"Antropólogo, especializado en economía, particularmente de la desigualdad. Desde 2007, investiga sobre la vivienda, que se ha convertido en el motor principal del malestar social. Ha publicado artículos científicos sobre la burbuja inmobiliaria. Cofundador del Instituto de Investigación Humana de Barcelona. Ahora, publica El secuestro de la vivienda (Editorial Pòrtic / Ediciones Península).
¿Quién secuestra la vivienda, por qué, cómo…?
Fundamentalmente, las casas son, primero de todo, un bien de primera necesidad. Pero tienen la particularidad de que pueden ser destinadas a usos diferentes de los que pensó el arquitecto, quien las diseñó o quien las construyó. Uno de ellos es, precisamente, el no uso, que es mantener la vivienda vacía. También puede ser destinada a convertirse en un hotel, un piso turístico o en alquiler de temporada. El secuestro consiste precisamente en eso. Algo que se hace principalmente en el mercado turístico. Con ello se secuestra, claro está, la función social de estas casas, su función residencial. También hay otras cosas que se secuestran, como por ejemplo el saber.
¿El saber, oculto detrás de un espeso velo de mentiras y medias verdades?
Vivimos en un país –y en otros también pasa– donde están actuando permanentemente thinks tanks, expertos, economistas…, que nos impiden conocer las auténticas causas del problema de la vivienda, y ver cómo se produce su secuestro. El mantra de que esto se resuelve aumentando la oferta no explica ni soluciona el problema. En el libro, lo comparo con la ley de la gravedad. Si a una persona que viera un avión estrellarse se le ocurriera decir que ha sido por la ley de la gravedad, diríamos que desvaría. Porque, seguramente, habría otros motivos más concretos que influyeron en el vuelo para que el avión se estrellara. Con la vivienda pasa lo mismo cuando se dice que la demanda hace que el precio suba.
¿No parece increíble que, a estas alturas de la historia, la escasez de vivienda siga siendo, y cada vez más, un problema?
España es uno de los países, entre los 35 de la OCDE, con mayor número de casas por habitante. Y el problema está en el importante número de viviendas que no están siendo utilizadas, o son infrautilizadas, cosa que no pasaba hace unas cuantas décadas. En España hay 3,8 millones de viviendas vacías. El debate está en si realmente están vacías, o más bien infrautilizadas. Lo que sabemos es que el consumo de electricidad en estas viviendas es extremadamente bajo. Por lo tanto, se deduce que en estas casas no están viviendo familias, a lo largo del año. Cuando esto se plantea, hay quien responde diciendo que esto se debe a que hay muchas casas vacías en la España deshabitada. Pero, en realidad, si miramos bien los datos, vemos que, aunque es cierto que hay casas sin habitar en la España vaciada, 1,1 millones de estas casas están en capitales de provincia, o en ciudades con más de 50.000 habitantes. Por lo tanto, donde más se necesitan. También hay 400.000 casas secuestradas por el mercado turístico, y esta cifra va subiendo.
¿Al final, en esto de la vivienda, chocamos frontalmente con el mercado, que es quién tiene la sartén por el mango?
La cuestión es que por mucho que se construyan viviendas y haya más casas, si estas casas son compradas como producto de inversión o activo financiero, no se resolverá nunca el problema. Está bien construir más viviendas públicas, pero simultáneamente hay que abordar el problema de su distribución y uso. Aquí hay una cuestión fundamental: una parte muy importante de las casas que se venden en el mercado están siendo adquiridas como producto de inversión. El 56% de las compras, en los últimos diez años, se hacen sin hipoteca. Es una minoría la gente que se hipoteca para una primera vivienda. Además, prácticamente la mitad de los que compran con hipoteca, en los últimos años, lo están haciendo como producto de inversión, segunda o tercera vivienda. Los que más necesitan casa no son los principales compradores. El mercado de la vivienda tiene una permanente injerencia de actores que compran casas porque es un producto extremadamente rentable. Lo que se invierte en una casa se revaloriza mucho más que teniendo el dinero en el banco.
¿La combinación de uso turístico y residencial, en el tiempo, podría contribuir a paliar el problema, o todo lo contrario?
