"Los memes y los vídeos creados por los chinos (y la IA) para burlarse de la relocalización de las fábricas en EEUU muestran a trabajadores con un evidente sobrepeso, habilidades casi nulas y una actitud patentemente pasiva. Es una manera de subrayar la imposibilidad del propósito trumpista. EEUU carece de la ética del trabajo y de la fortaleza cultural con la que cuentan los chinos y el declive en ese sentido es tan notorio que, incluso teniendo opciones comprobables para repatriar la producción, la incapacidad de sus poblaciones la haría imposible.
Lo curioso es hasta qué punto, más que difundir una creencia china, estos vídeos reflejan una mentalidad occidental, en concreto la de sus élites. Trump quiere relocalizar las fábricas, pero no es posible: nadie quiere trabajar en empleos industriales. Quieren llevar zapatillas Nike, no hacerlas. Pero, si se vieran obligados, tampoco estarían preparados porque carecen de la cualificación y de la actitud necesarias. Esa mirada de las élites occidentales sobre su población es la que construye la propaganda de Pekín, que juega las cartas que le proporcionan.
Un artículo de Molson Hart, empresario que fundó la compañía tecnológica Edison y actual CEO de Viahart, una firma de juguetes, retrata esa mentalidad en términos muy expresos:
“En China, nadie tiene sobrepeso para trabajar. Los trabajadores no se marchan furiosos a mitad del turno para no volver jamás a su trabajo. No hay gente que insista en que le paguen en efectivo para conservar sus prestaciones por discapacidad, mientras hacen acrobacias en la fábrica que los trabajadores sin discapacidad no pueden hacer.
"Los chinos no se quedan dormidos en una caja a mitad del turno porque su paga de ayer se convirtió en pastillas"
Los trabajadores chinos son mucho menos propensos a pegarse o a agredir a sus jefes. No se toman descansos de 30 minutos para ir al baño durante el horario de trabajo. No suelen renunciar porque la madre de sus hijos, que vive fuera del Estado, descubrió que su ex tiene un nuevo trabajo y exige el 60 % de su salario como manutención infantil. No desaparecen por haberse drogado con metanfetamina. Y no se quedan dormidos en una caja a mitad del turno porque su paga de ayer se convirtió en pastillas.
Y conoce las tablas de multiplicar. Para fabricar, es necesario leer en inglés y poder multiplicar 7 por 9 de forma precisa, y una proporción alarmantemente grande de la fuerza laboral estadounidense no puede hacerlo”.
China posee unos valores que dan forma a una sociedad más cohesiva, más ordenada y más centrada en el esfuerzo y el sacrificio, lo que le brinda una ventaja significativa en esta época. Pero si eso fuera cierto, ¿por qué reducir los efectos de tal conclusión a los trabajadores? De hecho, esa superioridad también podría formularse de otra manera.
Los directivos y los expertos que tienen influencia en la dirección de empresas chinas son personas que piensan en el medio plazo de sus firmas en lugar de centrarse únicamente el bonus anual. No son personas que se reúnan en burbujas alejadas de la realidad, cuyo único objetivo es aparentar, sentirse superiores a los demás y despellejar al ausente. No privilegian el peloteo y la traición para ascender en lugar de tratar de mejorar su aptitud profesional. No son gente a la que su origen y sus apellidos les proporcionan las oportunidades para triunfar en su carrera. No son personas incapaces de ver una buena idea ni aunque se la peguen en la nariz.
No privilegian sus intereses personales por encima del de la compañía ni tratan de culpar a otros de sus errores
No aprendieron en un MBA recetas de gestión que aplican a toda clase de situaciones: los chinos saben que los problemas tienen diferentes vías de solución y tratan de aplicar la más provechosa para su firma y para su país. No privilegian sus intereses personales por encima del de la compañía. No tratan de evitar sistemáticamente la responsabilidad de los errores. No desaparecen del trabajo para irse a jugar al golf o a visitar a su amante. No descuidan su tarea porque su mente está ocupada con lo que su exmujer les puede sacar con el divorcio. No bajan su rendimiento porque la noche anterior estuvieron de fiesta y se les fue de las manos. No contratan a proveedores por la comisión que se van a llevar, sino que privilegian las necesidades de su compañía.
Todas estas cosas ocurren en algún momento de la vida de las firmas occidentales, al igual que todas las que describía el empresario respecto de los trabajadores también suceden en algún instante. Pero inferir de esta pluralidad de situaciones las cualidades esenciales de las clases dirigentes occidentales sería utilizar la brocha gorda; la misma que emplean estas cuando hablan de su población.
El desdén que las élites muestran respecto de sus conciudadanos con menos recursos no es solo clasismo; también resulta interesado. Los mismos argumentos que sirvieron para justificar la deslocalización de los trabajos industriales, relativos a una clase trabajadora poco cualificada, vaga y demasiado exigente en cuanto a sus derechos, son los que reaparecen con la negativa a reindustrializar. No se trata tanto de defender el orden internacional basado en reglas como el orden basado en el beneficio propio. Lo que ocurre es que tratar de mantener este a partir de una descripción tan poco favorecedora de su gente, esa que después introduce papeletas en las urnas, no parece buena idea. Y tampoco tiene demasiada coherencia: si se retrata de una manera tan decadente a las poblaciones occidentales, es difícil establecer un cortafuegos respecto de las clases dirigentes; la decadencia no suele tener lugar por partes.
