" El martes, mientras el mundo se acababa, Carlos Mazón, el hombre que ocupa la presidencia de la Generalitat, hacía su vida normal de musiquetas y propaganda.
¿Qué puedes escribir en una situación así? O, sobre todo, ¿qué puedes hacer? Comprar pilas y una linterna, velas, cerillas. Llenar cubos de agua. Sentado como hago ahora en el vestíbulo del ayuntamiento mientras el móvil se carga y escribir con bolígrafo y papel. Probar de vez en cuando llamar a los padres, que sepan que estoy bien, tratar de saber cómo están los amigos, Eva, que anoche todavía tenía algo de batería y envió aquellas imágenes escalofriantes de Picanya y la torrentada furiosa, y el puente que ya no está, y después explicó que habían abierto el pantano, que nadie les había avisado, que se le inundaba la casa, que la calle era un río, que ahora parece que se ha detenido, que tenía una hija sana y salva en Sant Joan y la otra en Paiporta, en casa de una mujer que no conoce y que acogió a las cinco niñas que habían ido a la biblioteca y que no pudieron volver.
Las cinco amigas y otras tres personas que necesitaban cobijo. Ese gesto que nos salva. Pequeño en apariencia, enorme en trascendencia. La solidaridad, tan real, tan concreta, expresada en cientos de historias distintas durante las horas más oscuras. La gente haciendo cadena, brazo con brazo y que nos aguante, para salvar a alguien allí atrapado en medio del agua opaca, color de barro y devastación.
Este acto de riesgo y de humanidad tan alta. La más alta. Alguien colgó el vídeo, anoche. No me lo saco de la cabeza. Por la mañana, pasado (de momento, quién sabe) el temporal, cuando han cortado el agua, los vecinos nos hemos encontrado en la calle: no, no hay, ni luz tampoco, el teléfono, internet. Un rato para preguntar quién necesita nada, para compartir las malas nuevas, conocidos que han perdido el coche, conocidos que suman la casa, ese desastre que lo agobia todo.
El puente de Alaquàs, destruido. Un vecino le ha ido a ver. Muestra la foto. El mundo da miedo, dice. Sí. Parece que también hay muertos aquí en Torrent. Y que en Paiporta no quieras saberlo. El gesto de cubrirse la boca con una mano. Estamos aquí, para lo que haga falta. Sí. En las calles, la gente que mueve el móvil y busca, inútilmente, cobertura. No hay comunicación. Tampoco por carretera. Ni metro. Ni nada. Quien no puede volver a casa. Quien no puede venir.
La incertidumbre de no saber cómo están los parientes, los amigos. No saber cómo están ni qué puedes hacer. Entender que no puedes hacer nada. Escribir ahora. Escribir sólo escribir a pesar del ahogo y el corazón que se hace pequeño. Las noticias de los conocidos, que llegan con cuentagotas. ¿Está bien? Sí. Tocamos hierro. Sí. Las noticias de los demás, que son un escalofrío profundo. Y los muertos, que se acumulan. Tantos de muertes. La gente explica las cosas como puede. Sin aspavientos. Como en una pena.
Un hombre dice que es la impotencia de no saber nada, y los demás asienten. Han hecho un círculo de desconocidos. Cuentan que han habilitado un pabellón, que en Massanassa es un desastre, que dice que en el Mas del Jutge hay casitas que ya no están. Y los supermercados que se vacían. Se esparce la berrea: si los camiones no pueden entrar, no habrá reposición de mercancías. Hombre, si no lo traen hoy lo traerán mañana. Sí. Botellas de agua, legumbres cocidas, conservas, pan. No hay correderas, es decir: es una especie de peso. Y la gente se ayuda y hace cola, sonríe tímidamente. Como si pensaran que todavía cómo. Porque aquí, ahora, todavía cómo. Ya no hace ese viento ni esa oscuridad que cubrió el mundo cuando no era la hora. Y no llueve. Sale un poco de sol avergonzado.
