso relativamente amplio de que el estancamiento constitucional no es una opción viable. Es más, parece haber cierto acuerdo en que un nuevo proceso constitucional tendrá que incluir participación ciudadana. Es probable que esto implique la convocatoria a una nueva Convención y un plebiscito de salida que ratifique una renovada propuesta constitucional. Es decir, es altamente probable que Chile se enfrente a un tercer plebiscito constitucional en algunos meses más. (...)"         (Noam Titelman  , Nueva Sociedad, septiembre, 2022)

22.12.21

La victoria de Boric, que detiene el avance de la ultraderecha que se ha fortalecido en la región, es resultado de la intensa transformación social provocada por el estallido iniciado en octubre de 2019... El recuento de lo ocurrido en Chile en este breve lapso emociona... porque reúne protesta social, represiones, violaciones de derechos humanos, plebiscito, elección de convencionales constituyentes, redacción de una nueva Constitución, la debacle del Gobierno, la renovación de la clase política, candidatos inesperados, el triunfo de la ultraderecha en la primera vuelta y de la izquierda en la segunda. El país cambió por completo... Todo comenzó hace apenas dos años, cuando jóvenes estudiantes comenzaron a saltar los torniquetes del metro en la ciudad de Santiago para protestar por el alza al precio del boleto... El espejismo neoliberal que hasta entonces ponía a Chile como alumno modelo se derrumbó... con el canto de sus manifestaciones: «nuestro legado será borrar tu legado»

 "El próximo 11 de marzo, el izquierdista Gabriel Boric se convertirá en el presidente más joven y el más votado de la historia de Chile.

A sus 35 años, la edad mínima que se exige en ese país para postularse a la presidencia, el diputado del Frente Amplio obtuvo el 55,9 % de los votos frente el 44 % del ultraderechista José Antonio Kast, quien, ante la contundencia de los datos dejó atrás las bravuconadas –había anticipado impugnaciones si la diferencia era acotada– y aceptó de inmediato la derrota.

La victoria de Boric, que detiene el avance de la ultraderecha que se ha fortalecido en la región, es resultado de la intensa transformación social provocada por el estallido iniciado en octubre de 2019.

 El recuento de lo ocurrido en Chile en este breve lapso emociona. Y quita el aire, porque reúne protesta social, represiones, violaciones de derechos humanos, plebiscito, elección de convencionales constituyentes, redacción de una nueva Constitución, la debacle del Gobierno, la renovación de la clase política, candidatos inesperados, el triunfo de la ultraderecha en la primera vuelta y de la izquierda en la segunda. El país cambió por completo

 El próximo 11 de marzo, el izquierdista Gabriel Boric se convertirá en el presidente más joven y el más votado de la historia de Chile.

A sus 35 años, la edad mínima que se exige en ese país para postularse a la presidencia, el diputado del Frente Amplio obtuvo el 55,9 % de los votos frente el 44 % del ultraderechista José Antonio Kast, quien, ante la contundencia de los datos dejó atrás las bravuconadas –había anticipado impugnaciones si la diferencia era acotada– y aceptó de inmediato la derrota.

La victoria de Boric, que detiene el avance de la ultraderecha que se ha fortalecido en la región, es resultado de la intensa transformación social provocada por el estallido iniciado en octubre de 2019.

El recuento de lo ocurrido en Chile en este breve lapso emociona. Y quita el aire, porque reúne protesta social, represiones, violaciones de derechos humanos, plebiscito, elección de convencionales constituyentes, redacción de una nueva Constitución, la debacle del Gobierno, la renovación de la clase política, candidatos inesperados, el triunfo de la ultraderecha en la primera vuelta y de la izquierda en la segunda. El país cambió por completo.

Todo comenzó hace apenas dos años, cuando jóvenes estudiantes comenzaron a saltar los torniquetes del metro en la ciudad de Santiago para protestar por el alza al precio del boleto. Vestidos con sus uniformes, se juntaron, gritaron, cantaron y siguieron evadiendo los molinetes. La rebeldía se contagió y replicó luego en inéditas e imparables movilizaciones masivas que pusieron en jaque al Gobierno de Sebastián Piñera.

El espejismo neoliberal que hasta entonces ponía a Chile como alumno modelo se derrumbó. A esas marchas, en las que la Plaza España de Santiago fue rebautizada como Plaza Dignidad, se sumó Boric, un joven dirigente con estudios inconclusos de abogacía que había comenzado a adquirir visibilidad pública en 2011 como presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile.

