21.10.24

Trump es el síntoma, el resultado, no la causa de esta decadencia... Es un líder sectario. Los líderes de sectas surgen de comunidades y sociedades caídas en las que las personas se han visto privadas de poder político, social y económico: los desposeídos por un mundo que no pueden controlar confían en quienes les prometen el retorno a una mítica edad de oro, prometiendo aplastar a las fuerzas identificadas como causantes de la miseria en la que viven... los fascistas cristianos que ponen su fe en un Jesús mágico y enseñan creacionismo como ciencia en nuestras escuelas, las colas de diez horas para votar en estados como Georgia, los milicianos que planean secuestrar a los gobernadores de Michigan y Virginia e iniciar una guerra civil, deben considerarse, igualmente, una amenaza, sobre todo si ignoramos la aceleración del ecocidio... Estados Unidos, como muchos países industrializados, ha sufrido un «golpe financiero a cámara lenta», cimentando un sistema de control que el filósofo político Sheldon Wolin denomina «totalitarismo invertido»... Las corporaciones y la clase multimillonaria han ganado. No hay ninguna institución, incluida la prensa, un sistema electoral que es poco más que corrupción legalizada, la presidencia imperial, los tribunales o el sistema penal, que pueda llamarse democrática. Sólo queda la ficción de la democracia... La revuelta de extrema derecha que vemos extenderse por el país es una revuelta contra la propia democracia liberal. Esto es muy peligroso. Permitirá a la derecha radical bajo la administración Trump consolidar un fascismo americanizado... El mercado es Dios. Todos serán sacrificados ante el ídolo Moloch. Esta insensibilidad ha visto a los cientos de millones de personas del mundo industrializado que han sido privados de sus derechos sucumbir a las enfermedades de la desesperación (Chris Hedges, Premio Pulitzer)

"Es autor de La guerra es una fuerza que nos da sentido (2002), best seller que fue finalista del Premio del Círculo Nacional de Críticos de Libros. Ha enseñado periodismo en las universidades de Columbia, Nueva York, Princeton y Toronto. Durante casi dos décadas fue corresponsal extranjero en Oriente Medio, Centroamérica, África y los Balcanes. Trabajó en el New York Times de 1990 a 2005 y ganó el Premio Pulitzer en 2002. Desde 2005, sigue haciendo periodismo de verdad cada semana en medios independientes de Estados Unidos. Es el autor que más traducimos y por ello es un gran honor y una gran emoción para el AntiDiplomático haber tenido el privilegio de entrevistar a Chris Hedges.

Usted contó recientemente, en una entrevista con Gleen Greenwald, su experiencia con el New York Times y por qué no pudo continuar como periodista para el que en Italia se considera el periódico «más fiable» del mundo. Si tuvieras que describir brevemente cómo funciona la información en ese periódico, ¿qué palabras utilizarías?
El New York Times premia el acceso a los poderosos y ricos en lugar de hacer periodismo. En los últimos años, esta forma de operar le ha llevado a publicar numerosas historias que han resultado ser falsas. Los redactores del periódico fueron propagandistas a ultranza -Tony Judt los llamó «idiotas útiles de Bush«- de la guerra de Irak. El periódico ha sido un auténtico defensor de la historia de las ADM. Ellos suprimieron, a petición del gobierno, una denuncia de James Risen sobre las escuchas telefónicas sin orden judicial de estadounidenses por parte de la Agencia de Seguridad Nacional, hasta que el periódico se enteró de que la investigación se publicaría en el libro de Risen…. Durante dos años difundieron la idea de que Donald Trump era una marioneta rusa. Ignoraron el contenido del portátil de Hunter Biden, que contenía pruebas de un tráfico de influencias multimillonario, etiquetándolo todo como «desinformación rusa». Bill Keller, editor ejecutivo desde Lelyveld, ha descritoJulian Assange, el periodista y editor más valiente de nuestra generación, textualmente: «un capullo narcisista y alguien que no tiene ni idea de periodismo». Los editores decidieron que la identidad y la raza, en lugar del saqueo corporativo con sus despidos masivos de 30 millones de trabajadores, eran la razón del ascenso de Trump, y han desviado la atención de la causa fundamental de nuestro predicamento económico, político y cultural. Por supuesto, esto les salvó de tener que entrar en las profundidades de lo que preocupa a empresas, como Chevron, que son anunciantes en el periódico. Produjeron una serie de podcasts titulada Califato, basada en historias inventadas por un estafador. Más recientemente, el NYT publicó un artículo de tres periodistas, entre ellos Anat Schwartz, que nunca había trabajado como reportera, tenía vínculos con la inteligencia israelí, y más tarde fue despedida después de que se revelara que había dado «me gusta» a publicaciones genocidas contra los palestinos en Twitter. El artículo denunciaba lo que se definía como abusos sexuales y violaciones «sistemáticos» por parte de Hamás y otras facciones de la resistencia palestina el 7 de octubre. Una vez más, resultó que el informe no tenía base.

