"La sangrienta batalla de Bajmut se acerca inexorablemente a su fin. Cuanto más se demoren los ucranianos en iniciar la retirada, más probable será que permanezcan encerrados en el cerco, no teniendo en ese momento otra alternativa que la rendición o la muerte. Pero por mucho que la batalla lleve meses en los medios de comunicación, su importancia es relevante desde el punto de vista táctico, pero estratégicamente mueve poco. La cuestión sigue siendo la misma: cómo y dónde está el punto de inflexión, el punto en el que se puede abrir de forma realista una mesa de negociaciones. Un punto que, sin embargo, Occidente parece empeñado en alejar cada vez más. (...)
Desde hace meses, la situación en el frente ucraniano se corresponde cada vez menos con los deseos de Washington, y mientras el debate interno saca a relucir con creciente insistencia la perplejidad y la oposición de una parte considerable del establishment estadounidense, la propaganda intenta tapar los agujeros más llamativos.
Desde hace meses se habla de un punto muerto, aunque en realidad las fuerzas armadas rusas están ganando terreno poco a poco prácticamente a lo largo de toda la línea del frente. Después de todo el alboroto sobre el envío de tanques por parte de los países de la OTAN, una vez más todo ha resultado ser una pompa de jabón: pocos y distantes entre sí, sin ninguna posibilidad de tener siquiera un impacto táctico. Ni siquiera han llegado todavía, y ya se está armando jaleo con el suministro de cazabombarderos.
Pero la pregunta que nadie responde en Occidente sigue siendo lapidaria: ¿cuál es el objetivo estratégico?
Para Moscú, cuáles son los objetivos está demasiado claro; y paradójicamente, siguen siendo los mismos por los que se lanzó la Operación Militar Especial el 24 de febrero de 2022. La liberación de los oblasts rusófonos, la desmilitarización de Ucrania, su desnazificación, la seguridad de las (nuevas) fronteras occidentales de Rusia. La única variable sobre el terreno es la extensión territorial que se considerará adecuada para garantizar estos objetivos, y por tanto -básicamente- si incluirá o no el óblast de Odessa, si llegará hasta Transnistria, si establecerá la línea fronteriza en el Dniepr o más allá.
La estrategia rusa está evidentemente marcada por la precaución: hay que perseguir los objetivos al menor coste posible, y evitar aceleraciones que podrían favorecer los disparos a la cabeza de los ultras de la OTAN, viéndose envuelta en un enfrentamiento directo con la Alianza Atlántica. Una perspectiva que se considera peligrosa tanto en Moscú como en Washington.
Ciertamente, la Federación Rusa puede estar dispuesta a negociar sobre la cuestión territorial, pero sólo si tiene garantías suficientes sobre los demás planes. Cosa que, tal y como están las cosas, ni Kyev ni Estados Unidos parecen dispuestos a discutir.
Desgraciadamente -y en esto ha aflorado la trágica escasez del liderazgo europeo, actual y anterior-, Occidente ha quemado toda la credibilidad que tenía ante el Kremlin. El fracaso de los acuerdos de Minsk, el silencio sobre la agresión ucraniana en el Donbass, la desvergonzada afirmación de haber hecho trampas en las cartas para dar a Ucrania la oportunidad de rearmarse, la virulencia del lenguaje rusófobo, la tenaz sanción, por no hablar del gigantesco apoyo en armas y dinero ofrecido a Kyev, han aniquilado cualquier posibilidad de que Moscú confíe en una posible palabra, o incluso en un tratado. Está claro que ahora las negociaciones sólo serán posibles sobre la base de condiciones materiales, hechos y realidades reales y establecidos. Se acabó el tiempo de las conversaciones.
Obviamente, en Rusia son conscientes de que este tipo de objetivo no está a la vuelta de la esquina, dada la obstinación occidental por no abrir resquicio alguno. Pero, al mismo tiempo, también son conscientes de que esta dramática ruptura está dando un impulso a toda la sociedad rusa, permitiéndole emprender un nuevo camino; un camino en el que Occidente, e incluso la propia Europa, ha perdido su centralidad, aunque sea como interlocutor, y va camino de convertirse -más que hostil- en marginal. (...)
Dado que el objetivo estratégico de la corte imperial de Washington es simplemente la prolongación de la guerra, sin tener siquiera una idea clara de cómo lograrla, la victoria (imposible) de Ucrania no es más que un fetiche, una miserable cortina de humo tras la que ocultar las verdaderas intenciones. Si se asume esta perspectiva, es decir, que el único interés estadounidense en el conflicto es su duración ilimitada, todo se vuelve más claro, y cada casilla encuentra su lugar: desde el creciente esfuerzo económico y militar para apoyar a Kyev (pero siempre con un ligero retraso, y en una cantidad tal que no induzca a Rusia a pisar el acelerador) hasta una propaganda cada vez más ambigua, deliberadamente contradictoria.