Se está haciendo y resulta parte del problema. Porque al propietario no le interesa tener a personas más de seis meses, digamos, porque la otra mitad del año tiene turistas. Imposibilita que haya familias que puedan disponer de la vivienda con un mínimo de estabilidad. Desde la gran crisis financiera de 2008, hemos entrado en un cambio histórico, de paradigma, donde los más ricos disponen de muchos incentivos para comprar y acaparar casas como un producto de inversión. Eso explica que entre 2008 y 2023 el mercado de alquiler haya aumentado en 1,3 millones de viviendas. ¿Son nuevos? No. Eran de pequeños propietarios que los tuvieron que vender y los están comprando no personas que se convertirán a su vez en pequeños propietarios, sino los que ya tienen propiedades. Van acumulando y las colocan en mercados de alquiler cada vez más especulativos. Eso hay que abordarlo, y hacerlo fundamentalmente mediante impuestos.
¿Tienen recorrido las medidas que está anunciando el Gobierno central y también la Generalitat, en el caso de Cataluña, para cambiar de alguna manera las derivas del mercado de la vivienda?
Isabel Díaz Ayuso también lo está diciendo. Es un paso importante. La diferencia entre Cataluña y Madrid es que ésta sigue haciendo lo que se ha hecho toda la vida: vivienda protegida que, al cabo de unos años, se vende. Así, en España se han perdido tres millones de viviendas que hoy serían públicas. Lo que plantea Cataluña y Euskadi, que es quien más lo ha hecho históricamente, es que toda vivienda protegida que se cree no deje nunca de serlo. Ahora se plantea hacer, por primera vez, vivienda protegida a perpetuidad. Pero también es verdad que es como intentar apagar un incendio forestal con cubos de agua. El mercado es inmenso, y las dinámicas especulativas alarmantes. 50.000 viviendas protegidas, como se ha planeado en Cataluña, es el plan más ambicioso de todas las comunidades autónomas, pero comparadas, por ejemplo, con las 100.000 viviendas turísticas, o las 400.000 vacías, son cubos de agua.
¿Hay ejemplos contrastados, significativos, que podrían emularse para hacer frente a la crisis de la vivienda?
Fundamentalmente, lo que planteo es hacer lo que ya hizo Singapur hace años, que no es nada más que limitar la especulación y el acaparamiento. En Singapur, si quieres comprarte una primera casa, la administración te ayuda. Pero si se trata de una segunda o una tercera casa, cuando ya se tiene una primera de uso, lo que hace la administración es subirte los impuestos. Algo así se podría hacer aquí. Pero está pasando todo lo contrario. Quien más impuestos paga ahora por la vivienda es quien lo compra para vivir en ella. Sin llegar a ser un fondo buitre, si tienes más de ocho viviendas, pagas menos impuestos a la hora de comprar pisos o de ponerlos en alquiler. El mercado del alquiler es un juego tramposo. No es sólo que la gente compite cuando intenta comprar o alquilar un piso con inversores con mucho dinero, sino que encima estos inversores tienen un montón de ayudas fiscales que les permiten endeudarse con las casas, con menos dinero que cualquier persona que quiera comprarse un piso. Hay que cambiar las reglas del juego. Y hay que hacer lo mismo con la construcción, como en Viena, donde no se dan facilidades para la edificación de viviendas de lujo, cosa que sí se hace con la vivienda asequible. Incluso regalando suelo.
¿Planteas, en fin, como Roosevelt con el New Deal, la utilización de la palanca fiscal como herramienta idónea de intervención en la vivienda?
Sí. En los años 30, Roosevelt se dio cuenta de que había gente con mucho poder y capacidad monopolista para fijar precios. Lo que generaba desigualdad e incidía negativamente en la economía productiva. Es un poco lo que está pasando ahora. Si la gente tiene que pagar tanto por una hipoteca o un alquiler, la capacidad de consumo baja, y eso es malo para la economía. Incluso las acciones de las empresas pierden interés para los inversores.
Los impuestos, sin embargo, parece que no están de moda, sino todo lo contrario.
Los ricos, que son los que menos impuestos pagan, no quieren pagar. Hay que bajar impuestos a las personas trabajadoras, que no tienen patrimonio, y subirlos a los que son enormemente ricos. De lo que se trata es de equilibrar la balanza. Las bases materiales y morales de la democracia liberal están en crisis. Así no es extraño, pues, que aumente el número de personas que dejan de creer en la democracia."
(Entrevista a Jaime Palomera,
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