En un reciente vídeo suyo que hemos subtitulado en italiano y que, en nuestra opinión, describe a la perfección el Estado Profundo estadounidense, usted afirma: ‘Nuestra clase política no gobierna. Entretiene». ¿Quién detenta realmente el poder en Estados Unidos? Existen equilibrios reales hoy en día o se debe considerar un poder absoluto?
El burlesco humor negro estadounidense con sus tonterías sobre Donald Trump, las urnas falsas, los teóricos de la conspiración que creen que el Estado Profundo y Hollywood dirigen un comercio sexual infantil masivo, los fascistas cristianos que ponen su fe en un Jesús mágico y enseñan creacionismo como ciencia en nuestras escuelas, las colas de diez horas para votar en estados como Georgia, los milicianos que planean secuestrar a los gobernadores de Michigan y Virginia e iniciar una guerra civil, deben considerarse, igualmente, una amenaza, sobre todo si ignoramos la aceleración del ecocidio.

Trump es el síntoma, el resultado, no la causa de esta decadencia. Trump es grosero, vulgar y burdo. No forma parte del refinado grupo de mandarines formados para convertirse en plutócratas en las universidades y escuelas de negocios de la Ivy League. Nunca ha dominado el empalagoso barniz de sofisticación y la retórica cuidadosamente calibrada de nuestra clase cortesana. Pero expresa la legítima ira de una clase trabajadora privada de sus derechos y promete el retorno a una edad dorada una vez que el país se haya librado de inmigrantes, liberales, intelectuales y todos esos protofascistas a los que, como Trump, culpa de nuestra desaparición. No es un político en el sentido clásico de la palabra. Es un líder sectario. Los líderes de sectas surgen de comunidades y sociedades caídas en las que las personas se han visto privadas de poder político, social y económico: los desposeídos por un mundo que no pueden controlar confían en quienes les prometen el retorno a una mítica edad de oro, prometiendo aplastar a las fuerzas identificadas como causantes de la miseria en la que viven. Cuanto más escandalosos se vuelven estos líderes y más desprecian la ley y las costumbres sociales, más popularidad ganan. Pretendiendo tener un poder divino, los líderes de las sectas son inmunes a las normas convencionales y quienes les siguen les conceden ese poder con la esperanza de salvarse. Trump y su camarilla de necios, criminales, racistas y desviados interpretan a la perfección el papel del clan de los Snopes en las novelas de William Faulkner: «El Hamlet», «El Pueblo» y «La Mansión». Los Snopes progresan desde el vacío de poder del decadente Sur y toman el control de las degeneradas élites aristocráticas. Flem Snopes y su extensa familia -que incluye a un asesino, un pederasta, un bígamo, un pirómano, un discapacitado mental que copula con una vaca y un pariente que vende entradas para presenciar las bestialidades- son representaciones ficticias de la escoria que hemos elevado a las más altas esferas del gobierno federal. Encarnan el ethos del capitalismo moderno contra el que nos advirtió Faulkner. «La mera referencia a la amoralidad, aunque acertada, no es suficiente y por sí sola no nos permite situarlos, como es debido en un momento histórico concreto. Quizá lo más importante sea decir que son lo que viene después: criaturas que emergen de la devastación, con la baba aún en los labios. […] Que se derrumbe un mundo, ya sea en el Sur o en Rusia, y aparecen figuras de crasa ambición que se abren camino desde debajo del fondo social, hombres para los que las reivindicaciones morales no son tanto absurdas como incomprensibles, hijos de los matorrales o muzhiks que surgen de la nada y se hacen con el poder gracias a la pura escandalosidad de su fuerza monolítica. Se convierten en presidentes de bancos locales y presidentes de comités regionales del partido y luego, un poco adornados, llegan por la fuerza al Congreso o al Politburó. Desinhibidos excavadores, no necesitan creer en el desmoronado código oficial de su sociedad; sólo tienen que aprender a imitar sus sonidos», resumió magistralmente el crítico Irving Howe sobre los Snopes.