Las violentas represiones ordenadas por Piñera no amedrentaron a los manifestantes. La crisis creció a una magnitud tal que el Gobierno tuvo que ceder y convocar a un plebiscito para que la sociedad dijera si quería que se redactara una nueva Constitución que sustituyera a la que rige actualmente y que es herencia del dictador Augusto Pinochet. En octubre de 2020, un abrumador 78 % aprobó la propuesta.

Épica

Desde entonces, un canto se impuso en las manifestaciones: «nuestro legado será borrar tu legado». Era la advertencia de las y los jóvenes manifestantes al fallecido Pinochet y a sus admiradores, entre ellos Kast, defensor permanente de la dictadura.

La consigna, que Boric también repetía en esas movilizaciones, hoy tiene un dejo de profecía, porque uno de los primeros legados de su presidencia será la promulgación de la nueva Constitución, que sustituirá a la que dejó Pinochet y que ya están redactando los 155 convencionales que fueron electos en mayo pasado en un proceso que demostró la metamorfosis política que estaba ocurriendo en Chile.

El nuevo órgano, que tiene paridad de género, quedó integrado en su mayoría por militantes ajenos a los partidos políticos tradicionales, progresistas o de izquierda que designaron como su primera presidenta a la académica mapuche Elisa Loncón. Que una mujer indígena fuera electa en este cargo implicó una bisagra en la historia de los pueblos originarios chilenos tradicionalmente marginados y discriminados. Y fue otro de los resultados concretos del estallido social de 2019. (...)

Por eso no deja de ser paradójico que los resultados de la elección sean exactamente iguales a los del plebiscito que puso fin a la dictadura. En 1988, el 55 % de los chilenos dijo «no» a la posibilidad de que Pinochet siguiera en el poder. Es el mismo porcentaje que, 33 años después, votó a Boric para presidente.

Impacto

Las elecciones de Chile concitaban la atención en América Latina porque impactan en el siempre oscilante mapa político de una región en donde en la última década fueron electos en su mayoría gobiernos de derecha y comenzaron a crecer líderes de extrema derecha como Kast, que tienen en el brasileño Jair Bolsonaro a su principal modelo a seguir. 

Por eso, el presidente argentino Alberto Fernández fue uno de los primeros en celebrar la victoria de Boric. Ya lo cuenta como aliado junto al mexicano Andrés Manuel López Obrador; el boliviano Luis Arce y el peruano Pedro Castillo, quienes encabezan la oleada de políticos de diversas facetas de la izquierda que han ganado las elecciones en los últimos años.

Ahora las expectativas de los movimientos de izquierda están puestas en el avance de Gustavo Petro para las presidenciales de mayo en Colombia y, sobre todo, en la nueva postulación de Luiz Inacio Lula da Silva en octubre en Brasil.

Pero para eso falta mucho todavía.

Ahora en Chile comienza la transición de poco más de dos meses en los que Boric designará a su gabinete y se preparará para gobernar con múltiples retos inmediatos, como el hecho de no contar con mayoría en el Congreso y enfrentar las secuelas económicas de la pandemia. Mientras tanto, en su primer mensaje saludó en mapuche, habló de esperanza, responsabilidad, diálogo; derechos de las mujeres, diversidades sexuales y pueblos indígenas; responsabilidad fiscal, cambio climático, democracia, derechos humanos y unidad.

El domingo, en cuanto se conocieron los resultados las y los chilenos que salieron a protestar en masa durante estos dos años volvieron a tomar las calles, pero ahora para celebrar.

¿Qué habrán pensado anoche todas esas jovencitas que empezaron a saltarse los molinetes del metro en octubre de 2019, sin imaginarse el vendaval histórico que iban a provocar? Ya aprendieron que luchar colectivamente siempre sirve. Es una gran lección."                 (Cecilia González, Observatorio de la crisis, 20/12/21)

21.12.21

Chile vuelve a su “normalidad”: la de las victorias electorales de fuerzas partidarias de transformaciones sociales en un sentido progresista... y da aire fresco para el progresismo latinoamericano con el nuevo sentido común que fue emergiendo al calor de las movilizaciones y de las olas feministas, de los movimientos contra las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), por el reconocimiento de los pueblos indígenas y en favor de la lucha contra el cambio climático y las “zonas de sacrificio”... La candidatura de Boric sella una serie de victorias electorales de la idea de “cambio”... y pueda mostrar una vía democrática radical e igualitaria capaz de construir instituciones de bienestar más sólidas (una agenda que tomó una nueva dimensión en la pandemia). Posiblemente el fin de la transición tal como la conocíamos

 "Chile pareció volver a su “normalidad”: la de las victorias electorales de fuerzas partidarias de transformaciones sociales en un sentido progresista. Sin equivocarse, los medios definen la elección como histórica. Y lo es. El triunfo de Apruebo Dignidad, nombre nacido de la anterior batalla política (la que logró poner en pie la Convención Constitucional) lleva inscrita la promesa de cambio.  

