"Debo reconocer mi sorpresa y perplejidad por los inescrutables caprichos del mercado. Después de vendernos durante décadas –gobiernos de González dixit y, sobre todo, los de Aznar- las mil y una maravillas que conllevaban los procesos de liberalización de los otrora monopolios naturales, en su mayoría de carácter estratégico, y que en aquel momento estaban controlados por el Estado español, asistimos a una reversión de dichas privatizaciones.
Estamos contemplando atónitos a la vuelta al control de una parte nada desdeñable del capital de antiguos monopolios naturales por parte de un Estado, pero ya no el español. Primero fue el caso de la eléctrica Endesa, que en su momento fue la Empresa Nacional de Electricidad, y que acabó en manos de Entel, una entidad mixta controlada por el Estado italiano. Ahora, si nadie lo remedia, sucederá lo mismo con Telefónica. La empresa de telecomunicaciones STC, controlada por el fondo soberano FIP (Fondo de Inversiones Públicas), en manos del Estado de Arabia Saudí, adquirirá el 9,99%, de la entidad española, con la más que probable petición de asiento para dos de sus representantes en el consejo de administración de la telefonía patria. ¡Es el mercado amigos! Pero vayamos por partes porque lo que está aconteciendo forma parte de un guion digno del diablo Cojuelo.
 Los pregoneros de las bondades de la liberalización de los otrora 
monopolios naturales nos susurraban al oído que todo ello era por 
nuestro bien, que era una manera de avanzar hacia una gestión eficiente 
de las empresas y unos precios que reflejaran de manera más adecuada los
 costes de producción. Con ello se promovería, en sectores como el 
eléctrico, el agua, o el gas natural, un consumo eficiente y la 
provisión de servicios más innovadores. Lo de siempre, bla, bla, bla, … 
Ya hemos sentido en nuestras carnes los efectos del sistema marginalista
 del proceso de liberalización del mercado eléctrico patrio, o cómo en 
todas y cada una de las empresas de esos sectores liberalizados quien ha
 acabado ganando han sido sus accionistas, en su mayoría extranjeros, 
vía cuantiosos dividendos, su consejo de administración, con unos 
emolumentos desproporcionados para su labor de gestión, mientras la 
calidad del servicio apenas mejoraba, consecuencia de las escasas 
inversiones de las empresas liberalizadas. Vamos, una extracción de 
rentas en toda regla. La literatura académica está llena de 
investigaciones sobre el fracaso de dichos procesos de liberalización, 
en su mayoría debido a la falacia de las hipótesis que había detrás de 
los mismos. 
Financiarización y fondos soberanos
Desde estas líneas hemos escrito hasta la extenuación sobre la financiarización. El pensamiento económico dominante ha producido, como uno de sus rasgos más relevantes, la “financiarización” de la economía en su conjunto. Stockhammer (2010) define la financiarización como “el término utilizado para resumir un conjunto de cambios en la relación entre el sector financiero y el real que otorga un mayor peso que antes a los motivos y actores financieros. El término engloba fenómenos tan diversos como la orientación de las empresas hacia la maximización del valor de las acciones, el aumento del endeudamiento de los hogares, los cambios en las actitudes de los individuos, el aumento de las rentas de las actividades financieras, la mayor frecuencia de las crisis financieras y la mayor movilidad del capital internacional”.
Uno de los rasgos de la financiarización es el peso cada vez mayor de fondos soberanos, que se nutren de las ingentes rentas que determinados países obtienen de sus recursos naturales –petróleo, gas, minerales…- y/o de sus tremendos superávits comerciales. Existen al menos 70 países que han constituido este tipo de fondos, siendo los de Noruega, China y Singapur quienes lideran el ranking por volumen gestionado. Pero también destacan fondos soberanos de países productores de petróleo -Emiratos Árabes, Kuwait, Catar, y, como, en el caso de quien pretende entrar en Telefónica, de Arabia Saudí-. Aun así, el volumen de estos fondos es pecata minuta si lo comparamos con el de Blackrock, el rey de los fondos global, y cuyos tentáculos se extienden a la práctica totalidad de compañías de nuestro Ibex35.
Los fondos soberanos y los fondos globales invierten cada vez más en empresas estratégicas de distintos países para lograr beneficios, como todo inversor, pero con dos diferencias notorias. Se lo pueden permitir, debido a la ingente cantidad de dinero que gestionan. La segunda, nada desdeñable, por razones de poder. Tanto los fondos soberanos como los fondos globales acaban siendo empresas sistémicas, que condicionan a cada una de las empresas, y, conjuntamente, a todas en las que invierten, influyendo en la política de dividendos o en la política de inversión. ¿Entienden ahora la superioridad aplastante de la gobernanza china?
 Es en este escenario donde el Gobierno de España deberá decidir qué 
hacer con el intento de un fondo soberano saudí de hacerse con el mayor 
paquete accionarial de Telefónica, empresa estratégica por la posesión 
de información sensible y por sus estrechos vínculos con el sector de la
 defensa. Si al final no pone reparos asistiremos, otra vez, al control 
de una antigua empresa estatal patria por parte de otro Estado, en este 
caso autocrático, donde a su vez, los derechos humanos cotizan a la 
baja. ¡Qué paradoja!, ¿verdad? Era muy malo que existieran empresas 
públicas patrias, pero ni mu sobre este nuevo tipo de control estatal. 
Reconozcan ustedes que la situación no deja de ser hilarante, pero es lo
 que tiene ¡el mercado, amigos!"             (Juan Laborda  , El Salto,  15/09/23)
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