¿Qué debemos decir nosotros, si hemos visto las imágenes de Utiel, de Catarroja, de Algemesí, el agua de barro, los coches hacinados? Nada. ¿La luz, el teléfono? Aún cómo. Pero hay una rabia también. Un nudo compacto en la garganta y una rabia que crece. Cuando había trece muertos, cuando eran cincuenta y uno, ahora que en la radio han dicho setenta. Sea cual sea la cifra final en el tristísimo contador. Que la lluvia no sabe llover lo sabemos de siempre y antes de la canción. Los chaparrones estacionales, las riadas, etcétera. Sí: esto ocurre. Y precisamente porque ocurre es necesario que, quien tiene la obligación de gestionarlo, lo sepa gestionar. Porque ocurre y porque a este pasar ahora debemos sumar los efectos del cambio climático, el mar que se calienta, el vapor que se acumula, las ventoleras, los tornados.
En vez de pactar con los esparcidores del negacionismo, quiero decir. En vez de seguirles la veta y los eslóganes esotéricos, las proclamas petroleras. En vez de reírles unas gracias que son verdaderas desgracias para la humanidad. En vez de todo. Que el espanto es tan reciente que apenas tendremos que hablar de ello, todavía, porque ante todo y por encima de todo están las víctimas, el dolor que no cesa, la desolación, pero que también hay que decir , que ya se ha empezado a decir, que es una evidencia y una rabia y que debe decirse: ha habido negligencia, aquí, negligencia e inutilidad y abandono. Y es tan grave que no encuentro palabras. No encuentro.
El martes, mientras el mundo se acababa, Carlos Mazón, el hombre que ocupa la presidencia de la Generalitat, hacía su vida normal de musiquetas y propaganda. Quiero decir que, en vez de suspender la agenda ordinaria y comparecer en televisión y radio públicas en un mensaje especial, serio, para avisar de que la gente no circulara por las carreteras, que no fuera a trabajar, que se protegiera tanto como pudiera, Mazón hizo lo contrario: por la mañana comunicó, atención, la “buena noticia” de que no había alerta hidrológica, de que “el temporal se desplaza” y que “se prevé que a las seis de la tarde disminuirá su intensidad ”.
Y continuó todo el santo día como si nada, colgando sus historietas (con música chiripitifláutica) en las redes, que si lleno del Consell y venga la carcajada, que si recibe el certificado-no-sé-qué de turismo, que si presenta no-sé-qué-más de salud digital, que sí reunió con agentes sociales para el presupuesto. Y esto es grave. Gravísimo. Por el desprecio hacia las personas que ya sufrían los efectos de las inundaciones. Por la sensación de día normal que transmitió al resto. Por las víctimas que, de haber actuado debidamente, habrían podido evitarse.
Tengo guardada en el teléfono la imagen de la alerta que me saltó el martes. Un sonido de alarma y un texto con faltas de ortografía para decir que “como medida preventiva” evitáramos desplazamientos. La enviaron a las 20 horas y 11 minutos, la alerta preventiva. A las 20 horas y 11 minutos. Ese insulto.
Porque las alertas de emergencia se envían antes de la catástrofe y no después, como hizo el gobierno de Mazón (por eso se llama “alerta” de una alerta: porque alerta, reiradito). Porque los meteorólogos ya lo habían hecho, de avisar sobre el peligro de esta DANA, y, por tanto, los responsables de tomar medidas de prevención no pueden argüir que les haya cogido por sorpresa. Porque ahora aún duele más chulería con la que, nada más llegar al poder, el gobierno PPVox anunció que eliminaba por la vía de urgencia la Unidad Valenciana de Emergencias creada por el Botánico.
Y ahora pienso en el desguace y los ataques que reciben los bomberos forestales y todo ello resulta, ya, insoportable. Sólo espero que no olvidemos reclamar responsabilidades. Que hoy existe ese dolor, y las personas que han dejado la vida, y eso pasa por delante de todo. De todo. Pero que no lo olvidemos, mañana. Ni nunca. Hace unos años, Mónica Oltra pronunció una frase que lo define: "El PP es más peligroso por inútil que por corrupto." Y mira que, corruptos, son esa gente."
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