Algo de esto puede entreverse en el análisis de Simon Kuper en Financial Times: “La élite china presenta otras características inusuales. Sus miembros tienen más probabilidades que cualquier otra élite nacional de ser de origen rural, mientras que el 34 % estudió ingeniería, la proporción más alta después de Chile. Cheng Li, de la Brookings Institution, señala que muchos responsables políticos chinos estudiaron aeronáutica y astronáutica, y tienen experiencia en informática, tecnología nuclear y aeroespacial, construcción naval, 5G, robótica, ciencia de los materiales, ciencias de la vida, ciencias ambientales e inteligencia artificial. La élite estadounidense está más financiarizada”.
Su conocimiento no estaba centrado en crear productos y servicios, sino en hacer malabares con cifras; no generaban valor, lo extraían
Esta es una clave que no debe dejarse de lado, porque en ella residen algunas de las explicaciones más consistentes sobre los problemas occidentales. Las élites financiarizadas eligieron prioridades que no eran las mejores ni para sus países ni para las clases medias y trabajadoras de estos. Su conocimiento no estaba centrado en crear productos y servicios, sino en hacer malabares con cifras; no generaban valor, lo extraían. Eligieron las fusiones y adquisiciones como forma de crecimiento, gestionaron las empresas para que ofrecieran rentabilidad a los accionistas, incluso a costa del futuro de sus firmas, destinaron el capital a recompras de acciones antes que a la inversión, se olvidaron de inventar cosas y prefirieron asentar poderes monopolísticos u oligopolísticos para extraer rentabilidad. La forma abrumadoramente dominante para generar valor era rebajar costes, siguiendo las enseñanzas que habían adquirido en los MBA. El capital que se generaba iba a parar a las apuestas financieras o a los inmuebles. Inventaron algoritmos para extraer beneficios, no para crearlos. Los dirigentes políticos no solo no impidieron que esa mala dirección se desarrollase, sino que tomaron nota de los métodos y los fueron aplicando en la gestión de sus Estados. El caso alemán es evidente en este sentido, lo que ha provocado gran parte de las debilidades europeas en esta época.
Es curioso que, en momentos como el presente, se insista en que la reindustrialización no es el camino para que las clases trabajadoras mejoren su posición, sino la educación y la formación. Son afirmaciones que electoralmente no tienen mucho sentido, porque tanto Biden como Trump ganaron sus elecciones, prometiendo a sus ciudadanos, por caminos distintos, un impulso industrial y una mejora de sus condiciones de vida en lugar de repetir lo de “aprended a programar”.
Ese Trump al que tanto critican es un producto de las élites. No viene de la nada
En segunda instancia, quizá no sean las clases trabajadoras las que tengan que formarse para la nueva época, sino las élites: los directivos chinos han demostrado ser más eficientes y han llevado a su país desde un lugar muy secundario en la escena económica internacional a convertirse en la segunda potencia del mundo. Su ascenso es tal que EEUU se ha visto obligado a reaccionar para no perder su lugar dominante. Desde luego, no cabe olvidar que las sacudidas políticas en Occidente han venido causadas por un modo de gestión de la economía que ha llevado a que sus poblaciones, a través de sucesivas crisis, perdieran poder adquisitivo, estén económicamente presionadas y hayan perdido la confianza en el futuro.
Además, ese Trump al que tanto critican es un producto de las élites. Forma parte de ellas, no proviene de la nada. De manera que, si no les gusta lo que han generado, no pueden culpar a los demás de ello.
Lo curioso es que la llegada de Trump ha perturbado tanto como ha aliviado a las élites occidentales. La incomodidad proviene de que el presidente estadounidense está intentando acabar con las clases gestoras profesionales, que conforman buena parte de las élites actuales, y amenaza con alterar profundamente las posiciones de poder contemporáneas. Pero, al mismo tiempo, la nueva administración estadounidense genera una posición discursiva muy cómoda: luchar contra Trump permite que no tengan que afrontar sus propias contradicciones. Por eso están contentas con el nuevo presidente estadounidense: les autoriza a tapar sus enormes errores.
Esta es otra época, y lo es porque la anterior no funcionaba. Trump es una respuesta, buena o mala (como la considere cada cual), a un problema estadounidense de pérdida de hegemonía, pero también una contestación a un sistema en el que cada vez confían menos personas. Entender esto es crucial para abordar los desafíos que vienen, que son profundos. En lugar de prepararse para el nuevo contexto, de entender cuáles son los problemas internos y externos que Occidente afronta (en especial Europa) y qué vías de salida se pueden construir, las élites liberales “confunden el eco de una cafetería londinense con la voz del reino” y se limitan a menospreciar e insultar a Trump. Se quedan parados y llaman resistencia a la inmovilidad.
Las mayores críticas que se han proferido respecto de la actuación trumpista han provenido de millonarios con activos en las bolsas y de expertos de prestigio de administraciones estadounidenses precedentes. Justo esas personas cuyas ideas nos trajeron hasta aquí.
Es bastante cómodo apuntar con el dedo en lugar de reconocer que las ideas occidentales necesitan una revitalización y que nuestras élites ni están preparadas ni están preparándose para ello. Su desorientación y su ausencia de proyecto son proporcionales al volumen de sus gritos contra Trump. Todo lo que repiten, envuelto en grandes palabras, es que se debe volver al pasado, y eso ya no es posible. Los progresistas abrazan el capitalismo financiero como si fuera la máxima expresión de la democracia y los conservadores se apuntan al neoliberalismo tecnologizado. Este combate dialéctico feroz entre las élites de antaño y las trumpistas va a ayudar a las poblaciones europeas en muy poco. Y a las españolas, para qué contar." (Esteban Hernández , El Confidencial, 14/04/25)
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