"El asunto estrella de la cumbre que la OTAN celebrará los días 24 y 25 de junio en La Haya será sin duda el compromiso que se va a pedir a los Estados miembros de aumentar sus presupuestos de defensa hasta un 5% del PIB, en un plazo todavía por determinar, como consecuencia de la exigencia en el mismo sentido expresada reiteradamente por el presidente de EEUU, Donald Trump, y transmitida a los aliados europeos por su más leal y obsequioso servidor en el continente, el secretario general de la Alianza, Mark Rutte.
Un aumento tan desorbitado –era el 1,9% al terminar 2024– debería tener una justificación igual de importante, o al menos los dirigentes europeos que van a aceptarlo la necesitan para ofrecérsela a sus electores. Y no hay otra más que la amenaza de Rusia a raíz de su agresión a Ucrania. No obstante, la debilidad de las fuerzas convencionales rusas es tan evidente – no han sido capaces en tres años de ocupar ni siquiera las provincias que oficialmente se han anexionado, y han tardado siete meses en expulsar a las fuerzas ucranianas que habían ocupado territorio ruso– que es difícil esgrimir actualmente al presidente ruso, Vladímir Putin, como una amenaza existencial para Europa, así que ahora la cuestión es la –hipotética– fuerza que puede tener dentro de siete o diez años y su –supuesta– voluntad de continuar sus conquistas. Algo bastante inverosímil considerando la economía y la demografía de Rusia. La realidad –los Estados Mayores lo saben– es que Rusia solo osaría agredir algún día a un país de la OTAN si estuviera seguro de que no iba a funcionar la solidaridad aliada, es decir, que los demás miembros no iban a cumplir su compromiso de defensa mutua, nunca a tenor de una mayor o menor capacidad militar de la OTAN, cuya superioridad sobre Rusia es ahora mismo, y seguirá siendo mientras exista, abrumadora.
Trump ni siquiera alude a la amenaza rusa como fundamento de su exigencia, tal vez porque está negociando con Putin –más allá de la paz en Ucrania– un amplio acuerdo económico y político (y hasta comprándole uranio), ya que su interés es separarla de China, su único rival estratégico. Sus razones son que los estadounidenses ya han gastado mucho en la defensa de Europa y ahora los europeos tienen que hacerse cargo de ese gasto, o incluso compensarles. Un argumento falso, porque EEUU no está en la OTAN, ni ha gastado tanto dinero en sus despliegues en Europa, para defender a los europeos, sino para defenderse a sí mismo en un territorio muy lejano al suyo, si es que la Unión Soviética se decidía a atacar.
En todo caso, lo que no es aceptable es que se establezca un porcentaje arbitrario del PIB como objetivo de gasto para todos y durante un tiempo indefinido. Las fuerzas armadas de cada miembro de la OTAN están en estados de operatividad distintos y tienen capacidades y vulnerabilidades diferentes. Es imposible que todos tengan las mismas necesidades y durante todo el tiempo. Algunos necesitarán aumentar el gasto militar durante algunos años para renovar parte de sus medios, y después podrán volver a un gasto menor. Otros pueden haber renovado recientemente sus medios más costosos y no necesitar ese incremento. Por eso es absurdo e ineficaz promover un aumento porcentual generalizado. La forma lógica de mejorar la seguridad colectiva es, como defiende el Gobierno español, negociar con cada aliado las capacidades que debe ofrecer a los demás –teniendo en cuenta su situación económica y sus circunstancias sociales– y dejarle que decida libremente cómo conseguir aquellas que todavía no posea, y graduar su gasto de defensa en consecuencia.
Cuando se requiere una mejora cuantitativa o cualitativa en cualquier campo, sea un capítulo de gasto público, o una empresa, se hace primero un estudio de la situación, se fijan objetivos, se establece un plan de mejora, se estudian los programas para hacerlo realidad, se analizan las alternativas y su coste, y finalmente se elabora un presupuesto. Así es como se actúa con fundamento: plan, programa, presupuesto. Pero nada de eso se ha hecho. Ni hay un estudio serio y actualizado de la amenaza y sus posibilidades, ni de las vulnerabilidades de la Alianza, ni de los medios necesarios para superarlas teniendo en cuenta los existentes, ni del dinero realmente necesario para ese propósito. Ni siquiera el aumento del presupuesto está coordinado con el Plan de Capacidades de la OTAN en vigor, o tiene alguna relación causa- efecto con él. El propósito es solamente aumentar el gasto y luego ya veremos para qué. Se trata, en definitiva –y exclusivamente– de acatar las órdenes del presidente de EEUU, aunque no se sepa realmente si ese aumento es necesario, ni cómo se va a invertir.
