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6.4.11

"Cuando las compañías de seguros niegan su cobertura -como ocurre con la energía nuclear... se traspasa la frontera (de) los riesgos calculables"

"Cuando las compañías de seguros niegan su cobertura -como ocurre con la energía nuclear y los nuevos desarrollos de la ingeniería genética- se traspasa la frontera entre los riesgos calculables y los peligros incalculables.

Estos potenciales de peligro son generados industrialmente, externalizados económicamente, jurídicamente individualizados, técnicamente legitimados y políticamente minimizados.

Dicho de otro modo: entre el sistema normativo de control "racional" y los potenciales de autodestrucción desencadenados existe la misma relación que entre los frenos de una bicicleta y un avión intercontinental. (...)

La conmoción que embarga a la humanidad, vistas las imágenes del horror que nos llegan de Japón, se debe a otra idea que se va abriendo paso: no hay institución alguna, ni real ni concebible, que esté preparada para la catástrofe nuclear máxima y que sea capaz de garantizar el orden social, cultural y político incluso en ese momento decisivo.

Sí que hay, por el contrario, numerosos agentes que se especializan en la negación de los peligros. (...)

Solo los reactores nucleares "comunistas" podían explotar; así intentó Franz-Josef Strauss (1986) delimitar los sucesos de Chernóbil, dando a entender que el Occidente desarrollado capitalista disponía de centrales nucleares seguras.

Pero ahora este desastre se ha producido en Japón, el país del mundo que pasa por ser el que tiene la más avanzada tecnología, el mejor equipamiento y el que tiene más en cuenta la seguridad. Se ha acabado la ficción de que en Occidente podemos mecernos en nuestra seguridad.

Los dramáticos acontecimientos de Fukushima echan por tierra ese mito de la seguridad de la racionalidad técnica.

Lo que también nos lleva a plantear la pregunta por el valor de un sistema jurídico que regula hasta el ínfimo detalle de los pequeños riesgos técnicamente manejables, pero que, en virtud de su autoridad, legaliza, y nos hace asumir a todos, en tanto que "riesgos residuales" aceptables, los grandes peligros que amenazan la vida de todos, en la medida en que no sean susceptibles de una minimización técnica. (...)

Hiroshima fue el horror por antonomasia. Pero aquí fue el enemigo el que golpeó. ¿Qué pasa cuando el horror surge del meollo productivo de la sociedad, no del Ejército? En este caso, quienes ponen en peligro a la nación son los propios garantes del derecho, del orden, de la racionalidad, de la democracia. (...)

El mito de la seguridad reverbera en las imágenes de esas catástrofes que hay que excluir categóricamente, según los gestores de la energía nuclear.

Cuando esto se percibe, cuando se demuestra que los garantes de la racionalidad y el orden legalizan y normalizan peligros mortales, se crea el caos en el ámbito mismo de aquella seguridad que promete la burocracia."
(ULRICH BECK: La industria nuclear contra sí misma. El País, 05/04/2011, p. 33)

14.5.09

El enriquecimiento rápido convirtió a muchos en dependientes de la droga del dinero prestado. Ahora los ricos poseen un poco menos, pero los pobres...

"A partir de diversos componentes se obtiene así una explosiva mezcla política y social. No sólo aumenta la desigualdad, tanto en el marco nacional como en el global, sino que, ante todo, el rendimiento y el ingreso se han desacoplado ya por completo a los ojos de la ciudadanía. O peor aún: en el contexto del desmoronamiento de las finanzas mundiales se ha producido en las esferas más altas del poder un acoplamiento perverso entre gestión ruinosa e indemnizaciones millonarias. El pequeño secreto, que no hace más que agudizar la amargura, consiste en que este enriquecimiento codicioso se ha realizado de forma absolutamente legal, pero atenta a la vez contra todo principio de legitimidad. (...)

La consecuencia de ello es que el grito de dolor socialista reclamando la igualdad es proferido justamente desde el centro herido de la sociedad y halla repercusión por doquier. Pero esta conciencia de la igualdad no hace ahora más que alimentar las desigualdades sociales de un modo políticamente explosivo. Las desigualdades sociales se convierten en material conflictivo que se inflama con facilidad, no sólo porque los ricos siempre son más ricos y los pobres más pobres, sino sobre todo porque se propagan normas de igualdad que están reconocidas y porque en todas partes se levantan expectativas de igualdad, aunque al final queden frustradas.

Una quinta parte de la población mundial, la que se encuentra en peor situación (posee, en su conjunto, menos que la persona más rica del mundo), carece de todo: alimentación, agua potable y un techo donde cobijarse. ¿Cuál fue la causa de que, en estos últimos 150 años, este orden global de desigualdades mundiales se mostrara a pesar de todo como legítimo y estable? ¿Cómo es posible que las sociedades del bienestar en Europa pudieran organizar costosos sistemas financieros de transferencia en su interior sobre la base de criterios de necesidad y pobreza nacionales mientras que buena parte de la población mundial vive bajo la amenaza de morir de hambre?

