"Tal vez ha sido un viaje a ninguna parte. Pero el fracaso del proceso para aprobar una nueva constitución en Chile tras el plebiscito del domingo 17 de diciembre puede ser un alivio para el maltrecho Gobierno de Gabriel Boric, dos años después de la histórica victoria electoral de la izquierda chilena en diciembre de 2021.
El rechazo por el 55,8% de los votantes del borrador de una nueva
constitución redactada por la ultraderecha chilena cierra el círculo
esperpéntico del proceso de renovación constitucional en Chile, puesto
en marcha tras las protestas del 2019, conocidas como “el estallido social”. Hay lecciones aquí para el resto del mundo.
El principio y el final de la historia son ejemplos de una polarización de la política que puede ser más de la superestructura que de la base.
Primero la izquierda chilena redactó una constitución tan vanguardista que habría sido la carta magna perfecta para una de aquellas comunidades anarquistas extragalácticas de las novelas de ciencia ficción de Ursula K. Le Guin. Fue rechazada por la mayoría de los chilenos en el plebiscito de finales del 2022.
Luego el péndulo se desplazó al otro extremo y la derecha católica conspiratoria, encabezada por José Antonio Kast, redactó una versión de una nueva constitución aún más conservadora y neoliberal que la actual, que fue impulsada durante la dictadura de Augusto Pinochet.
“No es un fracaso, son tres fracasos”, dijo Sergio Bitar, 82 años, ministro de Salvador Allende, encarcelado en un campo de concentración en la isla Dawson del estrecho de Magallanes tras el golpe pinochetista y ministro de los gobiernos de concertación de centroizquierda tras la vuelta de la democracia. “Michelle Bachelet intentó mandar al Congreso una nueva constitución durante su segundo gobierno (2014-2018) y fracasó; luego hemos tenido la constitución de la izquierda radical que ganó a todos los partidos existentes en las elecciones a la Convención constitucional del 2022; fracasó; y la tercera, después de acordar un texto muy razonable mediante una comisión de expertos, la extrema derecha lo cambió todo y el resultado es otro fracaso”, añade. “Puedes titular tu historia: ‘¡Chile fracasó!’”
Bitar es muy crítico con lo que considera una extrema izquierda ingenua y demasiado juvenil que redactó el primer borrador en 2022: “Había gente muy loca. Decían: ‘¡No hay que producir minería! ¡No hay que comer carne! Los indígenas son superiores a los blancos…’ Boludeces; esto se llama woke. Es identitarismo; no es marxismo”.
Lo que se pidió en el estallido social, añade, era algo más básico. “La idea de la nueva constitución era un afán de una muy amplia clase media que decía: ‘cambiemos esto para que haya un estado social y democrático de derecho como en Europa’”.
“El Frente Amplio cometió un error desde el inicio. Confundieron el estallido social con un proceso prerrevolucionario, pero ha girado contra ellos”, dijo en una entrevista la semana pasada en su domicilio en Santiago.
Rene Rojas, de la Universidad SUNY, en Binghamton, Estados Unidos, realizó una crítica similar tras el rechazo en el plebiscito de 2022: “Las reivindicaciones consensuadas en el estallido social eran un sistema de sanidad pública, pensiones dignas, educación gratuita, salarios dignos, protección laboral y bienes públicos como el agua (…), pero la constitución puso hincapié en protección de género, derechos etno-nacionales y cuestiones medioambientales”, escribió entonces.
Pero las reacciones de Bitar y Rojas al fracaso de la izquierda en la redacción de la nueva constitución pueden ser demasiado simplistas. A fin de cuentas, el feminismo, las reivindicaciones de derechos de las minorías y el antirracismo eran temas centrales para las protestas de 2019, cuyo emblema era precisamente la bandera mapuche.
Vladimir Safatle, filósofo brasileño nacido en Chile, explica por qué esas cuestiones, supuestamente identitarias, son reivindicaciones universales. “Si hay algo que las protestas en Chile, en 2019, nos enseñan es que las luchas por el reconocimiento –feministas, indigenistas, antirracistas– son una parte necesaria y decisiva de la lucha de clases”. “Las derrotas por la flexibilización de los derechos de los trabajadores, por ejemplo, son derrotas para la lucha feminista (…). Lo que Chile muestra es que la lucha feminista consigue su fuerza máxima cuando expone su dimensiones de lucha de clase”, explica Safatle. “Esas luchas por el reconocimiento son fundamentales para la igualdad y la justicia social y no son luchas de identidad; son luchas universales. Este universalismo no existió hasta ahora. Solo, tal vez, en la revolución haitiana (1791-1804), la Comuna de París (1871) y los primeros años de la revolución rusa (1917). Todo lo demás estaba basado en formas de expresión que vienen del colonialismo. Chile 2019 fue muy interesante porque se vio una articulación entre diferentes reivindicaciones sociales”.
