"(...) Inprecor – ¿Cómo caracterizas el conflicto entre EEUU y China?
P. R. – Una potencia establecida, EEUU, se ve confrontada con una nueva potencia ascendente, China, de manera que este cara a cara interimperialista constituye ya un elemento estructural de la situación geoestratégica mundial. Un caso clásico, pero sobre un trasfondo que no lo es en absoluto…
Inprecor – ¿Una nueva guerra fría?…
P. R. –… Iba a explicar por qué el trasfondo del conflicto entre Pekín y Washington no es clásico y por qué la fórmula de nueva guerra fría me parece engañosa. En la época de la llamada guerra fría, el grado de interdependencia económica entre los bloques oriental y occidental era mínimo, mientras que hoy la relación es muy estrecha. El contexto mundial es radicalmente diferente de lo que era hace medio siglo y no podemos entender nada de la situación actual sin tenerlo presente. Para ello, es mejor evitar el uso de los mismos términos.
Antes de volver sobre esta cuestión, me gustaría señalar que en la época del enfrentamiento entre los bloques oriental y occidental, la fórmula de guerra fría reflejaba un estrecho punto de vista eurocéntrico. En Asia, la guerra que condujo a la escalada estadounidense en Indochina no fue nada fría. Irónicamente, ahora se invoca la nueva guerra fría, a pesar de que Europa es el escenario del conflicto militar más violento desde 1945. Una guerra librada con los recursos de una gran potencia (Rusia), a diferencia de los conflictos que desgarraron los Balcanes.
Es inevitable que los grandes medios de comunicación, los expertos y los politólogos del sistema hablen ahora de una nueva guerra fría, pero eso no es razón para hacer lo mismo. Las palabras importan y conllevan supuestos que pueden ayudar a ocultar la realidad. La expresión guerra fría tiene una fuerte carga mental que invita a una interpretación geopolítica muy anticuada. Esto es tanto más problemático cuanto que muchas corrientes de izquierda siguen posicionándose, más o menos abiertamente, al lado de Rusia y China, o incluso detrás de ellas, en nombre de la lucha contra EE UU. Por tanto, el imaginario de la guerra fría les conviene perfectamente. Del mismo modo que, simétricamente, conviene a Joe Biden y a las corrientes que preconizan el alineamiento con Washington en nombre de los valores democráticos occidentales.
No basta con explicar, en los textos, la diferencia entre épocas o la
complejidad de las situaciones geoestratégicas contemporáneas. También
es necesario elegir un vocabulario más apropiado.
Inprecor – ¿A saber?
P. R. – Conflicto interimperialista: de eso se trata, y decirlo saca inmediatamente a la luz la diferencia con el modelo geopolítico del pasado. El trasfondo lo hemos heredado de la globalización neoliberal, es decir, un grado de integración sin precedentes del mercado mundial, en el que China ha ocupado un lugar nodal. Pekín y Washington mantienen ahora una confrontación geoestratégica que se extiende a todos los ámbitos: militar, alianzas, sanciones económicas, desarrollo de tecnologías alternativas, control del suministro de recursos escasos, etc.
Se trata de reconstituir campos, pero esta dinámica política choca con realidades económicas. Estos dos países están vinculados entre sí de muchas maneras y, lo que es quizás más importante, ambos dependen de una organización mundial de la producción que dificulta mucho la deslocalización masiva y rápida de las empresas clave, sobre todo hacia sus países de origen, en el contexto de una economía de guerra mundial (más o menos fría, más o menos caliente).
La desindustrialización de Occidente está resultando muy complicada de superar. Aunque esta desindustrialización ha beneficiado principalmente a China, esta última no es tan autosuficiente. El ejemplo del sector de los semiconductores es sintomático. Se usan para casi todo. Quien produce los circuitos integrados de mayor calidad tiene una ventaja decisiva, sobre todo en materia militar. Las licencias de semiconductores suelen ser estadounidenses, pero su fabricación se realiza en Asia: Taiwán, Corea del Sur… (un poco los Países Bajos)… países geográficamente vulnerables frente a su vecino chino.
Pekín dedica fondos considerables a la investigación en este terreno, pero no está claro que logre recuperar posiciones. Joe Biden ha hecho aprobar un presupuesto descomunal para crear un centro de producción en Estados Unidos con la ayuda de una empresa taiwanesa, TSMC. Muy pocas empresas disponen de la tecnología y los conocimientos necesarios para grabar microchips ultraminiaturizados.