En qué se ha convertido EEUU hoy y qué podría cambiar tras las próximas elecciones de noviembre?
Estados Unidos, como muchos países industrializados, ha sufrido un «golpe financiero a cámara lenta», cimentando un sistema de control que el filósofo político Sheldon Wolin denomina «totalitarismo invertido». El totalitarismo invertido conserva las instituciones, los símbolos, la iconografía y el lenguaje de la antigua democracia capitalista, pero dentro de ella las corporaciones se han hecho con todos los resortes del poder para acumular cada vez mayores beneficios y control político. Esta desconexión, vigente durante décadas, ha extinguido la democracia estadounidense. La fuga constante de poder económico y político ha sido ignorada por una prensa hiperventilada que ha atronado contra los bárbaros a las puertas -Osama bin Laden, Saddam Hussein, los talibanes, ISIS, Vladimir Putin- mientras ignoraba a los bárbaros de dentro. El golpe de Estado a cámara lenta ha terminado. Las corporaciones y la clase multimillonaria han ganado. No hay ninguna institución, incluida la prensa, un sistema electoral que es poco más que corrupción legalizada, la presidencia imperial, los tribunales o el sistema penal, que pueda llamarse democrática. Sólo queda la ficción de la democracia. La fachada de las instituciones democráticas y la retórica, los símbolos y la iconografía del poder estatal no han cambiado. La Constitución sigue siendo un documento sagrado. Estados Unidos sigue presentándose como paladín de las oportunidades, la libertad, los derechos humanos y las libertades civiles, incluso cuando la mitad del país lucha en el nivel de subsistencia, la policía militarizada dispara y encarcela impunemente a los pobres y la principal actividad del Estado es la guerra. Este autoengaño colectivo oculta en lo que nos hemos convertido: una nación en la que se ha privado a los ciudadanos de poder económico y político y en la que se practica en casa el brutal militarismo que practicamos en el extranjero.

