19.5.21

Rafael Gamucio: los electores han preferido para esta nueva Constitución chilena gente nueva... de una sociedad desde siempre jerárquicamente militarizada nos hemos independizado por fin...

 "Los resultados de las elecciones de este fin de semana sorprendieron a todos o casi a todos, aunque en rigor no deberían sorprender a nadie. 

 La unidad de la derecha no la salvó del desastre total (su presidente marca un nueve por ciento de aprobación). Del desastre no se salvó tampoco la izquierda concertacionista (que gobernó el país por dos décadas de crecimiento sostenido) y todos sus partidos, que obtuvieron resultado poco menos que lamentables.

Los electores han preferido para esta nueva Constitución gente nueva, lo que parece absolutamente coherente. De todos los partidos, el que arrasó es el partido “otros”, es decir, el independiente. La tía Pikachu, una mujer que se vestía de un personaje de dibujo animado japonés en las marchas de octubre del 2019, le ganó a varios exministros. Su programa, que consiste en ser ella quien es, o quien no es, una mujer adentro de un traje de plástico inflable, fue un argumento irrebatible a la hora de los votos.

 La “lista del pueblo”, un grupo de diversos desconocidos unidos por el odio a Piñera y la reivindicación del espíritu de octubre, pulverizó a la democracia cristiana y el partido socialista juntos. De los partidos más o menos tradicionales solo los comunistas y el Frente Amplio consiguieron importante victorias territoriales, todas gracias a candidatos escasamente conocidos, más allá de sus familias.

 ¿Podría ser de otro modo? Quién es y no es más “octubre”, quién se acerca más al espíritu de la calle, ha sido el tema de muchas candidaturas. Que “Chile cambió” es algo que todos han repetido hasta el cansancio estos meses. Mirar el rostro de ese cambio convertido en nombres y apellidos diversos y divertidos ha sido una experiencia largamente anticipada a la que, misteriosamente, los que venimos del viejo Chile no estábamos preparados. La verdad es que hay también entre esos hombres y mujeres, muchas más mujeres que hombres, mucha gente coherente y consistente, culta y preparada, por la que se pueden abrigar ciertas esperanzas. Pero ¿es la fe en personas individuales capaces e inteligentes un sentimiento genuinamente político? O más bien ¿no es la política un sistema de signos y procedimientos que buscan eximir a las sociedades del capricho o del olvido de los hombres y mujeres providenciales?

La noticia sigue siendo, más allá de cualquier predicción o prevención, que en Chile ganaron los independientes. O que, es lo mismo, perdieron todos los que militan en algún partido. No puede ser de otro modo en un país que descubre un sentido nuevo de autonomía personal, y se desnuda de trabas e instituciones anquilosadas. Fuera la vigilancia de clases, religión, sexo, ideologías. Esta fue entonces, más que una elección constituyente, una gigantesca declaración de independencia. El imperio del que se quieren separar no es ni el viejo imperio español, ni el nuevo imperio de Estados Unidos –al que estamos más unidos que nunca–, sino el viejo Chile republicano y oligarca a la vez, socialdemócrata de alma y neoliberal de costumbre, machista y al mismo tiempo matriarcal. Independizarse de la timidez y la sumisión, la rebeldía después de dos tragos, la imaginación desatada sólo cuando nadie puede oírte. País de mierda y mierda de país que todos no pueden dejar de amar y odiar hasta el incendio, la fiesta, pero también las elecciones periódicas y ordenadas que aún nos hacen sentir algo de orgullo recóndito pero innegable.

 De la huella de una sociedad desde siempre jerárquicamente militarizada nos hemos independizado por fin. También lo hemos hecho vistosamente de la Constitución que Pinochet mandó redactar a Jaime Guzmán, un profesor de derecho maquiavélico y ultraconservador, que comprendió a tiempo que la economía de mercado aliada a la represión religiosa podía convertirse en la ideología de la que los militares, brutales y estatistas, carecían hasta entonces. (...)