Puede ser peligroso hacer concesiones a una derecha centrada en el área de las guerras culturales, donde Kast sigue el ejemplo de Trump, Bolsonaro y, ahora, Milei. “Es contradictorio centralizar el debate en las minorías (ya sea de lo trans, la cuestión de la autodeterminación mapuche, etc.) como si no fuese precisamente el entramado mediático el principal beneficiado de esto para poder imponer su línea política”, analiza Miguel Alonso Santos tras una estancia en Chile. “Desde mi punto de vista, el artículo (de Rojas) lo que hace es reproducir este problema”.
Rojas y Bitar aciertan en algo. No se comunicó bien cuáles eran las prioridades de la nueva constitución. Por ejemplo, se debería haber hecho hincapié, respecto a la comunicación de los derechos constitucionales de los mapuche, en su reivindicación central por el agua como un bien público esencial para todos los chilenos, en un país azotado por la sequía en tiempos de cambio climático.
En cuanto a Boric, las críticas de Bitar pueden ser injustas. Jugó un papel de intermediario entre la izquierda más radical que había sido reforzada en las protestas y la socialdemocracia de los gobiernos de Ricardo Lagos y Bachelet. Para ganar las elecciones a la derecha de Piñera y al centroizquierda tradicional, en un ambiente de rechazo unánime en las calles, era necesario romper con el pasado.
La clase política “se envejeció y apareció este grupo de jóvenes diciendo: ‘¡Vamos a cambiar la educación y la salud!’ Pero no saben cómo hacerlo”, dijo Andras Uthoff, uno de los economistas del periodo de la Concertación que se incorporó al gobierno de Boric para diseñar la reforma de las pensiones. Boric en realidad se mostró pragmático desde el inicio de su gobierno, cuando nombró al frente de Hacienda al socialdemócrata Mario Marcel.
Si uno pasea por Santiago en estos momentos recorre una ciudad que no se parece en nada a aquel hervidero de ideas y rebelión de hace cuatro años, cuando la gente se lanzaba a la calle todos los días.
“Se perdió el impulso; ahora es la derecha la que tiene la iniciativa”, asegura Alejandro, peluquero en la Barbería Bonehead, teñido de rubio e indumentaria postpunk. “Yo aquellos días trabajaba cerca de la Plaza de La Libertad y salía casi todos los días a la protesta; venían de todos los sectores, pero ya no”, dijo.
El eslogan entonces era “En Chile nació el neoliberalismo y aquí morirá”. Pero dos años después de la histórica victoria electoral del joven líder de la izquierda Gabriel Boric, elegido en la estela de aquella rebelión, el nuevo lema ya del desencanto podría ser “Contra Piñera vivíamos mejor”. “De haber ganado Kast tal vez habríamos vuelto a las calles”, dice el peluquero.
Boric personifica el desencanto. Carente de una mayoría en el Congreso,
el presidente no ha podido avanzar en sus dos políticas más
emblemáticas: por un lado, una reforma tributaria para combatir la
desigualdad; por otro, la reforma del sistema privado de pensiones
creado en la era pinochetista, elogiado por los economistas liberales
–entre ellos Javier Milei, el nuevo presidente argentino– pero no por la
ciudadanía chilena, cuyas irrisorias pensiones se han esfumado con la
inflación. Boric tampoco ha podido cumplir con sus promesas de corregir
algunas de las injusticias del sistema de enseñanza y sanidad. Pero,
tras dos años horribles, el presidente chileno puede haber tocado fondo.
En las últimas encuestas, tras un éxito consensuado en la organización
de los Juegos Panamericanos, Boric ya sube en popularidad. La derrota
del borrador de constitución de la ultraderecha dejará apartada la
cuestión constitucional y permitirá que el presidente recupere
protagonismo.
Aún más importante: el ajuste económico llega a su fin. La inflación ha bajado del 15% al 4,8%. Y el déficit fiscal ya está bajo control. Tras una recesión en 2022, se ven brotes verdes concretos. Hay esperanza también de que Chile pueda beneficiarse como proveedor de las materias primas esenciales –cobre, litio e hidrógeno verde– para la transición energética.
Queda por ver si Boric puede aprovechar una economía más boyante para
recuperar el apoyo de los que más han sufrido la inflación en un país
cuyo salario mínimo es de 420 euros. En Vitacura, junto a un
concesionario de BMW, Mercedes y algún que otro Maserati, se celebran
las bodas de la élite en el restaurante Aurora. El vigilante del
aparcamiento nos explica el problema: “Yo pago ya casi todo mi salario
en alquiler y los alimentos han subido tanto que a veces no puedo
comer”. Dentro del restaurante se celebraba una boda con exquisitos
platos lujosos." (Andy Robinson , CTXT, 20/12/23)
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