20.3.25

Crisis industrial en el jardín europeo... En 2024, la Confederación Europea de Sindicatos advertía de la pérdida de 853.000 empleos en la industria manufacturera de la UE entre 2019 y 2023... Aunque gran parte de estos cierres y despidos se localizan en Alemania, sus efectos se expanden rápidamente. La industria vasca ya se ve afectada por su dependencia de las exportaciones a Europa y Estados Unidos... el capital privado no ha estado a la altura durante estas décadas. Buscando el beneficio a corto plazo, no ha desarrollado las inversiones que requiere una transición productiva... Esto desemboca en una situación en la que la Unión Europea ve cuestionados sus objetivos climáticos si prioriza la protección de sus empresas industriales... En diciembre de 2024, doce de los dieciséis proyectos de fábricas de baterías en Europa lideradas por empresas europeas se encontraban aplazados o cancelados. Mientras tanto, diez de los trece proyectos de fábricas de baterías en Europa liderados por empresas asiáticas avanzaban según lo previsto... ante esto, se dan cuatro tipos de reacciones de forma simultánea: la negacionista, la proteccionista, la cooperativa y la del soborno... la política industrial y climática se desarrolla en un marco de competencia en la que los Estados intervienen para posicionar a sus empresas en las cadenas de suministro mundial... El estancamiento económico dificulta especialmente la descarbonización de sectores industriales muy intensivos en capital, como es el caso de la siderurgia y la automoción... El actual exceso de capacidad siderúrgica mundial y los bajos márgenes de rentabilidad obstaculizan que las empresas asuman las elevadas inversiones y el aumento de costes de producción asociados a la transformación hacia un acero bajo en carbono... Ocurre algo parecido en el sector de las energías renovables. A pesar de la fuerte caída en su precio, todavía no se ha producido el auge previsto porque estos proyectos no son lo suficientemente rentables para los inversores privados... En este contexto convulso, las principales economías mundiales se ven obligadas a reconfigurar el papel del Estado como promotor, supervisor y propietario del capital... En este escenario, la clase trabajadora aparece únicamente como sujeto pasivo en los vaivenes de la competencia mundial. La partida se encuentra dominada por los grandes movimientos de gobiernos y empresas multinacionales... Un sindicalismo ecosocialista debe partir de los conflictos laborales vinculados a la crisis ecológica para desarrollar un sindicalismo de contrapoder que aumente el poder de clase, que acumule victorias, debilite la acumulación capitalista y sitúe a la clase trabajadora como sujeto activo de la transición ecológica que defendemos (Martín Lallana)

 "La historia no se repite, pero rima. Hay ciertos conceptos que reaparecen en la historia en momentos similares: la reindustrialización es uno de ellos. En 1984, el gobierno del Estado español aprobó la Ley de reconversión y reindustrialización. Esto ocurría en mitad de la fase dura de la reconversión industrial, después de la pérdida de más de 600.000 empleos en la industria y el cierre de innumerables empresas manufactureras desde 1977. Durante los últimos años, los pasillos institucionales de la Unión Europea han amplificado el discurso de la reindustrialización verde. Bajo esta retórica, se están aprobando diferentes planes estratégicos orientados a mejorar la competitividad de la industria europea y avanzar en la transición energética. Sin embargo, el escenario de crisis industrial europea en que ocurre esto exige un análisis de fondo. Parece que cada vez que oímos hablar de reindustrialización las personas trabajadoras de la industria deben echarse a temblar.

El otoño de los despidos en la industria

A inicios de 2024, la Confederación Europea de Sindicatos (CES) advertía de la pérdida de 853.000 empleos en la industria manufacturera de la Unión Europea entre 2019 y 2023. Esta caída ocurrió después de una década de relativa estabilidad en el empleo industrial. Lejos de corregirse, las turbulencias económicas del último año apuntan hacia una profundización de la tendencia. Hacemos un repaso de algunos hitos principales, especialmente centrados en la industria de la automoción.