Los partidos que dirigieron la transición democrática post-Pinochet quedaron fuera de la contienda presidencial (si bien resistieron en las elecciones para diputados y senadores). Boric, el candidato de izquierda, arrasó con el 60% en la región metropolitana y, de la mano de Izkia Siches, la joven expresidenta del Colegio Médico, uno de sus mejores fichajes para la campaña de la segunda vuelta, logró mejorar sus resultados en las regiones y consiguió casi el 56% en la elección nacional.

En la primera vuelta (21 de noviembre), el centroizquierda fue desbordado desde la izquierda por Apruebo Dignidad (Frente Amplio y Partido Comunista) y el centroderecha naufragó electoralmente tras un segundo gobierno de Sebastián Piñera que nunca encontró un rumbo y terminó apoyando, casi sin condiciones, a un candidato que reivindicaba a Augusto Pinochet (con excepción de su política de derechos humanos –sic–). Pero esto no significa que, como titularon muchos medios internacionales, las elecciones chilenas enfrentaran a “dos extremos”. En el flanco derecho, en efecto, se puede hablar de un extremo.

 Fue la paradoja de esta elección: el “pinochetismo” de Kast –junto con sus posiciones conservadoras en el terreno de los derechos sexuales, las demandas LGBTI o el feminismo– apareció como más “transgresor” que el programa de Boric. Por eso convocaba al voto con la consigna “atrévete”: porque hoy votar por él implicaba ir contra la corriente. Significaba, de hecho, manifestarse contra el nuevo sentido común que fue emergiendo al calor de las movilizaciones y de las olas feministas, de los movimientos contra las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), por el reconocimiento de los pueblos indígenas y en favor de la lucha contra el cambio climático y las “zonas de sacrificio”.

 En el caso de Boric, pese a ser el candidato de una alianza a la izquierda de la Concertación, su programa está lejos de ser radical. Es, más bien, la expresión de un proyecto de justicia social de tipo socialdemócrata en un país donde, pese a los avances en términos de lucha contra la pobreza, perviven formas de desigualdad social –y jerarquías étnicas y de clase– inaceptables junto a la mercantilización de la vida social. 

Por otro lado, pese a que Kast se presentaba como un candidato de “orden”, todos sabían que el postulante de la derecha habría sido un presidente potencialmente desestabilizador, por su seguro enfrentamiento con la Convención Constitucional en funciones, pero también por la previsible resistencia en las calles. El “orden” en un país que, como se vio en la campaña y en la elevada participación electoral, sigue profundamente movilizado, rima con el cambio y no con los retrocesos conservadores que prometía Kast.

Más que a un radical, muchos en la izquierda consideran a Boric, de 35 años, como demasiado “amarillo”, la forma clásica para referirse a las izquierdas reformistas. Y gran parte de su éxito en la segunda vuelta fue haber podido captar el apoyo de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista, incluido el de la expresidenta Michelle Bachelet, hoy Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que viajó a Santiago a votar y llamó, mediante un video, a votar por Boric.

 Como ocurrió con Podemos en España, el Frente Amplio (surgido de las movilizaciones estudiantiles) criticó duramente la transición post-dictadura, pero no podía ganar sin el apoyo de las fuerzas que la dirigieron (solo que, a diferencia de España, sí lograron dar el sorpasso frente a la vieja centroizquierda, al menos en la presidencia, no así en el Congreso). Y menos aún podría gobernar, una tarea cada vez más difícil en una América Latina revuelta.

 Ex dirigente estudiantil y actualmente diputado, Boric llegó a la candidatura presidencial tras un periodo de crisis del Frente Amplio, luego de ganarle las primarias a Daniel Jadue, del Partido Comunista (el sistema electoral chileno favorece la conformación de coaliciones para participar juntas de las primarias y aprovechar los espacios publicitarios y la visibilidad que generan). En la campaña, el ahora presidente electo planteó un choque entre una nueva cultura de izquierda –con eje en los derechos humanos– y la vieja cultura comunista propia de la Guerra Fría, por ejemplo en temas como la crisis en Venezuela o Nicaragua. 