Las deslocalizaciones tropiezan con numerosos obstáculos. El gobierno de Biden plantea ahora a las empresas que le interesan una disyuntiva: recibiréis ayudas masivas para garantizar vuestra deslocalización a Estados Unidos a condición de que abandonéis el mercado chino. No se puede tener el oro y el moro… ¡Este tira y afloja aleatorio ilustra hasta qué punto ya no vivimos en tiempos de la guerra fría!
Y ¿de qué sirven las deslocalizaciones si las cadenas de producción, las llamadas cadenas de valor, siguen globalizadas como hasta ahora? Su ruptura, ya sea por una crisis sanitaria o geopolítica, tiene efectos inmediatos. Un producto acabado, como un automóvil, contiene un gran número de componentes procedentes de múltiples países. Si falta uno y no se puede sustituir, la producción se detiene. La pandemia de covid-19 lo demostró. Lo mismo puede decirse de la industria militar.
La opción de la globalización permitió al capital desplegarse casi sin obstáculos a escala mundial, optimizar sus beneficios, asegurar su dominación y organizar en consecuencia las cadenas de producción. Y ahora los principales Estados imperialistas quieren reactivar las fronteras, o incluso añadir más. Se trata de una situación inédita y muy contradictoria.
Habría una alternativa a la crisis de la desglobalización capitalista: una política de regionalización en beneficio de los pueblos y de la lucha contra la crisis climática (en particular, con la consiguiente reducción de los transportes). Esta alternativa debe popularizarse, pero quedan por construir las fuerzas sociales capaces de imponerla…
La crisis de la desglobalización capitalista ha llegado para
quedarse. Sus consecuencias para China son importantes. Esta es una de
las principales razones por las que el régimen chino no puede esperar
una restitución de las condiciones que anteriormente garantizaron su
centralidad en el mercado mundial y su despegue geopolítico.
Inprecor – ¿Qué otras condiciones hay?
P. R. – Aquí me limitaré a mencionar dos.
No fue Xi Jinping quien creó las condiciones previas en el interior para el despegue de China. En primer lugar, el país tenía que ser independiente, con una población y una mano de obra instruidas y una primera base industrial propia. Este es el legado de la revolución de 1949 (tendemos a olvidarlo, dadas las convulsiones en las que se hundió el régimen maoísta). Fue bajo Deng Xiaoping, cuando el sector más dinámico de la burocracia china logró pilotar una (contra)revolución burguesa, cuando se dió la formación de una nueva burguesía que combinaba (sobre todo a través de redes familiares) el capital burocrático y el capital privado. Finalmente, fue bajo Jiang Zemin y Hu Jintao cuando se consolidó la integración en el mercado mundial. Xi Jinping mostró una gran ingratitud cuando humilló públicamente a Hu Jintao en el último congreso del PCC.
En el plano internacional, Xi Jinping se benefició de una inesperada ventana de oportunidad: la prolongada impotencia de EE UU en la región de Asia-Pacífico. Empantanado en Oriente Próximo, Obama fue incapaz de reorientar el pivote estadounidense hacia esta región. Errático, Trump inquietó a los aliados tradicionales de EE UU y dejó el campo libre a Pekín, incluso en el frente económico, al tiempo que iniciaba la política de sanciones. No fue sino hasta la presidencia de Joe Biden que, tras el desastre afgano, EE UU consiguió recuperar la iniciativa en esa parte del mundo. Mientras tanto, Pekín había militarizado el mar de China Meridional en su propio beneficio y a expensas de otros países ribereños.
Inprecor – La expansión internacional de China, sin embargo, continúa…
P. R. – Sí, sobre todo en América Latina, Oriente Medio, el Norte de África y el África subsahariana. Patrocinar un acercamiento entre Arabia Saudí e Irán es un éxito innegable que no debe de haber complacido a Washington. Por otra parte, Pekín ha sufrido reveses en el Pacífico Sur y en Asia Oriental, es decir, en su perímetro de influencia y su zona de seguridad inmediata. Esto resulta bastante paradójico. Estos reveses marcan el regreso de EE UU a la región, pero también se deben a las políticas del propio Xi Jinping. Pisoteó los derechos de los países ribereños del mar de China Meridional creyendo que serían demasiado dependientes económicamente de la inversión, la financiación y el mercado chinos para contraatacar. Tiró demasiado fuerte de la cuerda.