En julio de 2024, Audi anunció el cierre de su fábrica en Bruselas, despidiendo a sus 3.000 personas trabajadoras. La decisión viene motivada por una reestructuración que pone fin a la producción del único modelo que se fabricaba en las instalaciones por una previsión de fuertes caídas en las ventas. El cierre está previsto en febrero de 2025. A esto se suma el plan de reestructuración anunciado en noviembre de 2024, que implica la reducción del 15% de su plantilla en Alemania con el despido de 4.500 personas trabajadoras.

En septiembre de 2024, Volkswagen anunció que estaba considerando cerrar varias fábricas en Alemania por primera vez en sus 87 años de historia. Esto supone la ruptura de su compromiso de protección de empleo que llevaba en vigor desde 1994 y prohibía los despidos en Alemania hasta 2029. La decisión se encontraba motivada por el fracaso de su plan de ajuste con el que esperaba reducir los costes operativos en 10.000 millones y, de ese modo, elevar su margen de beneficios. En diciembre de 2024 se alcanzó un acuerdo con el sindicato IG Metall por el que se evitará el cierre de plantas, pero se suprimirán más de 35.000 puestos de trabajo hasta 2030 a través de prejubilaciones y bajas voluntarias. El acuerdo incluye la reducción de la capacidad productiva en 743.000 unidades anuales en cinco de sus fábricas principales.

En noviembre de 2024, Ford anunció 4.000 despidos en Europa para finales de 2027. Esto supone una reducción del 14% de su plantilla en el continente, que se concentrará especialmente en Alemania, aunque también afectará al Reino Unido. La decisión se justifica por una caída del 18% en sus ventas respecto al año anterior y por los obstáculos competitivos en Europa debido a las regulaciones sobre las emisiones de los nuevos vehículos. En el caso de la fábrica de Ford en Almussafes (Valencia), en julio de 2024 aprobó su cuarto ERE en los últimos cinco años, a través de los cuáles ha reducido su plantilla de 6.700 a 4.200 personas trabajadoras. La planta espera operar con un excedente de plantilla del 50% hasta que en 2027 se les asigne la producción de baterías y un nuevo modelo eléctrico.

Ya en 2022, el consejero delegado de Stellantis amenazaba con que las bajas ventas en Europa implicaban que podrían sobrar 11 fábricas de coches. Este grupo automovilístico es conocido en el sector por su violenta estrategia de ajuste de costes, que entre 2020 y 2023 ha supuesto la supresión de 23.000 empleos en Europa. En 2024, la producción de Stellantis en Italia ha caído en un 40% respecto al año anterior, llegando al nivel más bajo desde 1956. En noviembre de 2024 anunció el cierre de su fábrica de furgonetas Vauxhall en Luton (Reino Unido), que afectará a más de 1.100 personas trabajadoras. Ese mismo mes, la compañía presentó un ERTE en su fábrica de Figueruelas (Zaragoza) que, en 2025, afectará a 4.200 personas de las 5.000 que conforman la plantilla.

Esta oleada de cierres y despidos en las plantas ensambladoras de la automoción expande sus efectos a lo largo de toda la cadena de suministro. La Asociación Europea de Proveedores de Automoción (CLEPA) afirma que en 2024 se han suprimido 30.000 empleos en toda la industria. En febrero de 2024, el fabricante francés de salpicaderos y sistemas de escape Forvia anunció su intención de suprimir 10.000 empleos en Europa en los próximos cinco años. Ese mismo mes, el grupo alemán de automoción y neumáticos Continental anunció 7.150 despidos para ser más competitiva en el giro hacia el vehículo eléctrico. En noviembre de 2024, el grupo de neumáticos Michelin anunció el cierre de dos plantas en Francia, en las que trabajan 1.254 personas. También en noviembre de 2024, el grupo Bosch anunció un plan de ajuste que incluye el despido de 5.500 personas trabajadoras antes de 2028, la mayoría de ellas en Alemania.

Aguas abajo, las consecuencias alcanzan a la industria siderúrgica: la automoción representa el 17% de la demanda de acero de la Unión Europea. En noviembre de 2024, Thyssenkrupp anunció un plan de reestructuración que incluye una reducción del 40% de la plantilla de su filial siderúrgica antes de 2030. Esto supondría la supresión de 11.000 empleos, que la compañía justifica por el contexto de baja demanda estructural de acero de la industria europea, la creciente competencia asiática y la situación de sobrecapacidad y baja rentabilidad de los fabricantes europeos. En diciembre de 2024, el gobierno alemán propuso topar el precio de la electricidad para la industria del acero y no descarta el rescate estatal de Thyssenkrupp.