En uno de los debates con Jadue señaló: “El PC se va a arrepentir de su apoyo a Venezuela como Neruda se arrepintió de su Oda a Stalin”. Ahí, Boric puede hacer la diferencia respecto de unas izquierdas latinoamericanas demasiado “campistas” (expresión para señalar a quienes ven al mundo como dos campos geopolíticos opuestos) que terminan mirando con desconfianza los discursos sobre derechos humanos en lugar de transformarlos en un instrumento de la batalla por un mundo más igualitario.

 La candidatura de Boric sella una serie de victorias electorales de la idea de “cambio”: el masivo Apruebo a la necesidad de una Convención Constitucional en octubre de 2020, la elección de alcaldes y alcaldesas apenas treintañeros en varias ciudades del país y la propia composición de la Convención. Estos liderazgos reflejan un fuerte cambio generacional del cual es expresión el Frente Amplio, pero también las nuevas caras del PC como Irací Hassler, que hoy gobierna la comuna de Santiago Centro. 

Estos nuevos liderazgos son sociológicamente cercanos al Frente Amplio y plasman también el ascenso de nuevas camadas de mujeres feministas. De hecho, el PC chileno es uno de los pocos casos de un partido comunista en Occidente que, sin renunciar a su identidad, logró renovarse en términos generacionales, pero también de género.

 Es posible que el posicionamiento del Frente Amplio en la Convención Constitucional, donde trabaja en coordinación con el PS y más que con el PC, anticipe algo de lo que viene: su lugar como pivote entre la izquierda del PC y la centroizquierda. En su campaña, Boric debió parecerse más a Bachelet que a Salvador Allende.

 Al final, el “reventón” no significó un giro hacia la izquierda tradicional ni añoranza hacia el pasado, y por eso el desafío del nuevo presidente será poder llevar adelante las banderas de transformación social, sobre todo la de un país más justo, pero sin sobreactuación. Boric captó en su campaña –que en la segunda vuelta penetró en el electorado moderado– que hay en las demandas de cambio más de “frustración relativa” que de añoranzas de la época allendista, aunque sin duda el expresidente brutalmente derrocado en 1973 constituyó para muchos una suerte de faro moral de las protestas.

 Con un gobierno de Jair Bolsonaro cada vez más impopular, la derrota de Kast, aliado de Vox y otras fuerzas reaccionarias globales, constituye también un freno a la extrema derecha en la región. Con Boric en Chile, la izquierda latinoamericana suma un nuevo presidente –y hay quienes ya colocan a Brasil y hasta a Colombia en esta estela para 2022–. 

Pero esta “segunda ola” es mucho más heterogénea que la primera y, en general, de menor intensidad programática. Frente a una izquierda latinoamericana desgastada después de la primera “marea rosa”, desde un país como Chile –más institucionalizado que otros en la región–, quizás Boric pueda mostrar una vía democrática radical e igualitaria capaz de construir instituciones de bienestar más sólidas (una agenda que tomó una nueva dimensión en la pandemia). 

Pero también puede significar aire fresco en términos de principios: el “populismo de izquierda” en la región terminó por quedar pegado a la decadencia política y moral del proyecto bolivariano. Y Boric tiene el desafío de mostrar que se puede avanzar en el campo social sin deteriorar la cultura cívica. Aunque eso no solo depende de él, sino también de la futura oposición (tanto política como social). El récord de votos que lo aupó a La Moneda sin duda le da un poder que nadie esperaba días antes de esta elección.  

“Esperamos hacerlo mejor”, le dijo a Sebastián Piñera, de manera educada pero contundente, al aceptar un desayuno de transición. Poco después, ante una multitud, dio inicio a lo que sin duda es un nuevo ciclo. Posiblemente el fin de la transición tal como la conocíamos."                (Pablo Stefanoni (NUSO)  , CTXT, 20/12/2021)

19.5.21

Rafael Gamucio: los electores han preferido para esta nueva Constitución chilena gente nueva... de una sociedad desde siempre jerárquicamente militarizada nos hemos independizado por fin...

 "Los resultados de las elecciones de este fin de semana sorprendieron a todos o casi a todos, aunque en rigor no deberían sorprender a nadie. 

 La unidad de la derecha no la salvó del desastre total (su presidente marca un nueve por ciento de aprobación). Del desastre no se salvó tampoco la izquierda concertacionista (que gobernó el país por dos décadas de crecimiento sostenido) y todos sus partidos, que obtuvieron resultado poco menos que lamentables.

