"Tras el resultado inesperado del referéndum por el Brexit en el Reino Unido en 2016, la Comisión Europea encargó a tres hombres la tarea de asegurar que la decisión de abandonar la Unión Europea fuera recordada como una absoluta locura. Hoy los mismos tres hombres siguen en la cima del panteón político europeo, pero ahora han hecho suyas las ideas de los brexiteros. Entender el porqué es comprender la crisis cada vez más profunda de la UE.
Michel Barnier, excomisario de la UE, fue el elegido para liderar el día a día de la negociación con el RU; su mandato era desgastar a los enviados británicos y asediarlos con demandas a cada paso. Donald Tusk, entonces presidente del Consejo Europeo, llegó incluso a lanzar una fallida campaña por un segundo referéndum, y sugirió, con muy poca diplomacia, que los brexiteros se merecían un «lugar especial en el infierno». Por último, Emmanuel Macron, obtenida la presidencia de Francia, lideró desde las alturas del Elíseo la batalla discursiva contra el espíritu del Brexit, y advirtió a sus homólogos británicos que no se les permitiría elegir las partes de la UE que les gustaban y renunciar al resto.
Los tres hombres fueron a la guerra contra los brexiteros con tres objetivos en mente. Primero, defender la uniformidad del mercado único europeo; en particular la idea de mantener un campo de juego parejo en el que una empresa francesa, una portuguesa y una eslovena tuvieran ante sí (al menos en teoría) las mismas reglas. En cambio, los brexiteros (de derecha o de izquierda) insistían en que el gobierno del RU debía recuperar el derecho a subvencionar a empresas con importancia estratégica que invirtieran en suelo británico. Macron hizo suya esta batalla, denunciando el intento del RU de inclinar el campo a favor de algunas empresas británicas a costa de los sagrados principios del mercado único europeo.
El segundo objetivo fue aplastar cualquier esperanza británica de que la City londinense pudiera sacar provecho gratuito de las instituciones comunitarias. Tusk armó un equipo encargado de asegurar que el acuerdo final del Brexit castigara a los financistas británicos que no quisieran trasladar una parte sustancial de sus carteras, nóminas e inversiones a territorio de la UE, y les dijo sin rodeos que, para ellos, «la vida será diferente» después del Brexit.
El último objetivo fue retratar a los brexiteros como enemigos descarriados de otro principio sagrado de la UE: la libertad de desplazamiento. Barnier dijo una y otra vez a los negociadores británicos que para preservar el comercio no arancelado con la UE, el RU debía renunciar a la absurda demanda de recuperar el control de sus fronteras. Y no hace mucho (en junio) lo repitió en forma categórica: «No habrá renegociación del Brexit sin libertad de desplazamiento».
Hoy los tres guardianes de Europa han cambiado de tono y adoptado el lenguaje y las políticas de los lobos brexiteros a los que debían confrontar. Lo primero que cayó fue la ficción de defender un campo de juego parejo para las empresas de toda Europa. Ante la desaceleración económica provocada por la pandemia de COVID‑19, Francia y Alemania reafirmaron el derecho a la subvención estatal. Así lo expresó Macron: «La respuesta que hemos tenido en Europa estos últimos años ha sido proveer flexibilidad nacional [en la forma de] ayudas estatales». En tanto, el canciller alemán Olaf Scholz movilizaba a su gobierno para impedir la compra (totalmente legal) de Commerzbank por parte de la italiana UniCredit, atentando así contra la posibilidad de un mercado financiero único en la UE.
La conversión damascena de los otros dos hombres es todavía más sorprendente. Tusk ha descubierto su brexitero interior, y al parecer se ha olvidado de lo mal que está que un miembro de la UE quiera reafirmar el control de sus fronteras. Ahora, como primer ministro de Polonia, promete (¡exacto!) «recuperar el control» de las fronteras de Polonia, y exige una exención «británica» de las reglas de la UE en relación con la cantidad mínima de solicitantes de asilo que los países europeos deben aceptar. De hecho fue más lejos, y suspendió el derecho de asilo en Polonia para personas venidas de Bielorrusia y Rusia, en flagrante violación no sólo de las reglas de la UE sino también de las obligaciones de Polonia conforme al derecho internacional y al Tribunal Europeo de Derechos Humanos (blanco habitual de las invectivas brexiteras).
Para no ser menos, Barnier (ahora primer ministro de Francia) lidera un gobierno minoritario que depende del apoyo tácito de la euroescéptica y xenófoba Marine Le Pen y de su Agrupación Nacional. Ha hecho campaña para que Francia esté exenta de la jurisdicción de los tribunales europeos y pueda deportar a quien quiera e incluso prohibir por ley la entrada de inmigrantes extracomunitarios.
¿Qué sucedió? ¿Cuándo fue que los pastores de la UE se convirtieron en lobos? La respuesta tiene mucho que ver con la fragilidad de los cimientos económicos de Europa. Renacionalizar la formulación de políticas fue siempre una posibilidad, desde el momento en que la «unión cada vez más estrecha» empezó a perder brillo. Casi dos décadas de subinversión han intensificado las fuerzas centrífugas que desunen a Europa, y el espíritu del Brexit se extiende de París a Varsovia.
Desde la pandemia, las exportaciones europeas a China están amesetadas, mientras que las importaciones estadounidenses desde Europa casi se han duplicado. La total dependencia respecto de Estados Unidos en lo referido a armamento, combustibles fósiles y demanda externa deja a la UE en una posición sumamente vulnerable. Si Donald Trump gana la próxima elección presidencial y cumple su promesa de arancelar las exportaciones de la UE, el estancamiento y la fragmentación de Europa se profundizarán.
Los líderes europeos cargan ahora con la culpa trágica de que por haber rechazado durante tanto tiempo una reforma política (moderada pero fundamental) de la UE, han garantizado su desintegración. Defendiendo sólo en palabras las necesidades comunes de Europa (por ejemplo, un programa de inversión verde a gran escala), sin ningún interés en crear los medios compartidos necesarios, se han convertido en los saboteadores más destructivos de la UE. Ahora los brexiteros son ellos."
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