No obstante, los países del este y del norte de Europa, más próximos a Rusia, y que sienten por tanto más cerca la amenaza –sin entrar a evaluarla–, ya se han mostrado dispuestos a elevar su gasto militar hasta el nivel que les exige el presidente de EEUU, e incluso presionan para que los plazos sean más cortos. No tanto porque piensen que un gasto así, lineal, sin un plan claro, sin saber en qué se va a gastar, vaya a mejorar sustancialmente su capacidad defensiva, sino simplemente porque es lo que exige Trump, y aceptarán cualquier cosa que él exija –sea o no razonable– para que no cumpla su amenaza de retirarse de Europa, ya que no confían en absoluto en sus aliados europeos y consideran que EEUU es su única garantía real de seguridad.
Deberían saber –quizá algunos dirigentes lo saben– que esta es una amenaza, como tantas, que Trump no va a cumplir en ningún caso porque iría en contra de los intereses de EEUU. Sus buenas relaciones con la UE son esenciales: no solo es su segundo socio comercial, tras Canadá, sino que constituye un apoyo imprescindible en su pugna comercial y tecnológica con China. El divorcio de Europa sería un drama geopolítico para Washington. También en el campo militar. EEUU tiene más de 30 bases en Europa de las que seis albergan armas nucleares. Esta es una pieza fundamental en el despliegue militar de las fuerzas estadunidenses, su garantía de defensa adelantada, no solo contra Rusia –en su caso– sino contra cualquier amenaza a sus recursos o intereses que provenga de Oriente Próximo y Medio, o incluso de África. Y no va a prescindir de ella tanto si los europeos acatan su exigencia de gasto, como si no.
Lo único que se va a lograr aumentando el 250% el gasto de los países europeos de la OTAN es llenar las arcas de las empresas de armamento de EEUU, que financiaron generosamente la campaña electoral de Trump y otros miembros del Partido Republicano (también del Demócrata), sobre todo porque las empresas europeas no están en condiciones de absorber ese incremento masivo de gasto, y no lo estarán en muchos años. Además, aumentará el déficit y con él la deuda pública europea, en un momento en el que su economía no está precisamente boyante, a pesar de la ingeniería fiscal que apruebe la Comisión, un problema grave del que ya ha advertido el Fondo Monetario Internacional. Por supuesto, un aumento tan importante del gasto, que en España llegaría a más de 80.000 millones anuales, obligaría a subir los impuestos –en los países donde gobierna la derecha no sería precisamente a los ricos–, y a recortar el gasto social, que es esencial para compensar las desigualdades y ayudar a los más desfavorecidos, un capítulo imprescindible y siempre insuficiente en cualquier país de democracia avanzada como presumen ser los Estados europeos que son miembros de la OTAN.
El incremento del gasto de defensa hasta el 5% del PIB no está en absoluto justificado, y redundaría en perjuicio del bienestar de los ciudadanos y del desarrollo del país. Por eso Pedro Sánchez se ha negado a asumirlo en una difícil decisión, que va a exigir mucha determinación por su parte, y ha escrito una carta a Rutte, comunicándole la posición firme de España de no cumplirlo, y las razones que le llevan a tomarla. El Gobierno español no va a estar solo, probablemente su liderazgo empuje a otros aliados a tomar la misma postura, o al menos a tratar de suavizar los tiempos y la intensidad del compromiso. Por supuesto, tampoco España se va a oponer a que aquellos que lo deseen aumenten su gasto en defensa hasta el nivel que consideren conveniente, solamente se dice que nuestro país no está en estos momentos en condiciones de hacerlo, ni tampoco creemos que establecer un porcentaje fijo sin más, sea el procedimiento adecuado ni justo, ni que garantice que sea beneficioso para España, ni que vaya a propiciar un aumento de su seguridad.