Los electores han preferido para esta nueva Constitución gente nueva, lo que parece absolutamente coherente. De todos los partidos, el que arrasó es el partido “otros”, es decir, el independiente. La tía Pikachu, una mujer que se vestía de un personaje de dibujo animado japonés en las marchas de octubre del 2019, le ganó a varios exministros. Su programa, que consiste en ser ella quien es, o quien no es, una mujer adentro de un traje de plástico inflable, fue un argumento irrebatible a la hora de los votos.

 La “lista del pueblo”, un grupo de diversos desconocidos unidos por el odio a Piñera y la reivindicación del espíritu de octubre, pulverizó a la democracia cristiana y el partido socialista juntos. De los partidos más o menos tradicionales solo los comunistas y el Frente Amplio consiguieron importante victorias territoriales, todas gracias a candidatos escasamente conocidos, más allá de sus familias.

 ¿Podría ser de otro modo? Quién es y no es más “octubre”, quién se acerca más al espíritu de la calle, ha sido el tema de muchas candidaturas. Que “Chile cambió” es algo que todos han repetido hasta el cansancio estos meses. Mirar el rostro de ese cambio convertido en nombres y apellidos diversos y divertidos ha sido una experiencia largamente anticipada a la que, misteriosamente, los que venimos del viejo Chile no estábamos preparados. La verdad es que hay también entre esos hombres y mujeres, muchas más mujeres que hombres, mucha gente coherente y consistente, culta y preparada, por la que se pueden abrigar ciertas esperanzas. Pero ¿es la fe en personas individuales capaces e inteligentes un sentimiento genuinamente político? O más bien ¿no es la política un sistema de signos y procedimientos que buscan eximir a las sociedades del capricho o del olvido de los hombres y mujeres providenciales?

La noticia sigue siendo, más allá de cualquier predicción o prevención, que en Chile ganaron los independientes. O que, es lo mismo, perdieron todos los que militan en algún partido. No puede ser de otro modo en un país que descubre un sentido nuevo de autonomía personal, y se desnuda de trabas e instituciones anquilosadas. Fuera la vigilancia de clases, religión, sexo, ideologías. Esta fue entonces, más que una elección constituyente, una gigantesca declaración de independencia. El imperio del que se quieren separar no es ni el viejo imperio español, ni el nuevo imperio de Estados Unidos –al que estamos más unidos que nunca–, sino el viejo Chile republicano y oligarca a la vez, socialdemócrata de alma y neoliberal de costumbre, machista y al mismo tiempo matriarcal. Independizarse de la timidez y la sumisión, la rebeldía después de dos tragos, la imaginación desatada sólo cuando nadie puede oírte. País de mierda y mierda de país que todos no pueden dejar de amar y odiar hasta el incendio, la fiesta, pero también las elecciones periódicas y ordenadas que aún nos hacen sentir algo de orgullo recóndito pero innegable.

 De la huella de una sociedad desde siempre jerárquicamente militarizada nos hemos independizado por fin. También lo hemos hecho vistosamente de la Constitución que Pinochet mandó redactar a Jaime Guzmán, un profesor de derecho maquiavélico y ultraconservador, que comprendió a tiempo que la economía de mercado aliada a la represión religiosa podía convertirse en la ideología de la que los militares, brutales y estatistas, carecían hasta entonces. (...)

Al derrumbarse la Constitución de Pinochet y Jaime Guzmán, queda singularmente en pie, como nunca, el centro de su legado: la desconfianza de la política partidaria. Eso y la fe en la iniciativa individual, y el sentido común de la dueña de casa, el funcionario de a pie, el trabajador que no cree en los sindicatos, el dirigente que no ha ganado ninguna elección interna, el representante infinito de sí mismo. No conviene sin embargo exagerar.  (...)

La sociedad chilena, con el advenimiento de una nueva clase media, con la llegada de la inmigración, cambió de espalda a los que la debían interpretar, que seguían hablando de un país “pacato”, conservador y provinciano (siendo uno de los más tecnologizados del mundo). La caída programada de todas las instituciones de referencia, desde los carabineros a las monjas del colegio, hizo el resto. La idea de continuidad histórica que estas instituciones proveían se vino abajo con ellas. Aunque quizás sea al revés, la idea de que la continuidad y la tradición importan fue lo que permitió mirar todo lo que hay de oscuras en ella sin rescatar su utilidad. Cundió la idea de que la historia era una sucesión de fraudes cometidos contra ti. Tú, convertido en la única institución confiable.