Durante dos décadas, usted ha participado en levantamientos y revoluciones en todo el mundo. En su opinión, ¿por qué la gente en Occidente no se rebela contra un sistema tan profundamente injusto y en quiebra?
Las élites gobernantes, aterrorizadas por la movilización de la izquierda en la década de 1960 o por lo que el politólogo Samuel P. Huntington llamó el «exceso de democracia» de Estados Unidos, han construido contrainstituciones para deslegitimar y marginar a los críticos del capitalismo financiero y el imperialismo. Han comprado las lealtades de los dos principales partidos políticos. Han forzado la obediencia a la ideología neoliberal dentro del mundo académico y la prensa. Esta campaña, esbozada por Lewis Powell en su memorándum de 1971 titulado «Ataque al sistema estadounidense de libre empresa», fue el anteproyecto del sigiloso golpe de Estado financiero que 45 años después se completó. La destrucción de las instituciones democráticas, lugares donde los ciudadanos tienen poder y voz, es mucho más grave que el ascenso del demagogo Trump a la Casa Blanca. Este golpe ha destruido nuestro sistema bipartidista. Ha destruido los sindicatos. Destruyó la educación pública. Destruyó el sistema judicial. Destruyó la prensa. Ha destruido el mundo académico. Ha destruido la protección del consumidor y del medio ambiente. Ha destruido nuestra base industrial. Ha destruido comunidades y ciudades. Y ha destruido las vidas de decenas de millones de estadounidenses que ya no pueden encontrar un trabajo que les proporcione un salario digno, condenados a vivir en la pobreza crónica o encerrados en jaulas en nuestro monstruoso sistema de encarcelamiento masivo. Este golpe también ha destruido la credibilidad de la democracia liberal. Los autodenominados liberales, como los Clinton y Barack Obama, han defendido los valores democráticos liberales mientras hacían la guerra a estos valores al servicio del poder corporativo. La revuelta de extrema derecha que vemos extenderse por el país es una revuelta no sólo contra un sistema corporativo que ha traicionado a los trabajadores, sino también, para muchos, contra la propia democracia liberal. Esto es muy peligroso. Permitirá a la derecha radical bajo la administración Trump consolidar un fascismo americanizado. Resulta que, 45 años después, quienes realmente nos odian por nuestras libertades no son la multitud de enemigos deshumanizados creados por la maquinaria bélica: vietnamitas, camboyanos, afganos, iraquíes, iraníes o incluso talibanes, Al Qaeda e ISIS. Son los financieros, banqueros, políticos, intelectuales públicos y expertos, abogados, periodistas y empresarios educados en universidades y escuelas de negocios de élite que nos han vendido el sueño utópico del neoliberalismo.

¿Cómo construimos una alternativa al régimen neoliberal?

El neoliberalismo es una ideología furtiva que domina simultáneamente nuestras vidas, pero que existe en un relativo anonimato. Sus efectos han reconfigurado radicalmente las sociedades occidentales mediante la desindustrialización, la austeridad, la privatización de los servicios públicos, los servicios postales, las escuelas, los hospitales, las prisiones, los servicios de inteligencia, la policía, partes del ejército y los ferrocarriles, además de generar el estancamiento salarial y la esclavitud de la deuda. Ha deformado el sistema fiscal y ha destripado las normativas para canalizar la riqueza hacia arriba, creando una desigualdad de ingresos que rivaliza con el Egipto faraónico. El neoliberalismo está en la raíz del catastrófico colapso financiero de 2007 y 2008. Está en la base del aumento del subempleo y del desempleo crónico, del asalto al trabajo organizado, del declive de los niveles de sanidad y educación, del resurgimiento de la pobreza infantil, de la degradación del ecosistema y del ascenso de demagogos como Donald Trump y la extrema derecha. En el mundo del neoliberalismo todo, incluidos los seres humanos y el mundo natural, es una mercancía que se explota hasta el agotamiento o el colapso. El neoliberalismo invierte los valores sociales, culturales y religiosos tradicionales. El mercado es Dios. Todos serán sacrificados ante el ídolo Moloch. Esta insensibilidad ha visto a los cientos de millones de personas del mundo industrializado que han sido privados de sus derechos sucumbir a las enfermedades de la desesperación, incluyendo el suicidio, la adicción, el juego, las autolesiones, la obesidad mórbida, el sadismo sexual y un retroceso hacia el fascismo cristianizado – el tema de mi libro «América: la gira de despedida». Ha destripado la autoridad moral y el papel tradicional del gobierno, reduciéndolo a un reducido sistema de control interno y defensa nacional. Pero también ha erradicado eficazmente los mecanismos tradicionales, incluidos los sindicatos, que antaño mantenían a raya a los poderosos y a la clase multimillonaria. Revolverse contra este sistema significa un largo y arduo proceso de reconstrucción de los movimientos y organizaciones populares para hacer frente a la élite del poder mundial, pero como vemos estas élites a través de la vigilancia global, las leyes que criminalizan la disidencia y la protesta, y la policía militarizada están haciendo todo lo posible para que esto sea imposible.

