"Desde el principio estaba claro que esta no era una visita cualquiera. La delegación española escuchaba sorprendida la explicación de Xi Jinping, uno de los hombres más poderosos del mundo, siempre frío, imperial, inalcanzable. Era la tercera vez que estaban con él en tres años, y esta era muy diferente a las anteriores. El presidente chino les estaba narrando que la vajilla amarilla en la que les servían la comida, muy delicada, perteneció a la familia imperial china, y solo se usa para los invitados muy especiales. Estaba previsto que la cita durara dos horas, y se fue a tres. Y Xi parecía cercano, con un tono muy diferente al de las dos visitas anteriores. Incluso lanzó alguna broma sarcástica con el trasfondo de su tensión con Washington.
Era evidente, por su discurso político y por sus gestos, que Xi era muy consciente de la apuesta arriesgada que había hecho Pedro Sánchez al acudir a Pekín en un momento así, en plena guerra comercial con EEUU. El líder chino conocía el ataque contra España del secretario del Tesoro, Scott Bessent, que llegó a decir que si España se acercaba a China ahora “sería como cortarse el cuello”, y valoró que Sánchez mantuviera el rumbo y el viaje a pesar de esas amenazas.
A la delegación española le quedó muy claro que Xi no va a ceder frente a Donald Trump. En medio de ese palacio imperial, rodeados de historia, con esa vajilla especial encima de la mesa, Xi les hizo un discurso muy claro que otros dirigentes están lanzando también en público: China tiene 5.000 años de historia, EEUU 250. China vivió miles de años sin EE UU, y volverá a hacerlo, piensan en Pekín. Si Washington quiere aislarse, China apostará por su mercado interno y por buscar otros socios. Su concepción del tiempo es muy diferente. Cuando toda esta fiebre de Trump pase, China seguirá ahí, o así lo ve Xi. “No vamos a permitir que no se nos respete”, les dijo.
Les explicó que ellos son fuertes y grandes, y aunque no quieren esta guerra, que no han iniciado ellos, pueden aguantar con el consumo interno. Les dijo que también la Unión Europea puede resistir, si quiere. No así los países más pequeños. Por eso el líder chino tiene previsto la próxima semana un viaje a Malasia, Camboya y Vietnam, el país del que venía Sánchez antes de llegar a Pekín, para pedirles que aguanten, para ofrecerles ayuda. Al contrario que China, Vietnam no ha respondido a los aranceles de Trump del 46%, y está pidiendo una negociación. El 30% de su PIB depende de las exportaciones al gigante americano. Multinacionales como Nike tienen allí el grueso de su producción. La apuesta de Xi es clara: dejar aislado a Washington, unir al resto del mundo para seguir comerciando como antes con o sin EE UU.
Xi no lo anunció ahí, ante sus invitados extranjeros, pero en cuanto terminó la reunión con los españoles, su Gobierno hizo público que subía los aranceles a EE UU al 125%. La delegación española lo tuvo muy claro en Pekín: “Esto va para largo. No llegará a conflicto armado, nadie lo quiere, pero la guerra comercial va a ser durísima y no será China la que ceda”, comentaron entre ellos.
Sánchez insiste en que él no ha tomado partido entre China y EEUU. El presidente español se mantiene neutral y llama al diálogo. “Le he trasladado al presidente Xi que el mundo necesita que China y EE UU hablen”, dijo en la rueda de prensa en Pekín. España, insiste, quiere las mejores relaciones con Washington, aliado histórico, y con Pekín, referente del nuevo orden mundial. Pero el viaje es el mensaje. Mientras Giorgia Meloni, aliada ultraderechista de Trump, va esta semana a Washington a buscar la cercanía del presidente de EEUU, y para tratar de hacer de puente entre la UE y el magnate, Sánchez se fue a Pekín.
El viaje empezó a prepararse hace meses, mucho antes de que se desatara la guerra comercial. Sánchez dio una instrucción clara a su equipo internacional nada más volver del salto anterior a Pekín, en septiembre de 2024: “Quiero ir a China todos los años, buscad fecha para el siguiente”. El presidente quiere hacer como otros líderes europeos, como Angela Merkel, que llegó a ir 12 veces a China.
Frente a las críticas del PP, La Moncloa recuerda que también Mariano Rajoy viajó a China, incluso Alberto Núñez Feijóo como presidente de la Xunta de Galicia. En 2013, María Dolores de Cospedal fue a China como secretaria general del PP y llegó a firmar un “memorándum de entendimiento, intercambio y cooperación” entre el PP y el Partido Comunista de China.
La realidad es que el viaje llegó en el momento más simbólico, y lejos de posponerlo, como le reclamaba el PP, Sánchez decidió aprovecharlo al máximo. “Un país con una política exterior con identidad propia como España tiene que mirar a China sin dejar de tener una buena relación con Washington”, explicaba en el viaje el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. “La política exterior española no va contra nadie”, insistía Sánchez.
En el Gobierno aseguran que, pese al exabrupto del secretario del Tesoro de EEUU, que atribuyen a un momento de relajación en una cena, y no a una posición oficial, Washington no ha protestado por el viaje ni ha mostrado ninguna intención de tomar represalias. Marco Rubio, secretario de Estado de Trump, habló con Albares cuando ya se sabía que iría a Pekín y no le trasladó ningún malestar. “Sería una falta de respeto a la soberanía española. Nadie nos puede decir dónde podemos viajar. Las cosas no son tan burdas”, señalan en la delegación española.