Todo eso era nuevo. Tan nuevo que no tenía como nombrarse. La victoria del Frente Amplio en las últimas parlamentarias y los resultados auspiciosos de Beatriz Sánchez en las presidenciales fueron una forma de decir que “Chile cambió”. Frase que se convirtió en un lugar común que permitía al que la pronunciaba evitar comprender de qué estaba hecho ese cambio. Un cambio que se hace visible y palpable en la actitud completamente nueva que tenemos los chilenos de hoy ante la novedad y el cambio. Una actitud radicalmente distinta a la que ha sido la tónica misma de nuestra historia.

 Chile fue, para bien y para mal, un país que continúa. Un país donde las cosas pueden, a diferencia de sus vecinos, planificarse a dos, tres, cuatro, diez años de plazo. Un país que perpetúa su injusticia y que también construye planes y políticas continuas para reparar algunas de ellas. Es lo que simboliza el plan de vacunación, un logro de varios gobiernos sucesivos y contrarios que impiden, a la hora de la catástrofe, la improvisación. Lo mismo se puede decir justamente de la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior) o de las políticas de nutrición y pavimentación.

 Algo de ese espíritu de continuidad hizo que la maquiavélica pero genial invención de Pepe Piñera llamada AFP siguiera avanzando a pesar de que todos los expertos sabían que terminaría mal. Y claro, habría que haber tenido la valentía de saltarse las comisiones y los planes para paliar el desastre, e ir al corazón del problema cuando aún no era irremediable. Pero justamente ese carácter continuo, lento pero seguro de la política chilena, no permitió ese salto. Cuando los expertos lograron que los políticos los escucharan y viceversa, las AFP ya habían entregado a miles de chilenos pensiones que eran puro insulto. (...)

Chile era ya hace tiempo no el tranquilo y dormido Pelotihue, con sus sonámbulos y sus cocodrilos saliendo de la alcantarilla, sino el Springfield de los Simpson, donde los políticos son siempre ladrones y corruptos los policías, y sin escrúpulos los empresarios. La emergencia de ese nuevo imaginario es parte de lo que se ha estado, marcha tras marcha y elección tras elección, tratando de imponerse ante la sordera de la prensa.(...)

 Nombres como Patricio Fernández, Agustín Squella, Roberto Celedón, Fernando Atria, Patricia Politzer y, de alguna manera especial, Renato Garín procurarán elevar el debate. Otras voces de otros ámbitos prometen sorprender. Varias estrellas están por nacer, lo que nunca está de más en un firmamento tan oscuro como el nuestro. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que esta asamblea será cualquier cosa menos predecible. Eso puede ser una bendición o una maldición, todo depende de la rara mezcla de sentido común e imaginación que estos tiempos nos exigen (mezcla que por suerte habita en algunos de los elegidos). Por de pronto es ya una lección: aprender a no saber, vivir la incerteza con algo de confianza, un poco de placer y mucho, quizás, demasiado vértigo."               (Rafael Gamucio, CTXT, 18/05/21)

26.10.20

El 78% de los chilenos aprueban enterrar la Constitución de Pinochet y los “Chicago Boys”

 "Entusiasmo, abrazos y alegría desbordada en las calles de las ciudades chilenas. El Proceso Constituyente sigue su curso tras una jornada histórica, en la que el 78% de la población aprobó reemplazar la Constitución vigente desde 1980, tras la llegada de Augusto Pinochet al poder, el militar responsable del golpe y la muerte del presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973.

5.885.721 personas votaron 'sí' a la pregunta “¿Quiere usted una nueva Constitución?” frente a 1.600.000 que votaron que no, el 21,73% de la población. La participación superó la mitad del censo, a pesar de las medidas de seguridad por la pandemia. Se trata de la votación más mayoritaria desde que el voto dejó de ser obligatorio en el país, en el año 2012.

En la segunda votación de la jornada, los resultados fueron igualmente concluyentes. El órgano que se encargará de redactar la Constitución estará formado exclusivamente por mujeres y hombres elegidos en plebiscito popular, y no por una comisión mixta formada por personas electas y parlamentarios en ejercicio. La creación de esta asamblea constituyente fue sancionada por el 79% de los votos.

En abril de 2021 se llevará a cabo la elección de los 155 integrantes de dicha asamblea constituyente, en la que se establecerá la paridad entre hombres y mujeres. Se tratará de la primera Constitución del mundo redactada por tantos hombres como mujeres. Antes se debe debatir cómo estarán representados los pueblos originarios. 

Una vez se elija la asamblea, en mayo se registrará la Convención que redactará la nueva carta magna del país. Tendrán un año para hacerlo, y la Constitución se deberá ratificar en un nuevo plebiscito que tendrá lugar no antes de mayo de 2022.

