"Acabado el dulce sopor y la tregua del verano, muchos hogares y empresas están recibiendo facturas de la luz astronómicas, por montantes que son dos y hasta tres veces superiores a lo habitual por estas fechas. En todos los casos, el problema no se debe a un aumento del consumo sino a cambios en los costes de la factura de la luz. Uno de esos costes extra ha levantado las sospechas (y también las iras) de una parte de la ciudadanía y se ha convertido en un caladero oportunista para los partidos de derechas: la compensación a las gasísticas, de acuerdo con el Real Decreto Ley 10/2022. Es decir, justo el RDL que establece la llamada “excepción ibérica”, también conocida como “topado del gas”. Este coste en particular representa alrededor del 30% de la factura, nada menos.
Para aumentar la confusión (y también, probablemente, para redirigir la indignación general contra un coste de la electricidad que va a hacer inviables muchos negocios y que sumirá a muchos hogares en la indigencia energética), algunas compañías designan este coste en la factura como “Compensación por la intervención del gas RDL 10/2022”. Las eléctricas intentan vengarse de un Gobierno al que desprecian culpándole de que la luz haya subido.
Ojalá las cosas fueran tan simples. En medio de la gravísima crisis actual, y de toda la ceremonia de la confusión, se están diciendo y difundiendo muchas mentiras para ocultar una amarga realidad que debería llevarnos a un cambio radical de nuestra orientación como sociedad. (...)
La razón por la cual se utiliza cada vez más gas natural en la generación eléctrica es muy técnica y la diferiremos para otro momento: digamos ahora, simplemente, que es imprescindible para garantizar la estabilidad de la red. No es, por tanto, una cosa opcional: usamos tanto gas porque si no la red eléctrica se caería. (...)
Otro matiz importante: si no fuera por el topaje del gas, el precio mayorista de la electricidad en España no estaría en los 400€/MW·h a los que ha llegado estos días, sino en los 700-800€/MW·h que se han visto en Europa. Es decir, sin el tope al gas, la factura de hogares y empresas no se hubiera multiplicado por 3: seguramente lo hubiera hecho por 5 o por 7. Y por eso la asociación europea de empresas químicas y la de empresas metalúrgicas han enviado sendas misivas a la Comisión Europea anunciando que tienen que cerrar y que buscarán otros países donde trabajar. Y por eso la producción europea de aluminio ha caído un 50% o la de fertilizantes un 70%. Y, atención, que el precio del gas este invierno aún podría duplicarse. Todo esto anuncia un hundimiento económico de tal magnitud que muy probablemente se quedará pequeño el apelativo de “gran recesión” o incluso de “depresión”.
Hay otra cosa que no se está explicando correctamente y con honestidad. Europa hace frente a una crisis energética de dimensiones existenciales. Este invierno no va a ser “durísimo”, como han repetido Teresa Ribera o Margarita Robles, no: va a ser mucho peor que eso, sobre todo si el clima es especialmente inclemente en el Viejo Continente. La situación que tenemos entre manos solo puede compararse a la de una guerra, pero no a una guerra cualquiera sino a una guerra mundial. Se está hablando de que decenas de miles perecerán por el frío en toda Europa, se está hablando de que escasearán los alimentos. Países como Suiza, Finlandia, Alemania o Austria están preparando ya planes para efectuar apagones rotatorios, para racionar como sea la electricidad. Y aún no hablamos de la crisis del diésel, que espera agazapada en el horizonte, dispuesta a darnos el tiro de gracia.
Nuestros gobernantes deben salir ahí y decir la verdad. A las ciudadanas y los ciudadanos españoles no les va a servir de consuelo que sus facturas eléctricas se hayan multiplicado “solo” por 3, mientras las de otros países de Europa se multiplican por 7: igualmente no las van a poder pagar. No podemos seguir esperando y confiando en que los mecanismos de mercado arreglen este desaguisado. Y sobre todo no podemos dejar que se siga alimentando la confusión para provecho de las posiciones más intransigentes y menos democráticas, alentadas también por una política monetaria del BCE que solo añadirá obstáculos y dificultades a la ciudadanía.
Hay que salir ahí y decir la verdad. Que la crisis energética amenaza nuestras vidas, la vida, en todos los sentidos. Que estamos en guerra, no contra Rusia, sino contra la biosfera que nos da los recursos que son nuestro sustento, y que ésta es una guerra que solo podemos perder. Que tenemos que poner a las personas, a la vida, en el centro, en estos momentos tan oscuros. Que hace falta un plan de choque para paliar la pobreza energética y la carestía de los alimentos y las hipotecas.
Es un momento de emergencia y extrema necesidad. No
podemos esperar más. Los políticos europeos tienen que dar respuestas y
soluciones a la altura del reto. Alemania, hoy mismo, ha anunciado que
nacionalizará sus tres empresas gasísticas. La Unión Europea no debería
esperar mucho más." (Editorial CTXT, 16/09/22)
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