22.9.24

Mario Draghi o el peso de la inversión, una palanca clave para encarar el problema de la pérdida paulatina de competitividad de las estructuras económicas europeas en relación a sus entornos... 800 mil millones anuales, en torno al 5% del PIB europeo, canalizados hacia diez sectores considerados estratégicos, que abrazan la automoción, el espacio, las nuevas tecnologías digitales, las primeras materias críticas, las tecnologías “verdes”, el transporte, la industria farmacéutica, la digitalización, la energía y las industrias que necesitan mayor intensidad energética... La idea es que el pilotaje se inicie y promueva desde los sectores públicos, lo que supone la necesidad de activar mecanismos de financiación. Aquí los escollos son graves, toda vez que los países del norte de la UE no ven con buenos ojos fórmulas técnicas ya exploradas, como la mutualización de las deudas que deberían contraerse. Aquí lo ya vivido durante la pandemia debería ser aleccionador para todos los gobiernos, que vieron resultados positivos implementando la mutualidad de la deuda, con la aquiescencia del Banco Central Europeo. Una vez más, los líderes europeos y sus asesores económicos deberán valorar qué vale la pena: si la hoja de ruta de la economía dominante, es decir, las reglas de la ortodoxia sin tener demasiado en cuenta la realidad; o la visión crítica de lo que estamos apreciando en el entorno europeo: la recesión en Alemania, las dificultades políticas en Francia, la guerra en Ucrania y el avance de los populismos de extrema derecha que contaminan las posiciones de las derechas liberales... Esto supondría, de alguna manera, el fin de la “austeridad presupuestaria”, en expresión de Thomas Piketty, y sobre todo, certifica una vez más que solo con la inversión privada esto no va ser viable... las cerca de 200 propuestas que plantea el informe de Draghi deban ser bien recibidas, si se acaba transformando este documento en un texto estratégico que sea aprobado –e impulsado: esta es la clave– por la Comisión Europea (Carles Manera, Economistas frente a la crisis)

 "Vivimos en las coordenadas de la Cuarta Revolución Industrial: la Industria 4.0. Sectores de inversión han explosionado con intensidad: la nanotecnología, la robótica, la Inteligencia Artificial, los nanorobots, la automatización, el empuje de los algoritmos, áreas que se han expandido por un despliegue de la economía del conocimiento. Y que se desarrollan a partir de estrategias de inversión, que tienen como ejes fundamentales las apuestas públicas. 

El reciente informe de Mario Draghi (https://commission.europa.eu/topics/strengthening-european-competitiveness/eu-competitiveness-looking-ahead_en) ha revolucionado el mundo económico y se ha resaltado en el ámbito político, desde la misma Comisión Europea. Un texto esperado como agua de mayo, teniendo en cuenta la personalidad y la precisión de su autor. El documento, extenso y prolijo, detalla aspectos relevantes como la gobernanza, las relaciones comerciales internacionales, el análisis sobre las estrategias de innovación y el desarrollo energético, como facetas centrales. 

La comparativa entre la Unión Europea (UE) y los grandes bloques geo-económicos (Estados Unidos, Asia) constituye una robusta plataforma de trabajo, un contraste continuo, para llegar al meollo de la cuestión: la competitividad de la UE en la nueva globalización, sacudida por la guerra en Europa y los conflictos abiertos en otras zonas del planeta, en particular en Gaza. Sin descuidar otros elementos que no pueden desdeñarse: el avance tecnológico chino en actividades que ya no son de mero ensamblaje, sino de producción propia con tecnología avanzada.

                El nudo esencial de la apuesta de este documento estriba en un tema sobre el que hemos insistido siempre en nuestras aportaciones: la importancia de la inversión, una palanca clave para encarar el problema de la pérdida paulatina de competitividad de las estructuras económicas europeas en relación a sus entornos. Los mercados van a aparecer después, con la factible creación de algunos de ellos, todavía inéditos. Y una herramienta fundamental para activar y mantener una ocupación de mayor calidad, con mayor valor añadido. En tal aspecto, la apuesta de Draghi es inequívoca, directa: 800 mil millones de euros anuales, lo que representa entorno al 5% del PIB europeo. 

Esto triplica las ayudas del Plan Marshall (1-2% del PIB en inversiones anuales) en la reconstrucción europea tras la segunda guerra mundial. Un monto importante de dinero canalizado hacia diez sectores considerados estratégicos, que abrazan la automoción, el espacio, las nuevas tecnologías digitales, las primeras materias críticas, las tecnologías “verdes”, el transporte, la industria farmacéutica, la digitalización, la energía y las industrias que necesitan mayor intensidad energética. El telón de fondo son las consecuencias inherentes al cambio climático, con el urgente reclamo a descarbonizar la economía europea como factor de competitividad; podemos deducir que este es un tema transversal que nutre buena parte de esos diez grandes objetivos.