Volviendo a Europa, y continuando con nuestra investigación sobre quién ostenta realmente el poder en Occidente, ¿cómo describe la actitud de los dirigentes europeos que han decidido el camino del suicidio en la guerra por poderes en Ucrania? Por qué no existe el más mínimo interés nacional en el continente entre los gobernantes europeos hasta el punto de que decidieron ni siquiera abrir una investigación sobre el acto de terrorismo contra Nord Stream, el mayor ataque a la infraestructura logística europea desde la Segunda Guerra Mundial?.

Armar a Ucrania no es una labor misionera. No tiene nada que ver con la libertad. Se trata de debilitar a Rusia. Es una guerra por poderes, diseñada por Estados Unidos para lograr este objetivo. Si se saca a Rusia de la ecuación, habría poco apoyo tangible para Ucrania. Hay otros pueblos ocupados, entre ellos los palestinos, que han sufrido con la misma brutalidad y durante mucho más tiempo que los ucranianos. Pero la OTAN no arma a los palestinos para que se defiendan del genocidio, ni los señala como heroicos luchadores por la libertad. Nuestro amor por la libertad no se extiende a los palestinos ni al pueblo de Yemen, los kurdos, los yazidíes y los árabes que resisten a Turquía, miembro de la OTAN desde hace mucho tiempo, en su ocupación y su guerra de drones en el norte y el este de Siria. Nuestro amor por la libertad sólo se extiende a quienes sirven a nuestro interés nacional. Las potencias europeas, a menudo en su detrimento, han sido reclutadas en esta guerra por poderes. Ciertamente, estos Estados europeos, en particular Alemania y el Reino Unido, se benefician de la venta de armas, pero la guerra en sí, que algún día terminará con un acuerdo negociado y un intercambio de tierras por paz, que podría haberse logrado antes de que comenzara el conflicto, es un proyecto estadounidense que Europa ha decidido tontamente apoyar. Es un proyecto de militaristas y fabricantes de armas al que la mayoría de los gobiernos son demasiado débiles para oponerse. Llegará el momento en que los ucranianos, como los kurdos, serán prescindibles. Desaparecerán, como tantos otros antes que ellos, de nuestro discurso y conciencia nacionales. Lamentarán su traición y sufrimiento durante generaciones. El imperio estadounidense pasará a utilizar a otros, tal vez al «heroico» pueblo de Taiwán, para impulsar su inútil búsqueda de la hegemonía mundial. China es el gran premio para nuestro Dr. Strangelove. Amontonarán aún más cadáveres y coquetearán con la guerra nuclear para limitar el creciente poder económico y militar de China. Es un juego viejo y predecible. Deja a su paso naciones arruinadas y millones de muertos y desplazados. Alimenta la arrogancia y el autoengaño de los mandarines de Washington que se niegan a aceptar la emergencia de un mundo multipolar. Si no se controla, este «juego de naciones» podría hacer que nos mataran a todos.

Ve usted en Estados Unidos o en Europa la aparición de algún movimiento político capaz de ofrecer una sociedad alternativa viable?