En el Gobierno español ha sorprendido aún más que líderes territoriales del PP, como el andaluz Juanma Moreno, o incluso del PSOE como Emiliano García-Page —aunque levemente—, critiquen la oportunidad del viaje a China. Porque una de las cosas que hizo Sánchez, de forma más discreta, fue reunirse con empresarios chinos que tienen inversiones en España o están planeando tenerlas. Y los beneficiarios serán precisamente las autonomías en las que se instalen las fábricas. “Y como el PP gobierna en casi todas las autonomías, pues seguro que esto afecta positivamente a comunidades controladas por el PP”, resumen en el Gobierno. De hecho, dos de las mayores inversiones chinas ya previstas están en Extremadura y Aragón, en manos del PP, y hay otras que se están fraguando para otras autonomías populares.
En La Moncloa no entienden esta jugada tan corta del PP, y lo atribuyen a la presión de Vox. “Yo entiendo que les descoloque que Sánchez, al que detestan, sea el que tiene todo el protagonismo porque está en el día clave en un lugar decisivo, en Pekín. Pero la realidad es que estamos buscando inversiones chinas en España y facilidades de exportación para empresas españolas en China. Es nuestro trabajo. Es lo que nos piden los empresarios. Si EEUU se cierra, hay que abrir horizontes. Es lo lógico, y si el PP mirara un poco más a largo plazo debería apoyarlo”, resume un miembro del Gobierno.
Sánchez siempre juega fuerte. Obviamente en La Moncloa son conscientes de que toda maniobra de alto nivel tiene riesgos, y esta del acercamiento a China también. Nadie se engaña. Los chinos no son socios fáciles. Ponen mil problemas para la entrada de empresas extranjeras en su mercado. Cuando les dejan, es con socios chinos para quedarse con su tecnología y copiarla o incluso mejorarla, para ser más fuertes después. Son durísimos negociadores, todo es muy lento y absolutamente centralizado: el Gobierno controla todos los movimientos. Los empresarios no se mueven sin autorización del Ejecutivo. El riesgo además es que ahora, al cerrarse el mercado de EE UU, los productos chinos baratos —y en general los asiáticos— inunden el mercado europeo. De esto también hablaron con Xi, que les aseguró que no será así. Pero es difícil que no suceda.
Nada es fácil con China, con el que España, y Europa, juega con gran desventaja: el déficit comercial es descomunal. En 2024, España compró a China bienes por valor de 45.000 millones de euros y le vendió solo por 7.500. El 94% del déficit comercial español se explica por China. Pero a la vez, Sánchez cree, y lo dejó claro en su mensaje, que una vez que EE UU se cierra, Europa no puede vivir de espaldas a China, que sigue apostando por el multilateralismo, por la Organización Mundial del Comercio, por algunas cosas básicas que le gustan a la UE y que Trump está rompiendo. “Evidentemente China no es la panacea. El mundo es complicado. Pero si EE UU se cierra, un Gobierno serio tiene que mirar a China. Hay que buscar la mejor relación posible. Sánchez ha demostrado que es un líder que tiene entrada en Pekín, y que está en todos los centros de decisión relevantes en Europa. Eso es un valor clave en un momento así. El PP no lo puede aceptar, pero la realidad es que en esta liga Feijóo directamente no juega”, explica un miembro del Ejecutivo.
El PP, sin embargo, ha apretado el acelerador de las críticas a Sánchez por el viaje a China, convencido de que tendrá desgaste. Feijóo, como es habitual, juega todas las cartas a la vez: critica a Trump, pero pide no alejarse de Washington. Critica a Vox por estar con el presidente de EEUU, pero a la vez evita romper y negocia con ellos los Presupuestos autonómicos. En el Gobierno siguen pensando que el PP está muy descolocado en política internacional. Los populares insistieron, por ejemplo, en que en Europa había rechazo al viaje de Sánchez en este momento. Pero el presidente habló antes y tenía previsto hacerlo también después con Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Y ella ya ha confirmado que en julio estará en Pekín para una cumbre UE-China. Sánchez insiste en que en esto está totalmente alienado con Bruselas. Y por eso está seguro de que Feijóo se quedará fuera de juego con estas críticas.
En el PP, en cualquier caso, siguen pensando que las elecciones no se decidirán por cuestiones de política internacional. El desgaste de Sánchez y especialmente de Sumar, insisten, va por otro lado, y tiene que ver con la política interna. Y seguirá creciendo. En La Moncloa no están de acuerdo: creen que basta ver la prensa cada día para darse cuenta de que Trump lo invade todo, y la forma de reaccionar a este desafío de cada líder sí contará mucho cuando haya elecciones. Porque los ciudadanos han entendido que esto no es algo ajeno, sino la batalla ideológica más importante, la que decide cómo será el mundo de los próximos 80 años, ahora que Trump rompe con el que ha sido el orden mundial de los anteriores 80. Y ahí es donde, de nuevo, Sánchez juega fuerte y marca un perfil claro frente a Trump, incluso con un desafío como plantarse en Pekín. Mientras Feijóo parece seguir pensando que esta no es su batalla." ( Carlos E. Cué , El País, 13/04/25)
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