Aunque gran parte de estos cierres y despidos se localizan en Alemania, sus efectos cruzan rápidamente las fronteras. La industria vasca ya se está viendo afectada por su dependencia hacia las exportaciones hacia Europa y Estados Unidos. En los tres primeros trimestres de 2024 las exportaciones vascas han caído en un 5%, alcanzando una caída del 17% en las ventas hacia Alemania. La patronal guipuzcoana (ADEGI) anunció que la ralentización de la economía alemana incidirá especialmente en su industria de la metalurgia y la automoción, y que el 21% de las empresas de industria metálica guipuzcoana creen que reducirán sus plantillas en el futuro próximo.

Tres décadas fracasadas de política climática neoliberal

Detrás de esta crisis industrial hay una combinación de factores estructurales y coyunturales, geopolíticos y económicos. Por la importancia que tiene, nos interesa centrarnos en la relación entre crisis industrial y transición energética.

Actualmente, en la Unión Europea, nos enfrentamos a las consecuencias de tres décadas de política climática neoliberal. Desde mediados de los años 90, las políticas de transición energética se han basado en la aplicación de mecanismos de mercado. El papel que han jugado los gobiernos ha sido el de incentivar la innovación y la inversión privada, garantizando la rentabilidad de los nuevos mercados. El enfoque dominante se ha basado en la lógica del palo y la zanahoria: penalizar los combustibles fósiles asignándole un precio a las emisiones de carbono y promover las tecnologías bajas en carbono a través de subvenciones.

Bajo este marco, la Unión Europea se ha marcado el objetivo de reducir a un 55% sus emisiones de carbono en 2030. La última década ha estado marcada por una intensa actividad legislativa y regulatoria. La nueva fase del régimen de comercio de derechos de emisión (RCDE UE) reduce la asignación gratuita de cuotas a las instalaciones más contaminantes. El Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (MAFC) busca evitar la deslocalización de la producción de cemento, hierro y acero, fertilizantes o aluminio. Y el Reglamento Euro 7, prohíbe la venta de turismos y furgonetas con motores de combustión interna que generen emisiones de CO2 a partir de 2035.

El problema de este enfoque es que el capital privado no ha estado a la altura durante estas décadas. Guiada por la búsqueda de beneficios a corto plazo, la industria europea no ha desarrollado las inversiones que requiere una transición productiva a gran escala. Al mismo tiempo, el desarrollo tecnológico e industrial de China impone una feroz competencia mundial ante la que la Unión Europea difícilmente puede hacer frente. Esto desemboca en una situación en la que la Unión Europea ve cuestionados sus objetivos climáticos si prioriza la protección de sus empresas industriales.

El Plan Industrial del Pacto Verde Europeo aprobado en 2023 es un intento de atajar este problema, buscando mejorar la competitividad y aumentar la capacidad de producción de tecnologías para la transición energética de la industria europea. Su principal pilar es la Ley sobre la industria de cero emisiones netas, que marca el objetivo de que la capacidad de fabricación de tecnologías limpias de la UE alcance al menos el 40% de las necesidades domésticas anuales en 2030. Sin embargo, estos planes distan mucho de ser una estrategia industrial sólida, coherente y adecuadamente financiada. Básicamente están formados por una combinación de simplificación administrativa para acelerar la concesión de permisos, flexibilización de las normas de ayudas públicas a empresas y acuerdos de libre comercio para asegurar el suministro de materias primas.

Un ejemplo del fracaso europeo cristalizó cuando Northvolt se declaró en quiebra en noviembre de 2024. Esta empresa sueca tenía detrás a gigantes como Volkswagen, Goldman Sachs, BlackRock y Siemens, y era la gran esperanza de la Unión Europea para aumentar su capacidad doméstica de fabricación de baterías para vehículos eléctricos. La quiebra se produjo por dificultades en el desarrollo tecnológico, por mala gestión operativa y por el frenazo en los planes de electrificación de las principales compañías automovilísticas a quienes tenía previsto suministrar baterías. Pero el caso de Northvolt no es una excepción. En diciembre de 2024, doce de los dieciséis proyectos de fábricas de baterías en Europa lideradas por empresas europeas se encontraban aplazados o cancelados. Mientras tanto, diez de los trece proyectos de fábricas de baterías en Europa liderados por empresas asiáticas avanzaban según lo previsto.