La respuesta es que éste es -o era- el principio de eficiencia que legitimaba las desigualdades nacionales. Quien se esfuerce será recompensado con bienestar, rezaba la promesa. (...)

La perspectiva nacional exime de mirar la miseria del mundo.

Las democracias ricas portan la bandera de los derechos humanos hasta el último rincón del planeta sin darse cuenta de que, de ese modo, las fortificaciones fronterizas de las naciones, que pretenden atajar los flujos migratorios, pierden su base legítima. Muchos inmigrantes se toman en serio la igualdad predicada como derecho a la libertad de movimientos, pero se encuentran con países y Estados que, justamente por la presión de las crecientes desigualdades internas, quieren poner fin a la norma de igualdad en sus fronteras blindadas.

La revuelta contra las desigualdades realmente existentes se alimenta así de estas tres fuentes: del desacoplamiento entre rendimiento y ganancia, de la contradicción entre legalidad y legitimidad, así como de las expectativas mundiales de igualdad. ¿Es ésta una situación (pre)revolucionaria? Absolutamente. Carece, sin embargo, de sujeto revolucionario, por lo menos hasta ahora. (...)

En cierto sentido, son los Estados nación los que se han deslizado involuntariamente hacia el rol de sujeto revolucionario. Ahora, de repente, éstos ponen en práctica un socialismo de Estado sólo para ricos: apoyan a la gran banca con cantidades inconcebibles de millones, que desaparecen como si fueran absorbidas por un agujero negro. Al mismo tiempo, aumentan la presión sobre los pobres. Semejante estrategia es como querer apagar el fuego con fuego. (...)

La ideología predicaba que cualquiera podía triunfar. Esto era válido tanto para el comprador de bajos ingresos que obtenía su primera propiedad como para el malabarista que ignora los riesgos incalculables. El paraíso en la tierra consistía en que el primero podía comprar con dinero prestado y el segundo podía hacerse aún más rico, también con dinero prestado. Ésta era, y sigue siendo ahora, la fórmula de la irresponsabilidad organizada de la economía global. (...)

Después de haber subido, ahora el ascensor vuelve a bajar. Pero esto no amortigua la capacidad explosiva de la revuelta de la desigualdad que hoy se cuece.Más bien al contrario. Las demandas de más igualdad, que encuentran su expresión en las actuales protestas, alcanzan la autoconciencia de Occidente en su núcleo neoliberal. En los decenios pasados se falsificó el sueño americano y sus promesas de libertad e igualdad de oportunidades por la promesa cínica de enriquecimiento privado. En realidad, este espíritu ha convertido a muchas y a muy distintas sociedades en dependientes de la droga de vivir con dinero prestado.(...)

Ahora cabe preguntarse: ¿dónde están los movimientos sociales que esbozan una modernidad alternativa?" (ULRICH BECK: La revuelta de la desigualdad. El País, ed. Galicia, Opinión, 04/05/2009, p. 31 )

31.10.08

¿Qué hay de bueno en lo peor?

"¿Qué hay de bueno en esta crisis? Que el egoísmo del Estado nación tiene que abrirse al espacio cosmopolita. Los líderes políticos nacionales compiten ahora por ver quién ofrece el mejor plan de salvación mundial.

De la noche a la mañana, el principio misionero de Occidente, el mercado libre, que ha justificado la aversión hacia el comunismo y la distancia filosófica respecto del actual sistema chino, se ha convertido en una ficción. Los banqueros (banksters en el imaginario popular) reclaman con el fanatismo del converso la estatalización de sus pérdidas. ¿Está empezando a aplicarse la fórmula china de dirigismo estatal de la economía de mercado, hasta ahora tan demonizada y temida en los centros anglosajones regidos por el "todo vale"? ¿Cómo se explica el potencial destructivo de los riesgos financieros globales?

Hay una respuesta a esta última pregunta basada en una distinción fundamental: riesgo no significa catástrofe, sino su anticipación en el presente. En relación con los riesgos globales, la anticipación de un estado de excepción será gestionada sin fronteras. Este estado de excepción ya no rige en el ámbito nacional, sino en el ámbito cosmopolita; lleva además a la destrucción de edificios intelectuales supuestamente eternos, y crea nuevos lazos comunes. (...)

Se inicia en las aparentemente sólidas reglas de la política internacional un juego de fuerzas cambiante, asentado en algún lugar a medio camino entre la política de casino y la ruleta rusa, y en el que las competencias y las fronteras serán gestionadas de otro modo. Y no sólo aquellas que separan las esferas nacionales de las internacionales, sino también aquellas que separan la economía global de las de los Estados, así como también las de las potencias económicas emergentes como China, Suramérica y la India, por un lado, y Estados Unidos y la Unión Europea, por el otro. (...)

