8.7.25

La Solución Final de Vox, expulsar a millones de inmigrantes, no es ninguna broma ni una estrategia del partido de Abascal para captar votantes entre los descontentos de Feijóo... Están convencidos de que semejante paranoia puede hacerse realidad, que es perfectamente factible, aunque según la diabólica catequista De Meer entraña “un proceso complejo”... Supongamos que Feijóo gana las elecciones y coloca a Abascal de vicepresidente... tendríamos el decretazo racista... llegarían las manifestaciones de protesta, miles de personas defendiendo sus derechos en la calle, convulsiones sociales, revueltas y huelgas generales no demasiado diferentes a las que estamos viendo estos días en los Estados Unidos, donde el pueblo de bien se ha plantado contra Trump... las portadas de los periódicos con fotografías de personas secuestradas, esposadas y conducidas al Guantánamo de Soto del Real; la imagen de España, en fin, como la peor de las dictaduras... Y finalmente, cuando ya no quede ninguno de los ocho millones de deportados, la debacle para la economía, la ruina total, un retroceso en el nivel de vida de nuestro país de más de cincuenta años, hasta devolvernos a los tiempos del final del Franquismo, cuando los españoles vestían austeras chaquetas de pana porque no había para más (José Antequera)

 "Vox es un delirio colectivo que se contagia, un trastorno que va empeorando poco a poco hasta la locura, como ya ocurriera con los fascismos hace un siglo. El último disparate del partido de Santiago Abascal consiste en su plan para deportar a más de ocho millones de inmigrantes que residen en nuestro país y también a sus hijos. Personas cuya estancia es legal según el ordenamiento jurídico vigente; personas que trabajan, que pagan sus impuestos, que mantienen una familia y que contribuyen decisivamente al sostenimiento de la economía y del Estado de bienestar; personas con los mismos derechos y obligaciones que cualquier ciudadano. Muchos de ellos siguen manteniendo su propia nacionalidad, pero un porcentaje elevado son los llamados inmigrantes “de segunda generación”, es decir, nacidos y afincados aquí –en alguna de las 17 comunidades autónomas del Estado español–, personas con DNI y pasaporte nacional, españoles a todos los efectos perfectamente integrados en la sociedad (son del Barça o del Madrid, se visten de baturro, de fallera o faralá en las fiestas de su pueblo y compran el décimo de Navidad como todo hijo de vecino).  

La España que plantea Vox no difiere demasiado de esas terribles escenas de las películas de nazis con trenes repletos de deportados, campos de concentración y odio, mucho odio nacionalista y ario. Para quién no conozca a la personaja, De Meer es esa diputada ultra que por fuera tiene todo el aspecto de guitarrista del coro de la iglesia pero que, por dentro –si nos atenemos al relato escalofriante que ayer soltó ante la prensa sin despeinarse–, lleva una fascistona fría y calculadora desprovista de humanidad y sentimientos. Así explicó la señora el plan de Vox para limpiar España de extranjeros y recuperar la raza de pura sangre española. “Solo hay una solución mala y una solución menos mala porque no se han adaptado a las costumbres españolas: tendrán que volver a sus países”. Ni el mismísimo Orwell hubiese escrito un texto tan distópico y certero sobre lo que es el pensamiento totalitario. Aterrador.

La Solución Final de Vox (nótese el macabro empleo de este eufemismo, sin duda extraído con toda la intención del viejo manual del Tercer Reich sobre liquidación de las minorías étnicas en los años treinta y cuarenta del siglo pasado) no es ninguna broma ni una estrategia del partido de Abascal para captar votantes entre los descontentos de Feijóo ahora que, tras el Congreso Nacional del PP, se ha quitado la careta y pide “respeto” para el nazi, que también tiene su corazoncito. Están convencidos de que semejante paranoia puede hacerse realidad, que es perfectamente factible, aunque según la diabólica catequista De Meer entraña “un proceso complejo”. Y tanto que es complejo, como que para materializar la Solución Final habría que poner patas arriba a todo el país. Supongamos por un momento que Feijóo gana las elecciones (Dios no lo quiera) y coloca al Caudillo de Bilbao como su lugarteniente en el Consejo de Ministros, véase en Interior o en Trabajo e Inmigración. Un decretazo racista de esa índole chocaría de lleno con la Constitución, con las leyes y con los jueces (que digo yo que algún magistrado demócrata, humanista y civilizado, sin contaminar por la ideología ultra, quedará aún en el Supremo). Luego llegarían las manifestaciones de protesta, miles de personas defendiendo sus derechos en la calle, convulsiones sociales, revueltas y huelgas generales no demasiado diferentes a las que estamos viendo estos días en los Estados Unidos, donde el pueblo de bien se ha plantado contra Trump y sus políticas propias del Ku Klux Klan.

Más tarde, tras el temido decretazo de Solución Final, llegarían las sanciones de la Unión Europea, que amenazaría a nuestro país con la expulsión; las portadas de los periódicos con fotografías de personas secuestradas, esposadas y conducidas al Guantánamo de Soto del Real; la imagen de España, en fin, como la peor de las dictaduras (esta vez dictadura de verdad, no esa fábula sobre el malvado autócrata Sánchez solo apta para crédulos sin espíritu crítico, borregos, manipulados y lelos que va vendiendo la atolondrada de Isabelita Ayuso). Y finalmente, cuando ya no quede ninguno de los ocho millones de deportados, la debacle para la economía, la ruina total, un retroceso en el nivel de vida de nuestro país de más de cincuenta años, hasta devolvernos a los tiempos del final del Franquismo, cuando los españoles vestían austeras chaquetas de pana porque no había para más.

Quien crea que se puede echar del país al 14 por ciento de la población sin que se note en nuestro modo de vida y en nuestros bolsillos es que fuma grifa de la mala. Las cotizaciones a la Seguridad Social se hundirían, una buena tajada de los impuestos esenciales para sostener la Sanidad y la Educación, entre otros servicios públicos, se perderían y el sistema de pensiones tal como lo conocemos sería insostenible. Por no hablar de sectores productivos como el agrícola, la construcción y la hostelería, esquilmados de mano de obra. O sea, un cataclismo propio de una economía de posguerra.

De Meer trató de sacar su lado más humano al reconocer que este sindiós sería “traumático” para la sociedad, lo cual no deja de ser puro postureo, ya que alguien que se plantea, aunque sea como hipótesis remota, destruirle la vida a ocho millones de personas no puede ser más que un psicópata peligroso incapaz de empatizar con el dolor de sus semejantes. Su apuesta por la “reemigración” porque España tiene derecho a “sobrevivir como pueblo” ante la invasión, al reemplazo de europeos por africanos (un concepto extraído de los partidos fascistas que vuelven a triunfar en Alemania) es un salto cualitativo de Vox, en el fondo y en la forma, que huele a puro nazismo. Con todo, no deja de ser curioso que Abascal haya elegido a alguien con apellido tan poco español para explicar su Solución Final. Siendo fiel a su ideario, tendría que haber puesto en la rueda de prensa a una García, a una López o a una Pérez, nombres mucho más españolazos, y no a una descendiente flamenca no precisamente de Cádiz, sino de la pérfida Flandes. Debe ser que De Meer viene de estirpe de rancio abolengo. Lo cual nos lleva a pensar que Vox jamás echará del país a los extranjeros con tarjeta oro y Visa, solo a los extranjeros pobres. Y es que el racismo también es una enfermedad económica."                          ( , Diario16+, 08/07/25)

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