Podemos encontrar fenómenos similares en las energías renovables. En la energía solar fotovoltaica hace ya tiempo que la UE perdió la carrera tecnológica frente a China, quien actualmente fabrica más del 90% de los módulos fotovoltaicos instalados en Europa. La situación es diferente en la energía eólica, donde los fabricantes europeos han mantenido una buena posición y cubren el 88% de la demanda doméstica de aerogeneradores. Pero en los últimos años China ha acelerado su desarrollo eólico, acumulando prácticamente todo el aumento en la capacidad de fabricación de los tres últimos años. Este impulso ha generado una caída sostenida de los precios de los aerogeneradores y las empresas chinas están ofreciendo precios un 40-50% más bajos que las europeas. Al mismo tiempo, empresas europeas de eólica como Siemens Gamesa, Vestas y Nordex enfrentan diferentes problemas económicos, que han desembocado en un gran rescate por parte de gobiernos y la banca europea. Esto pone en duda quién será capaz de suministrar la gran cantidad de aerogeneradores que deberían instalarse en los próximos años.

En todos estos casos, el patrón que se repite es el mismo. Por un lado, los competidores chinos están produciendo la tecnología necesaria para la transición energética a un coste mucho más bajo que la industria europea. Por otro lado, los planes de transición energética implican duplicar o triplicar la capacidad instalada de renovables y baterías hasta 2030. La velocidad a la que debe producirse la transformación productiva pilla a la industria europea con el pie cambiado, mientras que las empresas chinas necesitan ampliar sus exportaciones para rentabilizar la sobrecapacidad de fabricación que han construido en los últimos años. Esta situación está poniendo a mucha gente nerviosa y se están dando cuatro tipos de reacciones de forma simultánea: la negacionista, la proteccionista, la cooperativa y la del soborno.

La respuesta negacionista consiste en afirmar que la política climática ha ido demasiado lejos y está penalizando la competitividad de las empresas europeas. Por eso se pide reconsiderar los objetivos marcados y retrasar la prohibición de venta de vehículos de combustión interna fijada para 2035. Estas presiones se han expresado desde la industria automovilística, pero también desde los gobiernos de varios Estados miembros. Giorgia Meloni calificó esta prohibición como una política autodestructiva e insiste en que Bruselas debe corregir esta elección. A las críticas de Italia se suman el Partido Popular Europeo, Alemania, República Checa y Francia: todos ellos piden flexibilizar las reglas de emisiones y revisar el Reglamento Euro 7.

La respuesta proteccionista sigue el rumbo marcado por Estados Unidos a través de la aplicación de aranceles a los productos con los que las empresas domésticas no son capaces de competir. La Unión Europea aprobó en octubre de 2024 un arancel del 45% a la importación de coches eléctricos desde China, alegando competencia desleal por los subsidios estatales recibidos. Esta es una decisión que más división genera entre industria y gobiernos: los fabricantes alemanes se oponen a los aranceles por miedo a una guerra comercial en la que sufran las represalias. En el sector eólico, Bruselas inició en abril de 2024 una investigación sobre las subvenciones estatales de las que podrían estar beneficiándose los fabricantes chinos de aerogeneradores.

La respuesta cooperativa asoma en los planes de Bruselas para exigir la transferencia tecnológica a las compañías chinas como condición para acceder a subvenciones. Cuando la Unión Europea convoque subvenciones para el desarrollo de baterías, se introducirán nuevos criterios que obligarán a las empresas chinas a compartir sus conocimientos tecnológicos. Irónicamente, la transferencia tecnológica fue uno de los requisitos que China aplicó a las empresas europeas que accedieron a su mercado interior desde su apertura comercial en los años 80.

