21.9.24

Piketty: Europa debe invertir... Draghi tiene razón... Europa necesita invertir 800.000 millones de euros más al año... su informe tiene el inmenso mérito de cuestionar el dogma de la austeridad fiscal... este dogma de austeridad se basa en un disparate económico. En primer lugar, porque los tipos de interés reales (netos de inflación) han caído a niveles históricamente bajísimos. Ello refleja una situación en la que existe un enorme maná de ahorro, poco o mal utilizado en Europa y a escala mundial. En tal situación, corresponde a los poderes públicos movilizar esas sumas e invertirlas en formación, sanidad, investigación y nuevas tecnologías, grandes infraestructuras energéticas y de transporte, renovación térmica de los edificios, etc... Si Francia, Alemania, Italia y España -que juntos representan las tres cuartas partes de la población y del PIB de la eurozona- consiguen ponerse de acuerdo sobre un compromiso equilibrado y social y territorialmente inclusivo, será posible avanzar sin esperar a la unanimidad y apoyándose en un núcleo de países (como prevé el informe Draghi). Este es el debate que Europa debe entablar ahora

 "Seamos claros desde el principio: el informe de Mario Draghi a la Comisión Europea sobre la competitividad y el futuro de Europa es un paso en la buena dirección. Según el antiguo Presidente del BCE, Europa necesita invertir 800.000 millones de euros más al año en el futuro (equivalente al 5% del PIB de la UE), es decir, unas tres veces el Plan Marshall (entre el 1% y el 2% del PIB en inversión anual en la posguerra). De este modo, el continente volverá a los niveles de inversión de los años sesenta y setenta. Para lograrlo, el informe propone recurrir al endeudamiento europeo, como se hizo con el plan de recuperación de 750.000 millones de euros adoptado en 2020 para hacer frente a Covid. Con la salvedad de que ahora se trata de reunir esas sumas cada año para invertir de forma sostenible en el futuro (sobre todo en investigación y nuevas tecnologías), y no para financiar una respuesta excepcional a la pandemia. Si Europa se muestra incapaz de realizar estas inversiones, advierte el informe, el continente entrará en una «lenta agonía» frente a Estados Unidos y China.

Podemos estar en desacuerdo con Mario Draghi en varios puntos clave, sin olvidar la composición precisa de la inversión en cuestión, que no es poca cosa. Lo cierto es que este informe tiene el inmenso mérito de cuestionar el dogma de la austeridad fiscal.

 Según algunos, en Alemania pero también en Francia, los países europeos deberían arrepentirse de sus déficits pasados y entrar en una larga fase de superávits primarios en sus cuentas públicas, es decir, una fase en la que los contribuyentes deberían pagar muchos más impuestos de los que reciben en gastos, para reembolsar urgentemente los intereses de la deuda y el principal.

En realidad, este dogma de austeridad se basa en un disparate económico. En primer lugar, porque los tipos de interés reales (netos de inflación) han caído a niveles históricamente bajísimos en Europa y Estados Unidos en los últimos veinte años: menos del 1%-2%, y a veces incluso niveles negativos. Ello refleja una situación en la que existe un enorme maná de ahorro, poco o mal utilizado en Europa y a escala mundial, dispuesto a verterse en los sistemas financieros occidentales sin apenas retorno. En tal situación, corresponde a los poderes públicos movilizar esas sumas e invertirlas en formación, sanidad, investigación y nuevas tecnologías, grandes infraestructuras energéticas y de transporte, renovación térmica de los edificios, etc.

 En cuanto al nivel de deuda pública, es efectivamente muy elevado, pero no inédito: se aproxima al observado en Francia en 1789 (en torno a un año de renta nacional), y es muy inferior al observado en el Reino Unido tras las guerras napoleónicas y en el siglo XIX (dos años de renta nacional) y en todos los países occidentales tras las dos guerras mundiales (entre dos y tres años).

Pero la historia demuestra que no se puede hacer frente a niveles de deuda tan elevados con métodos ordinarios: se necesitan medidas excepcionales, como gravámenes sobre los activos privados más elevados, como los que se aplicaron con éxito en Alemania y Japón en la posguerra. Si los tipos de interés reales vuelven a subir, habrá que hacer lo mismo gravando a multimillonarios y multimillonarios. Algunos dirán que esto es imposible, pero en realidad es un simple juego de escribir en los ordenadores. No se puede decir lo mismo del calentamiento global o de los retos de la sanidad o la educación públicas, que no se resolverán de un plumazo.

 Si ahora analizamos en detalle las propuestas del informe Draghi, es evidente que hay mucho que criticar, y tanto mejor. Una vez aceptado el principio de que Europa necesita invertir masivamente, es saludable que se expresen diferentes visiones sobre el tipo de modelo de desarrollo y los indicadores de bienestar que queremos promover. En este caso, Draghi se basa en un enfoque tecnófilo, comercial y consumista bastante tradicional. Hace hincapié en las subvenciones públicas a gran escala para la inversión privada en tecnología digital, inteligencia artificial y medio ambiente. Sin embargo, hay muchas razones para creer que Europa debería aprovechar esta oportunidad para desarrollar otros modos de gobernanza y evitar dar de nuevo plenos poderes a grandes grupos capitalistas privados para gestionar nuestros datos, nuestras fuentes de energía o nuestras redes de transporte.

Draghi también contempla la inversión puramente pública, por ejemplo en investigación y enseñanza superior, pero de una forma demasiado elitista y restrictiva. Propone que el CEI (Consejo Europeo de Investigación) financie directamente a las universidades (y no sólo proyectos de investigación individuales), lo que sería excelente. Por desgracia, el informe propone centrarse únicamente en unos pocos centros de excelencia en las grandes ciudades, lo que sería económicamente peligroso y políticamente inaceptable. La sanidad pública y los hospitales están casi totalmente ausentes del informe.

En general, si se adopta un plan de inversiones de este tipo, es esencial que las zonas desfavorecidas y las regiones más desfavorecidas -incluida, por ejemplo, Alemania- participen en él y se beneficien de recursos masivos y visibles. Si Francia, Alemania, Italia y España -que juntos representan las tres cuartas partes de la población y del PIB de la eurozona- consiguen ponerse de acuerdo sobre un compromiso equilibrado y social y territorialmente inclusivo, será posible avanzar sin esperar a la unanimidad y apoyándose en un núcleo de países (como prevé el informe Draghi). Este es el debate que Europa debe entablar ahora. "

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