Esta es una posición valiente – teniendo en cuenta las presiones que está recibiendo– que merece ser apoyada por todos los españoles, al margen de su ideología o de sus simpatías o antipatías políticas. Aquí se está defendiendo nuestra soberanía. Esta es una cuestión de Estado y cabe esperar que por una vez el Partido Popular deje a un lado su obsesión por derribar al Gobierno y respalde una decisión difícil que probablemente no va a favorecer a su Presidente, sino todo lo contrario, pero sí que favorece los intereses de España y los españoles. Eso no va a menoscabar su capacidad de oposición en otros temas. Y en cuanto a la izquierda, sería impensable que alguien se opusiera a esta decisión, que por primera vez hace lo que los partidos progresistas siempre han exigido: dar prioridad al gasto social y al bienestar de los españoles por delante de un rearme masivo, que ni es racional, ni forma parte de un planeamiento serio, ni va a dirigirse a incrementar la autonomía defensiva europea.
Todavía Pedro Sánchez se va a enfrentar a presiones muy duras en los días que faltan y en la propia cumbre. De hecho, la declaración de la Casa Blanca después de conocerse su carta a Rutte, en la que se reitera que todos los aliados europeos tienen que llegar al 5%, sin ocultar que se trata de una imposición, es una insolencia y una falta de respeto a las decisiones soberanas de un aliado, que pone de manifiesto –otra vez– que la OTAN es una organización subordinada a EEUU, que solo defiende los intereses de EEUU, y en la que solo decide el presidente de EEUU. Esto debería hacernos reflexionar –una vez más– en la necesidad de alcanzar una defensa común europea autónoma, que nos independice de EEUU y nos permita defender nuestros valores e intereses, a nuestra manera, y no los suyos. Un camino que los europeos apoyan masivamente según todas las encuestas, que es perfectamente posible poniendo en común el dinero que estamos gastando ahora los 27, pero que muchos de nuestros dirigentes –por temor o conveniencia– se resisten a emprender.
El presidente del Gobierno español va a necesitar todo el apoyo que podamos darle, un país unido firmemente tras él, porque este asunto tiene una gran transcendencia. Desde que se creó la Alianza Atlántica, en 1949, ningún país europeo ha osado torcerle el brazo a EEUU, siempre el líder ha decidido y los demás han acatado, si conseguían introducir algún matiz en la decisión, ya se consideraba un éxito. Si ahora España se mantiene firme, y es secundada por otros aliados, no solo se racionalizará una decisión tomada por una sola persona –Donald Trump– sin considerar en absoluto los intereses de los afectados, sino que se le hará saber que no puede hacer y deshacer a su antojo, que su voluntad no es ley fuera de su país, y que Europa no está a su merced.
¿Represalias? Más bien amenazas y presiones. Recordemos que las sanciones o restricciones comerciales, como los aranceles, tienen que ser impuestos a toda la UE, no se puede seleccionar por países, porque al menos en eso sí que estamos unidos, y la respuesta debe ser unitaria. Y tampoco hay que olvidar, en nuestro caso, que EEUU tiene superávit comercial con España, y –sobre todo– que mantiene facilidades de uso en dos bases españolas –Rota y Morón– que son fundamentales, ahora más que nunca, para el tránsito de sus buques y aeronaves hacia el Medio Oriente. De todas formas, es evidente que cuantos más países de la Unión se sumen a la iniciativa española, más difícil lo tendrá Trump para tomar alguna acción contra ellos.
Si Washington no consigue esta vez imponer su orden, pues es efectivamente una orden no una propuesta, puede que las cosas empiecen a cambiar, incluso que la OTAN comience a perder su aura ser la única posibilidad para la defensa de Europa. La Alianza Atlántica no ha sido nunca una organización de pacificación o defensa, sino de dominación, y ahora va a intentar involucrar a los países europeos en la pugna de EEUU con China, en la que no tienen por sí mismos ningún interés. Cumplió su papel en la guerra fría y si sigue ahí, a pesar de que el mundo en el que vivimos tiene muy poco que ver con el 1991 y mucho menos con el de 1949, es porque Europa no ha querido o no ha sido capaz de construir su alternativa. Ya es hora de que se ponga en marcha, y esta loca carrera armamentística de la OTAN hacia ninguna parte lo demuestra de nuevo.
