"Estamos en febrero, vas conduciendo por una autopista alemana y la niebla no deja ver muy bien el camino. De pronto, un cartel anuncia un desvío, un puente está averiado. El estado de las poderosas, míticas, autobahnen alemanas, las de la velocidad libre, deja bastante que desear. Al menos 5.000 puentes necesitan un repaso. También los colegios y las guarderías, pero el país, el gobierno, no gasta, la deuda pública es baja. No, no se puede gastar, no se puede superar el 60 % de deuda sobre el PIB, debido al llamado freno de la deuda. Lo dice la Ley Fundamental o Constitución federal. Hay que contener la inflación sea como sea porque eso es lo que llevó al hundimiento de la República de Weimar y a la llegada al poder del nazismo.
La economía de la locomotora europea se encuentra estancada, el PIB retrocedió el año pasado un 0,2 % y las previsiones para este son de un exiguo 0,3% de crecimiento.
El año 2024 ha mostrado de manera cruda la cantidad de cosas que ya no funcionan en el mítico país donde todo era cuadrado y perfecto. Seguimos el camino y en la radio cuentan que Alemania no es lo que era, los trenes ya no llegan en punto y las averías se suceden. Hacen falta viviendas, pero no se construye porque los precios de los materiales han subido demasiado. Los alquileres son carísimos. La entrada masiva de refugiados enciende acaloradas discusiones. Nada parece que funcione en esta Alemania de hoy, que, además, tiene la guerra de Ucrania a sus puertas. Hay que gastar en Defensa porque el ejército de la primera potencia europea está anticuado.
El canciller socialista, Olaf Scholz, no ha tenido relieve alguno en la esfera europea. Alemania está encogida, y no solo en lo económico, dice el semanario Der Spiegel; se va a convertir en un enano de la política mundial. No puede criticar a Israel por los bombardeos de Gaza debido al Holocausto y no puede enviar misiles a Ucrania porque Hitler invadió a la URSS...
En realidad, dice el semanario The Economist, Alemania vive una situación desesperada. Su modelo de negocio, los viejos motores diésel o gasolina, está en quiebra. El todo eléctrico no funciona, para eso está China. Estados Unidos se prepara para proteger su industria y poner nuevas barreras a los prestigiosos automóviles alemanes.
En la radio comentan que la excanciller Angela Merkel sigue de gira, presentando su libro de memorias, Freiheit (Libertad). En la sala donde se presenta la obra, su voz suave recuerda a la de la abuelita contando un cuento a los niños antes de dormir, que podría ser el de La Bella Durmiente, al que haremos referencia más adelante. En la política alemana que siguió a Hitler y a la Segunda Guerra Mundial, había y hay una norma no escrita: la de ser soso, todo con tal de huir de la aparatosidad del dictador. Merkel cumple perfectamente la consigna y todavía consigue adormecer al público.
Algunos críticos señalan que el libro de la excanciller es árido, plúmbeo, aburridísimo, difícil de leer. No es casualidad que Alemania estuviera adormecida de 2005 a 2021, bajo el dulce mandato de su Mutti, su mami. Las cosas iban bien, la canciller había contratado con Rusia gas barato, energía a precio muy competitivo para las poderosas fábricas alemanas, y los coches se vendían solos.
Pero en el verano de 2015 llegaron en masa los refugiados, más de un millón, la mayoría sirios procedentes de Turquía, y la canciller pronunció una frase que sería la más famosa de su biografía: “Wir schaffen das” (lo conseguiremos), conseguiremos asimilar a toda esta gente que huye. Alemania consiguió controlar la situación a duras penas, pero surgió una revuelta interna. El voto se desplazó del centroderecha democristiano a la ultraderecha y subió la xenófoba Alternativa para Alemania, AfD en sus siglas alemanas. La democracia cristiana sufrió un batacazo en las regionales de Baviera de 2018 y Merkel presentó la dimisión como presidenta de su partido y renunció a presentarse a la reelección. La austeridad, la falta de innovación, la valiente gestión migratoria, están hoy en el debe de la, quizá, demasiado mitificada dirigente.
En la radio se cuentan todavía muchas cosas, qué caramba, no todo va a ser internet. Por ejemplo, el sucesor de Merkel al frente de la democracia cristiana, Friedrich Merz, se enteró por las ondas de que el canciller Olaf Scholz había cesado a su ministro de Hacienda, el liberal Christian Lindner, socio en la coalición semáforo con los Verdes. El canciller socialdemócrata quería velar en esta época de recortes y penurias por el Estado de bienestar, por el mantenimiento del gasto social, pero los liberales consideran que esa política supone un desperdicio. La coalición quedaba rota.