La oposición de izquierdas ha optado al completo por el 'sí' en el plebiscito, mientras que la derecha estaba dividida ante un referéndum, por lo demás, inevitable después de la movilización popular sin precedentes en este siglo que tuvo lugar entre octubre de 2019 y febrero de 2020, y que solo detuvo la pandemia del covid-19.

El actual presidente, Sebastián Piñera, no ha hecho público su voto en ningún momento del proceso aunque ayer anunció los resultados y se felicitó por el clima en el que había transcurrido el plebiscito. El estallido social ha dejado muy tocado a Piñera, que decretó hace un año un Estado de Emergencia para tratar de sofocar las protestas  y se vio obligado a rectificar la medida de subida del precio del transporte que fue la chispa de la protesta. Las dudas de Piñera muestran su incapacidad, en general la del establishment chileno al completo, para contener una fuerza de cambio que ayer, 25 de octubre, dio un paso resuelto para la transformación de la base socioeconómica del país.  (...)

Con la votación de ayer domingo, 25 de octubre, Chile da un paso más para desandar el camino por el que el militar golpista Augusto Pinochet encaminó al país. La Constitución, que fue reformada en los 30 años de su vigencia, consolidó un modelo neoliberal único, por su dureza, en la esfera latinoamericana. (...)

Como relata Jaime Bordel para El Salto: “En el país presidido por Sebastián Piñera, ningún partido ni ninguna figura política ha conseguido encabezar el proceso, ni capitalizar el descontento que reina entre la población. Hasta el momento, los partidos han ido a rebufo de lo que ocurría en las calles, y aunque fueron ellos quienes aprobaron en el Congreso el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, documento que establece los plazos y el cómo se va a desarrollar el proceso constituyente, esto jamás habría ocurrido sin el empuje de los manifestantes”.

La revuelta chilena, que estalló por el aumento del precio del billete de metro, puso en jaque la aplicación ortodoxa del plan de Milton Friedman y sus “chicos de Chicago”, los llamados “Chicago Boys” que dirigieron económicamente los designios de la dictadura y cuya impronta se mantuvo en la democracia de la “Concertación”, un proyecto de transición a la democracia con luces y sombras pero que no modificó el rumbo de ortodoxia neoliberal seguido por el país. El Estado llevó a cabo entonces un abandono completo de sus competencias en Educación y Sanidad, dejando la mayor parte del proyecto económico del país en manos de los mercados financieros.

A través de un programa conocido como El Ladrillo, economistas de la Universidad Católica, adaptaron el libreto de la Escuela de Chicago a un país que se despertó con la noción de que el Gobierno se debía encargar, únicamente, de la gestión del control social. “Un mercado lo menos regulado posible, ventajas fiscales que permitieran a las empresas extranjeras traer de vuelta al país de origen los mayores beneficios posibles, y la posibilidad de explotar recursos naturales como el cobre en el caso chileno. Un escenario idóneo para los intereses norteamericanos, que se habían visto amenazados con la llegada de Allende a la Presidencia”, escribió Bordel para El Salto.

La victoria, el 25 de octubre de 2020, del plebiscito para un nuevo proceso Constituyente es un clavo más en el ataúd del pinochetismo, aun presente en Chile en las estructuras orgánicas del Estado. La celebración por parte de más de un millón de personas en la Plaza Italia de Santiago reflejó la inmensa alegría de un país que comienza a andar su propio camino después de décadas de una intervención militar que cortó de raíz muchos de los avances sociales que, a partir de una nueva Constitución, se intentarán recuperar."                    (El Salto, 26/10/20)

17.7.20

El sistema de pensiones chileno sólo es otra falacia más sobre los sistemas privados de capitalización. La mayoría de las pensiones reciben menos del salario mínimo actual chileno (400 dólares) y se agotan entre los 15 y 20 años. Por eso crearon pensiones públicas de solidaridad


El sistema de pensiones chileno sólo es otra falacia más sobre los sistemas privados de capitalización. La mayoría de las pensiones reciben menos del salario mínimo actual chileno (400 dólares) y se agotan entre los 15 y 20 años. Por eso crearon pensiones públicas de solidaridad.

2- La aprobación reciente en el Congreso que permite retirar fondos de forma anticipada, con votos de derecha incluidos, y abrir la posibilidad a tener 2 pensiones distintas, es un golpe muy duro para las administradoras privadas, a espera de la reforma general del sistema.