Mientras esa alternativa no sea una realidad, abandonar la OTAN sería un salto en el vacío. Pero eso no quiere decir que haya que acatar sumisamente las decisiones que tome la potencia hegemónica. Seguimos siendo soberanos. Cuando algo va en contra de los intereses nacionales es necesario decir no, y esperemos que nuestro gobierno tenga el coraje necesario para mantener su postura. Tiene que hacerlo, por difícil que sea, es lo que desea la mayoría de los españoles. El miedo no es una opción."
Un aumento tan desorbitado –era el 1,9% al terminar 2024– debería tener una justificación igual de importante, o al menos los dirigentes europeos que van a aceptarlo la necesitan para ofrecérsela a sus electores. Y no hay otra más que la amenaza de Rusia a raíz de su agresión a Ucrania. No obstante, la debilidad de las fuerzas convencionales rusas es tan evidente – no han sido capaces en tres años de ocupar ni siquiera las provincias que oficialmente se han anexionado, y han tardado siete meses en expulsar a las fuerzas ucranianas que habían ocupado territorio ruso– que es difícil esgrimir actualmente al presidente ruso, Vladímir Putin, como una amenaza existencial para Europa, así que ahora la cuestión es la –hipotética– fuerza que puede tener dentro de siete o diez años y su –supuesta– voluntad de continuar sus conquistas. Algo bastante inverosímil considerando la economía y la demografía de Rusia. La realidad –los Estados Mayores lo saben– es que Rusia solo osaría agredir algún día a un país de la OTAN si estuviera seguro de que no iba a funcionar la solidaridad aliada, es decir, que los demás miembros no iban a cumplir su compromiso de defensa mutua, nunca a tenor de una mayor o menor capacidad militar de la OTAN, cuya superioridad sobre Rusia es ahora mismo, y seguirá siendo mientras exista, abrumadora.
Trump ni siquiera alude a la amenaza rusa como fundamento de su exigencia, tal vez porque está negociando con Putin –más allá de la paz en Ucrania– un amplio acuerdo económico y político (y hasta comprándole uranio), ya que su interés es separarla de China, su único rival estratégico. Sus razones son que los estadounidenses ya han gastado mucho en la defensa de Europa y ahora los europeos tienen que hacerse cargo de ese gasto, o incluso compensarles. Un argumento falso, porque EEUU no está en la OTAN, ni ha gastado tanto dinero en sus despliegues en Europa, para defender a los europeos, sino para defenderse a sí mismo en un territorio muy lejano al suyo, si es que la Unión Soviética se decidía a atacar.
En todo caso, lo que no es aceptable es que se establezca un porcentaje arbitrario del PIB como objetivo de gasto para todos y durante un tiempo indefinido. Las fuerzas armadas de cada miembro de la OTAN están en estados de operatividad distintos y tienen capacidades y vulnerabilidades diferentes. Es imposible que todos tengan las mismas necesidades y durante todo el tiempo. Algunos necesitarán aumentar el gasto militar durante algunos años para renovar parte de sus medios, y después podrán volver a un gasto menor. Otros pueden haber renovado recientemente sus medios más costosos y no necesitar ese incremento. Por eso es absurdo e ineficaz promover un aumento porcentual generalizado. La forma lógica de mejorar la seguridad colectiva es, como defiende el Gobierno español, negociar con cada aliado las capacidades que debe ofrecer a los demás –teniendo en cuenta su situación económica y sus circunstancias sociales– y dejarle que decida libremente cómo conseguir aquellas que todavía no posea, y graduar su gasto de defensa en consecuencia.
Cuando se requiere una mejora cuantitativa o cualitativa en cualquier campo, sea un capítulo de gasto público, o una empresa, se hace primero un estudio de la situación, se fijan objetivos, se establece un plan de mejora, se estudian los programas para hacerlo realidad, se analizan las alternativas y su coste, y finalmente se elabora un presupuesto. Así es como se actúa con fundamento: plan, programa, presupuesto. Pero nada de eso se ha hecho. Ni hay un estudio serio y actualizado de la amenaza y sus posibilidades, ni de las vulnerabilidades de la Alianza, ni de los medios necesarios para superarlas teniendo en cuenta los existentes, ni del dinero realmente necesario para ese propósito. Ni siquiera el aumento del presupuesto está coordinado con el Plan de Capacidades de la OTAN en vigor, o tiene alguna relación causa- efecto con él. El propósito es solamente aumentar el gasto y luego ya veremos para qué. Se trata, en definitiva –y exclusivamente– de acatar las órdenes del presidente de EEUU, aunque no se sepa realmente si ese aumento es necesario, ni cómo se va a invertir.