La respuesta del soborno se resume en regar con dinero público a grandes empresas privadas para que mantengan y refuercen sus inversiones en la Unión Europea. Esto es una reacción a la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos, que impuso este marco en 2022 con mucha mayor capacidad de financiación. El mayor ejemplo de esta respuesta se encuentra en el Informe Draghi, que la Comisión Europea ha afirmado que tomará como referencia durante los próximos cinco años. En este documento se aconseja crear un nuevo fondo de deuda común para reindustrializar Europa y recuperar la competitividad, movilizando una inversión anual adicional de 800.000 millones de euros.

Estancamiento, sobrecapacidad e inversión productiva

El escenario es el siguiente: la política climática queda dominada por la política industrial y la política industrial verde toma la forma de guerra comercial entre bloques regionales. Lejos de cualquier marco de colaboración internacional, la política industrial y climática se desarrolla en un marco de competencia en la que los Estados intervienen para posicionar a sus empresas en las cadenas de suministro mundial.

Esto entraña tres peligros destacables. El primero, es el completo abandono de cualquier tipo de objetivos climáticos de reducción de emisiones. Recorrer el último lustro antes de 2030 con Trump en la Casa Blanca no ofrece ninguna esperanza, y veremos cuán lejos lleva su famoso “Drill, baby, drill” [Perfora, nena, perfora]. El segundo es el aumento de las tensiones internacionales que puede derivar en potenciales conflictos bélicos. El impulso de la industria militar por parte de la Unión Europea y la centralidad de la OTAN en el último periodo es una pendiente resbaladiza. El tercero es un escenario de suma cero en el que el triunfo de las diferentes industrias domésticas en el mercado mundial se realiza a costa de la destrucción de sus competidores. Europa parte con una gran desventaja y será la clase trabajadora quien asuma las consecuencias de esta derrota a través de los cierres, despidos y reestructuraciones que ya empezamos a ver.

Detrás de este escenario convulso se encuentran algunas tendencias de fondo en la economía mundial. Uno de los mayores obstáculos para la transición energética bajo el capitalismo es el estancamiento de la economía mundial desde los años setenta. Este estancamiento se justificaría por un exceso de capacidad crónica, en el que demasiados productores intentan vender en los mismos mercados. Esto generaría una tendencia en la que la reducción de los precios empuja a la baja la tasa de beneficio, se reduce la inversión y descienden las tasas de crecimiento. Algunos análisis afirman que la actual política industrial verde no logrará una expansión económica duradera, sino que agravará los problemas de exceso de capacidad a escala mundial. En lugar de estimular un ciclo de inversión productiva por parte del capital, se obtendría una exigencia cada vez un mayor de apoyo estatal en forma de subvenciones o garantías directas de rentabilidad.

El estancamiento económico dificulta especialmente la descarbonización de sectores industriales muy intensivos en capital, como es el caso de la siderurgia y la automoción. En el primer caso, la capacidad siderúrgica mundial de 2023 superó a la producción de acero en 543 millones de toneladas, y las previsiones señalan que esta cifra aumentará en los próximos años. El actual exceso de capacidad siderúrgica mundial y los bajos márgenes de rentabilidad obstaculizan que las empresas asuman las elevadas inversiones y el aumento de costes de producción asociados a la transformación hacia un acero bajo en carbono.

A pesar de las subvenciones públicas millonarias a su disposición, las empresas del sector no se deciden por la transformación productiva por motivos económicos. En noviembre de 2024, ArcelorMittal anunció la suspensión de los proyectos de hornos de reducción directa en Europa, tecnología necesaria para la descarbonización del acero. Días después, un ejecutivo de la compañía expresó que si la UE no limita las importaciones desde el exterior ni aumenta masivamente las subvenciones directas, se resentirá la industria europea del acero, sus empleos y su descarbonización.

Ocurre algo parecido en el sector de las energías renovables. A pesar de la fuerte caída en su precio, todavía no se ha producido el auge previsto porque estos proyectos no son lo suficientemente rentables para los inversores privados. Muchos proyectos no se desarrollan porque los promotores no logran obtener los créditos financieros en condiciones suficientemente atractivas. Históricamente se aprecia cómo cuando se reduce el apoyo gubernamental la inversión privada se desploma. La presión para pagar dividendos a las y los accionistas condiciona el comportamiento de las grandes carteras de inversión, que priorizan la rentabilidad a corto plazo en lugar de grandes inversiones en infraestructuras energéticas.