Al derrumbarse la Constitución de Pinochet y Jaime Guzmán, queda singularmente en pie, como nunca, el centro de su legado: la desconfianza de la política partidaria. Eso y la fe en la iniciativa individual, y el sentido común de la dueña de casa, el funcionario de a pie, el trabajador que no cree en los sindicatos, el dirigente que no ha ganado ninguna elección interna, el representante infinito de sí mismo. No conviene sin embargo exagerar.  (...)

La sociedad chilena, con el advenimiento de una nueva clase media, con la llegada de la inmigración, cambió de espalda a los que la debían interpretar, que seguían hablando de un país “pacato”, conservador y provinciano (siendo uno de los más tecnologizados del mundo). La caída programada de todas las instituciones de referencia, desde los carabineros a las monjas del colegio, hizo el resto. La idea de continuidad histórica que estas instituciones proveían se vino abajo con ellas. Aunque quizás sea al revés, la idea de que la continuidad y la tradición importan fue lo que permitió mirar todo lo que hay de oscuras en ella sin rescatar su utilidad. Cundió la idea de que la historia era una sucesión de fraudes cometidos contra ti. Tú, convertido en la única institución confiable.

Todo eso era nuevo. Tan nuevo que no tenía como nombrarse. La victoria del Frente Amplio en las últimas parlamentarias y los resultados auspiciosos de Beatriz Sánchez en las presidenciales fueron una forma de decir que “Chile cambió”. Frase que se convirtió en un lugar común que permitía al que la pronunciaba evitar comprender de qué estaba hecho ese cambio. Un cambio que se hace visible y palpable en la actitud completamente nueva que tenemos los chilenos de hoy ante la novedad y el cambio. Una actitud radicalmente distinta a la que ha sido la tónica misma de nuestra historia.

 Chile fue, para bien y para mal, un país que continúa. Un país donde las cosas pueden, a diferencia de sus vecinos, planificarse a dos, tres, cuatro, diez años de plazo. Un país que perpetúa su injusticia y que también construye planes y políticas continuas para reparar algunas de ellas. Es lo que simboliza el plan de vacunación, un logro de varios gobiernos sucesivos y contrarios que impiden, a la hora de la catástrofe, la improvisación. Lo mismo se puede decir justamente de la ONEMI (Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior) o de las políticas de nutrición y pavimentación.

 Algo de ese espíritu de continuidad hizo que la maquiavélica pero genial invención de Pepe Piñera llamada AFP siguiera avanzando a pesar de que todos los expertos sabían que terminaría mal. Y claro, habría que haber tenido la valentía de saltarse las comisiones y los planes para paliar el desastre, e ir al corazón del problema cuando aún no era irremediable. Pero justamente ese carácter continuo, lento pero seguro de la política chilena, no permitió ese salto. Cuando los expertos lograron que los políticos los escucharan y viceversa, las AFP ya habían entregado a miles de chilenos pensiones que eran puro insulto. (...)

Chile era ya hace tiempo no el tranquilo y dormido Pelotihue, con sus sonámbulos y sus cocodrilos saliendo de la alcantarilla, sino el Springfield de los Simpson, donde los políticos son siempre ladrones y corruptos los policías, y sin escrúpulos los empresarios. La emergencia de ese nuevo imaginario es parte de lo que se ha estado, marcha tras marcha y elección tras elección, tratando de imponerse ante la sordera de la prensa.(...)

 Nombres como Patricio Fernández, Agustín Squella, Roberto Celedón, Fernando Atria, Patricia Politzer y, de alguna manera especial, Renato Garín procurarán elevar el debate. Otras voces de otros ámbitos prometen sorprender. Varias estrellas están por nacer, lo que nunca está de más en un firmamento tan oscuro como el nuestro. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que esta asamblea será cualquier cosa menos predecible. Eso puede ser una bendición o una maldición, todo depende de la rara mezcla de sentido común e imaginación que estos tiempos nos exigen (mezcla que por suerte habita en algunos de los elegidos). Por de pronto es ya una lección: aprender a no saber, vivir la incerteza con algo de confianza, un poco de placer y mucho, quizás, demasiado vértigo."               (Rafael Gamucio, CTXT, 18/05/21)

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