El estado de excepción ha disuelto sus fronteras espaciales porque las consecuencias que acarrean los riesgos financieros en el mundo interdependiente de hoy se han hecho imposibles de calcular y tampoco pueden compensarse. El espacio de seguridad del Estado nación de la primera modernidad no excluía los perjuicios. Pero éstos eran compensados, ya que sus efectos destructivos podían anularse con dinero, y otros medios. Ahora bien, una vez que se ha quebrado el sistema financiero mundial, que el clima ha cambiado irremisiblemente y que grupos terroristas poseen armas de destrucción masiva, ya es demasiado tarde. Ante este salto cualitativo en la amenaza a la humanidad, la lógica de la compensación pierde su validez y es sustituida (como lo argumenta François Ewald) por el principio de la previsión mediante la prevención. (...)

El peligro percibido que amenaza con precipitarnos a todos en el abismo genera a la vez una dinámica de aceleración del efecto neutralizador y, con ello, una presión por llegar al consenso que puede cortocircuitar el abismo entre el consenso obligado y la toma de decisiones políticas. Con la consecuencia de que lo que es del todo impensable en el espacio político nacional se hará realizable justamente en el de la política interior mundial. A pesar de que los intereses de todos los Estados chocan dramáticamente como es sabido, pueden aplicarse buenas decisiones político-financieras bajo el dictado de una especie de urgencia por crear un gran impacto. ¿Por qué? Precisamente por la anticipación de la catástrofe en el presente, eso es, mediante la globalidad de la percepción del riesgo, alimentada e ilustrada por los medios de comunicación de masas. El poder histórico de la percepción de los peligros globales se paga, sin embargo, a un precio elevado, ya que actúa a corto plazo. Puesto que todo depende de su percepción mediática, la fuerza legitimadora de la acción política mundial ante los peligros globales sólo alcanza hasta allí donde los medios de comunicación fijan su atención. (...)

Lo que angustia al ser humano contemporáneo es el presentimiento de que el tejido de nuestras necesidades materiales y nuestras obligaciones morales pueda rasgarse y de que se hunda el sensible sistema operativo de la sociedad del riesgo mundial. (...)

¿Qué hay de bueno en lo peor? Que por su propio bien el egoísmo del Estado nación tiene que abrirse al espacio cosmopolita. Pero ésta es una de las muchas posibilidades que supone el estudio de la anticipación de catástrofes paradigmáticas. Otra posibilidad es que éstas no ocurran." (ULRICH BECK : Estado de excepción económico. El País, ed. Galicia, Opinión, 29/10/2008, p. 31)

16.4.08

¿Vuelve el proteccionismo? ¿Se acabó la globalización a lo bestia? Veremos...

“Y lo que era todavía impensable hace pocos años se perfila ahora como una posibilidad real: la ley de hierro de la globalización del libre mercado amenaza con desintegrarse, y su ideología con colapsarse. En todo el mundo, no sólo en Sudamérica sino también en el mundo árabe y cada vez más en Europa e incluso en Norteamérica los políticos dan pasos en contra de la globalización. Se ha redescubierto el proteccionismo. Algunos reclaman nuevas instituciones supranacionales para controlar los flujos financieros globales, mientras otros abogan por sistemas de seguros supranacionales o por una renovación de las instituciones y regímenes internacionales. La consecuencia es que la era de la ideología del libre mercado es un recuerdo marchito y que lo opuesto se ha hecho realidad: la politización de la economía global de libre mercado.

Existen sorprendentes paralelismos entre la catástrofe nuclear de Chernóbil, la crisis financiera asiática y la amenaza de colapso de la economía financiera. Frente a los riesgos globales, los métodos tradicionales de control y contención resultan ineficaces. Y a la vez, se pone de manifiesto el potencial destructivo en lo social y político de los riesgos que entraña el mercado global. Millones de desempleados y pobres no pueden ser compensados financieramente. Caen gobiernos y hay amenazas de guerra civil. Cuando los riesgos son percibidos, la cuestión de la responsabilidad adquiere relevancia pública.

Muchos problemas, como por ejemplo la regulación del mercado de divisas, así como el hacer frente a los riesgos ecológicos, no se pueden resolver sin una acción colectiva en la que participen muchos países y grupos. Ni la más liberal de todas las economías funciona sin coordenadas macroeconómicas. (…)

Si el castillo de naipes de la especulación amenaza con desmoronarse, los bancos centrales y los contribuyentes deben salvarlo. Al Estado sólo le queda hacer por el interés común lo que siempre le reprocharon quienes ahora lo reclaman: poner fin al fracaso del mercado mediante una regulación supranacional.” (ULRICH BECK: De la fe en el mercado a la fe en el Estado. El País, ed. Galicia, Opinión, 15/04/2008, p. 39)