11:55 a. m. · 10 jul. 2020

"El sistema privado de pensiones chileno se tambalea por primera vez.

 El sistema privado de pensiones de Chile, un pilar de su otrora exitoso modelo económico y referencia en la región, se tambalea por primera vez tras la aprobación en la Cámara de Diputados de un proyecto de ley que permitiría un retiro anticipado de fondos de pensiones para enfrentar la pandemia.

Creado en 1981 -en plena dictadura de Augusto Pinochet (1973-1999)- por José Piñera, hermano del actual mandatario derechista Sebastián Piñera, el mecanismo fue pionero en instaurar un sistema de capitalización absolutamente individual.

En medio de la discusión mundial sobre los sistemas de pensiones, las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) chilenas se plantearon como una alternativa a fracasados sistemas de reparto.

Pero después que comenzaron a entregar las primeras pensiones, a partir del año 2011, quedó al descubierto que este modelo no fue capaz de cumplir su promesa de cubrir hasta el 70% del último salario.

El mecanismo otorga en promedio menos de la mitad del último salario a los ahorristas más beneficiados, mientras que la mayoría recibe pensiones menores al salario mínimo (400 dólares).

Esos montos hicieron que el sistema fueran ganando descrédito y desconfianza en los últimos años. El movimiento "No+AFP" se hizo fuerte en las calles, convocando multitudinarias manifestaciones.

Sin embargo, hasta esta semana, ninguna reforma había logrado prosperar en el Congreso, debido al intenso lobby de las Administradoras de Fondos de Pensiones, que tienen invertido el dinero en casi todas las áreas de la economía chilena.

Por eso este jueves se definía como una "histórica derrota para el Gobierno" e "histórico avance contra las AFP" la aprobación el miércoles en Diputados del proyecto de ley que permite el retiro anticipado del 10% de los fondos como una medida excepcional para hacer frente a la crisis económica derivada de la pandemia.

Un amplio sector de la sociedad chilena considera este paso como un primer golpe para las poderosas AFP chilenas.

- Más allá del 10% -

La iniciativa presentada por la oposición, en un Congreso donde la coalición de Gobierno es minoría, contempla la creación de un fondo colectivo de pensiones, financiado por el Estado y el empleador para compensar la reducción de los fondos jubilatorios. Ese instrumento sería administrado por un ente público autónomo.

"No es sólo el retiro del 10%. La posibilidad de tener dos pensiones paralelas es lo que pone en jaque a las AFP", dijo Hassan Akram, académico de la Universidad Diego Portales, explicando que se abre la posibilidad de que en Chile existan dos sistemas jubilatorios, uno con un componente solidario y uno de iniciativa individual.

"El gran problema de las AFP es la lógica fundamental del sistema, es que el pago depende de lo que uno tiene ahorrado" y no tiene ninguna lógica de ahorro colectivo, agrega este experto.

En el Congreso han demorado años en legislar sobre otro proyecto que prevé aumentar en 6% con cargo al empleador la actual cotización mensual (alrededor del 13% del salario), un mecanismo que el gobierno intentó defender para evitar cualquier plan que contemple retiros anticipados de las AFP.

- Golpe al oficialismo -

Aunque resta la aprobación en el Senado, la votación en diputados representa una derrota ideológica para el gobierno de Piñera, debilitado además por no lograr alinear a los parlamentarios de su coalición pese a los esfuerzos que hicieron sus ministros hasta última hora.

Trece parlamentarios oficialistas votaron a favor de la iniciativa, acusando al gobierno de presentar medidas "insuficientes" para ayudar a la clase media durante la pandemia.

A nivel político, la aprobación de un retiro anticipado de los fondos de pensiones supone también un duro golpe para la coalición de Piñera a 18 meses de dejar el poder y le plantea un complejo panorama electoral por delante.

En octubre se debería realizar el plebiscito que determinará si se modifica la Constitución vigente desde la dictadura -pospuesto en abril debido a la pandemia- y en noviembre del próximo año las presidenciales.

A nivel económico, la medida repercutió en una apreciación del peso de 1,14% en la apertura, mientras que la Bolsa de Comercio de Santiago caída 3%.

Cerca de 11,9 millones de personas están afiliadas a las AFP chilenas, con un saldo promedio en sus cuentas de unos 14.000 dólares.

De aprobarse en el Senado, la iniciativa permitiría el retiro por única vez de hasta el 10% de los fondos de pensiones, con un mínimo de 1.250 dólares y un máximo de 5.300, en dos cuotas."           (EcoTvPanamá, 09/07/20)