No obstante, los países del este y del norte de Europa, más próximos a Rusia, y que sienten por tanto más cerca la amenaza –sin entrar a evaluarla–, ya se han mostrado dispuestos a elevar su gasto militar hasta el nivel que les exige el presidente de EEUU, e incluso presionan para que los plazos sean más cortos. No tanto porque piensen que un gasto así, lineal, sin un plan claro, sin saber en qué se va a gastar, vaya a mejorar sustancialmente su capacidad defensiva, sino simplemente porque es lo que exige Trump, y aceptarán cualquier cosa que él exija –sea o no razonable– para que no cumpla su amenaza de retirarse de Europa, ya que no confían en absoluto en sus aliados europeos y consideran que EEUU es su única garantía real de seguridad.
Deberían saber –quizá algunos dirigentes lo saben– que esta es una amenaza, como tantas, que Trump no va a cumplir en ningún caso porque iría en contra de los intereses de EEUU. Sus buenas relaciones con la UE son esenciales: no solo es su segundo socio comercial, tras Canadá, sino que constituye un apoyo imprescindible en su pugna comercial y tecnológica con China. El divorcio de Europa sería un drama geopolítico para Washington. También en el campo militar. EEUU tiene más de 30 bases en Europa de las que seis albergan armas nucleares. Esta es una pieza fundamental en el despliegue militar de las fuerzas estadunidenses, su garantía de defensa adelantada, no solo contra Rusia –en su caso– sino contra cualquier amenaza a sus recursos o intereses que provenga de Oriente Próximo y Medio, o incluso de África. Y no va a prescindir de ella tanto si los europeos acatan su exigencia de gasto, como si no.
Lo único que se va a lograr aumentando el 250% el gasto de los países europeos de la OTAN es llenar las arcas de las empresas de armamento de EEUU, que financiaron generosamente la campaña electoral de Trump y otros miembros del Partido Republicano (también del Demócrata), sobre todo porque las empresas europeas no están en condiciones de absorber ese incremento masivo de gasto, y no lo estarán en muchos años. Además, aumentará el déficit y con él la deuda pública europea, en un momento en el que su economía no está precisamente boyante, a pesar de la ingeniería fiscal que apruebe la Comisión, un problema grave del que ya ha advertido el Fondo Monetario Internacional. Por supuesto, un aumento tan importante del gasto, que en España llegaría a más de 80.000 millones anuales, obligaría a subir los impuestos –en los países donde gobierna la derecha no sería precisamente a los ricos–, y a recortar el gasto social, que es esencial para compensar las desigualdades y ayudar a los más desfavorecidos, un capítulo imprescindible y siempre insuficiente en cualquier país de democracia avanzada como presumen ser los Estados europeos que son miembros de la OTAN.
El incremento del gasto de defensa hasta el 5% del PIB no está en absoluto justificado, y redundaría en perjuicio del bienestar de los ciudadanos y del desarrollo del país. Por eso Pedro Sánchez se ha negado a asumirlo en una difícil decisión, que va a exigir mucha determinación por su parte, y ha escrito una carta a Rutte, comunicándole la posición firme de España de no cumplirlo, y las razones que le llevan a tomarla. El Gobierno español no va a estar solo, probablemente su liderazgo empuje a otros aliados a tomar la misma postura, o al menos a tratar de suavizar los tiempos y la intensidad del compromiso. Por supuesto, tampoco España se va a oponer a que aquellos que lo deseen aumenten su gasto en defensa hasta el nivel que consideren conveniente, solamente se dice que nuestro país no está en estos momentos en condiciones de hacerlo, ni tampoco creemos que establecer un porcentaje fijo sin más, sea el procedimiento adecuado ni justo, ni que garantice que sea beneficioso para España, ni que vaya a propiciar un aumento de su seguridad.