A mediados de diciembre, en un procedimiento protocolario, el canciller perdió la moción de confianza y se convocaron elecciones generales para el 23 de febrero. Cuentan los analistas desde Berlín que se ha acabado la habitual cortesía en las discusiones de la política alemana ante el pánico que provoca el ascenso de la ultraderecha, y que los socios de la coalición, socialdemócratas, liberales y verdes no soportaban ya estar en la misma sala.
En 2025, año electoral, habrán pasado 35 años de la unificación tras la caída del Muro de Berlín. 1990 fue un punto de inflexión en la historia alemana. Habían pasado 45 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aquel período fue el de la increíble recuperación de la postguerra, el renacimiento de un gigante económico, la pequeña República Federal de entonces. La Alemania unificada consiguió superar el enorme esfuerzo de integración de la vieja República Democrática Alemana y mantener su vigor industrial. Hasta hace poco. El fin de la energía barata, el gas ruso contratado por Angela Merkel, el embargo de ese gas debido a la invasión de Ucrania, la humillante destrucción del NordStream y el retroceso de los motores de combustión, gasolina o diésel, el paso al todo eléctrico, marcan un fin de ciclo para su vieja y poderosa industria.
Alemania ha perdido el tren de la innovación digital, se ha quedado en el hierro y el acero. En 1996, no había ninguna empresa tecnológica entre las más valoradas del mundo; hoy, las cinco grandes son tecnológicas y radicadas en Estados Unidos. Ninguna es alemana. Tampoco europea. Lo decía el canciller Helmut Kohl: no se trata de que empeoremos, se trata de que otros pueden hacerlo mejor. Como está sucediendo.
Hoy, Alemania está en invierno, y en invierno es más difícil dar el salto a las energías verdes, limpias. La energía eólica llega a suministrar un tercio del consumo eléctrico, pero cuando no hay viento y el cielo está nublado, como en estos plúmbeos días de invierno, la factura se dispara. Por cierto: un tercio de la energía alemana viene del sucio carbón que alimenta a los ¿limpios? coches eléctricos.
Alemania se pegó un tiro en el pie al enseñar a los chinos a hacer coches. Montó fábricas en China y ahora le compra automóviles eléctricos, más baratos que los alemanes. Volkswagen inició la aventura china en 1984 y hasta hace poco, el automóvil más vendido en aquel país era un VW. Ahora es uno del gigante chino BYD. Los jóvenes chinos no aprecian el prestigio de las antiguas y robustas marcas alemanas, quieren un producto moderno, una pantalla con ruedas.
Volkswagen mantiene un 40% de mercado interno en Alemania, pero cedió el primer puesto mundial a Toyota hace cuatro años. Tiene un exceso de producción y tendrá que recortar la plantilla en 35.000 empleados de aquí a 2030 y rebajar los salarios un diez por ciento.
En sus memorias, Merkel no reconoce haber hecho algo mal, hizo, dice, lo necesario para cada momento, gas ruso o inmigración. Lo que suceda ahora, asegura, es tarea de los que estén al mando. No hubo ninguna perspectiva de futuro. Y lo que sucede es que, por ejemplo, los ayuntamientos están en quiebra tras haber acogido a más de un millón de ucranianos en 2022 y a más de un millón de sirios, hace diez años. Un poco de autocrítica no vendría nada mal, señala el semanario Der Spiegel.
Hay elecciones y lo que está muy claro es que el próximo canciller será el democristiano Friedrich Merz, que tendrá que formar una coalición con otros partidos, porque la CDU-CSU conseguirá en torno al 30% de los votos, insuficientes para contar con la mayoría en el Bundestag.
Merz es muy impetuoso y vuelve con fuerza. Se metió a empresario y tuvo éxito después de que Merkel le apartara de la escena de un manotazo como jefe del grupo parlamentario en 2002. Merz no se lo ha perdonado.
El favorito tendrá que decir al país que el periodo de paz que siguió a la caída del Muro de Berlín se ha acabado, que es necesario fortalecer a Alemania en lo defensivo, que hay que gastar más, sobre todo en Defensa. La guerra contra Putin no se puede ganar recortando gastos. El problema es de dónde sale el dinero: ¿de recortes o de más impuestos?