El leitmotiv de la guerra propagandística occidental, orquestada por los servicios angloamericanos, se ha centrado durante el último año en un único elemento: la repetida indicación de un nuevo factor que inevitablemente cambiará el panorama general de las cosas en un futuro próximo. Ya se trate del impago de Rusia o de alguna enfermedad mortal de Putin, del inminente agotamiento de las reservas rusas de misiles o del milagroso efecto de ese sistema de armamento en el campo de batalla, siempre hay algo cuyos efectos se manifestarán poco después. El hecho de que nunca se manifiesten, sino que, por el contrario, los resultados sean a menudo opuestos a los previstos, no invalida el mecanismo narrativo, que se basa precisamente en la producción en serie de falsas ilusiones. Es la clásica zanahoria colgada delante del hocico del burro. Que debe su proverbial reputación de inteligencia precisamente al hecho de que nunca deja de creer que alcanzará la zanahoria.
Aparentemente, aunque por razones opuestas, los dos contendientes reales -Estados Unidos y Rusia- no tienen prisa por concluir. Para Washington, cuanto más dure el conflicto, mayor será el resultado; potencialmente, una escalada bélica sería lo mejor. Para Moscú, alcanzar todos los objetivos, especialmente el fundamental (su propia seguridad territorial frente a la OTAN), es lo que más importa, y está decidido a conseguirlos al menor coste posible, y (por tanto) con todo el tiempo que haga falta.
(...) Si quieren perseguir el objetivo de la guerra interminable hasta el final, los Estados tendrán que aceptar el hecho de que la población ucraniana no es interminable. ¿Cuál es el límite de sostenibilidad humana de una guerra así, para un país que desde su independencia en los años 90 hasta hace pocos años ha perdido casi diez millones de habitantes (de 45 a 36), tiene ahora otros diez millones de refugiados y ha perdido a toda la población que vive en ese 20% de territorio perdido?
La constante y creciente presión rusa impone a Ucrania un gran sacrificio en términos de vidas humanas, así como de daños estructurales; pero mientras estos últimos pueden repararse tarde o temprano, los daños demográficos tardan décadas en repararse. (...)
La importancia de la batalla
Por si todo esto no fuera suficiente, la dirección política ucraniana -que está justificadamente aterrorizada ante la idea de que el apoyo occidental pueda disminuir, o incluso reducirse drásticamente- piensa evitar esta eventualidad jugando a un doble nivel: por un lado, tratando de enfatizar al máximo el papel de proxy del país, presentándolo como un baluarte indispensable para los países de la OTAN, y por otro lado, mostrándose extremadamente capaz en el campo de batalla. Lo que, en las condiciones actuales, significa básicamente intentar no ceder nunca ni un ápice.
Desde este punto de vista, lo que está ocurriendo en Bajmut es perfectamente emblemático. Tras meses de batallas casa por casa, y a pesar de que la situación es ahora desesperada (2), hasta el punto de que toda la parte oriental del río Bajmutka fue inmediatamente abandonada a los rusos, tras volar los puentes, el lunes 6 de marzo, el gobierno decidió (3) no retirar sus tropas y seguir resistiendo hasta el amargo final. Y ello a pesar de que las bajas humanas han alcanzado una media de trescientas a cuatrocientas bajas diarias, y unos 12.000 hombres se encuentran en la caldera. (...)
Una elección, la de resistir hasta el amargo final, que es verdaderamente suicida, además de totalmente política. Dentro de pocos días, de hecho, el cerco pasará de operativo a físico, es decir, las fuerzas rusas cerrarán la caldera, y la elección para las unidades atrapadas será rendirse o morir. (...)
Aunque el objetivo de la OTAN no es ganar la guerra (sabe perfectamente que no está a su alcance, en las condiciones actuales), sino simplemente cronificarla, conseguir este objetivo es cada vez más complicado; tanto porque mientras tanto Rusia está consiguiendo el suyo, como porque el tiempo juega en contra de Occidente. En este marco, a menos que se produzcan giros rotundos e improbables, sólo hay dos salidas posibles: una relanzando la guerra, implicando a polacos y bálticos sobre el terreno, y otra intentando congelar la situación, sin negociación alguna.
La segunda opción podría adoptar la forma de un atrincheramiento defensivo de los ucranianos, renunciando al mismo tiempo a cualquier acción ofensiva, y aspirando a una tregua en los combates, y después a su agotamiento, pero sin abrir ninguna negociación. Una tregua de facto, que por un lado detendría el avance ruso, pero por otro daría a las fuerzas ucranianas la oportunidad de recuperar el aliento. La ausencia de una negociación de paz permitiría a Zelensky sobrevivir políticamente (y quizás no sólo...), a la OTAN decir que detuvo a Rusia, y al mismo tiempo mantener -¿hasta tiempos mejores? - un estado de tensión suficiente en las fronteras rusas, obligando a Moscú a mantener una fuerte guarnición y un estado de alerta permanente.
En qué dirección evolucionará la guerra, si en una de estas dos direcciones, o quizás en otra ahora indescifrable, no podemos saberlo. Pero, con toda probabilidad, las cosas se aclararán en otoño, después de que ambos ejércitos se hayan esforzado aprovechando el buen tiempo." (Enrico Tomaselli , Sinistra in rete, 11/03/23, traducción DEEPL)
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