Esta es una posición valiente – teniendo en cuenta las presiones que está recibiendo– que merece ser apoyada por todos los españoles, al margen de su ideología o de sus simpatías o antipatías políticas. Aquí se está defendiendo nuestra soberanía. Esta es una cuestión de Estado y cabe esperar que por una vez el Partido Popular deje a un lado su obsesión por derribar al Gobierno y respalde una decisión difícil que probablemente no va a favorecer a su Presidente, sino todo lo contrario, pero sí que favorece los intereses de España y los españoles. Eso no va a menoscabar su capacidad de oposición en otros temas. Y en cuanto a la izquierda, sería impensable que alguien se opusiera a esta decisión, que por primera vez hace lo que los partidos progresistas siempre han exigido: dar prioridad al gasto social y al bienestar de los españoles por delante de un rearme masivo, que ni es racional, ni forma parte de un planeamiento serio, ni va a dirigirse a incrementar la autonomía defensiva europea.
Todavía Pedro Sánchez se va a enfrentar a presiones muy duras en los días que faltan y en la propia cumbre. De hecho, la declaración de la Casa Blanca después de conocerse su carta a Rutte, en la que se reitera que todos los aliados europeos tienen que llegar al 5%, sin ocultar que se trata de una imposición, es una insolencia y una falta de respeto a las decisiones soberanas de un aliado, que pone de manifiesto –otra vez– que la OTAN es una organización subordinada a EEUU, que solo defiende los intereses de EEUU, y en la que solo decide el presidente de EEUU. Esto debería hacernos reflexionar –una vez más– en la necesidad de alcanzar una defensa común europea autónoma, que nos independice de EEUU y nos permita defender nuestros valores e intereses, a nuestra manera, y no los suyos. Un camino que los europeos apoyan masivamente según todas las encuestas, que es perfectamente posible poniendo en común el dinero que estamos gastando ahora los 27, pero que muchos de nuestros dirigentes –por temor o conveniencia– se resisten a emprender.
El presidente del Gobierno español va a necesitar todo el apoyo que podamos darle, un país unido firmemente tras él, porque este asunto tiene una gran transcendencia. Desde que se creó la Alianza Atlántica, en 1949, ningún país europeo ha osado torcerle el brazo a EEUU, siempre el líder ha decidido y los demás han acatado, si conseguían introducir algún matiz en la decisión, ya se consideraba un éxito. Si ahora España se mantiene firme, y es secundada por otros aliados, no solo se racionalizará una decisión tomada por una sola persona –Donald Trump– sin considerar en absoluto los intereses de los afectados, sino que se le hará saber que no puede hacer y deshacer a su antojo, que su voluntad no es ley fuera de su país, y que Europa no está a su merced.
¿Represalias? Más bien amenazas y presiones. Recordemos que las sanciones o restricciones comerciales, como los aranceles, tienen que ser impuestos a toda la UE, no se puede seleccionar por países, porque al menos en eso sí que estamos unidos, y la respuesta debe ser unitaria. Y tampoco hay que olvidar, en nuestro caso, que EEUU tiene superávit comercial con España, y –sobre todo– que mantiene facilidades de uso en dos bases españolas –Rota y Morón– que son fundamentales, ahora más que nunca, para el tránsito de sus buques y aeronaves hacia el Medio Oriente. De todas formas, es evidente que cuantos más países de la Unión se sumen a la iniciativa española, más difícil lo tendrá Trump para tomar alguna acción contra ellos.
Si Washington no consigue esta vez imponer su orden, pues es efectivamente una orden no una propuesta, puede que las cosas empiecen a cambiar, incluso que la OTAN comience a perder su aura ser la única posibilidad para la defensa de Europa. La Alianza Atlántica no ha sido nunca una organización de pacificación o defensa, sino de dominación, y ahora va a intentar involucrar a los países europeos en la pugna de EEUU con China, en la que no tienen por sí mismos ningún interés. Cumplió su papel en la guerra fría y si sigue ahí, a pesar de que el mundo en el que vivimos tiene muy poco que ver con el 1991 y mucho menos con el de 1949, es porque Europa no ha querido o no ha sido capaz de construir su alternativa. Ya es hora de que se ponga en marcha, y esta loca carrera armamentística de la OTAN hacia ninguna parte lo demuestra de nuevo.
Mientras esa alternativa no sea una realidad, abandonar la OTAN sería un salto en el vacío. Pero eso no quiere decir que haya que acatar sumisamente las decisiones que tome la potencia hegemónica. Seguimos siendo soberanos. Cuando algo va en contra de los intereses nacionales es necesario decir no, y esperemos que nuestro gobierno tenga el coraje necesario para mantener su postura. Tiene que hacerlo, por difícil que sea, es lo que desea la mayoría de los españoles. El miedo no es una opción."
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