20.6.25

Este es el momento en que el proyecto de Trump puede empezar a descarrilar... La idea de que no está poniendo a América Primero, que está dejándose llevar por las mismas tentaciones bélicas de los neocon y de que está asumiendo aventuras perjudiciales para el estadounidense medio es un problema serio para Trump. Es justo con lo que prometió acabar... por qué se va a gastar dinero en guerras en países extranjeros cuando hace mucha falta invertirlo en su país para que sus ciudadanos puedan vivir mejor... No es una posición de las bases MAGA, sino que forma parte de una suerte de sentido común para una mayoría de estadounidenses... La entrada en guerra con Irán descabalga ese programa, porque da la sensación de que no se está poniendo a América primero. Y llama la atención que la mayor oposición haya venido desde la derecha trumpista y desde Sanders: este era el momento para que los demócratas jugasen un papel mayor. Sin embargo, las élites el partido apoyan la intervención o se mueven en la tibieza... La participación en la guerra se divide entre dos visiones: la que insiste en que se debe ayudar activamente a los aliados, que es la heredada del neoconismo, y la que insiste en que EEUU no puede continuar en las guerras continuas y debe priorizar la acción de afianzamiento interior (Esteban Hernández)

 "Este es el momento en que el proyecto de Trump puede empezar a descarrilar. Hasta ahora, a pesar de los vaivenes, pocas acciones han sido molestas para sus votantes. Su inicio de mandato no ha sido más que el cumplimiento, con mayor o menor fortuna, de las promesas que formuló durante la campaña. Las críticas, profundas e insistentes, han provenido de sus enemigos políticos, pero eso era esperable. La animadversión contra Trump desde las élites liberales ha sido continua y muy dura desde el mismo instante en que fue elegido presidente por primera vez, y no se han detenido, por lo que, si no le han dañado hasta ahora, menos lo iban a hacer en el inicio de su segunda presidencia.

Sin embargo, la guerra con Irán es algo muy diferente. Ni siquiera es necesario que los efectos de la participación directa de EEUU sean negativos. La idea de que no está poniendo a América Primero, que está dejándose llevar por las mismas tentaciones bélicas de los neocon y de que está asumiendo aventuras perjudiciales para el estadounidense medio es un problema serio para Trump. Es justo con lo que prometió acabar. Una parte de sus votantes, y no menor, percibe la actitud del presidente Oriente Medio no como un error, que podría ser disculpable, sino como una traición, y eso es mucho más difícil de perdonar.

Ese asunto es el que estaba de fondo en la devastadora entrevista que Tucker Carlson realizó al senador Ted Cruz. Carlson no estaba discutiendo sobre la guerra en sí: le estaba colocando en el mismo lugar que había situado a los demócratas y a los neocon republicanos durante la campaña electoral. Le estaba señalando como ideólogo ignorante, pero también como un hipócrita. Incluso hubo discusiones teológicas en las que Cruz salió mal parado. Steve Bannon había apoyado previamente la posición de Carlson sobre la guerra y lo volvió a hacer tras la entrevista. Trump, cuando fue preguntado por Carlson, tomó gran distancia: “Que se busque una televisión si quiere que la gente lo escuche”.

Los votantes de Trump pueden sentirse engañados, una vez más, en un contexto en el que las visiones antisistema son dominantes

Situarse frente a sus bases es un gran problema para los republicanos. También para Trump. Muchos de los suyos no se opondrán directamente, pero el daño está hecho. El nacionalismo estadounidense fue la bandera que llevó al poder a Trump: aseguró a los suyos que a América le iba a ir bien otra vez y que, fruto de ese reposicionamiento, el ciudadano común se vería beneficiado. La pregunta de fondo que están transmitiendo a su sociedad los nacionalistas económicos y los nacionalpopulistas está claramente formulada: por qué se va a gastar dinero en guerras en países extranjeros cuando hace mucha falta invertirlo en su país para que sus ciudadanos puedan vivir mejor. Trump había prometido justo lo contrario: poner a EEUU como prioridad. Si ahora lo perciben como un neocon más, llevará a que sus votantes se alejen del partido republicano. Se sentirán engañados, una vez más, en un contexto en el que las visiones antisistema son dominantes.

Los dos nacionalismos

El origen de esta disensión tiene mucho que ver con la recomposición ideológica que ha tenido lugar en los últimos años a nivel global. La política está tejida desde el nacionalismo y se está reconfigurando alrededor del territorio. No se trata únicamente de que haya derechas que estén alentando sentimientos localistas, sino de que las transformaciones internacionales provienen del afianzamiento de Estados que pretenden jugar un nuevo papel en la escena internacional. El caso más obvio es China, que reconstruyó el comunismo con el objetivo de generar crecimiento y ganar poder económico e internacional. No es el único ejemplo, ya que esa unión entre desarrollo del territorio y planes nacionales aparecieron en Rusia, Turquía, Arabia Saudí, India e Israel, entre otros.

No es una posición de las bases MAGA, sino que forma parte de una suerte de sentido común para una mayoría de estadounidenses

La respuesta estadounidense, aquello que le dio el gobierno a Trump, consistió precisamente en recoger este programa para los suyos. EEUU se iba a fortalecer en todos los sentidos, también en cuanto a la instauración de nuevos valores y respecto de colocar la prioridad en mejorar la vida de sus ciudadanos. Había que recuperar las capacidades nacionales y, fruto de ese giro, se mejoraría la vida dañada del estadounidense común. Todo su programa, desde los aranceles hasta la expulsión de los emigrantes ilegales, se anclaba en este punto. De hecho, la revuelta contra la globalización solo puede entenderse desde ese pivote ideológico: el orden basado en reglas había sido perjudicial para EEUU y sus nacionales, por lo que era imperativo cambiar el paso. Se acabó el mundo global, giro hacia el territorial.