En términos más generales, la nueva geopolítica del conflicto está dejando su impronta. El primer ministro japonés, Fumio Kishida, visitó Kiev al mismo tiempo que Xi Jinping estaba en Moscú. No se trata por su parte de un simple acto de obediencia a Washington, sino que tiene su propia agenda: hacer valer el peso de Japón en el concierto de las grandes potencias, completar la reconstitución de un ejército de intervención, acabar con la cultura pacifista que aún prevalece entre la población japonesa y militarizar el régimen, defender los intereses de su imperialismo en el noreste asiático (península de Corea, reivindicaciones territoriales…). Alberga las principales bases estadounidenses en el extranjero, situadas en Okinawa en su mayor parte, y al visitar Ucrania también envía un mensaje a China en relación con Taiwán.
Aquí encontramos la misma tensión entre dinámicas geoestratégicas e interdependencias económicas, que en este caso son muy fuertes: China era (en 2019) el segundo socio comercial de Japón, a la par que Estados Unidos. Para China, Japón seguía siendo el mayor inversor extranjero, fuera del mundo chino, y el tercer mayor receptor de las exportaciones chinas, por detrás de EEUU y la UE.
Tras la vuelta al poder del clan Marcos, Manila ha duplicado el número de puertos que podrá utilizar la marina estadounidense. Es probable que Filipinas llegue a almacenar municiones muy utilizadas en los conflictos contemporáneos.
China parecía dominar el juego militar en su periferia inmediata, aparte de la conquista de Taiwán, pero la configuración de fuerzas está cambiando gradualmente, al menos en parte. Existe el riesgo de encontrarnos en una peligrosa y prolongada situación de ni guerra ni paz en el mar de China Meridional, con picos de tensión militar, económica (bloqueo) y diplomática.
El equipamiento militar chino sigue siendo en parte de origen ruso. Pekín observa de cerca la actuación del ejército de ocupación en Ucrania y la compara con la eficacia del apoyo estadounidense a las fuerzas ucranianas. Xi Jinping tiene algunas preocupaciones. La calidad del armamento ruso parece estar muy por debajo de su reputación. Por otro lado, la calidad de la información facilitada por el Pentágono al Estado Mayor ucraniano explica la precisión con la que ha podido dirigir sus operaciones. Es cierto que el complejo militar-industrial chino está plenamente movilizado y está modernizando su arsenal y desarrollando sus propias tecnologías, pero aún no las hemos visto en acción. Pekín parece seguir dependiendo de Rusia en ciertos ámbitos y ha decidido cooperar con Moscú en este campo durante la visita de Xi Jinping.
Inprecor – ¿Defiende Pekín un mundo multipolar?
P. R. – Eso es lo que dice, al unísono, pero hay disonancias. Xi Jinping no ha ocultado sus ambiciones hegemónicas, oponiendo dos modelos de civilización a escala planetaria: China debe recuperar su centralidad y la historia debe volver a su curso natural tras un interludio occidental. “El siglo XXI será chino”, proclamó. En cierta medida, el mundo es ahora multipolar. La hegemonía estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial ya no existe. De India a Qatar, de Turquía a Brasil, cada Estado tiene margen para defender los intereses de (parte de) sus clases dirigentes (a menos que se vea sumido en una crisis de régimen que lo paralice). Así, EEUU y China tienen dificultades para formar sendos bloques unidos con sus aliados.
La marcha de la OTAN hacia el este se vio interrumpida por el desastre afgano. De hecho, en junio de 2022, por primera vez, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón fueron invitados a asistir a la cumbre de la OTAN en la que se señaló explícitamente a China como una amenaza para la seguridad colectiva común. De hecho, los mandatos de la OTAN le permitirían intervenir allí donde considere que la seguridad de sus miembros está en entredicho. Sin embargo, por el momento, Joe Biden tiene que activar varios acuerdos político-militares ad hoc en la región de Asia-Pacífico, probablemente para adaptarse a las exigencias de cada uno: el Quad (Diálogo Cuatrilateral de Seguridad) con Australia, India y Japón, o el Aukus, acrónimo de Australia, Reino Unido y EE UU.