De forma paralela, la velocidad y escala a la que debe darse la transición energética genera desajustes entre capacidad productiva y demanda que pueden tener importantes consecuencias económicas. En 2023, la capacidad productiva de módulos fotovoltaicos representaba el 251% de la demanda mundial, la de aerogeneradores el 144%, la de baterías el 301% y la de electrolizadores el 500%. Todos estos sectores dominados por China. Bajo esta situación de sobrecapacidad, los fabricantes chinos necesitan acceder a grandes mercados regionales para sostener su ritmo de crecimiento y rentabilizar sus inversiones.

En este contexto convulso, las principales economías mundiales se ven obligadas a reconfigurar el papel del Estado como promotor, supervisor y propietario del capital. Lejos de ser una decisión de gobiernos concretos, la mayor intervención estatal en la economía es un fenómeno global desde la crisis de 2008 que en estos momentos se está intensificando. El discurso de la reindustrialización verde es el mayor ejemplo en la Unión Europea. A medida que el crecimiento económico se ralentiza, la competencia mundial se acentúa y la sobrecapacidad penaliza la rentabilidad de sus empresas, los países se ven obligados a abandonar los tópicos de libre comercio y reclaman abiertamente políticas de nacionalismo económico. Lejos de ser una victoria progresista, este renacimiento del estatismo es una muestra del agotamiento del sistema de acumulación capitalista.

Transición Justa y conflicto sindical

En este escenario, la clase trabajadora aparece únicamente como sujeto pasivo en los vaivenes de la competencia mundial. La partida se encuentra dominada por los grandes movimientos de gobiernos y empresas multinacionales. Las reacciones de las personas trabajadoras en la industria sobre la situación actual se pueden sintetizar en tres ejes. Por un lado, hay una sensación generalizada de incertidumbre sobre el futuro. La ausencia de planificación sobre la transformación productiva provoca preocupación sobre el futuro del empleo y las condiciones laborales. Por otro lado, se observa cómo las transformaciones anunciadas van asociadas a un aumento de la precariedad a través del fraccionamiento de las plantillas, la subcontratación de servicios y el abuso de los contratos temporales. Por último, la transición energética se vive como una imposición de la empresa. Las plantillas y los comités de empresas quedan excluidos de las decisiones que afectarán directamente a su puesto de trabajo. La combinación genera un cóctel inflamable en el que los discursos reaccionarios y negacionistas se fortalecen.

Esto colisiona frontalmente con el discurso de la Transición Justa que abrazaron las principales centrales sindicales desde mediados de los 2000. Desde sus orígenes, este planteamiento fue mutando hasta ser prácticamente indistinguible del marco de crecimiento verde y diálogo social. Según su lógica, las empresas apoyadas por los gobiernos realizarán unas inversiones verdes que generarán más empleo que el destruido durante la transición energética. El papel de los sindicatos quedaría limitado a participar en el diálogo social. El problema con este paradigma win-win [todo el mundo gana] es que la realidad económica está siendo mucho más convulsa. Este marco se muestra incapaz de afrontar una situación como la actual, en la que el pacto social se encuentra especialmente deteriorado y el estancamiento económico dificulta el estímulo de la inversión productiva.

Esta impotencia refuerza la urgencia de un enfoque sindical alternativo. Un sindicalismo ecosocialista debe partir de los conflictos laborales vinculados a la crisis ecológica para desarrollar un sindicalismo de contrapoder que aumente el poder de clase, que acumule victorias, debilite la acumulación capitalista y sitúe a la clase trabajadora como sujeto activo de la transición ecológica que defendemos. En este sentido, adquieren cada vez más importancia la anticipación y planificación de los conflictos, la reducción de la jornada laboral y las propuestas de reconversión industrial ante conflictos concretos. Afortunadamente, durante los últimos años son cada vez más las experiencias sindicales internacionales que avanzan en este sentido. Dotarnos de las herramientas sindicales adecuadas y utilizarlas con decisión marcará la lucha de clases los próximos años y el rumbo de las transformaciones que necesitamos para esquivar las peores consecuencias de la catástrofe ecológica."

( , Viento Sur, 18/03/25)

No hay comentarios: