"La encuesta del CIS que sitúa a la inmigración como el primer problema para los españoles ha creado cierta alarma, en especial entre sectores mediáticos, académicos y políticos. Ese giro en la percepción implicaría situar uno de los argumentos principales de la extrema derecha en un lugar prioritario, y contendría una señal que no debe ignorarse, ya que estaría dirigiendo al conjunto de la sociedad hacia lugares ideológicamente peligrosos. Se han señalado varios aspectos como causantes de ese resultado, entre ellos la manipulación de la encuesta con preguntas que predisponían a los encuestados o el papel de los medios de comunicación, que lo que indicaría que un asunto poco relevante se magnifica interesadamente. Este es un enfoque habitual, pero incorrecto, sobre el crecimiento del voto a opciones extrasistémicas.
Las derechas populistas y extremas han situado en el centro de su discurso dos elementos fundamentales. La inmigración y la inseguridad son el eje de su propuesta. En países como Francia, el ascenso de Le Pen viene claramente ligado al voto de aquellas zonas que presentan tasas altas de una y otra. AfD, la formación alemana, continúa incidiendo en esos asuntos como medio para continuar creciendo, y su última campaña publicitaria es muy expresa. Trump ha utilizado la combinación de los dos factores incluso con argumentos disparatados, como el de los inmigrantes haitianos que comen perros y gatos en Springfield, Ohio.
En todo caso, esa intención de poner en primer plano a los inmigrantes ligándolos a problemas de integración y, en última instancia, de perturbación de la normalidad social, es una baza política de las derechas, que lleva a los progresistas a insistir permanentemente en los aspectos contrarios, los beneficios que la inmigración aporta y en las escasas ocasiones en que la inmigración, legal o ilegal, comete delitos o genera situaciones de inseguridad. El choque entre las dos posturas es habitual en el debate público.
Sin embargo, todo esto olvida que, en la realidad, los discursos son más escuchados en unas zonas que en otras, que funcionan o decaen dependiendo del espacio de recepción: la inmigración es percibida de manera distinta según las zonas y las regiones en las que los votantes residen. Es decir, que el elemento geográfico, fundamental en la política contemporánea, también lo es en este asunto.
El relegamiento
La gran división en el voto en un buen número de países no se da entre clases sociales, sino entre regiones: aquellos territorios que se perciben en declive, a los que falta impulso y empleo, que pierden población y cuyos jóvenes emigran, suelen ser más favorables a los discursos de las nuevas derechas que las grandes ciudades y las zonas en las que existe vitalidad económica, movimiento y conexión.
En esos entornos, la inmigración, sea o no elevada en ese territorio, ejerce como un factor explicativo de su mal momento. Los casos de Turingia y Sajonia son ilustrativos al respecto: zonas con poca inmigración pueden tomar el mensaje en consideración, porque se convierte en una demostración palpable de que no se les tiene en cuenta, de que son ciudadanos de segunda, de que no hay proyectos para ellos. El mensaje que reciben es que han sido relegados y que incluso los extranjeros reciben más ayudas.
En un completo estudio realizado por Jérôme Fourquet y Sylvain Manternach, publicado en Le Figaro, en el que se analizan las causas del incremento del voto a Le Pen, se citan los elementos típicos (inmigración, inseguridad y pobreza), pero se subrayan también dos aspectos sociológicos muy relevantes que dan sentido último a estos discursos. El primero, crucial, lo denomina “empatía del punto de vista”: “Para decidir su voto, muchos electores miran primero si el diagnóstico hecho por tal o cual personaje político sobre el estado del país corresponde al que ellos mismos hacen. Luego se preguntan: ¿Los míos y yo ocupamos un lugar destacado en la imagen que este partido/candidato dibuja de Francia?”. Si la respuesta es positiva, la empatía entre elector y candidato queda asentada. Este es un elemento esencial, insiste Fourquet, en el ascenso del RN. La respuesta de un votante de Calais a Raphaël Glucksmann sobre el motivo de su voto a favor de Le Pen es diáfana: “Sabes, Marine es la única que no se avergüenza de que salgamos con ella en la foto”.
Ese es el sentimiento definitivo, si salen o no en la foto, si se les tiene o no en cuenta, si algún partido tiene algún proyecto para ellos. La inmigración es un asunto del todo vinculado a este aspecto: si el discurso que reciben es que nadie les toma en consideración, la aparición de los inmigrantes avivará el fuego. Si no perciben ese desdén, la inmigración deja de ser un factor político de primera magnitud.
La utilización de la inmigración
Un buen ejemplo de mal manejo político de este discurso ha sido el error de Trump hablando de los haitianos que se comían a los gatos. En la medida en que sonaba intencionadamente exagerado, no producía ninguna empatía en el receptor. La reacción de parte de la izquierda frente a las posiciones contra la inmigración de la extrema derecha, “hay que legalizarlos a todos”, tiende a generar el mismo efecto negativo, ya que produce la sensación de que en esa foto falta mucha gente.
Esta es también la causa de que la inmigración no sea un elemento principal en el voto de los españoles. En la medida en que ninguno de los dos discursos, el de la izquierda o el de la derecha, incide de una manera profunda en las causas de sus problemas, en lo que más les afecta, la inmigración queda en un lugar secundario.
La misma encuesta del CIS lo subraya. Puede que la inmigración sea definida como el mayor problema que sufre España, pero cuando se pregunta a los encuestados por los problemas que más les afectan directamente, los que más padecen en sus carnes, los tres primeros que aparecen son la crisis económica, la sanidad y la calidad del empleo.
Tanto a la hora de identificar los principales problemas españoles como a la hora de señalar los que más les preocupan de forma directa, los asuntos ligados con la economía son abrumadoramente dominantes en las respuestas. En los últimos años, el declive en el nivel de vida es patente, en especial a causa de los precios de los bienes esenciales para la subsistencia (desde la vivienda hasta los alimentos o la energía), el deterioro de los servicios públicos (y de los privados) en sanidad es claro para las clases medias y las trabajadoras, y el número de empleos inseguros, en los que no se gana lo suficiente o en los que los asalariados se quedan atascados, se multiplican, así como el número de pequeños empresarios entrampados. Las regiones en declive siguen sin encontrar un camino de regreso a la prosperidad. Mientras estos asuntos estén pendientes de resolver, la sensación de que la gente común no sale en la foto de los políticos se incrementará, y por tanto la inmigración continuará estando presente en el debate.
JD Vance parece darse cuenta de esto cuando aleja el problema de Springfield, Ohio, de los gatos asados y lo resitúa en el aumento de los precios de las viviendas que ha generado una inmigración elevada en una pequeña localidad, en la saturación de los servicios médicos y en los educativos. El complemento final, dedicado a los progresistas, es el decisivo: “No sé por qué suponéis automáticamente que la única razón por la que la gente se queja de esto es que tienen motivos oscuros. Y no soporto la condescendencia dirigida a todas estas personas que están ofreciendo testimonios muy concretos sobre cómo han empeorado sus vidas”.
Gordon Brown, exprimer ministro británico laborista, también parece darse cuenta de todo esto al señalar que “más pronto que tarde, habrá que contrarrestar el veneno de la extrema derecha con una agenda progresista centrada en lo que más le importa a la gente: empleo, nivel de vida, justicia y la reducción de la brecha moralmente indefendible entre ricos y pobres”. (Esteban Hernández, El Confidencial, 19/09/24)
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