Ha habido una década de revueltas populares desde 2010 hasta la pandemia mundial de 2020. Estos levantamientos sacudieron los cimientos del orden mundial. Denunciaron el dominio corporativo y los recortes de austeridad, y exigieron justicia económica y derechos civiles. En Estados Unidos hubo protestas a escala nacional centradas en los campamentos Occupy, que duraron 59 días. Hubo erupciones populares en Grecia, España, Túnez, Egipto, Bahréin, Yemen, Siria, Libia, Turquía, Brasil, Ucrania, Hong Kong, Chile y durante la Revolución de la Luz de las Velas de Corea del Sur. Políticos desacreditados fueron expulsados de sus cargos en Grecia, España, Ucrania, Corea del Sur, Egipto, Chile y Túnez. El cambio y las reformas, o al menos sus promesas, dominaron el discurso público. Parecía anunciar una nueva era. Luego vino el contragolpe. Las aspiraciones de los movimientos populares fueron aplastadas. El control del Estado y la desigualdad social se han ampliado. No se ha producido ningún cambio significativo. En la mayoría de los casos, las cosas han empeorado. La extrema derecha ha salido triunfante. Hemos fracasado en varios frentes y eso nos obliga a examinar nuestras tácticas y estrategias.

Los «tecnooptimistas» -como señala Vincent Bevins en su libro If We Burn: The Mass Protest Decade and the Missing Revolution: The Mass Protest Decade and the Missing Revolution)- quienes predicaban que los nuevos medios digitales eran una fuerza revolucionaria y democratizadora no habían previsto que los gobiernos autoritarios, las corporaciones y los servicios de seguridad interna podrían explotar estas plataformas digitales y convertirlas en motores de vigilancia, censura, así como en vehículos de propaganda y desinformación. Las plataformas de medios sociales que hicieron posibles las protestas populares se volvieron contra nosotros. Muchos movimientos de masas, al no haber implantado estructuras organizativas jerárquicas, disciplinadas y coherentes, han sido incapaces de defenderse. En los pocos casos en que los movimientos organizados han alcanzado el poder, como en Grecia y Honduras, los financieros y las corporaciones internacionales han conspirado para recuperar el poder sin piedad. En la mayoría de los casos, la clase dominante llenó rápidamente los vacíos de poder creados por estas protestas. Ofrecieron nuevas marcas para reenvasar el viejo sistema. Por eso la campaña de Obama de 2008 fue nombrada Comercializadora del Año por Advertising Age. Ganó la votación de cientos de profesionales del marketing, jefes de agencias y proveedores de servicios de marketing reunidos en la conferencia anual de la Asociación Nacional de Anunciantes. Se impuso a Apple y Zappos.com. Los profesionales lo sabían. La marca Obama era el sueño de un profesional del marketing.

Demasiado a menudo, las protestas se asemejaban a flash mobs, en las que la gente se agolpaba en espacios públicos y creaba un espectáculo mediático, en lugar de participar en una interrupción sostenida, organizada y prolongada del poder. Guy Debord capta la futilidad de estos espectáculos/protestas en su libro «La sociedad del espectáculo«, señalando que la era del espectáculo significa que aquellos fascinados por sus imágenes están «moldeados según sus leyes». Los anarquistas y antifascistas, al igual que los black blocs, han roto a menudo escaparates, arrojado piedras a la policía y volcado o quemado coches. Los actos aleatorios de violencia, saqueo y vandalismo se justificaban en la jerga del movimiento como componentes de una insurrección «salvaje» o «espontánea». Esta «pornografía de las revueltas» atrajo a los medios de comunicación, a muchos de los que participaron y, como era de esperar, a la clase dirigente, que la utilizó para justificar una mayor represión y demonizar los movimientos de protesta. La ausencia de teoría política llevó a los activistas a utilizar la cultura popular, como la película «V de Vendetta», como punto de referencia. Las herramientas mucho más eficaces y dañinas de las campañas de educación de base, las huelgas y los boicots fueron a menudo ignoradas o dejadas de lado. Como Karl Marx había comprendido, «los que no pueden representarse a sí mismos serán representados». (...)"

(Entrevista a Chris Hedges, Alessandro Bianchi, L'Antidiplomatico, 14/10/24, traducción DEEPL)

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