Hasta ahora Merz ha sido partidario de la austeridad, de tener echado el freno de deuda, que no sobrepase el 60%. Un incremento del gasto en defensa no se puede hacer sin quitar el freno, pero para eso hay que reformar la Ley Fundamental con los dos tercios de los escaños del Bundestag a favor.
En paralelo a un aumento del gasto, el futuro canciller propone un recorte de los impuestos a empresas y particulares. ¿Cómo encaja el aumento del gasto y el recorte de los ingresos? ¿Subiendo el IVA? No, eso generaría protestas.
Lo que proponen los democristianos es dar un “toque” al Estado de bienestar. “El que pueda trabajar, debe trabajar”, dice Merz. “Si no quiere trabajar, no recibirá ayuda del Estado”. Hoy, casi dos millones de desempleados alemanes reciben un subsidio llamado bürgergeld.
Pero donde Merz está levantando tormentas a su alrededor, sacudiendo las raíces de la política de posguerra, es en el apartado de inmigración. Merz endurece las propuestas porque la AfD sigue subiendo, siente que les pisa los talones.
El miércoles 29 de enero, el Bundestag aprobó una propuesta no vinculante de la CDU-CSU para endurecer la política migratoria, sellar las entradas a la inmigración irregular y devolver a la frontera a los demandantes de asilo. Lo más importante, lo histórico, es que la propuesta recibió los votos de la ultraderecha, la primera vez que sucede algo así en posguerra. Merz ha roto el cordón sanitario en torno a la AfD. El candidato dice que la paciencia se ha acabado, que el vaso está lleno después del reciente atentado en la ciudad bávara de Aschaffenburg, cometido por un afgano, en el que murieron un niño y un adulto, y los anteriores cometidos en los mercados de Magdeburgo, el de Solingen o el Mannheim.
La medida ha provocado una borrasca; protestan sectores de la CDU, Merkel, las Iglesias protestantes y católica, y también la calle. El viernes siguiente, una propuesta similar no pasó porque una parte de la CDU se abstuvo. Pero el temporal no amaina, cientos de miles de personas salen el domingo siguiente a las calles para protestar contra las propuestas del candidato democristiano. El lunes 3 de febrero, en el congreso de la CDU, Merz se defiende: “No hemos trabajado, no trabajamos y no trabajaremos con la AfD, nunca”.
“Así no, así no”, dice Scholz, “Merz se está moviendo hacia las posiciones de la AfD”. El canciller no descarta que este mismo año la democracia cristiana forme coalición con la ultraderecha.
La ministra de Exteriores en funciones, Annalena Baerbock, de los Verdes, asegura que Merz quiere romper la legalidad europea y construir un muro alrededor de Alemania, y advierte que debe tener mucho cuidado con hacer “cosas” con la AfD. Muchos están preocupados por la legalidad, responde el candidato democristiano, pero también muchos están preocupados por la seguridad.
La AfD nació como movimiento euroescéptico contra el euro tras la crisis de 2008 y subió como la espuma cuando rechazó la llegada masiva de refugiados en 2015. Hoy se divide entre radicales, como la copresidenta y candidata a la cancillería, Alice Weidel, y muy radicales, los que ven una parte noble en el régimen de Hitler, como Björn Höcke, el dirigente de la formación en Turingia. Höcke ha sido multado dos veces por utilizar el eslogan de remembranzas nazis Alles für Deutschland, todo por Alemania, un juego de palabras que suena a Alice für Deutschland, Alicia por Alemania, lo que provoca el delirio entre los militantes. Los muy duros han conseguido colocar a los suyos en muy buenas posiciones en las candidaturas al Parlamento. A cambio, permiten que Alice Weidel se presente como la cara amable de la AfD.
Weidel, una economista que ha trabajado y viajado por todo el mundo, se define como liberal-conservadora, aunque en el fondo respalda las tesis más radicales como las expulsiones masivas de inmigrantes. La gente ha perdido el miedo a votar a la AfD, no solo en el Este donde arrancó con fuerza, sino también en el territorio de la antigua República Federal. Según las encuestas, conseguirá en torno al 20% del voto.
No va a gobernar, de momento, y casi todos se afanan en aislar a esta formación que cuenta con importantes aliados externos, como Elon Musk, que hizo una fuerte inversión en Alemania, la fábrica Tesla de Grünheide, cerca de Berlín. El hombre más rico del mundo ha dicho que la AfD es la única solución para Alemania, lo que ha levantado ronchas en todas partes. Y eso de que Weidel esté casada con una señora, una cineasta de Sri Lanka, no suena mucho a Hitler, ha añadido el íntimo de Trump.