Esa posición no solo es la de las bases MAGA, sino que ha conformado una suerte de sentido común para una mayoría de estadounidenses. La entrada en guerra con Irán descabalga ese programa, porque da la sensación de que no se está poniendo a América primero. Y llama la atención que la mayor oposición haya venido desde la derecha trumpista y desde Sanders: este era el momento para que los demócratas jugasen un papel mayor. Sin embargo, las élites el partido apoyan la intervención o se mueven en la tibieza, porque coinciden en la necesidad de apoyar a Israel para que se convierta en la potencia regional hegemónica.

Esta segunda opción es la consecuencia de otra posición nacionalista, que explica de manera diáfana uno de los intelectuales de la derecha que mejor ha teorizado sobre este momento, Yoram Hazony.

La doctrina Trump

El presidente de la Fundación Burke, y autor de La virtud del nacionalismo y Conservadurismo: un redescubrimiento, insiste en que los conservadores nacionalistas siempre han tenido desacuerdos internos respecto de cuál es la política exterior más adecuada. Les une la idea de que el imperio liberal global está acabado, que esa visión según la cual EEUU tenía que ser el policía mundial y participar en toda clase de conflictos para difundir el liberalismo dejó hace mucho tiempo de ser válida. Pero eso no significa que EEUU se haya convertido en un país pacifista; esa no es la perspectiva de la administración Trump. Su propósito es tejer una red de aliados regionales en diferentes partes del mundo que protejan sus propios intereses y, al hacerlo, defiendan también los de Occidente y los de EEUU. Cita Hazony a Reino Unido, Polonia, Australia, Japón o India. Por supuesto, Israel es parte fundamental de esa alianza. Son esos países los que deben defenderse de las amenazas a la seguridad que se producen dentro de sus propias regiones, lo que liberaría a EEUU de una carga financiera y moral que le perjudica dentro de su propio país. Desde esa visión, es lógico que EEUU apoye a Israel en su confrontación con Irán.

De esa nueva perspectiva partiría la exigencia a los países europeos de un mayor gasto militar. Son ellos los que deben enfrentarse a Rusia

Trump ha cambiado las reglas del comercio a partir de un reforzamiento de su poder mediante aranceles que exigen más sacrificios al resto de países, y en especial a los aliados. Algo muy similar estaría ocurriendo en el terreno de la defensa, y de esa perspectiva partiría la exigencia a los países europeos de un mayor gasto militar. Son ellos los que deben enfrentarse a Rusia, no EEUU. Con Israel, sin embargo, la posición cambia, y ahí surge el desacuerdo entre las derechas: ¿EEUU debe entrar en una guerra en apoyo de sus aliados regionales cuando estos lo necesitan? ¿Debe emprender guerras preventivas porque sus socios se lo demandan? ¿No sería mejor aprovechar la debilidad del régimen iraní para buscar un acuerdo en lugar de realizar una intervención militar?

La participación en la guerra se divide entre dos visiones: la que insiste en que se debe ayudar activamente a los aliados, que es la heredada del neoconismo, y la que insiste en que EEUU no puede continuar en las guerras continuas y debe priorizar la acción de afianzamiento interior. Esa ruptura en el seno de las derechas, y esto es relevante, va mucho más allá de los votantes de Trump. También afecta a Europa, donde se entiende que la aplicación de esa doctrina debería ser la misma en todas partes: ¿por qué EEUU se va a implicar en una guerra en Oriente Medio, pero se va a alejar de Ucrania? Esa divergencia es subrayada desde el continente con frecuencia. La respuesta de la visión nacionalista, estadounidense y global, que describía Yazony, alude a la peligrosidad: en Europa se puede mantener el equilibrio entre potencias de manera que la guerra quede circunscrita a Ucrania y que no derive en implicaciones mayores, mientras que en Oriente Medio no es posible: hace falta intervenir, también para evitar los riesgos nucleares.

Dificultad extrema

En última instancia, no aparecen en el horizonte buenas soluciones, ni tampoco escenarios en los que EEUU salga beneficiado. Puede que la resistencia iraní sea mayor de la esperada, lo que produciría un peligroso empantanamiento en la región, que sería idóneo para China y costoso en términos de política interior estadounidense. Si la intervención se produce y es corta y efectiva, tampoco se adivina cuál sería el paso siguiente, por lo que podría producirse un foco de inestabilidad en Irán muy semejante a los vividos en Irak, Afganistán o Libia: entrar sin un plan de futuro viable tendría consecuencias muy negativas para EEUU e Israel. En tercer lugar, incluso en el caso de que se lograra estabilizar Irán, la conversión de Israel en la potencia hegemónica regional generaría muchas suspicacias por parte de los países de la región, incluso entre los cercanos a EEUU, y más con la cuestión palestina sin solucionar. Es complicado, además, que países como Turquía lo vean con buenos ojos, y más aún China, que no puede permitirse la débil posición en Oriente Medio a la que sería relegada.

La decisión de Trump tiene muchas aristas. En la época que tenían buena relación, seguro que Elon Musk le habló a Trump de su época histórica preferida, el final de la república romana. Quizá en alguna conversación le mencionara a Craso y su final en la campaña contra los partos, lo que le debería servir como advertencia. Pero, por otra parte, si Trump logra dar con una solución que pacifique Oriente Medio, su posición saldrá muy fortalecida. El centro del mundo está ahora en Irán."                 

(Esteban Hernández , El Confidencial, 20/06/25)

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