"La idea de los economistas convencionales sobre la función del Estado en
la economía que predomina en los centros de poder es que debe ser lo
más liviana posible, limitándose a desbrozar el camino para que la
iniciativa privada actúe con la mayor libertad (...)
Llevado al extremo, ese principio se ha traducido históricamente en
reclamar del Estado una práctica que con ocasión de esta última crisis
provocada por la Covid-19 hemos podido comprobar con especial nitidez:
la socialización de las pérdidas del capital privado cuando éste las
provoca y la privatización del beneficio una vez que el Estado consigue
sacarlo a flote.
Lo estamos viendo ahora y lo vimos en otras anteriores,
como en la última crisis financiera de 2008, cuando los Estados
hicieron suya la gigantesca deuda y las enormes pérdidas que había
provocado la banca privada.
Esa política se ha impuesto gracias al poder que tienen quienes se
benefician de ella y para eso se hace creer que el Estado no puede hacer
otra cosa positiva que no sea el quitar las piedras de camino por donde
debe discurrir el capital privado. (...)
La realidad es otra, tal y como han puesto de relieve muchos estudios
y en especial los que últimamente viene realizando la economista
Mariana Mazzucato. El valor ni lo crea ni puede crearlo por sí solo el
capital privado. No es verdad que lo generen exclusivamente, como se
piensa, los empresarios o los emprendedores como resultado de su simple
acción individual.
En contra de la creencia generalizada, lo cierto es que el valor y la
riqueza productiva sólo pueden generarse con el concurso de las
instituciones públicas, de los centros de investigación y enseñanza
públicos y del conjunto de la sociedad, es decir, del Estado.
Mazzucato ha demostrado con números y análisis de experiencias reales
que la innovación privada, los grandes éxitos empresariales y los
grandes avances tecnológicos generalmente asociados a la iniciativa o a
la búsqueda del beneficio individual no hubieran podido producirse nunca
sin la previa intervención del Estado. Sin que las instituciones
públicas asuman la investigación básica que a la empresa privada no le
resulta rentable, sin la demanda previa de los Estados y sin sus
proyectos estratégicos financiados con capital pública es materialmente
imposible que cualquier empresa privada desarrolle los productos que hoy
día están a la vanguardia de los negocios.
De ahí se deduce, por tanto, que tratar de fomentar la innovación y
la creación de valor debilitando cada día más al Estado es un camino que
a la postre impide que el capital privado salga adelante.
A nadie le cabe duda de que el capitalismo basado en la iniciativa
privada ha sido capaz de lograr los avances tecnológicos más avanzados
de la historia de la humanidad o de proyectar la actividad productiva
hacia horizontes nunca contemplados. Pero la realidad es que esto sólo
se ha podido conseguir con la previa iniciativa del Estado, de las
instituciones y la sociedad en general y, por supuesto, con el dinero
público como punto de partida. (...)
No ha habido un sólo caso histórico de una economía cuyo sector privado
haya avanzado y se haya consolidado con competitividad y poder económico
sin la presencia y el concurso de un Estado económicamente fuerte y
dinamizador.
Guste o no, lo cierto es que el emprendimiento que resulta
determinante y motor de los demás es el que protagoniza inicialmente el
Estado y así ha ocurrido en mucha mayor medida con la revolución
tecnológica de los últimos treinta o cuarenta años. La inmensa mayoría
de los inventos e innovaciones que luego fueron más exitosos, o que
determinaron el éxito en los mercados privados, se han generado
inicialmente en el sector militar o en los centros públicos civiles de
investigación.
La clave del éxito económico y del progreso de las economías más
avanzadas del planeta nunca ha sido la fortaleza de un sólo sector y
menos del privado, sino la actuación coordinada del conjunto de los
sujetos económicos, de la existencia de un ecosistema que funcione
coordinada y sinérgicamente.
Ahora que nos estamos proponiendo reconstruir nuestras economías
deberíamos tener muy en cuenta esta realidad. Deberíamos ser muy
conscientes de que los mayores daños de esta pandemia se están dando
precisamente allí donde los Estados y sus servicios públicos son más
débiles, en donde casi han llegado a desmantelarse.
Lo anterior no quiere decir que todos los Estados hayan actuado como
motores del emprendimiento y de la innovación. No ha sido así
precisamente porque, como dije al principio, se tiende a exigirles que
actúen simplemente como apagafuegos del capital privado y porque éste
trata constantemente de quitarse de encima el compromiso de contribuir a
la financiación del Estado, creyendo erróneamente que sólo le supone
una carga innecesaria. (...)
La experiencia nos ha demostrado hasta la sociedad que los mercados
pueden proporcionar resultados muy brillantes (aunque no siempre
eficientes porque la competencia apenas funciona y es incompatible con
la innovación que, por definición, produce diferencias y posiciones de
cuasi monopolio). Pero también es evidente que su funcionamiento es
espontáneo y que no está orientado, también por definición, a conseguir
grandes objetivos sociales. Si estos se quieren conseguir es
imprescindible la presencia del interés público, bien sea con carácter
singular o bajo cualquier tipo de cooperación entre capital público y
privado.
Y la cuestión clave radica en que hoy día es imposible o
suicida no sentirse concernido o renunciar a objetivos como frenar el
cambio climático, proporcionar estabilidad y seguridad a las relaciones
financieras, evitar el crecimiento desorbitado de la desigualdad,
satisfacer niveles siquiera sea mínimos de las necesidades de toda la
población mundial, so pena de padecer crisis sociales de consecuencias
impensables; o, sin necesidad de ir más lejos, luchar contra una
pandemia como la que estamos viviendo. Nada de ello, como digo, se puede
conseguir no ya sin Estado sino con el Estado débil, desvestido,
desprovisto de recursos y acomplejado que ha creado el neoliberalismo.
En España deberíamos reconsiderar todo esto en estos momentos y no
seguir llevádonos por los cantos de sirena del neoliberalismo. En los
últimos años se ha frenado el desarrollo de nuestro sistema de ciencia e
investigación y se ha desmantelado todo un sistema público empresarial
que funcionaba mucho mejor que el privatizado con decisiones típicas del
capitalismo de amiguetes de nuestros días.
Las consecuencias están a la
vista: nuestra economía se convierte a pasos agigantados en un universo
de servicios de bajo coste y valor añadido y nuestras mejores empresas o
terminan en manos de otras extranjeras o simplemente desaparecen para
dejar su mercado a otras de fuera que, en muchas ocasiones, nos
colonizan con el apoyo de sus Estados potentes.
Lo que deberíamos hacer es luchar contra la auténtica ocupación que
los grupos oligárquicos vienen realizando desde hace decenios de las
instituciones del Estado, despojarlo de cualquier atisbo de parasitismo y
ponerlo al servicio de la innovación y la creación de riqueza.
En lugar de dedicarlo a ser un siervo del capital privado más rentista,
en España deberíamos poner las bases para que el Estado actúe, como un
socio de proyectos de innovación y de progreso, tal y como defiende
Mazzucato. Con control y rigor, con eficacia y transparencia, con
democracia, con inteligencia y fortaleza.
Seguir renunciando al Estado y
privatizar sin medida, como quiere hacer en España la derecha, sólo nos
lleva a la colonización, al empobrecimiento de la mayoría y al
enriquecimiento parasitario de unos pocos. No nos dejemos engañar: el
Partido Popular, Vox o Ciudadanos están pidiendo que hagamos en España
lo contrario de lo que han hecho y hacen las economías que tenemos a
nuestro alrededor para lograr ser más fuertes y avanzadas." (Juan Torres López, Público, 16/06/20)
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