                La idea es que el pilotaje se inicie y promueva desde los sectores públicos, lo que supone la necesidad de activar mecanismos de financiación. Aquí los escollos son graves, toda vez que los países del norte de la UE no ven con buenos ojos fórmulas técnicas ya exploradas, como la mutualización de las deudas que deberían contraerse. Aquí lo ya vivido durante la pandemia debería ser aleccionador para todos los gobiernos, que vieron resultados positivos implementando la mutualidad de la deuda, con la aquiescencia del Banco Central Europeo. Una vez más, los líderes europeos y sus asesores económicos deberán valorar qué vale la pena: si la hoja de ruta de la economía dominante, es decir, las reglas de la ortodoxia sin tener demasiado en cuenta la realidad; o la visión crítica de lo que estamos apreciando en el entorno europeo: la recesión en Alemania, las dificultades políticas en Francia, la guerra en Ucrania y el avance de los populismos de extrema derecha que contaminan las posiciones de las derechas liberales.

                Tres aspectos conviene resaltar. 

Primero: falta un claro compromiso de la iniciativa privada en las inversiones en innovación, un aspecto transcendental si atendemos a los sectores enunciados antes. La inversión privada en I+D representa el 67% del gasto en la Unión Europea (UE), frente al 81% en Estados Unidos o el 76% en China. En paralelo, la financiación a la innovación y a las start-ups innovadoras es muy débil en la UE, lo que puede derivar a la búsqueda externa de capitales, especialmente a Estados Unidos. No puede eludirse esta realidad, que a veces se camufla con discursos enaltecedores del emprendimiento privado sin relatar que éste en muchas ocasiones ha sido posible desarrollarlo gracias a las inversiones públicas. 

Segundo: agilizar regulaciones más sencillas especialmente para las pymes y para aquellas actividades vinculadas a la digitalización, un aspecto que debería evitar cuellos de botella administrativos y burocráticos. Al mismo tiempo, el desafío puede ser también la capacidad de gestión administrativa –y peticionaria de proyectos relacionados con los sectores anotados– por parte de los gobiernos y de los particulares. 

Tercero: la financiación de todo esto supone la conexión entre la política fiscal y la política monetaria, en el sentido de tener en cuenta que un proyecto como este requerirá, igualmente, flexibilizar condiciones en los cuadros macroeconómicos de los países: revisiones en las exigencias de déficits y tipos de interés razonables, entre otros posibles ajustes. 

Esto supondría, de alguna manera, el fin de la “austeridad presupuestaria”, en expresión de Thomas Piketty (https://www.lemonde.fr/idees/article/2024/09/14/thomas-piketty-le-rapport-draghi-a-l-immense-merite-de-tordre-le-cou-au-dogme-de-l-austerite-budgetaire_6317119_3232.html). Pero, sobre todo, certifica una vez más que solo con la inversión privada esto no va ser viable.

                En diferentes ocasiones se ha advertido, desde el Parlamento Europeo o desde otras palestras de representación política, incluyendo documentos y análisis de perfil más académico, que la Unión Europea debe poner remedios más decididos para incrementar su competitividad. Se dirá que esto ya es una narrativa conocida, manida, con recorridos estrechos. Pero la situación actual es quizás más distinta a la que encuadraba esas declaraciones, esos textos. 

Estamos ante una nueva globalización económica en la que el bloque asiático avanza de manera resolutiva, con China a la cabeza y con India resoplando con intensidad a sus espaldas. Vemos a Estados Unidos con serios problemas internos, de fragmentación política –y cultural–, que trastocan su propio desempeño económico; y contenemos la respiración ante las elecciones de noviembre. 

Latinoamérica presenta disparidades importantes, con pocos liderazgos regionales evidentes y con divisiones entre naciones, que infieren a su vez políticas económicas muy diferentes. África sigue siendo el continente que provee materias primas, metales escasos –que se agotan, destacado en el documento de Draghi–, productos energéticos, y constituye un botín codiciado por inversores de todo el mundo, por gobiernos de las economías más avanzadas, por grandes corporaciones.

                Esta realidad no es del todo nueva; tiene mimbres que permiten identificar el cesto. Pero sí que patentiza la emergencia de otras potencias que no estaban en el tablero geopolítico con la fuerza actual, hace apenas veinticinco años. De ahí que las cerca de 200 propuestas que plantea el informe de Draghi deban ser bien recibidas, si se acaba transformando este documento en un texto estratégico que sea aprobado –e impulsado: esta es la clave– por la Comisión Europea."                  

(Carles Manera, Catedrático de Historia e Instituciones Económicas,Universitat de les Illes Balears. Economistas frente a la crisis, 19/09/24)

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