China activa redes como BRICS, acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Pero no veo que los BRICS se conviertan en una alianza militar, aunque Brasil esté poniendo ojitos a Pekín. Lo mismo puede decirse de las redes de cooperación económica de la región de Asia-Pacífico, que incluyen Estados (como los europeos) comprometidos con EEUU. Mi lectura aquí difiere de los análisis progresistas que juzgan que la realineación de fuerzas (Estados o grandes empresas económicas) en torno a Washington o Pekín se está produciendo a un ritmo acelerado. Más bien veo un lento desgarramiento que podría no terminar nunca. Digo esto para alimentar la reflexión y la discusión entre nosotros…
Sin embargo, el impacto global de las tensiones chino-estadounidenses no tiene nada de lento. Ya es considerable: militarización del mundo, aceleración de la crisis climática… Es esta dinámica de militarización la que hay que atajar, y no lo haremos poniéndonos del lado de uno u otro de los protagonistas ‒con EEUU porque el poder chino es autocrático, o con China porque no tiene la responsabilidad histórica del orden imperial defendido por los países de la OTAN‒…
Al ponernos del lado de una de las potencias, nos encontramos atrapados en esta dinámica de militarización del mundo y corremos el riesgo de vernos abocados a abandonar a su suerte a poblaciones víctimas de uno u otro orden imperial: los palestinos, víctimas del apoyo de EE UU a Israel; los sirios, víctimas del apoyo de Rusia al régimen de Asad: los birmanos, víctimas del apoyo chino a la junta militar…
Nuestro enfoque es la defensa de los derechos de los pueblos (incluido el derecho de autodeterminación), así como la defensa de los derechos humanos y sociales fundamentales en todas partes. La defensa de los derechos no es un valor occidental. Hemos conocido los peores regímenes de Occidente, como el nazismo, y estos derechos tan duramente conquistados se ven ahora atacados desde Francia e Italia hasta EEUU.
¿No deberíamos luchar por los derechos de la clase trabajadora, las libertades de asociación y sindicales y los derechos de las mujeres en todo el mundo? ¿Por los derechos de los inmigrantes, la libertad de circulación y de expresión, el derecho a votar en elecciones que tengan un sentido? ¿El derecho a elegir la propia sexualidad, la propia identidad, a controlar el propio cuerpo, al aborto?
El análisis geopolítico del presente no debe servir para relativizar la lucha por los derechos ni para ocultar los orígenes de los conflictos, como la invasión rusa de Ucrania, el aplastamiento militar de un vasto movimiento de desobediencia civil en Birmania, la invasión de Irak por una coalición liderada por EEUU… Tampoco debemos olvidar que la población taiwanesa vive en Taiwán y tiene derecho a decidir libremente su propio futuro, sin verse sometida a recurrentes amenazas militares, represalias económicas y manipulación de la opinión pública.
¿No es esto el internacionalismo?
Inprecor – ¿Es inevitable la guerra interimperialista?
P. R. – ¿Quién soy yo para responder a semejante pregunta? No obstante, daré mi… impresión.
Parece que para muchos analistas, la única cuestión pendiente se refiere a su fecha: ¿más pronto o más tarde? Espero que estos politólogos, más eruditos que yo, estén equivocados. La guerra en Ucrania tiene repercusiones globales, pero no se convertirá en una guerra mundial (a menos que se vuelva nuclear). Por otra parte, un conflicto en el mar de China Meridional probablemente no sería una simple guerra por delegación. Podemos aprender mucho de Ucrania en términos de historia militar contemporánea, pero no nos dice cómo sería un conflicto importante entre los dos grandes imperialismos. Aparte de un desastre sin paliativos.
La comunidad empresarial no cree en la proximidad de la guerra: sigue invirtiendo a largo plazo, las empresas chinas en Occidente (más recientemente en el sector minero australiano) y las empresas occidentales en China. Es reacia a aislarse de una parte del mercado mundial (incluida China).
La guerra es posible, puede suceder a pesar de todo, pero no
es inevitable. Sin embargo, su posibilidad crea una situación de gran
inseguridad que pesa sobre las conciencias. Nuestra respuesta política
es, evidentemente, el desarrollo del movimiento antiguerra. Este es
también nuestro problema, ya que sigue siendo débil a escala
internacional y está dividido entre campistas e internacionalistas. (...)" (Entrevista a Pierre Rousset, especialista en Asia, Rebelión, 21/04/23)
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