En estas elecciones, el rostro de la situación en Alemania es el del canciller en funciones, Olaf Scholz, y la situación es “miserable”, dicen los medios alemanes. Scholz es absolutamente impopular, pero la socialdemocracia le ha ratificado como candidato frente a otras opciones más populares como el ministro de Defensa, Boris Pistorius. Scholz presenta al SPD como último garante de la democracia en Alemania e intenta colocar a la democracia cristiana en la parte más derechista del espectro político. Entre los abandonos de Alemania, está la calamitosa situación de su Ejército, olvidado durante años de gobierno democristiano. Scholz ha inyectado 100.000 millones de euros en lo militar, pero hará falta, al menos, el triple.
Descalificaciones típicas de la campaña electoral aparte, es muy probable que Merz tenga que acudir al SPD y a los Verdes para poder gobernar.
Los antiguos ecopacifistas, con el ministro de Economía Robert Habeck al frente, soñaban con hacer de Alemania el motor del cambio “verde”, renovar las infraestructuras e innovar en lo digital. Pero los viejos temas como el clima, la lluvia ácida o la contaminación no están a la cabeza de las preocupaciones de los alemanes. Lo que más preocupa es la desindustrialización del país, la economía y la integración de los refugiados.
Habeck quiso pasar del gas y del petróleo a la bomba de calor para calefacción por decreto ley, pero eso cuesta mucho dinero. El Tribunal Constitucional sentenció que había que seguir con el freno del gasto echado y Habeck cosechó mala prensa, aunque los Verdes se mantienen como cuarto partido, con el 13% en intención de voto.
Las encuestas dan como gran perdedor al hasta ahora socio de la coalición semáforo, los liberales del FDP, que no alcanzarían el 5% necesario para entrar en el Bundestag. Por lo tanto, es probable que los grandes partidos moderados, CDU-CSU, SPD y Verdes estén en el gobierno, mientras que los radicales por los dos extremos, la AfD y la alianza Sara Wagenknecht, BSW, sean la oposición.
La BSW, Alianza Sara Wagenknecht, fundada hace un año, se presenta por primera vez en unas elecciones federales y según las encuestas roza el 5%. Lleva el nombre de la dirigente política del Este alemán que fue miembro del PDS, sucesor del Partido Comunista oriental, y luego del más federal Die Linke, La Izquierda. Se califica como partido protesta, populista de izquierdas con toques conservadores, y está a favor de una política restrictiva hacia la inmigración y de acabar con la ayuda militar a Ucrania. De momento, ha conseguido una fuerte implantación en el Este, fue tercero en las regionales de Brandemburgo, Sajonia y Turingia. De cara a las elecciones al Bundestag, tiene dos problemas fundamentales: pocos militantes y poco dinero. BSW y Die Linke se disputan ese espacio que está en torno al 5% y se puedan quitar votos.
Por el otro lado, desde el centro hasta la extrema derecha, el panorama aparece roto y la CDU-CSU y la AfD intentan repartirse los pedazos. Los ultras están más fuertes que nunca y la democracia cristiana, más reaccionaria que nunca.
Alemania en otoño es una película alemana de 1977 que abordaba los llamados “años de plomo”, la lucha contra el terrorismo de la banda Baader-Meinhoff. Hoy, la película se podría llamar Alemania en invierno: climatológico, político y económico.
Hace frío y seguimos en la autopista en medio de la niebla. Dicen en la radio que los fanáticos de Merkel han formado largas colas para que la canciller les firmara un ejemplar. La dedicatoria consiste en la firma, nada más, como corresponde a la espartana dirigente, hija de pastor protestante comunista, que llegó del Este y puso a dormir al país.
Alemania está dormida, pero es muy difícil que en esta ocasión, como en el cuento, llegue el príncipe y consiga despertar a la Bella Durmiente del bosque. La Durmiente y Europa tienen una pesadilla: que la ultraderecha llegue al poder. Si los partidos políticos alemanes no mejoran la situación o no se ponen de acuerdo, como ha sucedido en la vecina Austria, es muy posible que, al despertar, la ultraderecha siga estando ahí..., y subiendo. "
( Daniel Peral, CTXT, 11/02/2025)
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