"(...) Pero con esta oleada de soluciones autoritarias de los de arriba
contra los de abajo, también se han hecho evidentes los límites de las
soluciones populistas en franco declive en América Latina y también han
puesto al descubierto la impotencia y la inanidad de las alternativas
progresistas de la izquierda socialdemócrata (reconvertida en social
liberal) y del populismo de izquierdas crecientemente institucionalizado
y asimilado al sistema, opciones que adolecen de falta de mordiente
anticapitalista y de orientación ecosocialista, radicalmente democrática
e impugnadora del sistema.
Son fórmulas que confían todo a lograr
gobernar sin impulsar a la vez la auto organización popular, por lo que
se muestran incapaces de afrontar los nuevos retos y, por tanto,
devienen inútiles para defender a las clases subalternas en este primer
cuarto del siglo XXI.
Vivimos un fin de época de la izquierda
del sistema que no ha impulsado soluciones a los dos principales
problemas de la humanidad: la desigualdad social y el calentamiento
global.
La creciente acumulación de la riqueza mundial en cada vez menos
manos mediante el método de intensificación de la explotación y la
expropiación de las mayorías está originando lo que Antonio Ariño y Joan
Romero (2016) califican, como ya hicieron otros antes, de secesión de
las élites, particularmente de los ricos 3/; secesión que atraviesa
tanto las fases de expansión como las de recesión y que no es ajena a la
persistencia de las emisiones de gases de efecto invernadero y al
fracaso de las reuniones internacionales del clima auspiciadas por
Naciones Unidas (...)
En este panorama, una vez más, las soluciones vienen desde abajo, de
quienes no esperan a que ni dioses, reyes ni tribunos les solucionen el
problema. ¿Cuándo aprenderá la izquierda que no se necesitan
hiperliderazgos sino pueblos organizados, movilizados y empoderados?
Las
clases trabajadoras, en las nuevas condiciones de las relaciones
capital-trabajo presididas por la precarización, pérdida de derechos y
empobrecimiento, están ofreciendo resistencias fragmentadas pero reales
que se extienden por los intersticios del sistema y calan en Pekín (en
defensa del salario y la salud laboral) y en París (chalecos amarillos),
y a la vista está también de forma incipiente en el Estado español
(Coca Cola, Amazon, Kellys, etc.), en forma de expresiones renovadas de
la indignación y la organización. Y las mujeres, especialmente las
mujeres.
El movimiento feminista ha sido uno de los baluartes en la
lucha contra Trump y Bolsonaro y en nuestro caso ha supuesto la
activación, rejuvenecimiento y masividad de un movimiento que reacciona
en la calle y con las ideas contra la violencia machista, pero que va
más allá y se ha marcado como meta acabar con el heteropatriarcado y
cuya dinámica anticapitalista tiene grandes posibilidades de
desarrollarse frente al limitante feminismo institucional. (...)" (
Manuel Gari, Jaime Pastor, Viento Sur, 29/12/18)
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